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¿Dónde está la salida y cómo encontrarla?

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Xabier Fabregat Barrera

Me gustaría con estas líneas, escritas en diciembre, visibilizar y contribuir a ayudar a aquellas personas que se sientan como yo y puedan pedir ayuda, sin sentirse débiles por hacerlo, ya que la salud mental es tan importante como la salud física. Y, sin embargo, es la gran olvidada por parte del sistema de salud pública.

Hace un año volví a Barcelona, mi tierra natal, por un proyecto profesional y personal a mis 40 años, con esa sensación de que necesitas retos, ilusión, objetivos y nuevos horizontes. Después de vivir 13 años en Illes Balears, donde dejé atrás muchas vivencias, amigos y gente maravillosa, a la cual echo mucho de menos, con altos y bajos, además del paso por una difícil crisis económica, de la cuál empezábamos a salir.

Todo iba bien, centrado en el proyecto, reuniendo a un equipazo, mi trabajo me ocupaba gran parte de mi tiempo, cuando te apasiona lo que haces, es así. Todo cambiaba cuando llega el frenazo del fin de semana, el descanso y el momento de dedicarte a ti y a tu núcleo social, ¿núcleo social? ¿dónde estaba? Se había quedado atrás, no están, pero... estás en Barcelona Xavi (por cierto, ¡hola! soy Xavier) tienes cerca a la familia, tienes trabajo, casa, tu gatita, se puede decir… ¡¡¡estás bien!! Pero ¿por qué te inunda esa tristeza, esa sensación de soledad? Hay mucha gente maravillosa por conocer ahí fuera Xavi, estás en una gran metrópoli, estás en la maravillosa Smart City, tu casa, tu tierra…

Pero no, no estás bien, no calculé bien las consecuencias emocionales. Aún así, el ritmo de trabajo y todo el proyecto, es la corriente que te lleva, te empuja y no te deja tiempo para reflexionar mucho más. Pasan las navidades, sigues con el mismo ritmo en enero, te preparas para el pequeño boom que ha de venir en febrero con el Mobile World Congress. Y empiezan las noticias, entra en nuestras vidas algo insólito, pero parece que está lejos, aunque coge velocidad y se acerca rápido, ya está en Italia. Contactas con amigos de Nápoles y Sicilia, la cosa no pinta nada bien.

Pero siguen llegando turistas, ves que desaparecen los asiáticos del aeropuerto, y los comercios chinos del barrio cierran, pues seguramente se han ido a celebrar el año nuevo a su tierra, pero pasan las semanas y no abren, ¿qué está pasando?

Empecé a encontrarme mal el día 2 de marzo, seguí trabajando hasta el día 3, el mismo día que ingresaban a mi abuela, ya muy mayor, en la clínica por un problema vascular y antes de llegar a casa pasé a visitarla, ya con guantes, gorro y bata (sin mascarilla). Nunca pensé que iba a ser la última vez que la vería con vida.

Al día siguiente, a las seis de la mañana me subió la fiebre a 41 grados, como pude llamé al centro de atención primaria y avisé a la empresa, no me veía capaz de asistir al trabajo y finalmente cogí la baja. A los tres días bajó la fiebre y parecía que podía ir mejorando, pero empezó la debilidad muscular, cefaleas y mucho mal estar, todo indicaba una gripe.

La noticia llegó el día 12 de marzo; fue como una losa para toda la familia, mi abuela estaba aislada, se había infectado. En ese momento se activó todo el protocolo de notificación al 061 (SEM) comunicación a la empresa, por responsabilidad, y quedamos todos en cuarentena.

A día de hoy no sé si lo pasé o no. Mi abuela partió el día 19 de marzo, San José (su santo) y día del padre. El lunes 23, solamente tres miembros pudieron asistir a su despedida en la necrópolis de Montjuïch, el tiempo lloró tu pérdida llovió con fuerza y fue un día gris. Nunca pudimos abrazarnos, no pudimos darle su merecida despedida, quedé destrozado y seguía solo en casa.

