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Cómplices se va tras 29 años de historias LGTBIQ+: “Al principio fuimos más psicólogas que libreras”

La catalana Connie Dagas y la danesa Helle Bruun, el tándem tras la primera librería queer de Barcelona: Cómplices

La Cómplices deja de existir. Connie Dagas y Helle Bruun venden todos los libros que pueden hasta fin de año, bajan la persiana y se llevan los recuerdos de toda una vida dedicada a su sueño cumplido: montar una librería LGTBIQ+ en el centro histórico de Barcelona. Y así ha sido. Esa es su satisfacción. La librería Cómplices pone fin a sus días tras 29 años de activismo. Ese es su mérito, que no es poca cosa. Han escrito un pedazo de la historia, al ser la segunda librería de este tipo en España, solo por detrás de la madrileña Berkana —ellas abrieron en abril de 1994, mientras que la de la capital lo hizo en diciembre de 1993—.

Se van tranquilas de su segunda casa, el número 4 de la calle Cervantes. Marchan porque se jubilan… a medias. La editorial que también levantaron de la nada, Egales, seguirá. “Estamos abrumadas. Es difícil. Nos sentimos emocionadas, cansadas, estresadas…”, resume Connie Dagas a infoLibre. “Estos días hacemos sesión de lágrimas con los clientes”, dice mientras sonríe. Su compañera de aventura, Helle Bruun, hace que ‘sí’ con la cabeza muchas veces, mientras ríe a carcajada limpia.

“La gente está muy agradecida y también triste, porque dice: ¿Y ahora dónde vamos, con quién vamos a hablar?”, cuenta Bruun. Nada puede reemplazar el trato de estas dos libreras, pero afortunadamente ellas labraron un camino que ha permitido que en otras zonas de la ciudad haya más espacios como este. Es el caso de  Antinous, que abrió en 1997 en Ciutat Vella y ahora está en el Eixample. O en la periferia de la ciudad, en Nou Barris, la librería transfeminista y LGTBI  Acció Perifèrica, que inauguró este mismo 2022 el activista vecinal José Antonio Martínez Vicario.

1994, cuando abrir la puerta era un gesto de valentía

Los inicios, allá por la segunda mitad de la década de los 90, no fueron fáciles, ni para ellas ni para los lectores. “En cierto modo nos decepcionamos, porque pensábamos que la gente iba a tener mucha curiosidad, como pasó en Nueva York, París o Londres, pero aquí costó mucho que la gente entrara, tenían miedo a que los vieran entrar en una librería LGTBI”, rememora Bruun. Para hacer ‘promo’, ni influencers ni publicidad en Instagram, Twitter o Spotify. Nada de eso existía. Por eso tiraron de papeles pegados a todos los postes con los que se cruzaban, flyers que repartían por los bares de ambiente de la zona, así como por la asociación Casal Lambda, con 46 años de historia de lucha por el reconocimiento de les derechos y para las libertades del colectivo LGTBI.

Otro qué fue cómo ganarse la vida con ello. “Tardamos muchos años en llegar a este punto”, cuentan. Mientras tanto: “Sin tomar cafés, con pasta y huevo…”, relatan entre sonrisas. “La gente desde fuera pensaba que todo era mucho glamour, porque, claro, la gente gay, con tanto dinero… yo decía: mucho dinero sí, pero para libros tampoco”, remata Dagas.

Poco a poco fueron abriendo hueco. Tanto que este lugar sirvió de refugio para muchos: “Había mucha gente con ganas de hablar. Para muchos fuimos las primeras personas a las que les contaban que eran gays, eso nos ha pasado, muchísimas veces”, afirma Bruun. “Piensa que la librería ha sido un lugar donde la gente se sentía realmente libre para poder hablar de sus sentimientos. Durante los primeros cuatro o cinco años fuimos más psicólogas que libreras”, asegura Dagas.

Era una época en la que contar quien uno era, depende cómo, se pagaba con la expulsión del hogar: “Todo esto afortunadamente ha cambiado, después de la pandemia ha venido aquí muchísima gente joven y nos encanta poder ver que vienen con sus padres e incluso con sus abuelos. Eso antes no pasaba… nunca”, aseguran.

¿Por qué Cómplices? Bien sencillo: “Tenía que ser un nombre que ella [Connie señala a Helle] pudiera pronunciar. No olvides que es danesa y su castellano cuando abrimos dejaba mucho que desear”, confiesa Dagas, entre risas. “Cómplices era fácil y es un nombre internacional, que es fácil de pronunciar en francés e inglés y nos pareció súper adecuado porque, al final, lo que queríamos con la gente era la complicidad“. Todo empezó cuando se conocieron ambas, haciendo de canguro de niños en Inglaterra. Allí las dos compartieron su sueño de abrir una librería.

