LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Por qué una familia rica con tres hijos puede acceder al bono social eléctrico para familias vulnerables

Tiempo de amnistías

José Amella Mauri

En tiempos de amnistías borrascosas, nacionalismos navegando por las rutas que los Orates, de todo tiempo y lugar, resucitan, difundiendo de nuevo las grabadas en los papiros de su mítica historia, ciñéndose a ellas con inquebrantable beatitud religiosa. Dicen que son singladuras inamovibles e inviolables pues fueron esculpidas con la sangre, sudor y lágrimas de sus ancestros para la comprensión del quiénes son. 

Cada nacionalismo posee la piedra roseta mítica que su Orate difunde desde su particular minarete. Mostrando el desgastado y manoseado cuaderno de bitácora, dicen, de continuar navegando en busca de la Itaca de nuestros padres. Nada impedirá el cumplimiento de sus sueños. 

Las tripulaciones asisten a sus respectivos Orates con cierta prevención, su experiencia de marineros les dice que el viaje puede conllevar sus riesgos. Esa fe ciega del Orate les infunde, a la vez, temor y confianza. Algunos miembros desertan, y embarcan los que han interiorizado y aceptado las soflamas de su particular Orate, al igual que los monjes tibetanos en sus pagodas y estupas, repitiendo los mismos mantras una y mil veces, los graban en sus mentes como eternos mandatos divinos.

Los tripulantes que desistieron de emprender la singladura escucharon con tristeza y desánimo cómo su compañeros desde la proa de la nave les llamaban cobardes, traidores. Replicaban, cariacontecidos, que el discurso del Orate era un conjunto de citas estereotipadas, que lo evidente por sí mismo no era tal, sino un conjunto de recetas que no por repetidas dejaban de ser apaños de curandero. Que el cuaderno de bitácora era el mismo que cientos de años atrás, que los tiempos no eran los mismos, que cuando el Orate hablaba de la nación, lo hacía como si fuera un legado natural que a todos nos obligaba a defender, pero la nación es un legado cultural, y por tanto susceptible de releer y cambiar. Que no es un eterno monolito, sino algo vivo y como tal algo que nació en su momento, y que como todo ser vivo desaparecerá, nada de esto mencionó el Orate. Sí, la nación nos pertenecía a todos, pero callaba que no a todos por igual. También decía que esa pertenencia obligaba a una defensa numantina de la nación, pero omitía decir que hay muchas formas de defender una idea, y que en los combates solo mueren los soldados. Silenciaba que para defender Numancia, existían Parlamentos democráticos, que es donde reside la soberanía de la nación. Sí, esto tan sencillo también ocultaba.

Cuando el Orate hablaba de la nación, lo hacía como si fuera un legado natural que a todos nos obligaba a defender, pero la nación es un legado cultural, y por tanto susceptible de releer y cambiar

Ante la postura incrédula de los marineros del muelle, el Orate, desesperado, a voz en grito les dijo que la lengua nacional estaba en peligro, que la identidad de la nación se difuminaría. El Orate escondía su parcialidad bajo la máscara imparcial de lo-evidente-por-sí-mismo. En él, la nación es tomada como una entidad histórica con una voluntad única, un pasado compartido y un destino conjunto, elementos que hoy estarían seriamente amenazados. Todas y cada una de las piezas de su perorata eran axiomas que no precisaban de demostración. ¿Acaso no lo veis con prístina claridad? No, le contestaban, la historia no nos dice eso, serán axiomas para usted, pero para nosotros son citas ya escuchadas en otros momentos. Nosotros lo que vemos es que está en peligro la concepción inquisitorial que alardea de nación, que la ciudadanía no estaba en peligro, que estaba en peligro el sermón que lo elevó a la categoría de Orate,

Desatado, el Orate volvía sobre sí mismo y machacaba los terrones de su consabido parloteo: “Asistimos a una destrucción programada de la nación”; “Nada más perverso que esta falsa normalidad con la que se quiere hacer pasar un proceso de autodestrucción nacional”; “Existe un riesgo cierto existencial para la continuidad como nación”. Su lógica hacía pasar lo culturalmente construido por lo natural, la Historia por una Esencia, presentando el mundo dentro de un marco fabulosamente armonioso, pero se comía los naufragios que esa pretendida armonía había sufrido a lo largo de la historia, que mentar armonía era una entelequia, que esa cacareada e ideal armonía que mentaba había silenciado, callado, olvidado, asesinado a miles de esperanzas.

Finalmente, el Orate señalaba a los miembros de la tripulación que estaban en el muelle como enemigos de la nación. El Orate hacía oídos sordos de los olvidos, silencios y contradicciones que comportaba su discurso. Se agarraba al timón ancestral con la fuerza de sus atávicas y testiculares soflamas.

Las últimas palabras que escucharon los tripulantes no embarcados fueron las de la arenga que el Orate dirigía a los miembros perfectamente alineados sobre la cubierta: Los enemigos de la patria no verán cumplidos sus sueños, las calles serán nuestras, las caceroladas marcarán nuestro ritmo, allá donde haya nacionalistas habrá defensores de la patria, sus camisas negras, azules, pardas o amarillas serán las banderas de todos los que aman a la patria.

En ningún momento escucharon del Orate aludir al Parlamento, ni referirse a la Constitución o cualquier ley emanada del Parlamento. Había tantos olvidos en ese viejo discurso, sí, tan viejo como las ansias de poder y el desasosiego ante el temor por perder los derechos de los Orates de todos los tiempos y lugares.

P.D. Este artículo tiene su origen en uno de Rayco González publicado en CTXT el 3 de octubre del presente, titulado ¡MITOS! Espero que no se sienta ofendido por la interpretación y uso que he hecho del suyo.

_____________________

José Amella Mauri es socio de infoLibre.

Más sobre este tema
stats