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'De las calles a las urnas'

De las calles a las urnas, de varios autores (edición de Pablo Castaño).

Pablo Castaño (ed.)

infoLibre publica un extracto del volumen colectivo De las calles a las urnas, coordinado por Pablo Castaño y editado por el sello Akal. En él, cinco autores (incluido el propio coordinador) analizan el nacimiento de los nuevos partidos de izquierda europeos: Francia Insumisa en Francia, el Bloque de Izquierda en Portugal, Syriza en Grecia, el Partido Laborista de Corbyn en el Reino Unido y Podemos en España. Los analistas se centran en estudiar los condicionantes que propiciaron su surgimiento, cómo esto ha marcado su funcionamiento y qué similitudes y diferencias existen entre ellos.  

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  La respuesta popular

 

Las primeras protestas [contra las políticas de austeridad] se produjeron tan pronto como se aprobaron los primeros recortes, en 2010 –en España, los sindicatos convocaron una huelga general en septiembre de ese año–, pero durante los primeros meses las movilizaciones no fueron masivas. Fue en mayo de 2011, justo un año después de la reunión del Consejo Europeo que marcó el inicio de la era de la austeridad, cuando la oposición popular a los dictados de la Troika empezó a fortalecerse. En España, uno de los países más golpeados por la crisis debido a la sobredimensión de su sector inmobiliario y a las limitaciones de su Estado del bienestar, ya se habían producido manifestaciones importantes, como la convocada en abril de 2011 por el movimiento Juventud Sin Futuro (JSF), que denunciaba el impacto catastrófico que la crisis y la austeridad estaban teniendo en los jóvenes, condenados a elegir entre «paro, precariedad y exilio», como decía uno de sus eslóganes. Varios miles de personas participaron en la marcha, un éxito relativo que pronto sería superado por la movilización del 15 de mayo, convocada por el colectivo Democracia Real Ya y apoyada por otros movimientos, entre ellos JSF.

Bajo el lema «No somos mercancías en manos de políticos y banqueros», decenas de miles de personas se manifestaron en ciudades de todo el país. Esa noche, un grupo de jóvenes continuaron la protesta acampando en la céntrica Puerta del Sol, en Madrid, siguiendo el ejemplo del campamento que había ocupado durante meses la plaza Tahrir de El Cairo para protestar contra la dictadura de Hosni Mubarak y sus políticas neoliberales. Autores como Gerbaudo incluyen las Primaveras Árabes y las movilizaciones anti-austeridad en Europa y Estados Unidos en el mismo ciclo de movilización, que denomina «movimientos de las plazas», así como también las protestas en 2013 en Turquía y Brasil1. En las semanas siguientes, las acampadas se extendieron a otras ciudades españolas, incluidas localidades de tamaño medio con poca actividad de movimientos sociales. Durante los meses siguientes, cientos de miles de personas participaron en las asambleas y protestas del movimiento. Se organizaron manifestaciones y acciones de desobediencia civil, y se redactaron cientos de documentos y propuestas de reforma política. Dos ejes orientaban este movimiento diverso, horizontal y en ocasiones caótico: el fin de las políticas de austeridad y la profundización de la democracia, que incluía una lucha decidida contra la corrupción2. El impacto electoral inmediato del movimiento 15M fue el crecimiento de la abstención del electorado socialista, lo que permitió al Partido Popular ganar las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2011 y las generales de noviembre.