La vida las llevó por distintos caminos: Dagas siguió en Londres, mientras que Bruun se fue a Malta con su mujer, española. Finalmente el destino las llevó a Barcelona, y ahí todo se gestó, con la ayuda de unos amigos que tenían el local y que se lo alquilaron a precio de amigo. “Conocemos librerías que están apuradas todo el rato y si tienes muchos gastos no tienes sueldo y ya es un círculo que no... con gastos bajos y una editorial sobrevivimos dos, pero justas”, declara Bruun.

Egales, el bote salvavidas

Egales fue como un bote salvavidas. “Helle tuvo la brillante idea de decir: oye, o creamos una editorial o esto no funciona”, explica Dagas. Y a partir de ahí empezó a cambiar la cosa. Un escollo fue que por aquel entonces los títulos LGTBIQ+ eran sobre todo en inglés, mientras que la literatura en castellano renqueaba. Y Egales fue un arroyo para que las obras se tradujeran, además de abrir paso a nuevos escribanos.

La editorial se fundó en 1995 de la mano de Cómplices y Berkana. Actualmente dispone de más de 350 títulos distintos, en lo que se ha convertido “en todo un referente para el público LGTBIQ+ no solo en España sino también en Latinoamérica”.

Mientras discurre la conversación, Dagas y Bruun se van turnando para atender a los clientes, algunos amigos, que estos días vienen a decir adiós —y a llevarse algunas lecturas navideñas con un descuento del 20%—. “Siento que cerréis”, le dice uno a Dagas, que le explica que ahora van a tener más tiempo para ellas y que están contentas. Mientras, en cuestión de horas el largo pasillo lleno de color y títulos llamativos que configura la librería dará paso a otras manos, dedicadas quién sabe a qué menesteres.

“Fui por primera vez en 2007, para comprar unas novelas gráficas de Sebas Martín”, recuerda Oriol Osan, otro amante de la Cómplices, que “era un destino en el cual sabías con casi toda certeza que aquel título extraño que por motivos obvios te interesaba lo encontrarías con casi toda seguridad”. “Es de aplaudir esta trayectoria, militancia y activismo que han tenido siempre, pero cuando cierra un equipamiento cultural es motivo de tristeza”, lamenta.

Las bibliotecas también son un tentáculo más del propósito de estas dos libreras de acercar la literatura LGTBI a todos los públicos. Y en esas ha habido fieles, como la biblioteca de la Sagrada Familia en Barcelona y la del Clot, como cuentan ambas. “Ahora ya hay otras alrededor de Barcelona, en Santa Coloma de Gramanet, Manresa, Sabadell…”, enumeran. “Se nota que también empieza a haber un cambio de generación en las bibliotecas”, opina Bruun. “Son casi 30 años, ha pasado mucho”, reflexiona.

De todos modos, mucho queda aún por hacer. Y uno de los aspectos claves para ambas libreras, hacer que los lectores heterosexuales se interesen por las historias LGTBIQ+. “De la misma manera que siempre hemos leído literatura heterosexual, no entendemos por qué ellos no pueden hacer lo mismo con la LGTBI”, reflexionan.

Y ahora, ¿qué?

¿Dónde está la historia LGTBI?

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El trasiego del tener que vender y empaquetar les nubla la vista sobre qué es lo que harán pasadas las fiestas. “Todavía no hemos tenido tiempo de pensarlo”, reconocen. “Leer más libros”, suelta Bruun. “Y pasear, ver a los amigos, ir a presentaciones de libros a las que no hemos podido ir durante años…”, le sigue Dagas. Sin olvidar su trabajo al frente de Egales.

“Queremos aprovechar para agradecer a toda la gente que hemos tenido durante estos años porque gracias a ellos nosotras hemos podido estar aquí, así que el favor es mutuo. Esto no se puede olvidar, sin clientes nosotras no existiríamos”, recuerdan.

Y el futuro... pinta bien, según ellas. “Hace un par de años no lo veía, pero ahora sí. Hay mucha gente joven que está empezando otra vez con el activismo, que estaba un poco dormido, así que soy optimista”, piensa Bruun. “Es un placer poder cerrar y ver esta gran diferencia, que han cambiado muchas cosas”, dice Dagas. “Cuidado que hay que estar muy alerta y no se puede bajar la guardia, porque es entonces cuando te quitan los derechos”, pide. Mientras, el ir y venir de clientes, que ya son familia, no cesa.

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