La extrema debilidad de la prensa cultural

A comienzos de esta semana, The Guardian publicaba un artículo de título ominoso: «¿La muerte de la reseña? La crítica cultural corre el riesgo de desaparecer». En el texto, Jesse Hassenger (de profesión, crítico de cine) comienza recapitulando las últimas reestructuraciones de las secciones culturales de cabeceras insignes (The Chicago Tribune o Vanity Fair), el consiguiente despido de críticos veteranos y la consabida deriva hacia el ocio y tiempo libre. Añade una cita de la jefa de cultura del New York Times realmente esclarecedora: «Nuestros lectores están deseosos de tener guías confiables que les ayuden a comprender este panorama complicado, no solo a través de las reseñas tradicionales, sino también a través de ensayos, nuevas formas de narrar, vídeos y experimentos en otras plataformas». "Traducción", añade Hassenger, "más les vale a los críticos aprender a usar TikTok. Y que no esperen escribir tantas tontas reseñas".

La reconversión de la prensa tradicional al ecosistema digital hizo estragos en todas las secciones, que en no pocos casos quedaron reconvertidas en granjas de clics. En lo cultural, eso supone, claro, llevarse bien con lo que da tráfico y no incordiar a quienes facilitan el trabajo de ese colaborador al que el periódico envía a hacer la crónica de un concierto cuya entrada no podría sufragarle. Quiero pensar que la situación ha mejorado un poco desde las sangrías de comienzos de este siglo, pero parece que las inercias mendicantes y lisonjeras de tiempos más "austeros" han venido para quedarse. La independencia, una vez que se pierde, se recupera con dificultad.

La debilidad de los medios es una pésima noticia para el sistema en su conjunto, porque deja el control de la información en manos de una parte interesada. Es problemático, por ejemplo, que una revista dependa de que tal institución financie el desplazamiento de sus escritores; porque, entonces, será el gabinete de comunicación afectado (siempre deseoso de coberturas elogiosas) quien filtre a las firmas más combativas en favor de algún «divulgador» que despache las «cinco cosas que ver» en tal reentré cultural. El cribado, claro, no se hace a las claras; y es probable que solamente el aludido se entere de que ha caído en desgracia. Un año acude uno de tus colegas en tu lugar y santas pascuas.

La debilidad de los medios es una pésima noticia para el sistema en su conjunto, porque deja el control de la información en manos de una parte interesada

El enflaquecimiento de las redacciones en favor de una constelación de freelances también favorece a quienes solo quieren canjear piropos por dos noches de hotel y una bandejita de canapés. No tener al personal en plantilla es una suerte de analgésico moral, y uno puede darle una patada en el culo a tal colaborador sin que se resientan las posaderas de la cabecera para la que trabaja. Además, muchas de las firmas habituales de los medios que usted lee no se conocen entre sí, lo que facilita las trapacerías del enemigo: yo no sé si, cuando me invitan de nuevas a ver esto o aquello, estoy supliendo la vacante que deja un colega represaliado por mis (por ahora) amabilísimos anfitriones. Y dentro de la famélica legión, suerte pidiéndole a alguien que se niegue a asistir a tal o cual convocatoria en solidaridad con vaya usted a saber qué.

¿Por qué el arte no es "cultura"?

Ver más

En su artículo en The Guardian, Hassenger se pregunta si merece la pena patalear por la desaparición de la crítica, algo que solo parece importarnos a dos o tres desubicados. «Es que al público eso ya no le importa», suelen decir los que defenestran (preventivamente) las secciones menos trendy. Hace unos años, un buen amigo me hizo notar que en la portada de El País habían empezado a aparecer artículos sobre patrimonio. La ruina de nosequé, la muralla de tal. Resultó que se leían: al respetable le bastó con que se lo ofreciesen para recordar cuánto le interesaba.

No quisiera caer en un derrotismo innecesario (que bastante mal está la cosa) pero, en los corrillos, uno se entera de maniobras asombrosas: jefes de sección que consultan con el interesado cuántos mordiscos del crítico le parecen aceptables, artículos que desaparecen de las hemerotecas porque a algún mandamás le apetece tomarse un café con el aludido o gestores públicos que boicotean sistemáticamente el quehacer profesional de cualquiera que no le toque las palmas. Tendríamos que ponernos de acuerdo: si es verdad que hemos decidido que muera el criterio y viva la publicidad, quizás podamos desquitarnos antes de echar la persiana. Dejar, en negro sobre blanco, los tejemanejes con los que nos han mortificado. Total: si se acaba el oficio, se acaba la profesionalidad.

PS: Aunque el pesimismo le hace a uno buen perfil, no quisiera acabar insinuando una derrota en la que no creo. Felizmente, los que nos dedicamos a estos menesteres no optamos al puesto creyendo que íbamos a pasarnos la jornada entre algodones, así que uno no se espanta con facilidad. Con suerte, nos ocurrirá como al acueducto de Segovia y veremos reverdecer el interés de los lectores (que, para sorpresa de nadie, distinguen muy bien entre el grano y la mercancía averiada). Que un medio como el que nos acoge haya abierto una sección de crítica semanal atestigua esta esperanza. Podemos estar tranquilos mientras el adversario solo pueda privarnos del cava y la soirée.

A comienzos de esta semana, The Guardian publicaba un artículo de título ominoso: «¿La muerte de la reseña? La crítica cultural corre el riesgo de desaparecer». En el texto, Jesse Hassenger (de profesión, crítico de cine) comienza recapitulando las últimas reestructuraciones de las secciones culturales de cabeceras insignes (The Chicago Tribune o Vanity Fair), el consiguiente despido de críticos veteranos y la consabida deriva hacia el ocio y tiempo libre. Añade una cita de la jefa de cultura del New York Times realmente esclarecedora: «Nuestros lectores están deseosos de tener guías confiables que les ayuden a comprender este panorama complicado, no solo a través de las reseñas tradicionales, sino también a través de ensayos, nuevas formas de narrar, vídeos y experimentos en otras plataformas». "Traducción", añade Hassenger, "más les vale a los críticos aprender a usar TikTok. Y que no esperen escribir tantas tontas reseñas".

Más sobre este tema