El influencer y el museo

«¿Quién habrá venido al Reina Sofía?». En el vídeo cebo para ansiosos–, una muchacha vestida de negro avanza por una de las salas del museo a lomos de sus taconazos. El misterio duró un suspiro: frente al primer cuadro grandote que les hizo buen fondo, Aarón Piper y Aitana (a secas) se fingían contentísimos. Gozaban del privilegio de disfrutar de «esas pedazo de obras». «Tenéis que venir. Yo vine con diecisiete años y volver ha sido muy increíble», aseguraba ella. «Yo creo que he estado una vez», añadió él, entornando los ojillos. «¡Tenéis que venir!», remató antes de que lo cazasen en el renuncio.

Me pregunto si, a la mañana siguiente, el museo tuvo que convocar a taquilleros de refuerzo para contener a esa avalancha de fans que –extasiados por la alambicada arenga de sus ídolos– se personaron entre el Sabatini y el Nouvel, ansiosos por libar las mieles de las artes plásticas. Y, si eso hubiese pasado, ¿sería menos disparatado que el centro de arte moderno y contemporáneo más importante de nuestro país tenga una estrategia comunicativa indistinguible de la de un parque acuático? «Tenéis que venir».

Viene poniéndose de moda. Famosos de distinto pelaje yendo a decir que qué bonitos son los cuadros y mira qué maja esta escultura. En la cuenta de Instagram de la Galería de las Colecciones Reales uno puede ver al cómico Miguel Maldonado discurriendo sobre si Goya es mejor pintor que Velázquez. «Pues todo depende del cuadro que tenga yo aquí». Espera, que sigue: Ana Milán quedándose «fascinada» ante un cuadro de Van Meulen, Joaquín Reyes con el «cogote de Carlos IV», Víctor Manuel y Ana Belén encontrándose con Carlos III (el de la Puerta de Alcalá) o Nayanesh Ayman (bicampeón mundial de muay thai) sintiéndose «muy representado» por un tapiz alegórico titulado El triunfo del tiempo. En 2024, el museo, que depende de Patrimonio Nacional, mostró durante un par de días objetos de la serie La casa del dragón junto a dos retratos de sus protagonistas hechos para la ocasión. Rafael, Tiziano, Caravaggio, Rubens y los Targaryen, claro que sí.

¿Para qué sirve un crítico?

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No son ejemplos aislados. Recientemente, han desfilado por las salas (y redes sociales) del Museo del Prado Dua Lipa, Natalia Lafourcade (con cantecito a una copia de la Guadalupana incluido) y Jerry Salt (crítico-showman-entusiasta de la bomba atómica), que no se privó de hacer la croqueta delante de sus masterpieces favoritas; por las del Reina Sofía hicieron un cameo Johnny Depp y Penélope Cruz, a quienes se agradece muchísimo ese selfie delante del Guernica. Felizmente, no es el único contenido que uno encuentra en las cuentas de los grandes museos (abundan, es cierto, las publicaciones con propósito pedagógico y divulgativo), pero cabe preguntarse por qué instituciones sobradamente conocidas en el ámbito nacional e internacional, y en las que cada día hay que hacer cola para entrar, parecen decantarse por una estrategia de comunicación peligrosamente cercana a «ven al museo al que van las celébritis». Más, cuando esas mismas instituciones se esfuerzan en mantener una programación (expositiva, educativa, etcétera) seria, coherente y alejada de esas veleidades.

Conste: no creo que la propaganda cultural la tengan que hacer los académicos de la lengua y otros conferenciantes ceñudos, no sea que alguien nos pille confraternizando con «la baja cultura». Cualquiera de los antedichos se explica (delante de una cámara) mejor que todos los catedráticos de este país juntos; y no me cabe la más mínima duda de que la propia Aitana nos da veinte vueltas a cualquiera, a ver si nos vamos a creer que uno se hace una estrella pop sin estrujarse las meninges. Lo que me escama no es que se recurra a actores, cantantes, atletas o agrimensores, sino que el resultado sea, una y otra vez, un videíto en vertical dicharachero, una promoción de Goya indistinguible de otra de pan de molde.

La espectacularización es un peligro contra el que las instituciones insertas en la cultura de masas del capitalismo tardío deben estar en guardia. No quedará nada de emancipador en el encuentro con las grandes obras de nuestra tradición si la visita al museo se propone (¡desde el propio museo!) como el enésimo consumible promocionado por esos anuncios andantes llamados influencers. ¿La experiencia estética? No nos queda de eso, pero aquí tiene el cuadro favorito de Bill Murray. La profundidad de la obra, aplanada en una recomendación: ve a verlo antes de comprar la entrada para su última película.

«¿Quién habrá venido al Reina Sofía?». En el vídeo cebo para ansiosos–, una muchacha vestida de negro avanza por una de las salas del museo a lomos de sus taconazos. El misterio duró un suspiro: frente al primer cuadro grandote que les hizo buen fondo, Aarón Piper y Aitana (a secas) se fingían contentísimos. Gozaban del privilegio de disfrutar de «esas pedazo de obras». «Tenéis que venir. Yo vine con diecisiete años y volver ha sido muy increíble», aseguraba ella. «Yo creo que he estado una vez», añadió él, entornando los ojillos. «¡Tenéis que venir!», remató antes de que lo cazasen en el renuncio.

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