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Música y derechos laborales

Falsos autónomos, listas negras o cobrar en b: "La sensación del músico es de desamparo"

El grupo Rufus T.Fiefly en concierto.

Las luces se apagan entre los aplausos de la gente. Toca recoger rápidamente el equipo y despejar el escenario, mientras alguien se hace cargo de la mesa con el merchandising. Cargar en la furgoneta, hacer cuentas y respirar aliviado porque este concierto no ha supuesto pérdidas. Esa es la realidad a la que se enfrentan muchos músicos hoy en día que, lejos de los grandes cachés, tienen que luchar para poder seguir tocando y pagar las facturas, y quien sabe si algún día poder vivir de forma estable de la música.

Falsos autónomos, condiciones irrisorias o contratos en negro, el mundo del espectáculo está lleno de irregularidades y malas praxis que suponen al artista una serie de barreras muchas veces insalvables. Borja Picó, cantautor y exmiembro de Papawanda, comenta las condiciones en las que trabajan los músicos. “Muchas veces no hay un contrato que te garantice que te van a pagar. En muchos festivales y sitios he tenido que ir detrás de los responsables para que me paguen. La sensación del músico es una sensación de desamparo”.

Picó se ha enfrentado varias veces a esta situación, donde cobrar en negro supone en muchas ocasiones no cobrar. “Está apalabrado, pagarte la mitad y luego no querer pagarte la otra mitad, y pasarte una noche buscando al jefe del festival que se está escondiendo. Son piratas”.

Muchos músicos, sobre todo las bandas que están empezando o los cachés medios, tienen que hacer equilibrios para que un concierto siquiera les salga rentable. Marina Iñesta, vocalista de Repion y guitarrista de Mikel Erentxun, destaca el volumen de gastos a los que se enfrenta un grupo. “Antes las salas te pagaban por tocar y ahora es al revés. Es el grupo quien tiene que asumir los gastos para poder hacer un concierto, porque no solo se trata de pagar la sala, sino el local de ensayo, los instrumentos, la promoción en redes... son muchas cosas”. Pero también repara en la gente que se queda por el camino. “Y luego está el caso de grupos que tienen pérdidas por los gastos que supone mantener un proyecto musical, cómo pagar el alquiler de estudio, grabar el disco, edición... que ni siquiera contemplan poder ver un céntimo de todo esto. Es decir, la gran mayoría”.

Todo ello hace que vivir de la música sea una odisea. Lejos de la imagen de éxito que muchas veces se proyecta de cara al exterior, no son pocos los artistas que tienen que alternar su actividad con otra profesión. “Es muy difícil poder vivir sólo de la música, normalmente tienes que compaginarlo con algún otro trabajo si quieres pagar el alquiler, por lo menos en Madrid, que es donde paradójicamente hay más oportunidades si quieres dedicarte medianamente a ello", comenta la guitarrista. “Mucha gente se sorprende cuando les digo que trabajo de enfermera para poder sobrevivir”.

Sin embargo Borja ve más posibilidades. “Se puede, sí se puede. Lo que pasa es que hay que jugar muy bien. Yo tengo muchos compañeros y amigos que viven de la música, y yo en ciertos momentos me dedico única y exclusivamente a ello. Yo mismo he vivido en los últimos años de la banda, y tampoco era una banda tan famosa. Y a base de girar y tocar hemos vivido de eso. Tampoco vives a todo trapo, pero te da para pagar facturas e ir tirando”.

El problema de los falsos autónomos

Uno de los principales problemas es el contrato que se realiza a la hora de organizar un concierto con la sala. Generalmente el contratador pide establecer una relación mercantil, como si la banda se tratara de una empresa contratada para dar un servicio. Picó entiende de esta manera su relación con las salas. “En mi caso yo hago mi música, con lo cual yo me convierto en un empresario. Pero soy un empresario que pocas veces me puedo dar de alta en la Seguridad Social, porque en ese caso yo no podría vivir de la música. Entonces no llego a cotizar la mayoría de los contratos”.

Los costes y los trámites son los principales escollos a los que se enfrenta un músico a la hora de poder hacer frente a esta relación. “Yo, en el caso de que me ponga a hacer eso, tendría que pedir todo tipo de facturas y papeleo a las salas que normalmente no quieren hacer. Y además muchas veces los músicos no quieren darse de alta como autónomos porque si no no viven. Y son gente que trabaja muchísimo, que están todo el día tocando y currando. Y si tienen que pagar esos impuestos, no les da”.

Marina también alude al mismo problema. “Tener que pagar la tasa de autónomos si quieres declarar de forma legal tus ingresos a veces no te compensa, y tienes o que contratar a un gestor o gestora o si no tienes dinero suficiente aprender a hacerlo y arriesgarte a que algún procedimiento no salga bien y te multe Hacienda”.

