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'Fascismo': extracto del ensayo de Roger Griffin

'Fascismo', de Roger Griffin.

Roger Griffin

infoLibre publica un extracto de Fascismo, de Roger Griffin, un ensayo publicado por Alianza en el que el catedrático de Historia Moderna, uno de los mayores expertos en la naturaleza del fascismo, propone un marco de estudio para definir el fenómeno político desde la historia comparada. En este volumen, que supone una continuación de su trabajo The nature of fascism (La naturaleza del fascismo), el historiador analiza la interpretación marxista y liberal sobre el movimiento de ultraderecha, proponiendo luego una definición de mínimos. En su propuesta, Griffin sitúa la esencia del fascismo en torno a la idea de "ultra-nación" y "ultranacionalismo", como expone en el extracto aquí reproducido. 

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En mi versión de esta tercera vía para entender el fascismo, no emparejo el adjetivo "palingenésico" con "nacionalismo", sino con "ultranacionalismo" (Griffin, 1991: 26-55). La importancia que pretendo dar al prefijo "ultra" (en su significado de "más allá de" en latín) es la de que la idea de comunidad imaginada, la "nación", tan central al modo de pensar fascista, se ha desplazado irrevocablemente más allá del espectro de los ideales sociales que son compatibles con la democracia liberal. Durante ese proceso, el nacionalismo, por mucho que conserve una fachada de legitimidad democrática, ha quedado despojado de cualquier connotación humanística o igualitaria que podría adquirir en un contexto liberal o socialista como fuente de libertades y derechos individuales, cívicos y legales para todos. El "ultranacionalismo" fascista, por lo tanto, rechaza de forma visceral el "nacionalismo liberal". En la visión fascista del mundo, la nación a menudo se cosifica (se convierte en algo concreto y real) y personifica hasta el punto de que puede estar "enferma", "humillada" o "profanada" o ser "decadente", pero también puede ser "sana", "fuerte", "renacida", "gloriosa" o "sagrada". No obstante, hemos de dejar constancia de que el concepto orgánico de nación también se puede dar en un contexto no fascista, como es, por ejemplo, la idea romana clásica de "la ciudad eterna", la de los judíos de ser una "nación eterna", y la de cualquier forma extrema de patriotismo que sostiene que los que mueren por la causa nacional son "mártires" de una causa trascendental y sagrada que, al dar la vida, están trascendiendo la mera muerte individual (Buc, 2015). Este mito era fundamental para garantizar que las hecatombes humanas de sacrificios rituales de todas las naciones que participaron en la Primera Guerra Mundial continuaran inexorablemente hasta alcanzar la cantidad de más de diez millones de combatientes muertos y otros veinte millones de heridos de gravedad.

Es importante que tengamos en cuenta que, aunque en el periodo de entreguerras la "ultra-nación" fascista (si se permite el neologismo) se identificaba abrumadoramente con el Estado-nación como contexto y marco del renacimiento nacional, incluso entonces los mitos del imperialismo, el pan-eslavismo, la pan-latinidad, un Nuevo Orden Europeo, un Gran Reich germano y una civilización occidental rejuvenecida, ampliaban en ocasiones el núcleo central de la comunidad imaginaria y la conciencia de pertenencia al mismo grupo de los fascistas más allá de los límites históricos y geográficos del Estado-nación político. En particular, y al menos mientras se estuvo expandiendo el imperio europeo, el omnipresente mito ario del nacionalsocialismo, combinado con la visión del Tercer Reich como custodio de la raza y cultura nórdicas y como arquitecto de una inmensa civilización nueva basada en la raza y con su centro en un Berlín reconstruido (que pasaría a llamarse Germania), dio lugar a fatuas fantasías de una comunidad nacional3 y un destino racial que podrían integrar elementos globalizadores (Thies, 2012). Después de 1945, las revisiones europeas e internacionales del mito palingenésico y el espectacular ascenso del supremacismo blanco, acompañados por el declive del Estado-nación y del auge de organismos supranacionales y de la globalización, han alejado cada vez más al fascismo del restringido concepto de Estado-nación y han hecho que el nazismo deje de ser un movimiento con centro en Alemania para convertirse en un credo global de racistas blancos, que algunos denominan "Nazismo Universal" (véase el capítulo 5).

