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'Historia del pueblo gitano en España'

Portada de 'Historia del pueblo gitano en España'.

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Catarata publica Historia del pueblo gitano en España, obra de David Martín Sánchez, doctor en Historia e investigador del equipo Historia de los Gitanos: Exclusión, Estereotipos, Ciudadanía de la Universidad de Sevilla. El libro saldrá a la venta el 9 de febrero. infoLibre adelanta, a continuación, su primer capítulo:

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  Pueblo gitano, pueblo europeo. El origen

 

El origen de un pueblo puede ser importante para entender ciertos comportamientos y conductas de las personas que lo componen. También es revelador de tradiciones cuya estela se proyecta en la actualidad. Es necesario comprender la construcción de la memoria para mantener viva su historia. Pero, además, en el caso del pueblo gitano, el conocimiento de su pasado es fundamental para desmantelar ideas erróneas que provocan fantasías, recelos y tópicos. O, simplemente, para educar a la sociedad. Para decir a todo el mundo que el pueblo gitano ni es extranjero ni viene de tierras exóticas y lejanas, que el pueblo gitano se formó en Europa y es tan europeo como el resto de europeos, tan belga como el resto de belgas, tan español como el resto de españoles, tan extremeño como el resto de extremeños o tan vasco como el resto de vascos, no siendo, por supuesto, algo ni mejor ni peor, pero sí cierto.

Lo primero que deseo desmontar es el mito del origen egipcio del pueblo gitano, que no por viejo está olvidado. Y digo que es antiguo porque se remonta al siglo XV, cuando una primera inmigración gitana entró en la península ibérica por los Pirineos proveniente de Europa central. Este grupo humano fue considerado como oriundo de Egipto Menor, término medieval para designar la actual zona de Chipre y Siria, si bien algunos investigadores lo sitúan en la Capadocia turca o el Peloponeso griego. De este modo, al recién llegado la voz común lo reconoció como procedente de Egipto y de ahí la construcción de los gentilicios exipciano, egipciano, egitano y, finalmente, gitano. El nombre que vulgarmente se ha dado a los gitanos de “húngaros” procede del siglo XIX y, aunque estaba motivado por la llegada de unas familias desde Hungría, se les aplicó a diferentes grupos de gitanos extranjeros del mismo modo que en el presente siglo XXI se llama rumanos a todos los gitanos inmigrantes de Europa del Este.

Ha sido principalmente la disciplina de la lingüística, a través de estudios basados en pruebas gramaticales que conectan al sánscrito con el romanés, y, últimamente, la genética, analizando el ADN de personas gitanas, las que han reorientado esta fábula egipciana hacia explicaciones más científicas. Estos trabajos señalan al noroeste de la India como punto de partida del pueblo gitano, pero hacen énfasis en la sucesiva mezcla con la población no gitana de Europa. En definitiva, el pueblo gitano, como todo grupo humano, partió de un lugar del mundo, en este caso, de la India, pero su verdadera formación se realizó en Europa.

Una hipótesis bastante probable y que se sostiene con estudios filológicos apunta hacia una inicial emigración que salió de la India alrededor del año 1000. Se produjo hacia Occidente porque hacia Oriente chocaban con la sierra del Himalaya. A partir de aquí, se originó el comienzo de la cristalización y homogeneización de los aspectos culturales que llegaron a dar a luz la etnicidad gitana en Persia, Armenia o Asia Menor, pero, sobre todo, en Europa. Es por ello, reitero, que me inclino a señalar al pueblo gitano como preferentemente europeo, siendo el viejo continente, especialmente la zona de los Balcanes, su verdadera cuna.

Asimismo, voy a exponer una teoría que pocas veces sale a la luz por parte de los investigadores de la historia del pueblo gitano: su origen militar. La historiadora Sarah Carmona establece una original hipótesis sobre la génesis del pueblo gitano, en la que señala el origen militar de los gitanos dentro de la dinámica de soldados-esclavo y mercenarios de las tropas ghaznavíes que asolaban el noroeste de la India en el primer cuarto de siglo del primer cuarto del siglo XI (Carmona, 2013: 322). Pudieron, además, pertenecer posteriormente al ejército multiétnico del Imperio bizantino para también defender el Peloponeso veneciano durante el siglo XIV en guarniciones militares específicamente gitanas como Modon y Nauplia. Este bagaje militar desmonta la idea que normalmente se tiene sobre el pueblo gitano y su animadversión a formar parte de los cuadros castrenses y ejércitos de los diferentes imperios y reinos. Esta participación marcial pervivirá en el tiempo y, aún siendo elementos asociales dentro de los marcos férreos de los nuevos reinos modernos, existieron a lo largo del Antiguo Régimen compañías militares de gitanos en el reino de Francia, en los principados alemanes, en el ducado de Saboya, en el reino de Prusia y, sobre todo, en las islas británicas.

