EXPOSICIÓN

007: licencia para exponer

Sean Connery, frente al Aston Martin que puede verse en la exposición.

Cuando comenzó a escribir Casino Royale, la primera piedra de la que acabaría por convertirse en una de las mayores sagas literarias y cinematográficas de todos los tiempos, Ian Fleming tenía aparte otras ocupaciones paralelas. Sus ratos de esparcimiento los dedicaba a leer la biografía de John Dee, un alquimista, astrónomo y ocultista  reconocido como el primer agente doble de la historia del Reino Unido. En su siglo XVI, Dee mantenía correspondencia con la reina Isabel I, a quien informaba puntualmente de los avances en sus misiones. Aquellas cartas llevaban una firma en clave, dos ceros que simbolizaban un par de ojos y un siete que era el número mágico que lo identificaba. Juntos, esos tres dígitos podían leerse como “El mago observa”. En respuesta, la monarca le devolvía también a Dee sus propias misivas con una rúbrica secreta: la letra M.

La anécdota la cuenta el escritor de lo oculto Javier Sierra en la presentación de una exposición que recoge y celebra los más de 50 años de historia fílmica de James Bond a través de piezas de vestuario, maquetas, storyboards y objetos de atrezo —un flamante Aston Martin plateado incluido—, que conforman Diseñando 007: Cincuenta años del estilo Bond, abierta hasta el 30 de agosto en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa de Madrid. Traspasados a sus novelas, aquellos apodos confidenciales de la reina y el alquimista convertido en espía se transformaron en el/la jefe de los servicios secretos británicos por un lado y en el héroe, galán, y como agrega Sierra, “arquetipo” de la historia de 007, el mítico James Bond. Porque como explica el autor de La cena secreta, el personaje no es solo un icono, sino “un arquetipo que representa una idea, y que se puede traspasar de una época a otra”.

Cual “caballero medieval contemporáneo”, el hombre paradigma del estilo y la sobria elegancia de lo british, el siempre impecable Bond, James Bond, sigue en sus aventuras un esquema que, dice Sierra, se parece mucho al de las novelas de caballerías. El primer paso consiste en reunirse con M, quien le proporciona cierta información que provoca en él un cambio interior. En ese proceso de mutación aparece “el mal encarnado”, lo que da lugar a un “juego de opuestos”. Y es ahí donde entra el personaje femenino, que “sobre todo en las primeras películas y las primeras novelas”, se presenta bajo la protección del malvado. Gracias a la intervención del héroe, la historia acaba por desenmarañarse y se produce, al fin, “la unión del caballero y la princesa”. “Son ideas que llevan ahí desde la noche de los tiempos”, apunta Sierra, “y el primero que las enumeró fue Carl Gustav Jung”.

No es solo que Fleming estuviera familiarizado con las teorías del padre de la psicología analítica, sino que, incluso, llegó a traducir algunas de las conferencias que este impartió sobre el arte oculto de la alquimia, algunas de cuyas nociones insertó en sus estudios sobre el funcionamiento de la mente humana. De ahí que no resulte extraño encontrarse con personajes como Auric Goldfinger, literalmente “el dedo de oro”, una clara alusión a aquellos que practica(ba)n la ciencia de la transmutación de la materia; o con El hombre de la pistola de oro, título de una de las entregas de la saga y objeto que puede verse en la exposición, que también exhibe piezas casi legendarias como el esmoquin blanco que Roger Moore portaba en Octopussy, el traje espacial de Moonraker o el biquini naranja de Halle Berry en Muere otro día.

Trasladado al cine desde el papel, el popular personaje –inspirado en la figura de Porfirio Rubirosa, diplomático, piloto, jugador de polo y seductor dominicano— también ha vivido su propio proceso alquímico. Nació con el rostro prestado de Sean Connery, se transformó en George Lazenby, mutó después en Roger Moore, pasó a ser Timothy Dalton, se cambió por Pierce Brosnan y terminó metido en el cuerpo de Daniel Craig, quien es, curiosamente, solo el segundo actor inglés en interpretar al personaje después de Moore. El Bond rubio, de hecho, se encuentra rodando actualmente la entrega número 24 de la serie, Spectre, que se estrenará a finales de este año. De esta película contaron los organizadores que no hay ningún objeto en la muestra, porque todavía se están usando, pero no descartan la posibilidad de que alguna pieza de atrezo pudiera incluirse en el último momento.

Procedente del Barbican londinense, y con otras siete ciudades visitadas a sus espaldas, la exposición llega a un país, España, que no es del todo ajeno a las aventuras de acción y amorosas de este embajador cultural británico. En Solo se vive dos veces (1967), el autogiro de Connery sobrevuela Japón en una escena que, en realidad, fue rodada en la ciudad de Málaga. En El mundo nunca es suficiente (1999), Brosnan se pasea frente al Guggenheim de Bilbao y viaja a Cuenca –al paraje de los Callejones de las Majadas— aunque en el filme su personaje se encuentra en Azerbaiyán. Y en Muere otro día (2002), el Malecón de La Habana resulta ser en verdad una calle de Cádiz. Además, actores españoles como Fernando Guillén Cuervo (en Quantum of Solace) y sobre todo Javier Bardem y su loca peluca rubia en Skyfall, supieron ponerle el contrapunto –aunque claro, sin suerte– a este personaje único que ya va por el millón de caras.  

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