Pero, aunque sea la norma general, sindicatos y asociaciones denuncian que obligar al músico a facturar como empresa supone recurrir a la figura del falso autónomo. José Sánchez Sanz, compositor y miembro de la Unión de Músicos de CNT, denuncia estas condiciones. “Al forzar al músico a hacer una factura le estás obligando a responsabilizarse de todo lo que pase en su concierto. Hay un montón de cosas que quedan sueltas, sobre todo a nivel de seguridad. Y sobre todo le quita problemas al empleador, que realmente está encantado”.

Pero los riesgos no solo se encuentran a la hora de actuar. Las excesivas horas en carretera –y que por desgracia pueden acabar en accidente, como fue el trágico caso de Supersubmarina– no están contempladas en este tipo de contratos, responsabilizando al músico de cualquier incidente o gasto que se derive de los desplazamientos. “Los accidentes in itinere no se consideran porque es un autónomo prestando un servicio”in itinere , señala.

Sanz explica que la relación entre músico y contratador no debe ser mercantil, como si se tratara de una empresa, sino que es la sala la que debe contratar al músico a través de una relación laboral, y de este modo es el empleador el que debe asegurar ciertas condiciones laborales y el alta en la Seguridad Social. Sin embargo, las condiciones de un músico evidentemente difieren a las de un empleado normal. “Es algo que viene establecido por el punto 2 del Estatuto de los Trabajadores, que establece que los artistas que trabajan en espectáculos públicos tienen una relación laboral especial con su contratador”.

Dicha relación laboral especial viene regulada por el decreto ley 1435 de 1985, por el que se regula la relación laboral especial de los artistas en espectáculos públicos, y en el cual se establecen los derechos y obligaciones de los músicos.

“Si a un músico se le contrata a través de esta relación laboral especial, pues realmente se le está dando una protección, sobre todo hablando de músicos que no son los grandes cachés –comenta el compositor–. Un gran caché se puede permitir el lujo de hacer lo que quiera, pero una persona que a lo mejor va a cobrar un determinado dinero y le obligas a entregar una factura, cuando a lo mejor esta persona no está dada de alta como autónomo, ya le estás obligando a hacer un trapicheo al artista".

Sin embargo, muchos empleadores defienden que cuando un grupo actúa, lo están haciendo como una marca, y por lo tanto deben ser tratados como una compañía. Interpretación con la que el compositor difiere profundamente. “La ‘marca’ actúa en un espectáculo público, en una sala que está cobrando una barra, que está pagando a unos empleados que no son de la banda, y que realmente está entreteniendo unas personas que están en esa sala y la sala se está beneficiando. No estás vendiendo ninguna marca. Esa es la gran trampa”.

Los empleadores también defienden que no se dan las condiciones necesarias de temporalidad, ajenidad y dependencia para contratar laboralmente a un músico, en cuanto la banda toca un repertorio propio y no uno pactado con el dueño del local, como sería el caso de un pianista en un restaurante que toca las canciones que le indica el dueño. Sin embargo Sanz defiende que esas condiciones sí se dan. “La temporalidad no se puede cumplir porque es una relación laboral especial, eso se reconoce en el 1435/1985. Pero hay ajenidad en el momento en el que la otra persona pone una barra y está ganando dinero con ella, por lo que estás trabajando para otra persona, y hay dependencia desde el momento en el que esta persona te fija los horarios de las pruebas de sonido, del concierto, la hora a la que tienes que llegar... Ahí estamos hablando de una relación laboral”.

También algunos contratadores argumentan que los gastos de la Seguridad Social son demasiado elevados como para poder costearlos cada vez que una banda actúa, postura que el músico también critica. “Es mentira que sea caro dar de alta en la Seguridad Social. Tenemos el manual de buenas prácticas, según el cual no es caro y tampoco es complicado. No hay una voluntad de hacerlo porque siempre se ha hecho así”.

Los festivales, nidos de malas prácticas

El auge de los festivales también ha supuesto un impacto en las condiciones laborales de los músicos, que lejos de beneficiarse de su gran éxito, muchas veces es donde sufren las condiciones más duras, sobre todo las pequeñas bandas. Marina ve una diferencia notable respecto a las salas. “En los festivales sí que veo un claro abuso. Deberían ser los promotores quienes contraten a los músicos y no que seamos nosotros quienes tengamos que estar involucrados en temas de Hacienda y Seguridad Social”.