Pero volviendo a su llegada a Occidente, hay que señalar que esta se produce dentro de las etapas que algunos estudiosos gitanos han denominado aresipé y buxjaripé, es decir, las fases en las que se dio la difusión e instalación del pueblo gitano en todo el espacio geográfico europeo, llegando hasta el Atlántico. El profesor Ian Hancock, concretamente, divide en cuatro las etapas históricas del pueblo gitano: el teljaripé, el inicio, que muestra el proceso histórico que consolida el idioma protorromanés; el nakhipé, la marcha, que describe la creación de la etnia gitana tras sus vivencias en Asia y Asia Menor, y las mencionadas aresipé y buxjaripé.

Ese empuje hacia Occidente estuvo motivado por la paulatina expansión territorial que llevó a cabo el Imperio otomano en el Este de Europa a partir de fines del siglo XIV. De los Balcanes se desplazaron hacia el oeste europeo en una marcha de redención, un peregrinaje, lo que en palabras de los propias personas gitanas era una manera de limpiar su conciencia y salvar el alma por su pasado islámico, viajando a lugares santos del cristianismo como Roma o Santiago de Compostela.

Los viajeros, liderados por hombres con títulos nobiliarios como condes o duques, utilizaron las ventajas del ambiente religioso de la época para desplegar su estrategia y aumentar así sus perspectivas de supervivencia. Para poder realizar este peregrinaje, fue necesaria la concesión de salvoconductos y cartas de protección por parte de emperadores y otras personalidades de la época, como el propio papa. En los registros documentales pertenecientes a la primera década del siglo XV, los gitanos declaraban que su peregrinación iba a durar siete años, de modo que, cuando se superó ese tiempo, tuvieron que buscar nuevas prórrogas para esa protección. Lo consiguieron con cartas papales, como la que presentaron el llamado duque Miguel de Egipto y sus seguidores en 1422 en Basilea, o la carta concedida a Andrea, duque de Egipto Menor en 1423. No obstante, no hay constancia de la autenticidad de estos documentos, máxime cuando la manufactura de falsificaciones era una industria floreciente en ese tiempo.

En España hubo una inicial inmigración de gitanos y gitanas que entró por los Pirineos, proveniente de Europa central, a comienzos del siglo XV, cuyo origen era la mencionada zona de Egipto Menor. La primera referencia documental está fechada en 1425, cuando Alfonso V de Aragón autorizó a viajar durante un trimestre por sus dominios a don Juan de Egipto Menor. Una posterior inmigración llegó a la península ibérica en la segunda mitad del siglo XV a través del Mediterráneo, conociéndose a estos como los gitanos de Grecia. Recibieron el nombre de grecianos, si bien se acabó adoptando la manera generalizada de llamarles a todos gitanos. Ambas migraciones, como ya he dicho, estaban compuestas por un grupo humano que se presentaba como emigrados políticos o religiosos, penitentes y peregrinos, y, por lo tanto, no fueron vistos de manera peyorativa por los habitantes de la península. Por este mismo motivo, su llegada supuso una incógnita para legisladores y mandatarios, que no supieron bien cómo abordar su registro.

 

Tabla 1: Líderes gitanos que aparecen en la documentación histórica del siglo XV.