Durante los primeros años del conservador Mariano Rajoy en el gobierno, la situación política española fue explosiva. Aunque las acampadas se levantaron durante el verano de 2011, los decretos de austeridad aprobados por el Gobierno fueron desafiados por movilizaciones de una amplitud inédita. El movimiento 15M surgió de forma casi espontánea –las redes sociales tuvieron un papel fundamental en su extensión– y los actores tradicionales de la izquierda (sindicatos y partidos como Izquierda Unida) tuvieron poco que ver con su éxito inicial –eran incluso percibidos con hostilidad por gran parte de quienes protestaban–, pero acabaron estableciéndose conexiones entre estas organizaciones y la red de asambleas que estructuraba el movimiento. Como consecuencia, las dos huelgas generales de 2012, contra la austeridad y la desregulación del mercado de trabajo, combinaron el paro laboral con una movilización masiva que atrajo a sectores sociales que se habían mantenido hasta entonces alejados de los sindicatos. Actores políticos nuevos y viejos, activistas veteranos y recién llegados también se encontraron en las Marchas de la Dignidad de 2014, la última gran protesta del ciclo de movilizaciones. En Cataluña –donde el Gobierno autonómico de Convergència i Unió aplicó los recortes más duros del Estado, junto a los del Gobierno del Partido Popular (PP) en la Comunidad de Madrid–, gran parte de la fuerza desplegada durante el 15M se trasladó al ala izquierda del procés independentista, que se alimentó del mensaje anti-austeridad nacido en las plazas desde 2011.

A pesar del éxito del movimiento 15M, en el que participaron millones de personas y que en su momento álgido contó con el apoyo de más del 80 por 100 de la opinión pública3, la agenda de la austeridad dictada por la Troika fue aplicada al milímetro por el Gobierno del PP. Las protestas que tuvieron un mayor impacto concreto en ese periodo fueron las del movimiento feminista, que se opuso con éxito al intento del Gobierno de restringir el derecho al aborto: casi la totalidad de la reforma fue anulada y el ministro responsable, Alberto Ruiz-Gallardón, tuvo que dimitir. A corto plazo, los movimientos surgidos del 15M tuvieron pocos impactos sobre las políticas públicas –algunas excepciones fueron la cancelación de la privatización de hospitales en Madrid conseguida por la Marea Blanca y el éxito de huelgas sectoriales como la del servicio de limpieza de la capital, que contó con un abrumador apoyo popular–. Ante el avance imparable de las políticas de austeridad y la incapacidad de los partidos existentes de capitalizar la nueva potencia política nacida en las plazas, un grupo de activistas y profesores decidieron fundar un nuevo partido: Podemos, que es analizado por Tatiana Llaguno en el Capítulo 5 de este libro.

Dinámicas similares se reprodujeron en los demás países analizados aquí. En Francia, como ya se ha señalado, las medidas de austeridad fueron menos drásticas que en el sur de Europa. Sin embargo, entre 2010 y 2011 se produjo el mayor movimiento social desde 1995, contra la reforma del sistema de pensiones impulsada por el Gobierno de Nicolas Sarkozy. Los sindicatos franceses, conocidos por ser de los más combativos de Europa, consiguieron sacar a la calle a millones de personas durante meses, y las huelgas se sucedieron con frecuencia. Sin embargo, a diferencia del movimiento de 1995, el Gobierno no cedió y la reforma siguió adelante. La principal consecuencia electoral fue la derrota de Sarkozy en las elecciones presidenciales de 2012, en las que el candidato del Frente de Izquierdas, Jean-Luc Mélenchon, obtuvo el 11 por 100 de los votos. Ganó el socialista François Hollande, que durante la campaña llegó a afirmar que el mundo de las finanzas era «su enemigo», lo que despertó cierta esperanza de un giro social en la política económica francesa.

La ilusión duró poco: con Manuel Valls como primer ministro y Emmanuel Macron como ministro de Economía, la política de Hollande se caracterizó por las ayudas millonarias a las grandes empresas, la desregulación económica y la aprobación de una reforma laboral copiada de la de Mariano Rajoy, una senda neoliberal que ha sido continuada y profundizada por Macron a partir de 2017. En 2016 se produjo un nuevo ciclo de huelgas y manifestaciones sindicales contra la reforma laboral impulsada por Valls. Aunque las movilizaciones no fueron tan masivas como las de 2010-2011, una novedad sorprendió al país: nació Nuit Debout (Noche en Pie), el movimiento de las plazas francés. Cinco años después del 15M y de Occupy Wall Street, activistas e intelectuales organizaron la ocupación de la emblemática plaza de la República. El movimiento sólo duró unos meses y no consiguió detener la reforma laboral, pero contribuyó a difundir propuestas políticas de izquierda en la sociedad y a deslegitimar al Partido Socialista, que en un año se convertiría en una fuerza marginal. Mientras tanto, el veterano político ecosocialista Jean-Luc Mélenchon fundó Francia Insumisa, un nuevo partido populista de izquierda que sería la principal sorpresa en las elecciones presidenciales de 2017, como se explica en el Capítulo 1.