Según el Décimo Anuario de la Música elaborado por la Asociación de Promotores Musicales (APM), la facturación de los espectáculos en vivo no ha parado de subir desde 2013, situándose en los 333,9 millones en 2018, de los cuales 50 millones se facturaron en julio, mes de mayor número de festivales. Sin embargo parece que esos datos no se han trasladado en mejores condiciones para los músicos emergentes. “La mayoría de las bandas apenas cobran un caché digno, da gracias que paguen el transporte o el alojamiento. Se aprovechan de la ilusión de los músicos y si pueden ahorrarse algo de dinero lo van a hacer”, explica la cantante de Repion.

Uno de los problemas que surgen con las pequeñas bandas en festivales es que los promotores entienden que están pagando en publicidad y la oportunidad de compartir espacio con artistas de renombre, pese a que la posterior elaboración de los horarios invisibiliza a los grupos emergentes. Estas oportunidades suelen surgir a través de concursos o promociones que buscan dar más publicidad al evento. “A los promotores les interesa que su festival sea un éxito, rellenar el cartel y no tener pérdidas. Si para ello tienen que hacer contratos basura, y a veces ni eso, lo harán, no les va a suponer ningún problema. Ellos se excusan en que darán visibilidad a la banda, y o te gusta o puerta”, sigue explicando Marina.

Borja Picó también repara en lo vulnerables que son las pequeñas bandas en este tipo de eventos, frente a los grandes cachés que tienen mayor poder de movilización. “Si tú eres capaz de llegar a la misma peña que va a ir al festival tú solo en la ciudad, tu puedes exigir cosas. Entonces puedes exigir que te paguen lo que es justo. Si no eres esa peña, estás ahí para que te vean, y te tratan como una mierda porque todo está puesto para los que les importan, para los que atraen a la gente. Entonces las banditas así pequeñas están desamparadas, cobrando 600 euros como mucho y todavía dando gracias. Y la gente tratándote como si te estuvieran haciendo un favor. Se aprovechan de eso”.

“Se les llena la boca de que defienden a los nuevos artistas y luego les obligan a hacer facturas, cuando lo que tienes que hacer es defender sus derechos laborales –critica Sanz–. Muchas veces los músicos lo ven como algo normal. Sitios totalmente mal acondicionados, con riesgo de electrocutarse, equipos de sonido pésimos que se pueden caer, zonas del escenario que pueden levantarse y matar a parte del público…".

José Sánchez Sanz relata las acciones que ha llevado a cabo la Unión de músicos de CNT contra los abusos de los festivales. "Nosotros hemos puesto denuncias ante la Inspección de Trabajo a festivales y algunas veces nos han llamado los inspectores, nos han preguntado, algunos han ido allí a ver la situación, y hemos ido trasteando ese tema”.

Sin embargo, el contrato laboral es una batalla también a disputar. “Hemos intentado hacer un trabajo de concienciación y hemos hablado con festivales que nos han dado la razón y nos ha dicho que lo van a hacer, así como otros nos han dicho que no, que eso no es así y hemos tenido muchos debates con mucha gente al respecto”.

Mercantilización y listas negras

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la escena musical es la excesiva mercantilización de la cultura, donde la compañía busca maximizar sus ingresos a través de una perspectiva puramente empresarial. “La industria de la música no deja de ser eso, una industria, y como tal busca un beneficio económico. Los músicos y las bandas son un medio para ello. Si tienes impacto en redes, un buen número de escuchas y vendes muchos tickets, es más fácil captar su atención. Si además a eso le sumas una buena imagen, físico, apariencia… más sencillo aún. La calidad artística, de las canciones, las letras, pasa a un segundo plano”, lamenta Marina. “A mí personalmente no me gusta la industria tal y como se plantea, pero a veces la sensación es de que no queda más remedio que intentar meterse de lleno en ella para poder dedicarte a lo que te gusta”.

El poder de influencia que tienen las empresas y la industria da lugar a las conocidas listas negras, vetos a personas molestas o críticas con el statu quo. Mientras que estas prácticas son comunes dentro de las empresas de gestión y organización de festivales para no denunciar las abusivas condiciones de trabajo que sufren los empleados, también han tenido lugar entre músicos que buscaban mejorar su situación. “Eso pasa en todos los campos de la cultura, donde estás bajo la amenaza de que si reclamas tus derechos te cortan el grifo y a lo mejor no vuelves a trabajar de esto en la vida”, reclama Sanz.

“Hay compañeros en Barcelona que si les ha pasado lo de las listas negras, y nos parece un tema muy grave porque es una forma de censura y de trabajar de una forma empresarial muy negativa en lo que es el entorno musical. Pero es que así estaba la industria española a principios del siglo XX, con el miedo de que el patrón te echara. Pues así estamos en el mundo de la música y la cultura, y es bastante triste que lo estemos a estas alturas. Es curioso que en otros países no pasa, tienen sindicatos fuertes que se defienden y no permiten eso”.

