Yo vivo con una ladrona

José Manuel López-Neira Pérez

Mi ladrona es joven, apenas una niña que empieza a respirar.

O por lo menos hace poco que está en mi vida y vive conmigo que yo sepa.

Me la anunciaron hace ya muchos meses y me dijeron que cuando viniese a vivir conmigo seria por sorpresa sin darme cuenta y que mi vida cambiaría y ella se adueñaría de todo lo que tengo y todo lo que soy.

Aquella señora simpática de bata blanca de cuyo nombre no puedo acordarme a la ladrona le puso un apellido extranjero, “Alzanosequé”  y la llamo enfermedad irreversible. 

Pero no todo es malo, ni trágico, ni siquiera de sentir pena.

De momento, cuando ella aparece y me roba un trocito de memoria, de cuando en cuando y de tarde en tarde, aunque los túneles por los que transita entonces la vida en fracciones de segundo son cada vez más largos, al menos puedo viajar a lugares donde nunca estuve o quizás no recuerdo, mitad fantasía mitad realidades borradas, vivir en ellos durante instantes amables plácidos mágicos y regresar a mi cómodo asiento del sofá de donde nunca me he levantado.

O hacer nuevos e insospechados amigos imposibles, como el rayo de sol de las once y veinte que dibuja una autopista de partículas brillantes aparecidas de la nada, para llevarlas a chocar con una de las paredes del bonito balcón de mi cocina, justo entre las dos alcayatas grecorromanas que sujetan las cuerdas del ancestral tendedero.

Cuando mi “ladrona” aparece y me deja en blanco durante unos segundos, nunca por ahora minutos completos, no tengo prisa ni me preocupo, ni corro, camino despacio pero sin arrastrar los pies, pues sé que mi rincón especial, el secreto, el de entre las cuerdas aborígenes que han visto pasar cientos de soles, siempre estará libre y a mi disposición para enfrascarme en la imposible tarea de repasar todos y cada uno de los episodios de mi vida tal y como han sido si es que fuese capaz de acordarme de alguno de ellos, tan solo de uno.

A mí me gusta ponerme en ese rincón como un reo en un paredón y dejar que mi amigo el rayo de sol me golpee sobre el rostro, durante el breve tiempo que se tarda en olvidar setenta y pico años de vida.

Apenas dos segundos.

Mi ladrona, la “niña irreversible” mientras comete sus delitos, no me apaga la luz, no me deja a oscuras, me lleva a otro sitio.

Sitios desconocidos, casi siempre de color blanco puro, llenos de luz cegadora y de asombrosas maravillas que en mi vida real ni con la más abrumadora fantasía podría imaginar.

El otro día, por ejemplo, me robó casi tres instantes de realidad, pero a cambio me permitió ser protagonista de un milagro asombrosamente excepcional.

Trataré de explicarlo siendo fiel al recuerdo que no tengo, ni sé si existe.

“Yo al verla de lejos como un ángel luminoso, como una aparición, pero triste, acurrucada en el rincón que era de mi propiedad y la del rayo de las once y veinte, con la mirada perdida, primero pensé de golpe por instinto que era solo una visión angelical, una aparición de ese cielo milagroso que algunos venden, luego pensé que por fin iba a ser cierto que aquello de quedarse en blanco y la locura era algo que transitaba en paralelo cogiditos de la mano.

En fracciones de segundo viajé a la velocidad de la luz al pasado y me pareció recordar que aquel ángel era mío, un ángel al que ya había tocado y acariciado, un ángel cotidiano. 

Cuando me fui acercando arrastrado por aquella mirada lejana que tiraba de mi hacia el rincón del balcón entre las alcayatas, parecía que el mundo giraba a más velocidad de la normal, sentí paz y miedo a la vez, me di cuenta que la desconocida con sonrisa triste tenía un rostro que no sabía de quien era pero que con certeza  podría dibujar con los ojos cerrados,  una cara y una piel cómplice y amiga íntima de las yemas de mis dedos, una desconocida de cabellos dorados que coqueteaban con el marfil que da la solera, cabellos que aun en la distancia yo ya sabía que olían a lavanda y bardana, sin saber por qué lo sabía.

La mirada de la desconocida  me invitaba a ir a ella bañándome de melaza de caña dulce, una mirada imposible de olvidar si alguna vez te ha hecho prisionero, de las que se tatúan en el corazón de por vida y que yo reconocía como parte de mi alma, de mi aliento de vida, pero que no sabía de quién era.

Me planté de pie delante de ella, dispuesto a reclamar mi rincón, pero algo me detuvo, algo tan etéreo y frágil como el poder contundente de una sonrisa apenas esbozada en unos labios similares a dos oasis en el desierto que yo estaba seguro de que había acariciado miles de veces quizás en mis sueños, o quizás nunca.

Pero en el fondo de mi ser sabía que no podía dejarme enamorar por ese amor que durante tres segundos era uno sin memoria ni recuerdo, así qué luché contra el embrujo cautivador del ángel  con mirada de dulce de leche y sacando a pasear mi compostura de tipo duro y ogro titulado le señalé con el mentón y las manos aun en los bolsillos en un gesto austero, el espacio que aquel cuerpo por el que juraría haber viajado miles de veces hasta su último rincón, ocupaba y le dije,

- estás en mi sitio.-

Aquella desconocida con la que he compartido los días más felices de mi vida, risas, juegos, aventuras y milagros diarios, mientras estuvo conmigo y después cuando se llevó mi alma en su mochila de ir a caminar por el universo

Ella, desconcertada, parpadeó, me miró triste y se movió apenas dos pasos.

Entonces de pronto una tormenta tropical de recuerdos pareció precipitarse a chorros sobre mí y me vi allí solo, pasmado, mirando a las alcayatas de la pared del balcón como un bobo, recobré la oscura luz de la lucidez y mi soledad vieja y añeja. 

Giré sobre mis pasos, fui al salón, abrí un cajón de un escritorio, busqué un álbum de fotos y allí estaba de nuevo en todas ellas, el ángel de mirada mágica del balcón, la desconocida  que unos segundos antes me quería quitar el sitio donde me encuentro con mi amigo el rayo de sol.

Aquella desconocida con la que he compartido los días más felices de mi vida, risas, juegos, aventuras y milagros diarios, mientras estuvo conmigo y después cuando se llevó mi alma en su mochila de ir a caminar por el universo.

Ahora, en mi interior estoy deseando que Alzairmita –mi “la ladrona” , como la llamo ya cariñosamente, esa que me roba instantes de lucidez– aparezca de cuando en cuando y de tarde en tarde, para salir corriendo hacia el rincón del rayo de sol y volver a vivir un segundo y medio o lo que dure media vida, prendido en la mirada real de un ángel, aunque entonces sea una desconocida.

Colorín colorado ……….

Pdta: Pido disculpas a quienes consideran estos espacios solo lugares para la crítica política, y mi usurpación clandestina de su territorio.

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José Manuel López-Neira Pérez es socio de infoLibre

Mi ladrona es joven, apenas una niña que empieza a respirar.

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