Por delante me quedaban tres meses de confinamiento con la única compañía de mi gata, incontables videollamadas, muchas horas de plataformas de series, momentos de cocina y otras muchas tantas para pensar.

Ya era consciente de la gravedad de la situación, con demasiada sobreinformación de redes, necesitaba desconectar, necesitaba sentirme útil e hice lo que creo que no se me da nada mal, elegir música para animar el barrio a las 20 horas. Me negué a poner el Resistiré, fui de los que optó por I will survive y We are the Champions, pero no me quedé ahí, adelanté el horario a las 19:30, para no enmudecer los aplausos, y elegía cada día una playlist diferente, empezando con una canción emotiva, en recuerdo de los que se habían ido, pero después pasé por Disco70, soul, rock, 90's, 80's, swing y años 50. Celebré cumpleaños de los vecinos de delante, homenajeé a los niños, el día que pudieron salir por primera vez a las 12 de la mañana, con Hakuna Matata, Wanna be like you, Tomorrow (Annie) y muchas más. Dejé guardada, en mi plataforma de música, la playlist (lockdown) con cada una de las canciones del pequeño repertorio que ofrecía al barrio y la compartí con los míos a través de las redes sociales, en cada directo por IG. (Aún está ahí, por si acaso).

Ronda del Guinardó, se llenó de alegría y de esperanza, pero al cerrar las ventanas, volvía la soledad del momento, el silencio y el vacío. Uno de los días, de los dos que salía de casa para ir a la compra, rompí a llorar, alguien de mi escalera me había dejado una nota pegada en la puerta: “ Moltes gràcies per la música”, había alegrado a alguien, me emocioné, me sentí útil, en ese momento supe que no estaba solo, aunque de puertas para dentro, la única que me daba calor y compañía era mi preciosa minina.

Llegó junio, empezábamos a arrancar la nueva normalidad, pero mi profesión como muchas otras, no se activó, no había horizonte a corto plazo, podíamos salir, me desconfiné físicamente pero mi mente seguía confinada, salía para lo imprescindible, viendo la vida a través de la ventana del tercero, sin caer en la tentación de ir a las terrazas, mi mente no me dejaba, para ella era algo irresponsable, muchas vidas se habían ido, era muy grave la situación, no podía participar de la locura ( para mi mente ) insensata, de propagar nada. Amigos sanitarios, me decían que estaban exhaustos, que hacía bien en salir para lo imprescindible.

Empecé a notar que algo no iba bien, de repente había pasado una semana y solo había salido un día para ir a por provisiones. Los Sábados abría las ventanas, y a mediodía, hacía el aperitivo, mientras hablaba con amigos por video llamada, que hacían lo mismo, pero sí que salían a pasear, yo no, empezó la desazón y me asusté. Hablé con mi familia de lo que me estaba sucediendo, necesitaba dejar de ver coches y edificios, mi cuerpo me pedía aire, y mi mente espacios verdes, estaba en un constante agobio, sin ganas de nada, sueño cambiado, amaneceres tardíos para comer y poco más, aún no nos podíamos juntar. Llegó la segunda quincena y por fin llegaron los contactos, fríos con la distancia, pero al fin nos pudimos abrazar mi madre y yo, habían pasado casi cuatro meses sin verla, desde que yo me quedé en casa.

La preocupación se hizo más plausible, cuando rompí a llorar, necesitaba escapar de aquí, me notaba que estaba entrando o a las puertas de la depresión, y salió un plan, unas micro-vacaciones en la costa con mi madre, y volví renovado…. al menos, por algún tiempo. En julio llegó la sorpresa, un amigo se vino a vivir conmigo, fue una muy buena noticia, aunque yo no estuviera al cien por cien, la convivencia y compañía es muy buena, también decidí adquirir alguna responsabilidad más, adopté dos pequeñines gatunos que alegraron la casa, y me mantendrían muy ocupado, todo empezaba a cambiar o eso quise creer.

