'Secretos de un escándalo' lleva al cine el caso de la profesora que abusó de su alumno y luego se casó con él

Natalie Portman y Julianne Moore en 'Secretos de un escándalo'.

En 1967, teniendo espantosamente reciente el estreno, Susan Sontag se atrevió a analizar Persona. Enfrentada a la críptica sucesión de imágenes que abrían el film de Ingmar Bergman, la escritora llegó a distinguir un antes y un después audiovisual, y fue capaz de extrapolarlo a una inquietud que estaría marcando todo el arte contemporáneo. “Una vez demolidas las estructuras decimonónicas de argumento y personajes se ha desatado este tipo de preocupación ‘formalista’ por la naturaleza y las paradojas del cine en sí mismo”, escribió Sontag, celebrando una “liberación de nuevas energías de sensibilidad y pensamiento”. Persona, con su posterior drama entre dos mujeres cuya identidad se entremezclaba, ha sido citado por Todd Haynes como gran referente de Secretos de un escándalo.

Sin embargo, y ateniéndonos a la recepción de la última película del cineasta, parece ser más socorrido echar mano de un texto algo más famoso de Sontag, Notas sobre lo camp. Haynes, partiendo de un guion de Samy Burch, habría vuelto sobre un acontecimiento muy mediático en los Estados Unidos de mediados de los 90 para articular un examen irónico de los entretenimientos catódicos de derribo, tanto en la vertiente más actual del true crime como en formas más tradicionales de telefilmazo. Según esta operación, Secretos de un escándalo sería una intriga conscientemente exagerada, una farsa, que buscaría invocar la burla cómplice desde el estilizado sufrimiento de los personajes. Solo que a Haynes no parece agradarle que la película sea leída de esta forma.

Y veamos. Es cierto que la historia rememorada es muy seria. Mary Kay Letourneau fue descubierta en una relación con Vili Fualaau en 1996, cuando ella tenía 34 años y él 12. Es decir, un claro caso de abuso sexual. Letourneau fue arrestada y condenada por estupro, pero en la cárcel dio a luz a dos hijas de Fualaau y cuando salió ambos contrajeron matrimonio, nueve años después. Letourneau y Fualaau se han convertido en Julianne Moore y Charles Melton para Secretos de un escándalo, dando inicio la película cuando una ambiciosa actriz (Natalie Portman) pretende estudiar su convivencia de cara a interpretar al personaje de Moore (aquí llamado Gracie Atherton-Yoo) en una futura película que recreará el caso. La relación simbiótica establecida entre Moore y Portman remitiría a la de Liv Ullmann y Bibi Andersson en Persona.

Estas rimas propuestas por el mismo Haynes se deben a que el director de Poison es, ante todo, un intelectual. Pero, por mucho rigor o respeto que deposite en la construcción de los personajes, una de las primeras escenas de Secretos de un escándalo halla a Moore abriendo la nevera y, luego un zoom al que acompaña un infartante contrapunto musical, manifestando su angustia ante el hecho de que se están quedando sin perritos calientes. Por supuesto que Secretos de un escándalo es camp. Por supuesto que conjuga voluntariamente el humor negro e incómodo, y por supuesto que se ríe de una serie de coordenadas estéticas.

Para terminar de confirmarlo cabe reparar en la presencia de Will Ferrell como productor, varios años después de protagonizar junto a Kristen Wiig Adopción peligrosa: un telefilm de Lifetime que se chacoteaba del resto de telefilms de Lifetime con la sola presencia de los comediantes al frente. Pero Adopción peligrosa era solo una broma, y Haynes quiere picar más alto que eso. Toda la diversión que dispensa Secretos de un escándalo, todos sus jugueteos posmodernos —la fotografía plana o la mencionada música, compuesta por los arreglos para piano que Michel Legrand le dedicara a El mensajero en 1971—, obedece a una reflexión que selecciona complicidades desde este talante burlesco. Primero para iluminar un cierto estado de las cosas, y luego para sobrecoger con sus implicaciones.

Secretos de un escándalo vuelve sobre una vida en pareja que ha devenido imagen consumible, condenando a sus integrantes a desempeñar papeles hipermediados por el sensacionalismo y conduciéndolos a una cadena interminable de representaciones. La actriz de Natalie Portman, fascinada por lo que presencia en el hogar de los Atherton-Yoo, se propone capturar la verdad profunda tras todo este este circo aun siendo consciente del cinismo de su gesto, y nos guía por las interioridades de un espectáculo que al desmantelarse no solo revela máscaras y más máscaras sino también, poco a poco, un profundo dolor. Ahí radica la auténtica maestría de Haynes, en su capacidad para vislumbrar una verdad afectiva entre tanta monstruosidad rizomática.

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Películas previas como Lejos del cielo y Carol eran homenajes concienzudos, miméticos, al melodrama clásico hollywoodiense. Haynes se desvelaba en ellos como un erudito de la semiótica y la detección de condicionantes visuales, pero eso no implicaba necesariamente que hubiera una distancia. Del mismo modo que la afloración de maquillajes glam y las diversas facetas de Bob Dylan —en el díptico Velvet Goldmine/I’m not there— no obstaculizaban la admiración genuina por la música que produjeron, Lejos del cielo y Carol emocionaban de forma sincera, por el poder de la ficción y sus personajes. Ocurre también en Secretos de un escándalo, donde todos los ensayos que se puedan escribir sobre la sociedad del espectáculo y la cultura del tabloide son trascendidos por la mirada de Melton.

Su interpretación, de una humanidad desbordante en registro distinto al de Portman y Moore —enzarzadas efectivamente en un duelo bergmaniano que quita la respiración, por el suspense y el ocasional cachondeo—, ofrece los alicientes oportunos para que esta deconstrucción de la deconstrucción sea significativa y duela. Porque de lo que se trata al final es de rastrear un dolor. Un dolor social, un dolor humano, que ha adquirido tal complejidad en el medio siglo transcurrido desde el estreno de Persona como para que Haynes deba hacer acopio de aquellas energías estudiadas por Sontag. 

Energías que han proyectado la expresión cinematográfica a un lugar equívoco, donde ni siquiera el camp sirve para resolver del todo la ecuación. Pero energías que, en definitiva, siguen siendo útiles para entender por qué nuestro mundo está cada vez más desquiciado. 

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