Una vez más, en ese afán por temporalizar y ordenar los tiempos históricos que tenemos ciertos investigadores, creo conveniente remitirme a la clasificación de una precursora del estudio de la historia del pueblo gitano. Y es que, en opinión de la historiadora Sánchez Ortega, si se observa el recibimiento que tuvo el pueblo gitano plasmado en las leyes contra él emitidas a partir de los Reyes Católicos, la historia de su relación con el resto de la sociedad en los reinos de España puede dividirse en cuatro etapas: la primera transcurre desde la aparición del primer documento donde se hace mención al pueblo gitano, es decir, 1425, hasta la pragmática emitida por los Reyes Católicos en 1499. La autora denomina esta fase como un “periodo idílico” en el que los gitanos fueron recibidos con amabilidad y comprensión, amparándose en los salvoconductos emitidos por los monarcas y nobles, gracias a su condición de peregrinos en situación penitente. La segunda etapa es un tiempo de expulsión. Comienza con la aludida fecha de 1499 y perdura hasta 1633, cuando Felipe IV, arrastrado por los criterios poblacionistas del momento, decide dar marcha atrás y mantener a los gitanos en tierras españolas. Siguió un tercer periodo de integración legal desde 1633 hasta 1783, cuando Carlos III derogó todas las leyes que impedían la entrada de los gitanos en cualquier oficio al declarar que no procedían de “raíz infecta” y convertir así a los gitanos en súbditos productivos. A partir de ese momento, empezó una cuarta etapa de integración y aceptación social, pero de manera desigual. Así, en las provincias vascas y Navarra, utilizando sus prerrogativas forales, se continuó con las políticas de represión y expulsión de gitanos de sus jurisdicciones (Sánchez Ortega, 1994: 336).

A estas cuatro etapas añado yo dos más. Una, la que sucede hasta 1978 y la promulgación de la Constitución española de ese año, momento en el cual los gitanos y gitanas comenzaron a gozar de los mismos derechos y deberes que el resto de los ciudadanos del Estado español. Y dos, desde esa fecha hasta la actualidad, donde se desarrollan esos hipotéticos derechos y deberes. Quizá puedan parecer periodos cortos comparados con los anteriores, pero los acontecimientos acaecidos en ellos provocan que el breve lapso histórico de estas dos fases temporales sea relevante para la historia de nuestra sociedad y también para la del pueblo gitano. Recordemos que el tiempo histórico no corresponde a la magnitud física con la cual medimos la duración de acontecimientos y ordenamos la secuencia de los sucesos, sino más bien a la construcción mental y subjetiva que los historiadores desarrollamos.

No es fácil calcular cuántos fueron los gitanos y gitanas que emigraron a España desde Centroeuropa, pero las estimaciones de diversos estudios históricos señalan que no fueron más allá de mil o dos mil personas las que cruzaron los Pirineos como peregrinos a inicios del siglo XV. Durante el siglo XVIII llegaron a contabilizarse unos once mil individuos, aunque, obviamente, estos números hacen referencia a aquellas personas que estaban residiendo en domicilios registrados por las autoridades, por lo que tanto aquellas familias que vivían al margen de los censos como las que camuflaban su condición étnica en lugares prohibidos estaban fuera de este listado. Por otro lado, la condición de gitano durante el Antiguo Régimen era un tipo penal, por lo que me atrevo a decir que muchas personas no gitanas de origen fueron señaladas como tales sin realmente serlo, únicamente por su forma de vida asocial o por sus relaciones con otras personas gitanas. No es extraordinario pensar entonces que la cuantificación de la población gitana se ha resuelto las más de las veces con estimaciones muy subjetivas, del mismo modo que se sigue haciendo en la actualidad.

Según fueron pasando los siglos, los grandes grupos de gitanos que aparecen en los textos procesales van decreciendo en número. No es que disminuya la cantidad de gitanos, sino que aparecen en compañías más reducidas e, incluso, como individuos vagabundos y solitarios. Este cambio no responde únicamente a una lógica defensiva, es decir: cuanto más grande el grupo, más visible a las autoridades; también es resultado de una actitud que, bien por empeoramiento de su condición social o por asimilación a la sociedad mayoritaria, lleva a ciertos individuos a romper con sus lazos familiares. Es natural ver grandes grupos de gitanos en documentación del siglo XV, cuando cuentan con el favor de los nobles y la Corona, viajando por todo el territorio español gracias a los salvoconductos y cartas de favor. Al leer también los textos europeos y las descripciones de su llegada a Bolonia o París, se evidencia que eran cientos los gitanos que acampaban a las puertas de las ciudades. Paulatinamente esas comunidades se van comprimiendo, pasando a ser grupos de unas veinte personas. Se crea, además, la figura del gitano aislado, que vive lejos de su comunidad originaria, solo o con su familia más directa. Este tipo de individuo, en algunas ocasiones, ya ha perdido todo tipo de contacto con el resto de gitanos y serán los sujetos que se diluyan en la sociedad; en otras, mantendrán contactos ocasionales con otros gitanos, a sabiendas de que eso les puede perjudicar de cara a sus vecinos y a las justicias locales. También será habitual la aparición de personas que, tras haber tenido contacto con gitanos y asimilada su forma de vida —entendiendo aquí lo que el resto consideraba como forma de vida de los gitanos: vagabundeo, oficios poco lícitos, amancebamientos—, no podrán desembarazarse de su tipo cuasipenal de gitanos, aunque realmente no lo sean.