La situación profesional seguía igual sin ver el final o el inicio, según se mire, ya estábamos a finales de septiembre, y se volvieron a extender los ERTE hasta finales de enero, nada cambió al respecto, solo dos pequeñas desafecciones, para realizar unos trabajos de gestión, que apenas duraron dos semanas y vuelta a casa, la actividad no se reactivaba.

Seguramente esto fue lo que acabó de colmar el vaso y rebosó, exploté reventé, lloraba y lloro a deshoras, diría que sin motivo, pero no, lo sé perfectamente, estoy mal, muy mal. No tengo objetivos, ganas de nada, me inunda la tristeza al haber visto la desolación en mi puesto de trabajo durante aquellos pocos días, todo para lo que yo había dado un giro de 180 grados a mí vida, para el proyecto profesional, mis compañeros, mis jefes, mi maravilloso equipo. Sin embargo, el mundo sigue girando, pero tú no, sigues en casa, aunque acompañado, no sirve, te siente inútil y sin fuerzas.

Finalmente llega el día, ese día…

Un domingo tarde mi madre, que estaba de visita, miraba la televisión mientras yo me había ido a la habitación, a echar una cabezada, puse una simple película elegí un clásico de Disney, Los tres caballeros- recuerdo perfectamente la única vez que vi aquella película, cuando tenía ocho años, mientras pasaba la varicela, con fiebre en casa de mis abuelos, que fueron a alquilar el VHS al videoclub¬- y pasó en una fracción de segundo, toda mi vida por mi cabeza desde la infancia hasta el regreso al mismo punto de partida, donde vivo, la casa de mis abuelos, por donde había corrido de pequeño, y no pude contenerme, era más fuerte que yo, algo quería salir de dentro, empecé a sollozar en silencio para no preocupar a nadie, coloqué la almohada en mi cara, pero nada, no había forma de controlar el llanto, y salí al comedor.

Mi madre se asustó, - ¿qué te pasa cariño? , yo contesté – no puedo más necesito ayuda mamá, entre sollozos, como pude me expresé y me largué a llorar, calculo que una hora sin parar, perdí la noción del tiempo, mi madre se rompió también al verse impotente de ayudarme, ante la desolación que le estaba describiendo entre sollozos, ¬- estoy destrozada cariño, de verte así, te entiendo precioso mío, la impotencia que debes sentir.

Cuando todo se calmó, tomé la decisión con el apoyo de la persona más importante de mi vida a mi lado, –mamá, necesito ayuda de un profesional.

Al día siguiente, lunes, llamé de nuevo al centro de atención primaria y solicité ayuda psicológica, para intentar superar todo esto, sorprendentemente tomaron nota y a primera hora de la tarde me llamó el psicólogo del centro, para programar la cita, lamentablemente y por la situación actual, está programada desde principios de noviembre para la segunda mitad de enero de 2021.

Soy consciente que con la que está cayendo, hay muchos olvidados, pero es muy necesario cuidar la salud mental y he entendido con todo esto, que es muy importante el tiempo de reacción, detectarte, escuchar las señales y sobretodo sentir que algo no va bien.

Finalmente ante el tiempo de espera, y con ayuda, he podido solicitar visita a un privado, porque hay cosas que no pueden esperar, no deben esperar. Perder el sentido de la vida, tu personalidad, dejar que las cosas se vayan apagando, es como morir en vida, siendo conscientes. Y también forma parte de las consecuencias de ésta maldita pandemia.

Os animo, a todos aquellos que os sintáis, o estéis en algún proceso similar, que no os lo guardéis, pedid ayuda, solicitad visita a vuestro centro de salud, para que también atiendan éstas necesidades y pongan recursos.

Recuerda que no eres débil, que todo el mundo tenemos un límite y que hay que apoyarse en los cercanos, pero los profesionales son los que finalmente se adaptará a cada caso.

¡¡Entre todos y todas saldremos de ésta!! ¡¡Ánimos a todos y todas!! ¡¡¡Y por muchas sonrisas sin mascarilla!!

 Xabier Fabregat Barrera es socio de infoLibre

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