21A | Elecciones en el País Vasco

Fernando Aramburu: "No me preocupan las elecciones vascas, me preocupaban los atentados"

El escritor Fernando Aramburu durante una entrevista.

Una explosión de gas en el colegio Marcelino Ugalde de Ortuella (Vizcaya) mató a cincuenta niños de cinco y seis años, dos profesores y una cocinera el 23 de octubre de 1980. Una tragedia que detuvo el tiempo en un pueblo que rondaba los 9.000 habitantes y que quedó conmocionado de inmediato. Casi cuarenta y cinco años después, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) recupera en El niño (Tusquets, 2024) este siniestro, ya casi olvidado por la distancia del tiempo, para adentrarse en la vida devastada de los miembros de una familia y sus intentos por superar lo que de ninguna manera se puede superar. Una exploración psicológica a partir de una desgracia colectiva, con la que el autor da continuidad a su serie de 'gentes vascas'.

¿Qué es El niño?

El niño es el título cuarto de una serie que llevo un tiempo escribiendo, que contempla la escritura de novelas breves y de cuentos con los cuales tengo el propósito de trazar un dibujo literario de mi tierra natal y de sus gentes en una época que también fue la mía. Con El niño abordo un hecho trágico que ocurrió en 1980 en el pueblo de Ortuella, cerca de Bilbao, donde se produjo una explosión de gas que provocó el fallecimiento de cincuenta criaturas y tres adultos. Tomo este hecho como arranque de la historia de una familia y muestro sus circunstancias particulares y, sobre todo, cómo cada uno de ellos se enfrenta a la desgracia y desarrolla consciente o inconscientemente una estrategia para superarla o para encontrar alivio o consuelo.

A pesar de la magnitud de la tragedia, el paso de los años la ha ido dejando en el olvido. ¿Por qué rescatarla ahora?

Fue un hecho muy duro que en su momento causó conmoción en toda España y una ola enorme de solidaridad. Parece ser que estaba bastante olvidado de nuestra memoria colectiva, aunque yo no lo tenía olvidado porque me golpeó muy fuertemente y porque he trabajado durante muchos años con niños en aulas y alguna que otra vez me acordaba. Como tengo este proyecto de contar historias relacionadas con mi tierra natal, era una posibilidad muy grande que me llamaba y me interpelaba una y otra vez, y me sugería la posibilidad de dedicarle un texto.

El tema central es la pérdida y cómo cada personaje la afronta de una manera. La familia protagonista afronta la pérdida de su pequeño de seis años de diferentes maneras: la madre con el olvido, el padre queriendo tener otro hijo, el abuelo actuando como si el niño estuviera vivo...

Esa es la columna vertebral de la novela. No tanto la tragedia en sí, sino cómo ésta repercute en la vida privada cotidiana de un elenco pequeño de personajes que componen una familia modesta y trabajadora de origen inmigrante extremeño.

Cada uno lleva el duelo como puede de forma diferente, siempre teniendo que convivir necesariamente con el proceder de los demás.

Yo creo que esto es algo universal. Todos tenemos una conformación psicológica diferente, un nivel cultural distinto, unas condiciones sociales propias... y lo que ocurra a nuestro alrededor se proyecta de una manera muy distinta en cada uno de nosotros y, claro, reaccionamos también de manera distinta. El núcleo de la novela está precisamente en mostrar esas distintas reacciones y en cómo cada uno de esos personajes humildes se enfrentan a un hecho que les excede, que les golpea de una manera brutal.

¿Puede haber algo más duro que perder un hijo?

Por suerte no he vivido nada parecido, pero quizás para eso sirven las novelas, para ponernos en el lugar de otros seres que hayan vivido algo que nosotros no hemos vivido ni nos apetecería vivir. De esta manera, las novelas, más allá de entretenernos, pueden abrirnos nuestro horizonte de experiencias. Por lo menos la novela que yo practico, muy centrada en el factor humano.

A eso también ayuda poner nombre (aunque sea ficticio, como en este caso) a las víctimas y adentrarse en sus emociones. Porque esta es una tragedia colectiva pero individual al mismo tiempo, y parece que cuando son comunales todo puede resumirse en cifras deshumanizadas, como vemos en las guerras o incluso en los accidentes de carretera.

