Cultura

'For Your Eyes Only'

Fotograma de la serie 'El cuento de la criada', basada en la novela homónima de Margaret Atwood.

La polémica saltó hace unos días, el clima político es caldo de cultivo para estas cosas. "Episodio de conspiranoia lingüística por el retraso de la edición catalana de la novela Los testamentos, de Margaret AtwoodLos testamentos", titulaba El Periódico. "La difusión en Twitter de un falso veto de la versión de Quaderns Crema, que no publicará la continuación de El cuento de la criada hasta el 2020, obtiene numerosas adhesiones".

Falso porque las editoriales implicadas (Salamandra para la versión en castellano, Quaderns Crema para la catalana) desmintieron el veto. Esta última, y así se explicaba en la información, aseguró que, aunque su intención era publicar al mismo tiempo que Salamandra, "por cuestiones relativas al contrato" firmado con la agencia de Atwood, el lector en catalán deberá esperar al primer trimestre del 2020.

El episodio, además de revelar lo caldeados que están algunos ánimos, deja al descubierto algunos hábitos del mundo del libro. Más allá del caso concreto, a los lectores que no la conozcan tal vez les interese entender la curiosa mecánica que se pone en marcha cuando una editorial prepara, sola o en compañía de otras, un lanzamiento mundial.

HarperCollins Ibérica publicó, antes del verano, La frontera, de Don Winslow, de manera simultánea con otros países, y por supuesto en distintos idiomas. "Hemos hecho varios de este tipo —explica María Eugenia Rivera, directora editorial—. Normalmente tienes que adaptarte a los tiempos del editor original, y es fundamental contar con el manuscrito con un cierto margen para poder traducir y editar. Cuando no es posible, se trabaja con el editor original para que nos pase el material y las correcciones según le vayan llegando. Por nuestra parte, según se traduce se manda a su vez al corrector para que haga las correcciones pertinentes". La coordinación es esencial para que el texto resulte homogéneo, aunque siempre es posible acabar de pulirlo en la etapa de lecturas finales.

El bonus track de estos casos es el secretismo: todos los participantes en el proceso (editores, traductores, correctores, maquetadores, impresores) firman un acuerdo de confidencialidad. Y la vigilancia abarca el proceso completo, hasta el punto de que "las cajas de los libros impresos llevan también una hoja de embargo y una pegatina diciendo que no pueden abrirse antes de una determinada fecha".

Las traductoras

Sentados los principios generales, sepamos cómo trabajan los encargados de volcar al idioma de llegada esas obras singulares.

Pilar de la Peña Minguell lleva quince años dedicada en exclusiva a la traducción literaria para grandes grupos editoriales (Planeta, Penguin Random House, Alianza, RBA…). Explica que lo usual, cuando se acepta un trabajo, es rubricar un contrato tipo en el que se estipulan todas las condiciones; se sobreentiende que los traductores han de ser siempre discretos y mantener la confidencialidad para no malograr la publicación de la obra ni su éxito comercial. En una ocasión, las normas cambiaron, "el original no me llegó por correo electrónico como los demás, sino que tuve que descargármelo de una nube, y venía con contraseña". Por lo demás, no ve mucha diferencia entre sus trabajos habituales y esos otros rodeados de un halo de misterio, "los originales jamás salen de mis ordenadores y yo me cuido mucho de no comentar su contenido con nadie. Me parece una simple cuestión de respeto. La editorial hace su parte y yo hago la mía. No hay más".

Sin embargo, su tocaya Pilar Ramírez Tello sí percibe las disimilitudes. "Cuando se da este caso, la fecha de entrega es prácticamente inamovible, no hay margen de error. También es frecuente que la editorial del texto original lo entregue a las otras editoriales lo más tarde posible para evitar filtraciones. De modo que se reducen los plazos."

Ramírez Tello también ha trabajado con títulos que generan gran expectación y obligan a extreman las medidas de seguridad, y es consciente de que, en esos casos, a la editorial le preocupa una posible filtración del original antes de tiempo. "Un par de veces he tenido que trabajar con un texto en línea; es decir, que para acceder al original debía conectarme a una página web con mi nombre de usuario y contraseña, y el documento no se podía descargar. Además, añaden una marca de agua con tu nombre, para saber de dónde ha salido la filtración, si se produce. Todo esto como exigencia, normalmente, de la editorial de origen".

