Javier Krahe, la ironía como arma

Francisco Chacón

La pérdida de Javier Krahe deja a varias generaciones de cantautores españoles sin un tótem de palabra necesaria, sentida, irónica, crítica, mordaz… palabra que alberga connotaciones de guía literaria para tiempos tan convulsos como los actuales.

Siempre arrastró, con gran honor, la leyenda de ser algo así como el Georges Brassens de estos lares, consciente él mismo de que su magisterio le servía de faro intelectual para poder desplegar sus mensajes propios, deudores de una acidez que hoy brilla por su ausencia en medio de la anestesia generalizada.

Encarnó Krahe el compromiso de la canción en esencia. Sin tapujos. Sin medias verdades. Sin edulcorantes. Estopa contra ciertos vientos que soplaron durante la Transición. Azote del mismísimo PSOE cuando le exasperaban sus palos de ciego en la carrera por ampliar horizontes hacia el centro ideológico.

Su álbum de debut, aquel recordado Valle de lágrimas, contenía ya las principales claves de su elixir sonoro, con la guitarra por bandera y una progresiva inclinación hacia los arreglos jazzísticos.

El mito de sus personalísimos dardos verbales nació gracias al seminal disco en directo La MandrágoraLa Mandrágora, que recogía en 1981 la atmósfera vivida en el sótano de ese local de la Cava Baja madrileña. Demoledores versos urbanos que bebían de la actitud transgresora de Luis Eduardo Aute en su homenaje a Forges.

Allí le secundaban Joaquín Sabina y Alberto Pérez, que abandonaría el trío un año después. Unos mosqueteros junto a los cuales fue capaz de poner en solfa al establishment a la españolaestablishment .

La resistencia dialéctica impulsada por Javier Krahe se refleja igualmente en otro de sus coetáneos: Pablo Guerrero, en la antesala de otras aportaciones reveladoras: Luis Pastor, Rosa León…

Y qué decir de su labor discográfica como capitán del sello 18 Chulos, donde le arropaban El Gran Wyoming, Pablo Carbonell o Santiago Segura. Desparpajo asegurado en forma de grabaciones que marcaron el devenir de la música de este país, como su Dolor de garganta, indigesto en determinados estamentos, o Las damas primero, del no menos lúcido Javier Ruibal.

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Krahe mecenas, por tanto. Diego el Cigala, Sergio Makaroff, Benjamín Escoriza antes de poner en pie las bases de Radio Tarifa. Toda una encrucijada de caminos para dar vigor a la escena madrileña, que estaba muy necesitada de su rincón abierto bajo el involutivo mandato de José María Aznar.

Contenido por encima de la forma. Exactamente lo que hoy parece escatimarse en un momento de postureo vacuo, de retraimiento para no renunciar a nada. Tanto es así que hasta Miguel Bosé es capaz de apuntarse al carro de Pablo Iglesias.

En plena era Podemos, echar la vista atrás a este pasado reciente de sarcasmo terapéutico nos refresca la memoria para que no olvidemos que cualquier democracia consolidada se sustenta en la libertad de criterio. Pues eso, Krahe.

La pérdida de Javier Krahe deja a varias generaciones de cantautores españoles sin un tótem de palabra necesaria, sentida, irónica, crítica, mordaz… palabra que alberga connotaciones de guía literaria para tiempos tan convulsos como los actuales.

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