La evolución política portuguesa fue muy similar a la española. Mientras en Madrid Juventud sin Futuro salía a la calle para protestar contra la precariedad y el paro juvenil, el movimiento Geração à Rasca («generación arruinada») lo hacía en Lisboa, en una de las mayores manifestaciones desde la Revolución de los Claveles que derribó la dictadura de Salazar en los años setenta. El programa de ajuste impuesto por la Troika a Portugal fue el segundo más duro de Europa, después del de Grecia, lo que explica la magnitud de las protestas contra la austeridad –varias manifestaciones reunieron a cientos de miles de personas, una cifra récord en un país de diez millones de habitantes–. Como en España, la crisis política desatada por la austeridad benefició inicialmente a la derecha. En 2010 y 2011 gobernaba el socialista José Sócrates y fue él quien aplicó las primeras medidas de austeridad, lo que le hizo perder las elecciones anticipadas de 2011. Durante los años siguientes, las protestas masivas se vieron acompañadas de un proceso de maduración del Bloque de Izquierda, un pequeño partido antineoliberal que existía desde 1999. En 2015, el Bloque obtuvo más del 10 por 100 de los votos, adelantando al histórico Partido Comunista y obligando al PS a gobernar con el apoyo de la izquierda, como explica Catarina Príncipe en el Capítulo 2.

La crisis griega es tristemente célebre. Como se ha explicado antes, el ataque de la Troika hundió totalmente la economía del país, que ya estaba muy debilitada por el impacto de la crisis financiera. Las recetas de la Troika convirtieron la crisis económica en una emergencia social y humanitaria, impensable pocos meses antes en un país de la Unión Europea. Aunque las protestas habían empezado con anterioridad, el ejemplo del 15M español inspiró la ocupación en 2011 de la plaza Syntagma, frente al parlamento griego en Atenas. Además de manifestaciones, ocupaciones de plazas y acciones de desobediencia civil, los movimientos anti-austeridad griegos organizaron servicios autogestionados para intentar sustituir los centros médicos y otros servicios públicos cerrados como consecuencia de unos recortes sociales draconianos. La Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) se convirtió en el altavoz de los movimientos en el parlamento y fue la principal beneficiaria del desencanto con los partidos tradicionales y, más concretamente, del hundimiento del PASOK (Partido Socialista). Syriza experimentó un gran avance en las elecciones de 2012 y ganó las de 2015, despertando una oleada de esperanza en toda Europa. Pero la alegría duró poco tiempo: la Troika rechazó los planes alternativos propuestos por el ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, para reembolsar el rescate financiero. El primer ministro Alexis Tsipras sometió a referéndum el memorando con la Troika y el pueblo respondió oxi («no»), mostrando su voluntad de romper a cualquier precio con las imposiciones de las instituciones europeas y el FMI. Sin embargo, Tsipras desobedeció el mandato popular (y de su partido) y aplicó el memorando. Leandros Fischer y George Souvlis analizan esta derrota histórica en el Capítulo 3, con el objetivo de proporcionar herramientas de análisis a la izquierda europea para evitar fracasos similares.