Por ejemplo, cuando tradujo Sinsajo, de Suzanne CollinsSinsajo, en la editorial española solo tenían acceso al texto unas tres personas. "Y las últimas treinta páginas del original las recibieron cinco días antes de la entrega y me las enviaron por mensajería, no por correo electrónico". Se trata de controlar el proceso hasta el último momento, y para las editoriales originales eso supone procurar que tanto las editoriales extranjeras como sus traductores tengan el texto en sus manos el menor tiempo posible. ¿Paranoia? "Quizá parezca algo exagerado, pero, por experiencia propia, puedo asegurar que se producen intentos de robo del original, a veces muy bien organizados, incluso suplantando de forma muy hábil a las agencias literarias de los autores."

¿Traducción entera o cuarto y mitad?

Otra práctica quizá no frecuente pero sí habitual es, si los plazos se estrechan, repartir la traducción entre varios traductores.

"En 2012, me encargaron la traducción de Cincuenta sombras de Grey evoca De la Peña—. Cuando me llamaron para proponerme el proyecto, me informaron muy someramente de qué se trataba, pero me advirtieron que era algo muy distinto, particular y 'fuertecito' que estaba vendiendo muchísimo en Reino Unido y Estados Unidos, y que había que ponerse las pilas con la traducción porque tenía que estar lista lo antes posible."

En principio, ella entendió que le iban a encargar la trilogía completa, pero en llamadas posteriores fueron matizando y le comunicaron que había que repartir el trabajo para llegar a tiempo. "De hecho, una vez organizado todo, a mí me quedó solo la segunda mitad del primer volumen, que precisamente por ser el primero, era el que corría más prisa, por lo que tuvimos que hacerlo entre dos traductoras. Fuimos cuatro en total. Ocho manos. Sabíamos que era importante que estuviera bien y rápido, así que pusimos toda la carne en el asador."

No es siempre la editorial la que reparte el texto para ir más deprisa, puede ocurrir que sea el traductor quien, apurado, reparta juego. "Como me ocurrió a mí", dice Pilar Ramírez Tello: un compañero le pidió colaboración.

El 'Brexit' de los libros

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Para trabajar los dos a una, usaron un glosario en línea en el que iban apuntando los términos en los que había que mantener la coherencia, junto con una explicación del significado y, a veces, un ejemplo en el que apareciera (o un número de página, depende). "También apuntábamos en el mismo documento cualquier cosa importante sobre el estilo, como si tal personaje trataba a tal otro de tú o de usted. Cuando nos surgía alguna duda, o bien la apuntábamos en otro apartado del documento o nos las consultábamos directamente por correo electrónico".

Cierto, la dificultad supone un reto. En el caso de Pilar de la Peña, para quien Grey fue su primera vez ("hasta entonces nunca había participado en un proyecto de ese calibre y me ilusionaba mucho"), la editorial se encargó de organizarlo todo "y nosotras nos limitamos a trabajar, como siempre, lo mejor posible". Crearon un grupo en el que estaban las cuatro traductoras y las editoras responsables para comentar lo que iba saliendo y poner en común decisiones de traducción que las editoras iban aprobando para que hubiera unidad en el texto; además, se encomendó a la más experimentada en ese tipo de novelas la tarea de unificar los tres volúmenes. Otras veces, añade Ramírez Tello, "la labor de terminar de pulir el texto para que no se note el cambio de traductor recae exclusivamente en la editorial y sus revisores".

Al cabo, dice De la Peña, los traductores acatan las órdenes de las editoriales, traducen, cobran y se acabó. "Si hay suerte, vemos algún royalty, el sueño de todo traductor literario, o alguien tiene a bien elogiar nuestro trabajo, y con eso nos vale. Los traductores literarios somos muy sufridos: trabajamos mucho, hacemos lo que nos piden lo mejor que sabemos y cruzamos los dedos para que todo salga bien y sigan llegando encargos. De todas las novelas que he traducido, solo Grey me ha sacado de pobre momentáneamente, y eso es algo que nada más puedo agradecer a la editorial". Así son las cosas.

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