Ello hace más difícil aún organizar un sector bastante individualista y marcado por la diversidad de músicos y situaciones. “Hay mucha gente muy diferente, con vidas como músicos muy diferentes. Entonces no es lo mismo para una persona que para otra”, comenta Picó. “No es lo mismo el músico de conservatorio, estudioso, o el friki del jazz, que un chaval que de repente toca dos acordes y hace un par de canciones y tiene éxito por lo que sea y lo peta. Son gente totalmente diferente, no se van a poner de acuerdo ni de coña”.

Marina también resalta la dificultad que supone reclamar mejores condiciones en un ambiente tan competitivo. “Creo que lo que ocurre hoy en día es que tener una banda está al alcance de muchas más personas. Hay tanta competencia y oferta que de 100 artistas habrá siempre uno que se ofrezca a hacer las cosas gratis o por muy poco dinero. Poder 'triunfar' o tener éxito con tu música es algo que mucha gente quiere, a veces a cualquier precio, pero no debería ser así", explica.

Borja Picó coincide en el daño que hacen aquellos músicos que acceden a trabajar bajo esas condiciones. “Hay mucha gente que está dispuesta a tocar casi gratis. Pero es que también es culpa de quién acepta esas circunstancias. Dicen ‘pues a mí me compensa, y voy. Yo tengo que hacerlo todo y me la suda, voy a ir a llevarme el mundo por delante’. Y hay veces que es la única manera de sacar un proyecto”.

Estatuto del Artista, ¿la luz al final del túnel?

El pasado 23 de enero se aprobó en el Congreso de los Diputados el Estatuto del Artista, que marca unaagenda legislativa que busca regularizar la situación laboral en el mundo de las artes, a través de una mirada transversal en lugar de sectorial. Es decir, sin la clásica división entre diferentes sectores como el audiovisual, danza o teatro. Además, por su concepción modular, las modificaciones que proponen se pueden desarrollar paulatinamente, sin tener que esperar a la aprobación de una gran reforma general.

De este modo, el texto reconoce al sector de la cultura como un sector precario y “la necesidad de buscar un marco laboral, legal y fiscal que proteja a los creadores”. En definitiva, si el mundo de las artes no es sostenible, no se puede garantizar el derecho a la cultura.

Sánchez Sanz fue uno de los ponentes que compareció en la comisión para la elaboración del Estatuto, y en el que destacó las necesidades de los músicos. “El Estatuto del Artista me parece maravilloso. Básicamente se trabajan muchos puntos que se habían quedado olvidados y para mí me parece que tiene que salir adelante de todas las formas posibles porque es una cosa que se lleva pidiendo a gritos desde hace años”.

El Estatuto tiene entre sus puntos principales acabar con la figura del falso autónomo, contemplar las bajas por maternidad o regular la tributación de los artistas, entre otras. ”El Estatuto del Artista lo que haría es clarificar las cosas y abrir una puerta al mundo de la cultura para que esté organizado. Que tu vayas a Hacienda y te digan 'tú haces esto, estás en este epígrafe y tributas así'”.

Uno de los principales problemas a los que se enfrentan los artistas, pero que también comparten autónomos, es el de la intermitencia y los ingresos irregulares, y cómo estos afectan a la cobertura que da la Seguridad Social. Para ello el estatuto plantea una tributación progresiva según se vaya prorrateando el dinero obtenido por una actuación. "Si se contempla la intermitencia sobre todo en el caso de la contratación mercantil, pues ahí estarías protegido durante todo el tiempo porque se sabría que era un trabajador intermitente”.

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Otro de los grandes obstáculos es el reconocimiento de las enfermedades derivadas de la profesión, ya que estas no están contempladas para una baja, aunque sean incapacitantes para actuar. “Pasa mucho con los instrumentistas que requieren mucho esfuerzo físico. Yo conozco el caso de un violinista que al final le dieron la baja porque tenía una lesión que podían tener los carniceros”, explica el sindicalista.

También el documento regula la compatibilización de la jubilación con un trabajo artístico. “Si un señor jubilado puede tener un piso y alquilarlo, o tener acciones y ganar dividendos, ¿por qué no puede un artista llevarse beneficios por derechos de autor de las obras que ha hecho? Hemos tenido que llegar a casos en que gente se ha arruinado para que se pongan los problemas encima de la mesa y se pongan soluciones, porque si no seguiría sin solucionarse”.

Sin embargo, el bloqueo político ha paralizado por el momento el desarrollo de esta agenda. Cabe esperar que en la próxima legislatura los grupos parlamentarios y el Gobierno se pongan de acuerdo en llevar a cabo las medidas que aprobaron, y que de este modo los artistas tengan la protección necesaria para seguir creando.

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