La evolución política ha sido diferente en Reino Unido, el último de los casos estudiados, tanto por las peculiaridades de su sistema político como por su menor grado de integración en la Unión Europea –Reino Unido no pertenece a la Eurozona y siempre ha mantenido una mayor autonomía política respecto a las autoridades de la UE que otros Estados miembros–. A pesar de tener su propia moneda y, por lo tanto, no estar sometido a las directrices del Banco Central Europeo, el Gobierno conser-vador de David Cameron aplicó drásticas medidas de austeridad, después de llegar al poder tras las elecciones de 2011 gracias a una coalición con el Partido Liberal-Demócrata de Nick Clegg. Las protestas anti-austeridad británicas tomaron una forma diferente que en otros países: fueron los estudiantes los primeros en salir a la calle de forma masiva, como respuesta a la desorbitada subida de tasas universitarias aprobada por el Gobierno. Tras los estudiantes, se manifestaron decenas de miles de personas, convocadas por organizaciones y plataformas como la Coalición de Sindicatos. El «movimiento de las plazas» británico, Occupy, atrajo mucha atención mediática, pero fue menos masivo y duradero que el de España o Grecia. En Escocia, el sentimiento anti-austeridad y anti-élite fue expresado sobre todo por la campaña a favor del «sí» en el referéndum de independencia celebrado en 2014.

Debido a las peculiaridades del sistema político británico, el cambio político producido por las protestas no tomó la forma de la creación de un nuevo partido, como en España o Francia, ni el ascenso electoral de pequeñas formaciones preexistentes, como el Bloque de Izquierda en Portugal y Syriza en Grecia, sino que se produjo una transformación del Partido Laborista. El sistema electoral uninominal (un diputado por cada circunscripción) británico penaliza a los pequeños partidos, por lo que los cambios en el ala izquierda del tablero político suelen tener lugar dentro del Partido Laborista. Desde la llegada al poder de Tony Blair a principios de los 90, el partido había abrazado las recetas neoliberales –no en vano, Margaret Thatcher dijo que Blair era su mayor logro– y apoyó las principales medidas de austeridad de Cameron a partir de 2011. Sin embargo, el aparente consenso neoliberal dentro del laborismo mostró su fragilidad tras la derrota electoral de 2015, cuando el hasta entonces desconocido Jeremy Corbyn ganó contra todas las expectativas las primarias del partido, con un mensaje de renovación política y una oposición clara a la austeridad. Había nacido el corbynismo, un fenómeno que analiza Lewis Bassett en el Capítulo 4.

A pesar de las diferencias entre los contextos nacionales, objetivos concretos y modos de protesta de los distintos movimientos anti-austeridad europeos, los parecidos son suficientes para enmarcarlos dentro de un mismo ciclo de movilización, como hace Paolo Gerbaudo en su libro The Mask and the Flag4. Con la metáfora de la máscara y la bandera, Gerbaudo señala las que considera las dos principales corrientes ideológicas que alimentaron los movimientos del ciclo 2011-2016: el neoanarquismo (simbolizado por la máscara de Guy Fawkes presente en muchas protestas) y el neopopulismo (representado por las banderas nacionales que exhibieron a menudo los manifestantes). Dos tradiciones políticas aparentemente opuestas se encontraron en los «movimientos de las plazas» y otros movimientos anti-austeridad, que combinaban la horizontalidad y el rechazo de los liderazgos individuales con la reivindicación de la soberanía nacional frente a la Troika y el establecimiento de una división entre el pueblo y la oligarquía, simbolizada por el eslogan «Somos el 99%».

Muchos de los activistas que impulsaron los movimientos anti-austeridad habían participado en el movimiento antiglobalización de los años 90, y la respuesta de la UE a la crisis confirmaba la validez de la crítica del movimiento a la globalización neoliberal. Sin embargo, como señala Gerbaudo, el ciclo de movilizaciones 2011-2016 fue muy distinto del movimiento antiglobalización, entre otras cosas porque tuvo la vocación de atraer a amplias capas de la sociedad frente a un activismo antiglobalización minoritario centrado en protestar contra las cumbres de las instituciones responsables de la desregulación financiera y comercial que define la globalización neoliberal (Organización Mundial de Comercio, G7, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial). Esta vocación de mayorías de los «movimientos de las plazas» facilitó que la potencia política desplegada en las calles entre 2011 y 2016 fuese aprovechada por partidos políticos anti-austeridad, nuevos o previamente existentes. No es casualidad, por lo tanto, que en todos los países estudiados el ciclo de movilizaciones tuviese consecuencias inmediatas en el ámbito político-electoral.