Sí, porque no dejan de ser números y con los números es muy difícil vincularse emocionalmente. Por eso, efectivamente, las novelas ponen rostro y nombre a personas que han vivido una circunstancia determinada. Y entonces sí que nos podemos vincular como lectores emocionalmente con determinados hechos. Porque claro, hablar de números, vale, son datos, pero eso no es una narración y no interpela de la misma manera.

En El niño incluso llega un punto en el que el lector no sabe si estos personajes son reales y solo se les ha cambiado el nombre, como asegura la narración, o hay una construcción más compleja detrás.

Eso es muy halagador para mí, porque eso supone que para un lector determinado este texto ha funcionado como testimonio verídico. Y eso es lo máximo que puede conseguir un novelista: que un lector llegue a la conclusión de que está leyendo un fragmento verídico de vidas ajenas. Porque el lector exige eso, consciente o inconscientemente, y si se da cuenta de que se le está mintiendo, de que lo que se cuenta ahí es incoherente o no es verosímil, es probable que cierre la novela y la tire.

Al principio, en el caso de Ortuella, hubo una solidaridad masiva. Pero el tiempo sigue pasando y al final uno siempre se queda solo con su drama y sus problemas. Pretender que los demás dediquen su vida entera a nuestro drama personal es un poco ilusorio

Fernando Aramburu

La madre del niño, Mariaje, dice en un momento dado que "a la gente no le gusta rozarse con las víctimas", sean del tipo que sean.

Eso no es solamente privativo de la gente de mi tierra, esto lo he percibido en otros muchos lugares y es muy antiguo. Una de mis novelas favoritas es La muerte de Iván Ilich, de Tolstói, que va precisamente de esto, de un hombre que enferma y entonces los demás evitan el contacto con él. Pero no porque hayan dejado de sentir afecto por esta persona, sino por una especie de reparo y de temor. Recordemos a los leprosos, que iban haciendo sonar una esquila para avisar de que venían. También esta situación tan habitual de quien pierde un amigo y no sabemos cómo dar el pésame. O recordemos las declaraciones de víctimas del terrorismo, que lamentaban la soledad en que se las dejaba. Eso está ahí, yo lo he percibido muchas veces y mi personaje, efectivamente, hace un reflexión en este sentido.

No deberíamos abandonar a las víctimas de ningún tipo. ¿Sería esa sería quizás una buena enseñanza?

Sí, pero es que hay otros ingredientes. Al principio, en el caso de Ortuella, hubo una solidaridad masiva y un funeral multitudinario, pero claro, el tiempo sigue pasando y al final uno siempre se queda solo con su drama y con sus problemas. Parece que es como ley de vida, porque también pretender que los demás dediquen su vida entera a nuestro drama personal es un poco ilusorio.

¿Al final es cada cual quien tiene que encontrarle el lugar a sus propias cosas? Si hay un dolor, colocarlo en su sitio; si hay algo que olvidar, mandarlo al fondo. Y el recuerdo que se tenga que quedar, que se quede donde pueda estar bien.

Es que además el tiempo no se para. Ocurren continuamente cosas, vienen nuevas generaciones con otros intereses, otros problemas y otros sueños. Es imposible parar un momento de la historia, aunque las novelas y los libros en general jueguen a eso, a rescatar algo del paso del tiempo. Bueno, también es una tentativa ilusoria, porque los libros igualmente están dentro del tiempo y pasan, no hay más que ir a la Cuesta de Moyano y ver todos esos libros que alguna vez a lo mejor fueron éxitos totales y motivo de debate o conservación, pero ahora están ahí amarilleados por el tiempo y olvidados.

En casos como el de El niño, que parte de un suceso real del pasado muy documentado, ¿puede la literatura de alguna manera ser periodismo en diferido?

No lo creo. No tengo nada contra el periodismo, pero la literatura va por otros caminos en los cuales el ingrediente estético tiene un valor primordial frente al periodismo que informa o comenta. El periodismo puede tener también densidad literaria, no lo menosprecio en absoluto y, de hecho, yo publico en prensa. Pero vamos a decir que no es lo mismo un soneto que una novela o una columna.