La capacidad de la ultra-nación para tener connotaciones tanto de un Estado-nación regenerado y de una civilización o raza renacidas, a veces simultáneamente, da a este componente del mito central fascista, o "mínimo fascista" —lo que el teórico Michael Freeden llamó su "núcleo imposible de eliminar"—, una flexibilidad muy específica y un atractivo afectivo dentro del contexto de los deseos palingenésicos en tiempos de crisis. Como fuerza emotiva, y como fuente de identidad y determinación, la fortaleza de la ideología fascista radica a menudo en la vaguedad y condición utópica de su visión, y no en que sea algo factible o realizable. Por lo tanto, el que neo-fascistas muy patrióticos y fanáticos de distintos países asistan a mítines internacionales (e.g., la convención anual que tiene lugar en Diksmuide, en Bélgica) o a congresos (e.g., el que organizó el Foro Internacional Conservador Ruso en San Petersburgo en marzo de 2015), es una paradoja, pero ciertamente no es ninguna contradicción.

'C'est la guerre'

'C'est la guerre'

La ultra-nación fascista puede entenderse como un producto supra-individual de la imaginación fascista que toma aspectos de la "madre patria" histórica, pero también de los pasados mitificados de la historia y la raza y de sus destinos futuros. Proporciona a los fascistas el foco mítico para que se sientan parte de una comunidad suprapersonal en la que comparten ese sentido de pertenencia a ella, su identidad y su cultura (ya estén basadas en la historia, la lengua, el territorio, la religión o la raza, o en una mezcla de varios de estos componentes). Se anima al individuo a que sumerja por completo en ese ente místico su yo atormentado, enfadado o desorientado, con lo que éste se disuelve en una "comunidad identificativa" en lugar de formar parte de una "comunidad integradora", aquella que respeta la diferencia, el individualismo y la humanidad del "Otro" (Griffin, 1994). En algunos respectos, la "ultra-nación" también adopta aspectos del Dios judeocristiano: vive en y a través del desarrollo del tiempo histórico, y a la vez que la eternidad supra-histórica del pueblo o raza. Además, en situaciones extremas —cuando la "madre patria" se ve amenazada o ésta así lo ordena— puede exigir amor, compromiso y sufrimiento de sus fieles hasta el punto de que lleguen literalmente al sacrificio final, lo que santifica sus vidas por medio de la muerte al tiempo que santifica aún más a la ultra-nación.

A nivel psicológico, la identificación con esa "ultra-nación" puede, por lo tanto, servir de portal a la trascendencia para aquellos individuos cuyas vidas han quedado destrozadas por agitaciones sociopolíticas y económicas que amenazan su identidad como personas, o que de otro modo podrían sentir que sus vidas interiores carecen de sentido, significado y esperanza por las crisis personales que sufren. El servicio heroico a esa entidad supra-personal les permite formar parte de su relato muy mitificado, de su historia, y quizá que conozcan de forma efímera e inmediata la redención e inmortalidad a la que se hace referencia en textos sagrados y en los rituales de entierros militares y ceremonias conmemorativas de soldados caídos por la patria que se celebran por todo el mundo (Mosse, 1990). No obstante, tengamos en cuenta que las dos guerras mundiales demostraron que, en tiempos de peligro para la nación, incluso los Estados-nación democráticos y liberales pueden llegar a desarrollar unas religiones políticas vehementes, intrincadas y al menos en parte espontáneas, que se basan en el imperativo moral del sacrificio "de sangre" individual a la comunidad nacional (e.g., Marvin e Ingle, 1999). La diferencia estriba en que las sociedades liberales no dejan de tener el nacionalismo civil y el liberalismo político como los fundamentos del orden social ideal al que la vida debería volver una vez superada la crisis (Gentile, 2006). En cambio, el fascismo no ve la nación sacralizada que pueda surgir cuando la democracia se encuentra in extremis en un momento de emergencia nacional o de guerra como un estado de excepción, sino como el inicio de una nueva norma social. Allí donde se eliminaron las restricciones liberales en los años treinta y cuarenta, el fascismo intentó crear un clima continuo de patriotismo radical, reforzado en algunos casos por medio del terror, que exigía la entrega y sacrificio de toda una generación como condición previa para reemplazar una democracia liberal "enferma" por un nuevo orden totalitario y "sano" que estaría habitado, una vez terminadas las guerras, por una población de creyentes que, por medio de la ingeniería social, estarían purgados de conciencia religiosa, humanística o individual.

 

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