  De las calles a las urnas: los dilemas de la nueva izquierda anti-austeridad

Como se explicará a lo largo del libro, Francia Insumisa, el Bloque de Izquierda, Syriza, el Partido Laborista de Jeremy Corbyn y Podemos presentan importantes diferencias, determinadas tanto por sus contextos nacionales como por las decisiones de sus militantes y dirigentes. Sin embargo, los cinco partidos comparten rasgos destacados y, sobre todo, se enfrentan a dilemas estratégicos, ideológicos y organizativos comunes, para los que el ejemplo de partidos hermanos puede resultar útil.

Los cinco partidos se encuentran con el mismo dilema político-electoral, que Xavier Lafrance y Catarina Príncipe denominan la «estrategia dual»5. Las nuevas formaciones políticas antiausteridad tienen que atraer a la vez a dos sectores del electorado: antiguos votantes de los partidos socialdemócratas desencantados con su giro neoliberal y votantes antisistema, desencantados con el sistema político en general. Esta dicotomía encierra otra: la necesidad de mantener a la vez un perfil institucional, de partido de gobierno capaz de sustituir de manera eficaz y fiable a la moribunda socialdemocracia, y un perfil de protesta, es decir, presentarse como el partido de «los de abajo», capaz de representar los intereses de quienes sienten que el sistema político nunca se ha ocupado de ellos. En términos de programa, los dilemas de la estrategia dual se manifiestan en la necesidad de defender reformas que mejoren inmediatamente la vida de la gente, paliando los efectos más dañinos de la austeridad, mientras se mantiene como objetivo final la superación o al menos la transformación profunda del sistema capitalista.

Las posturas de los distintos partidos estudiados respecto al euro y la Unión Europea muestran la dificultad de aplicar esta estrategia dual en la práctica política. Todas las organizaciones analizadas en este libro defienden una reforma profunda de la Unión Europea, no la salida de la UE. En el caso británico, el Brexit ha colocado al Partido Laborista (y a los tories) en una situación complicada, ya que Jeremy Corbyn hizo campaña contra el Brexit pero ha declarado que acepta el resultado del referéndum y su objetivo es que la salida del Reino Unido de la UE sea lo menos traumática posible –además, el Brexit es percibido por muchos dirigentes laboristas como una oportunidad para aplicar el programa anti-austeridad de Corbyn sin los límites impuestos por las autoridades comunitarias–. Por su parte, Syriza pasó de una postura de crítica radical a la Troika a firmar un nuevo memorando que incluía brutales medidas de austeridad. Podemos, Francia Insumisa y el Bloque de Izquierda tienen ligeras diferencias respecto a la UE: mientras Podemos no contempla la salida de la Eurozona, esta posibilidad es defendida por importantes sectores del Bloque portugués y de Francia Insumisa, si fracasasen los intentos de reformar en profundidad los Tratados europeos. Sin embargo, la prioridad compartida de reformar la UE ha llevado a los tres partidos a formar una alianza para las elecciones europeas de 2019.

