Poesía

¿Qué esconde una servilleta de papel?

Kepa Murua junto a la editora de Olifante, Trinidad Ruiz

Convivimos con ellas prácticamente sin mirarlas, sin contemplarlas. Parecen de usar y tirar. Su utilidad se reduce a los pocos segundos necesarios para eliminar cualquier resto de suciedad originada por bebidas o alimentos. Son, en definitiva, meras servilletas de papel. Sin embargo, su superficie no es lo que parece. O no en todos los casos. Algunas todavía guardan sueños, amores, amistades y poesía. Mucha poesía.

“Las servilletas de los bares son frágiles: una vez que la gente se limpia los dedos y los labios, se tiran sin más al suelo”. Es la visión que cuenta a infoLibre el poeta guipuzcoano Kepa Murua, quien, en su Poemas de la servilleta (Olifante, 2016), revive sus orígenes en el mundo de las letras y cómo construyó su pasión por el oficio.

“Uno comienza a escribir porque siente que quiere ser escritor mientras lee”, señala Murua, quien recuerda cómo redactó sus primeros versos en las servilletas de papel de los bares a los que acudía con sus amigos: “Era un joven estudiante que escribía en las servilletas, con un bolígrafo azul, mientras los demás bebían y reían sin parar. No es que me disgustara la risa o que rechazara la alegría, pero me llenaba mucho más escribir de mis sentimientos en un papel en blanco”.

Y así lo hizo. Tanto que de aquellos primeros versos que hoy ya no recuerda, fue construyendo inconscientemente sus libros más actuales. El último, Poemas de la servilleta, es un ensayo “que viaja del pasado al futuro, y viceversa, para entreabrir viejos cuadernos, mostrar costumbres y rituales a la hora de escribir y entender el arte”, comenta, pero que también sirve de apoyo a aquellos escritores noveles que ven en su vocación un arduo camino por recorrer.

A ellos les pide que escriban, que no frenen en su camino, que sean constantes y que tengan paciencia por ver los resultados porque nada es comparable con la satisfacción de ver una obra cerrada. Aunque en el libro reconoce que “el oficio de escritor es de una inestabilidad constante” y que “no se debe recomendar a nadie”, no duda en asegurar que también se puede ser feliz. El problema es que no todo el mundo está dispuesto a esperar hasta la meta.

“Observo que la gente va con prisa de un lado a otro y que la mayoría de las personas quieren conseguirlo todo de inmediato– señala–. Pero la escritura, como el arte o el conocimiento, necesita de tiempo para madurar”. Por eso entiende que “con paciencia, incluso los más inquietos logran lo que no se sospechaba que se podría obtener en un principio”. ¿Cuál es el problema, entonces? “Que ya no se lee”, sentencia.

“La literatura es minoritaria en un mundo donde se constata que el ruido ha vencido al silencio y donde la cultura no tiene la importancia que se merece”, argumenta. “En nuestra sociedad parece que aquel que tiene mucho o que grita alto es más importante que quien aporta conocimiento y habla en voz baja”. Sin embargo, añade citando uno de sus versos: “Se es por cómo se respira y nunca por lo que se tiene”.

Nos encontramos en un momento ambiguo, en una época donde publicar un libro resulta sencillo, fácil, trivial. Para Murua, esta realidad es “sorprendente”. El poeta no duda en afirmar que existe “una saturación de nombres relacionados con el mundo del libro que no tienen ningún interés” y que “en los medios se destacan títulos que no aportan demasiado ni a la cultura ni a la literatura”. No obstante, recalca, “con cada libro [un escritor] debe mejorar como persona y como autor”. Se trata “de ser uno mismo con las palabras que se dicen y se escriben”, añade.

Para ello es necesaria la “paciencia para escribir lo que ha de escribir y confianza para asumir los fracasos mientras se es auténtico desde donde se escribe”. También, señala Murua, un escritor “debe saber cómo lo hace, pues la escritura tiene ese don que media entre el deseo y la realidad: te da lo que no se espera y te roba lo que se espera que te iba a dar”. Y a él se lo dio todo.

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Con aquellos primeros poemas Murua se “iba conociendo con las palabras y estas me iban reconociendo a mí”, recuerda. Porque para él las palabras son “vida”. De hecho, insiste, “cada vez que las pronunciamos, el mundo se interpreta de un modo diferente y cuando escribimos no sólo nos explicamos, sino que mostramos el pensamiento en público”.

Desde dialogar, crear belleza o dar voz a aquellos que no la tienen, “las posibilidades son infinitas”, subraya. Y al final del camino se encuentra el lector. Porque, afirma, sin lector no hay libro: “El protagonista principal no es el escritor que escribe a solas ni la palabra que se convierte en literaria, sino el lector que, como un director de cine, descubre la película de lo leído en su mente” y “todavía se sorprende por lo que otras personas han escrito para que pueda dar rienda suelta a su imaginación y fantasía”.

Como con Poemas de la servilleta, donde, al pasar la última página, todavía perdura en la cabeza del lector la sonoridad de las palabras narradas, la vocación de Murua por su oficio, y, en definitiva, el origen de su mirada y de su escritura.

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