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Burgos, esa “altiva princesa”

Burgos.

Desde hace un millón de años hasta el día de hoy, Burgos estuvo allí. Quizá exageramos, pero en realidad no tanto: el exceso se puede cifrar en poco más de 15 kilómetros, los que separan la capital castellana de Atapuerca, cuna del ser humano europeo. Desde aquel homo antecessor hasta el homo sapiens, llamado también nosotros, el historiador Santos Rivas y el fotógrafo Santiago Escribano han planteado un paseo en forma de libro en el que recogen de manera resumida la historia de la ciudad, apuntalada en el diálogo que plantean las 225 imágenes incluidas con los textos que sobre ella han escrito a lo largo de los siglos literatos burgaleses y visitantes ilustres de la talla de Hans Christian Andersen, Alejandro Dumas o Federico García Lorca.

“Tenemos una ciudad única, con un alma propia y una luz espléndida”, presume Rivas, que explica por esta razón el título que han escogido para la publicación: Burgos, luz tamizada. “Santi escribe con luz, y con los versos y fragmentos literarios yo he tamizado esa luz, para dar una visión más amplia”. “Todos los que han recreador la ciudad lo han hecho desde el cariño y la admiración”, agrega el historiador. “Obviamente, los cien autores locales echan el alma, pero lo mismo ocurre con Lorca, con Alberti o con Manuel Machado”. Aunque el “talismán” tanto para propios como extraños es la impresionante catedral gótica, enclaves como el Monasterio de las Huelgas o la Cartuja de Miraflores son igualmente recurrentes en la literatura sobre Burgos, en la que, cómo no, también ha quedado retratada la vida cotidiana de sus habitantes y, faltaría, “el invierno con sus grandes nevadas”.

Lorca, quien en su segunda estancia en la capital escribió varios artículos publicados en el Diario de Burgos que pasarían a formar parte en 1918 de su primer libro, Impresiones y paisajes, confesó estar “nutrido de Burgos, porque las grises torres de aire y plata de la catedral me enseñaron la puerta estrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma”. De ruta por España, la experiencia de Hans Christian Andersen no fue sin embargo tan extática. Tras pasar por Barcelona, Valencia, Alicante, Murcia, Málaga, Granada, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Madrid y Toledo, el desembarco en Burgos dejó al autor de La sirenita literalmente helado… y eso que era danés. “La nieve caía formando pequeños montículos”, relató. “Aquí veíase un viñedo, allá un pino solitario; pensaba sin duda como yo: ¿Estoy realmente en España, en un país cálido?”

Para imbuirse en las entrañas de la ciudad, fundada en el 884 por Diego Porcelos, fotógrafo e historiador proponen una visita que se bifurca en siete caminos: el primero, Ciudad de antepasados, parte de Atapuerca para llegar a la Ciudad Castillo, la urbe que se levantó en torno a una fortaleza erigida por Porcelos y destruida en buena parte por el ejército napoleónico en el siglo XIX. De ahí, el trayecto se mueve hacia la Ciudad caminera, la articulada por el Camino de Santiago, para dirigirse a la Ciudad comercial, surgida en el siglo XV gracias entre otras cosas a que Burgos se convirtió en secana sede del Consulado del Mar. La siguiente parada la marca la Ciudad de ribera, la que fluye entre los ríos Arlanzón, Vena, Pico y Cardeña y que desemboca en la Ciudad industrial. A modo de despedida se presenta la Ciudad cultural, que enlaza nuevamente con Atapuerca a través del relativamente nuevo Museo de la Evolución Humana.   

“Intentamos mezclar lo geográfico con lo histórico, extendiéndolos ambos como una balsa de aceite”, ilustra Escribano, quien apunta que se trata este de un libro “que incita a ir caminando sobre él, incluso a los más vagos”. Se refiere el fotógrafo a lo sintético de los textos que recorren la historia de la ciudad, que cuenta con tres sitios Patrimonio de la Humanidad: la catedral, Atapuerca y el Camino de Santiago. La ruta jacobea se adentra en la urbe por el hoy por todos conocido barrio de Gamonal, que también encuentra su hueco entre las páginas de la publicación, de la que sus autores defienden su carácter de objeto de acabado de calidad. “Es un libro para ver y leer”, sentencian. Un espacio desde el que evocar, o recordar, una urbe que el viajero irlandés Walter Starkie, rendido a sus pies, no pudo sino definir como “una altiva princesa que no entrega sus favores ligeramente”.

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