Además del contexto europeo, los partidos estudiados en De las calles a las urnas se enfrentan a una situación similar en relación a la movilización social: tras las protestas masivas de los años 2011-2014 –que en Francia se prolongaron hasta 2016–, la mayoría de los movimientos anti-austeridad se han disuelto, mientras los sindicatos tradicionales han continuado el proceso de debilitamiento iniciado en la década de los ochenta. En el actual periodo de reflujo de la movilización popular en Europa, movimientos tan distintos como el feminismo español, que ya ha protagonizado dos históricas huelgas de mujeres, y los «chalecos amarillos» franceses dan razones para la esperanza, igual que las huelgas de estudiantes que se están extendiendo por Europa para exigir políticas efectivas contra el cambio climático. Como decíamos antes, los movimientos sociales no son suficientes para conseguir cambios políticos duraderos en la Europa de hoy, pero son necesarios, y la escasez de movilizaciones sociales progresistas de carácter masivo supone un obstáculo adicional para los partidos de la izquierda anti-austeridad. En este contexto, varios de los partidos estudiados en el libro han puesto en marcha innovaciones organizativas orientadas a potenciar la participación ciudadana, cuestionando las estructuras partidistas tradicionales. Sin embargo, también han vuelto a aparecer problemas clásicos como la oligarquización identificada por Robert Michels hace casi un siglo6, como se verá a lo largo del libro.

Vivimos una época de claroscuros. El crack del 2008 y la crisis económica y social que produjo han hecho que se tambalee el neoliberalismo, pero el modelo económico impulsado por Margaret Thatcher y Ronald Reagan a ambos lados del Atlántico sigue en pie. Además, han surgido nuevos intentos de resucitar el neoliberalismo, como Ciudadanos en España y La República en Marcha en Francia. Para algunos, la derrota de Syriza en 2015 marcó el final del ciclo de contestación democrática y antineoliberal iniciado en 2011. Además, en los últimos años la extrema derecha ha capitalizado buena parte del descontento popular con el neoliberalismo, experimentando preocupantes progresos en varios países y llegando al poder en algunos. Sin embargo, la izquierda anti-austeridad también ha avanzado, mientras el centro político sigue hundiéndose. El mismo año en que Syriza era derrotado por la Troika, el Bloque de Izquierda portugués forzaba la formación de un Gobierno progresista que, a pesar de sus límites, ha suavizado la austeridad y ha conseguido sacar al país de la depresión (económica y moral). En España, Podemos no consiguió «asaltar los cielos», pero se ha convertido en un actor central del sistema político y ha obligado al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a adoptar una orientación socialdemócrata que parecía impensable hace pocos años, además de gobernar con éxito las principales ciudades del país en coalición con fuerzas municipalistas. Por su parte, Jean-Luc Mélenchon consiguió en 2017 un resultado electoral inédito para la izquierda anti-austeridad, desafiando el monopolio que parecía tener el ultraderechista Frente Nacional en la representación del descontento del electorado francés. Aunque quizá la mayor sorpresa en esta vertiginosa etapa para la izquierda europea haya sido el inesperado ascenso de Jeremy Corbyn, que en las elecciones de 2017 se quedó a las puertas de la victoria. Estos cambios trepidantes sugieren que sigue existiendo la ventana de oportunidad política que abrieron los movimientos anti-austeridad en las calles y plazas de Europa. Ni la perpetuación del neoliberalismo ni el ascenso de la extrema derecha son inevitables: el futuro de Europa sigue abierto. Como canta Habeas Corpus, «no es tiempo de llorar, es tiempo de pelear».

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1. P. Gerbaudo (2017), The Mask and the Flag: Populism, Citizenism and Global Protest, Oxford/Nueva York, Oxford University Press.

2. C. Monge Lasierra (2017), 15M: un movimiento para democratizar la sociedad, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza.

3. F. Garea (2011), «Apoyo a la indignación del 15M», El País.

4. Gerbaudo, op. cit.

'Nacionalpopulismo'

'Nacionalpopulismo'

5. X. Lafrance y C. Príncipe (2018), «Building “Parties of a New Type”: A Comparative Analysis of New Radical Left Parties in Western Europe», en C. Gray (ed.), From the Streets to the State: Changing the World by Taking Power, Albany, NY, Suny Press.

6. R. Michels (2017) [1914], Los partidos políticos: un estudio sociológico sobre las tendencias oligárquicas de la democracia moderna, Buenos Aires, Amorrortu Editores.

 

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