¿Por eso entonces la novela es la mejor manera de contarnos a nosotros mismos?

Lo esencial de la novela es que considera la privacidad de las personas, es decir, nos permite mirar un poco cómo funcionamos, qué sentimos, con qué soñamos. Esto no nos lo puede proporcionar la historiografía, que opera con documentos y con datos. Por eso, uno acude a las novelas no solamente a enterarse de lo que haya podido suceder, sino que uno puede llegar a emocionarse, puede reír o puede entristecerse. En las novelas uno observa de cerca otras opciones humanas, se puede imaginar que acompaña a unos expedicionarios en un lugar recóndito, puede hacerse la ilusión de estar metido en una aldea en la llanura europea en la Edad Media... y quien dice novelas dice películas también.

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Esta nueva novela es la cuarta entrega de la serie 'gentes vascas' después de Los peces de la amargura, Años lentos e Hijos de la fábula. ¿Son muy diferentes las gentes vascas de 1980 en Ortuella de las que van a votar en unas elecciones en unos pocos días con Bildu como formación política determinante?

Cada cual es hijo de su época y hay unos cambios sociales evidentes. Pienso en internet, la difusión del móvil... eso influye de una manera directa en la vida cotidiana de las personas y eso cambia los usos y costumbres. Pero vamos a decir que lo básico, como el trabajo, la alimentación, las aspiraciones personales, los gustos o el ocio siguen persistiendo en los ciudadanos. Si comparo mi vida propia de joven a la de un joven de ahora noto unos cambios bastante grandes. También en el país, la España de 1980 y la de 2024 presenta enormes diferencias. Y, desde luego, el final de la violencia es un proceso muy positivo en cualquier sociedad.

Porque en el caso de la tragedia de Ortuella, como cuenta en la novela, al principio se decía que había sido ETA. La desinformación no es cosa de los bulos de ahora.

Ese fue un rumor que se difundió en un principio después del accidente pero enseguida fue desmentido porque en las primeras investigaciones se comprobó que había habido una explosión de gas en el colegio. Pero yo no creo que hubiera mala voluntad, sino que realmente hubo una rápida vinculación entre explosión y ETA en plena época de plomo, porque había una especie de psicosis colectiva, un hábito a las noticias de atentados.

¿Le preocupa el panorama político actual en Euskadi justo antes de las elecciones?

No me preocupa, lo que me preocupaba realmente eran los atentados, y veo todo esto con tranquilidad, con distancia, procurando estar informado y nada más.

No puedo supeditar la creación literaria al logro de un éxito, esto no va conmigo y no me lo puedo permitir, porque además creo que interferiría negativamente en mi trabajo. El éxito de ventas no es algo que me preocupe

Fernando Aramburu

Reside en Alemania desde hace décadas. ¿Cómo se nos ve con la distancia de vivir fuera de España?

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No veo que España tenga una gran presencia en la prensa alemana salvo en el plano deportivo, que es donde las menciones son más frecuentes. De vez en cuando surge alguna noticia, sobre todo de algunas cuestiones que puedan afectar a otros países de la Unión Europea y que producen interés. 

Ha bromeado muchas veces al contar que se refieren a usted como "el de Patria". ¿Ese es el éxito? ¿Qué sería un éxito con El niño?

El éxito de El niño es que yo terminara el libro. Lo que venga después de la publicación, buenas o malas críticas, aceptación o no del público, es algo que yo no puedo determinar, son hilos que yo no tengo en la mano. Si la repercusión es positiva me alegraré y, si no, tendré que asumir que no lo hice bien. Pero yo no puedo supeditar la creación literaria al logro de un éxito, esto no va conmigo y no me lo puedo permitir, porque además creo que interferiría negativamente en mi trabajo. El éxito de ventas no es algo que me preocupe, una vez publicado El niño, además, yo abordo ya otro proyecto al que deseo dedicarme con concentración previa y no debo permitir que libros anteriores estén de alguna manera perturbando mi tranquilidad.

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