'Welcome mother nature'

Felipe Domingo Casas

El título en inglés de este artículo corresponde al proyecto que los arquitectos Fernando Porras, Aranzazu La Casta y Lorenzo Fernández  presentaron al concurso de ideas que promovió el Ayuntamiento de Madrid, presidido por Manuela Carmena,  para reformar la plaza de España y su entorno y que resultó ganador con el resultado ejecutado que ahora contemplamos los miles de madrileños, otros muchos españoles  y los turistas. Es necesario referirse a ello porque el concurso, en el que yo participé con mi voto, fue sometido a la aprobación de los madrileños, la participación fue baja y la reforma, sin terminar, tiene otro alcalde, José Luis Martínez- Almeida,  que por  entonces era un simple embrión de alcalde. Esa reforma de un espacio urbano inhóspito y deteriorado en  la capital del reino, al contrario que las plazas principales de otras ciudades españolas que se cuidan con esmero, al actual alcalde  no le interesaba por lo que  no participó ni ha mostrado especial simpatía. Los madrileños tienen el alcalde que tienen.

El título indica que el proyecto  tenía enormes pretensiones: nada menos que dotar y traer a ese espacio urbano de 100.000 metros cuadrados (creo) a la madre naturaleza. No ensalzaré lo bueno, como ha sido diseñar el desorden,  dar unidad, enlazar y peatonalizar ese espacio desde el Palacio Real hasta el templo de Debod, obviamente conseguido, sino resaltar los aspectos en los que la naturaleza no aparece  suficientemente establecida.

Sin pretenderlo, he hallado entre mis papeles dos artículos de 2018 que reflejan ese necesario ensamblaje de las ciudades con la naturaleza: uno de Joan Subirats, que titulaba “Vivir en las ciudades” y el otro de Marta Rebón titulado “Una dosis de naturaleza, por favor”.  Dice Joan:  “Las ciudades viven las tensiones del cambio de época de manera más intensa. Cada ciudad vive de manera distinta la tensión entre aquellos que la piensan desde su capacidad técnica, desde su saber racional, y aquellos que sienten y viven la ciudad desde su experiencia cotidiana”. Y Marta dice: “Los que viven en las ciudades lo saben: su ritmo es un desafío constante. En el frenesí urbano perdemos las riendas de los días. El problema que se nos plantea ya no es cómo mantener el ritmo cotidiano de la urbe, sino de qué manera combatir la fatiga mental en un entorno en el que se nos sobreestimula y nos impide poner el contador a cero”. Este espacio urbano reformado, sin interrupciones, peatonalizado,  de 100.000 metros, ayudará a disminuir la tensión, el desafío,  el frenesí que la ciudad nos crea. Veamos  las deficiencias.

Un principio básico, universalmente admitido,  es que la luz eléctrica tiene que iluminar el suelo, no el cielo. Para ello, las farolas no deberían sobrepasar los 4-5 metros de altura, como ocurre en nuestra sufrida La Palma, isla ejemplar. Ninguna de la  diversidad de farolas –y son cuatro– cumplen con ese objetivo. No esperen los madrileños mirar al cielo para ver las estrellas desde la nueva plaza de España. Se han instalado siete  postes de madera de bambú en el interior de la plaza con  una altura de  16-18 metros (a ojo) y en cada uno de ellos 10 lámparas a sus lados (no cuento la intensísima iluminación navideña) y más farolas fernandinas, a mayor altura que las ya instaladas. ¡Qué manía con recordarnos al rey felón!;  por fin, otras farolas modernas, que tendrían que ser las únicas, que por eso es una reforma  del 2021,  a las que sobra todavía un metro y, al final,  las farolas  a 25 metros de altura desde  la calle de Ferraz  como en la mayoría de las calles de Madrid, convirtiéndolas en  autovías, cuando en las autovías están desapareciendo por una  iluminación en el suelo. Todas forman parte de la contaminación lumínica que sufren las ciudades (a pesar de que las lámparas sean de baja intensidad ) y que no disminuirán la oscuridad natural de la noche. Se ha perdido la ocasión de introducir en este espacio una iluminación que nos ayudara a relacionarnos con la madre  naturaleza más virgen de los campos de la España vaciada, los bosques, los valles, los lagos.

De los lagos, sí, del agua. Del interior de la plaza ha desaparecido el agua, que en forma de cascada caía a la espalda del monumento a Cervantes y también  el estanque de su cara y se ha sustituido por un espacio verde, poco original. El agua, propia de la naturaleza salvaje, ha sido tradicionalmente incorporada a las ciudades para hacernos sentir su cercanía con ella.

Un rumor suave crea sosiego. Si el excesivo ruido es contaminante, el silencio absoluto puede también trastornar la salud, porque  la naturaleza nos ofrece ruidos sanos, como los de los pájaros. Hace dos años asistí a un paseo programado por los amplios jardines del primer depósito del Canal de Isabel II con un grupo muy amplio de vecinos de Chamberí. Y,  admirando su enorme y variado arbolado, no se oía el canto y piar de un solo pájaro. Ya que se han plantado muchos árboles, algunos muy separados, y otros, en montículos artificiales e innecesarios, la reforma es  la ocasión para introducir, además de a los gorriones , que han desaparecido y que pueden volver, algunos pájaros autóctonos que no sean  las cotorras o las palomas, para los que habría que preparar las condiciones necesarias de nidificación y alimentación en el arbolado consolidado. Pensando en ello podían haberse plantado árboles de bayas.

Escribe Joan, refiriendo palabras de Richard Sennett, que la ciudad plantea la “tensión entre la ciudad física o construida (lo que llama la ville) y la ciudad vivida ( a cité ). Por un lado, el conjunto de edificios, calles y plazas; por otro, cómo vive, transita y hace suya la gente esa realidad física. Y, en medio, esa constante posibilidad de que lo que “es” pueda convivir con lo “inesperado” Entre las tensiones que nos crean las ciudades por el cambio de época, el tráfico acaso sea la principal. No percibo que los automovilistas que por a o por b acceden desde el sur al centro de la ciudad  se sientan contentos, marchando lentamente, según he comprobado,  hasta entrar en la Gran Vía y otras vías.  Diluido Madrid Central por obra de un alcalde, que dedica el 10% de su tiempo a la ciudad y el 90% a criticar las políticas del Gobierno, Madrid seguirá teniendo un aire viciado.

Hace décadas , dice por su parte, Marta Rebón que se acumulan los estudios científicos sobre los efectos que la interacción con la naturaleza tiene en nuestra salud mental y psíquica”. Por eso en Japón iniciaron hace años lo que en español se la llama “el baño forestal”: circuitos terapéuticos en 62 parques a los que acuden hasta cinco millones de japoneses al año. Corregidos los defectos señalados, Welcome mother nature.

Felipe Domingo Casas es socio de infoLibre

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