Lo cierto es que la política de los monarcas españoles no fue muy conciliadora con las minorías y convenía guardar el anonimato, evitando así los juicios llevados a cabo bajo el paraguas de los Estatutos de Limpieza de Sangre. Los judíos fueron expulsados en 1492 bajo el reinado de los Reyes Católicos y los moriscos sufrieron el destierro generalizado durante el reinado de Felipe III, en 1609. Los gitanos no fueron expulsados en bloque, al menos no como grupo homogéneo en su totalidad. Se intentó realizar una reglamentación asimiladora por parte de las autoridades y, cuando ello no fue posible, se utilizó al legislador para establecer penas durísimas, entre las que figuraban las galeras y el destierro. Es muy extraño que se llegara a decidir por parte de la autoridad máxima, el rey, una política de exterminio o expulsión total de los gitanos. Sin embargo, existe un ejemplo claro de este cariz: la Prisión General de 1749, también conocida como Gran Redada, tema en el que profundizaré más adelante.

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Forzar su asentamiento en lugares concretos fue la política común que siguieron los diferentes monarcas españoles. En la pragmática que promulgaron los Reyes Católicos en 1499 se estableció la libertad de elección domiciliaria en un afán por asentar a los gitanos en villas donde podían ser controlados y donde, a la vez, realizasen trabajos con los que mantenerse similares a los del resto de súbditos. Las disposiciones posteriores fueron acotando los lugares donde podían vivir, esto es, espacios con cierta densidad poblacional, donde las infraestructuras de vigilancia estaban más desarrolladas. Precisamente, cuando la disposición real en 1717 obligaba a asentarse en las villas, disponía que solo pudiera hacerlo una familia nuclear por cada cien habitantes. Esta medida rompía con el grupo extenso tradicional del pueblo gitano, ya que dicha familia debía estar compuesta únicamente por el matrimonio, hijos y nietos huérfanos solteros. Estas disposiciones contra natura no tuvieron el fin deseado y la confrontación entre la sociedad mayoritaria y el pueblo gitano no asimilado fue acrecentándose.

Gran parte de las personas que conforman el pueblo gitano en todo el mundo, y también en España, se sitúan históricamente fuera de la parte central de la sociedad: se han colocado siempre al margen. Lo que hoy en día señalaríamos como personas en riesgo de exclusión social, tradicionalmente se han llamado marginados. Marginados pues, fueron todos aquellos grupos humanos que no respondían a las conductas morales, religiosas, modos y usos comunes y prácticas de búsqueda de ingresos —trabajos— acostumbrados. En definitiva, los gitanos, como pueblo, se instalaron dentro de la marginalidad prácticamente desde su llegada a tierras ibéricas y solo conseguirán salir de ella aquellos individuos que pasaron desapercibidos respecto a su condición étnica o que optaron por diluirse sin retorno dentro de la colectividad mayoritaria.

En conclusión y recogiendo lo que he querido remarcar en este capítulo inicial, el pueblo gitano, cuya protohistoria se localiza en la India, se forma en Europa. Su recibimiento inicial en España, en el siglo XV, fue visto como algo exótico tanto por las autoridades como por la sociedad a la que representaban. Sin embargo, esta imagen fue cambiando hacia posturas de rechazo motivadas por su no asimilación y la negativa a participar en un sistema establecido que cada vez restringía más el libre albedrío y encorsetaba a los individuos dentro de un régimen administrativo férreo. Fruto de esta conducta asocial, el pueblo gitano mantuvo, de manera generalizada, una relación tirante con sus vecinos que se tradujo en las medidas represoras contenidas en la legislación antigitana. Una larga lista de pragmáticas y disposiciones creadas ad hoc contra el pueblo gitano que no impedirá que se asiente en España formando parte de su sociedad desde el siglo XV hasta la actualidad.

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