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'Una breve historia de la igualdad'

Thomas Piketty

Una breve historia de la igualdad (Deusto, 2021) es el trabajo de un economista que, a pesar de ser especialista en desigualdad económica, plantea en este libro la posibilidad de alcanzar el camino hacia lo equitativo. Thomas Piketty, columnista en Le Monde, donde diseccionó el panorama económico desde 2016 hasta 2020, irrupción pandémica incluida, se dirige ahora a los lectores con una visión optimista para recordar que la igualdad es posible, a pesar de males como el olvido histórico. infoLibre publica el capítulo Las fuerzas del cambio: el calentamiento global y la lucha de ideologías, donde el autor advierte: "La idea de que sólo puede haber ganadores es una ilusión peligrosa y anestésica que conviene superar cuanto antes".

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Las fuerzas del cambio: el calentamiento global y la lucha de ideologías

Los cambios de los que se habla en este libro, ya se trate del Estado social, la fiscalidad progresiva, el socialismo participativo, la igualdad electoral y educativa o la superación del neocolonialismo, sólo pueden tener lugar si vienen acompañados de fuertes movilizaciones y equilibrios de poder. Esto no debería sorprendernos: en el pasado, siempre han sido las luchas y los movimientos colectivos los que han permitido sustituir viejas estructuras por instituciones nuevas. Nada impide pensar en una evolución pacífica a partir de movimientos sociales y políticos que consigan activar a una gran mayoría de los votantes y llegar al poder con ambiciosos programas de transformación. Sin embargo, la experiencia histórica sugiere que los cambios a gran escala suelen conllevar momentos de crisis, tensiones y confrontaciones. Entre los factores que pueden acelerar el ritmo de estos cambios están, por supuesto, las catástrofes medioambientales. En teoría, cabría esperar que la perspectiva de tales catástrofes, cada vez mejor documentada por la ciencia, fuera suficiente para provocar la movilización oportuna. Desgraciadamente, es posible que sólo daños tangibles y concretos más fuertes que los constatados hasta ahora consigan romper el conservadurismo y desafíen radicalmente el sistema económico actual.

En este momento, no se puede predecir de dónde vendrán concretamente esas señales. Sabemos que el planeta se encamina hacia un calentamiento que será, probablemente, de al menos tres grados en el siglo xxi en comparación con los niveles preindustriales, algo que sólo acciones mucho más contundentes que las previstas hasta ahora podrían evitar. Con tres grados más a escala planetaria, la única certeza es que no existe un modelo que pueda predecir el conjunto de reacciones en cadena que podrían producirse, ni la rapidez con la que algunas ciudades serán tragadas por el agua o países enteros se enfrentarán a un clima desértico. Teniendo en cuenta otras degradaciones en curso, también es posible que las primeras señales cataclísmicas provengan de otros frentes, como el hundimiento acelerado de la biodiversidad, la acidificación de los océanos o la pérdida de fertilidad del suelo. En el peor de los casos, las señales llegarán demasiado tarde para evitar los enfrentamientos entre Estados a cuenta de los recursos naturales, y pasarán décadas antes de posibles e hipotéticas reconstrucciones. También es posible imaginar que las próximas oleadas de señales fuertes, como el recrudecimiento de los incendios y las catástrofes naturales, bastarán para desencadenar una toma de conciencia saludable y para legitimar una profunda transformación del sistema económico y nuevas formas de intervención pública, a la manera de la crisis de la década de 1930. Cuando un número suficiente de personas haya visto las dramáticas consecuencias que los procesos en curso tienen en su vida cotidiana, las actitudes hacia el libre comercio, por ejemplo, podrían cambiar radicalmente. También cabe esperar reacciones hostiles por parte de los países y grupos sociales cuyos estilos de vida han contribuido más al desastre, empezando por las clases más ricas de Estados Unidos, pero también de Europa y del resto del mundo.

Desde este punto de vista, conviene recordar que los países del norte, a pesar de su escasa población (Estados Unidos, Canadá, Europa, Rusia y Japón juntos suman alrededor del 15 por ciento de la población mundial), son responsables de casi el 80 por ciento de las emisiones de carbono acumuladas desde el inicio de la era industrial. Esto se debe a que las emisiones anuales per cápita alcanzaron niveles extremadamente altos en los países occidentales entre 1950 y 2000: entre 25 y 30 toneladas per cápita en Estados Unidos y alrededor de 15 toneladas en Europa. Aunque esos niveles han comenzado a descender (a principios de la década de 2020 se acercan a las 20 toneladas en Estados Unidos y a las 10 toneladas en Europa), China estuvo por debajo de 5 toneladas hasta el año 2000 y ha emitido entre 5 y 10 toneladas anuales per cápita entre 2000 y 2020. A partir de la evolución observada hasta la fecha, China debería ser capaz de alcanzar los niveles de vida occidentales sin tener que pasar por niveles de emisiones per cápita tan elevados como los de Occidente, gracias en parte a los progresos realizados en materia de concienciación sobre el calentamiento global y a las nuevas tecnologías disponibles. Sin embargo, hay que relativizar la idea de que una nueva «Ilustración verde» ha llegado al planeta con soluciones testadas. De hecho, se sabe desde hace mucho tiempo, casi desde el inicio de la revolución industrial, que la quema acelerada de combustibles fósiles podría tener efectos nocivos. El hecho de que las reacciones hayan sido lentas y sigan siendo tan limitadas hasta la fecha se debe, sobre todo, a que los intereses socioeconómicos en juego son considerables, tanto entre países como dentro de ellos. Mitigar los efectos del calentamiento global y financiar medidas de adaptación a los países más afectados (especialmente en el Sur) requiere una transformación integral del sistema económico y de la distribución de riqueza, que a su vez necesita el desarrollo de nuevas coaliciones políticas y sociales a escala mundial. La idea de que sólo puede haber ganadores es una ilusión peligrosa y anestésica que conviene superar cuanto antes.

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