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Pensamiento político

'Los años peligrosos' que nos cabrearon: "Nos hemos enganchado a la dopamina de la radicalidad"

Detalle de la portada de 'Los años peligrosos'.

No hace falta ser especialmente perspicaz para darse cuenta de que de un tiempo a esta parte la política se ha radicalizado, lo cual, en esencia, significa que todos lo hemos hecho. La crisis financiera de 2008 se llevó por delante las expectativas de millones de personas y originó protestas ciudadanas contra un sistema que les había decepcionado a todos los niveles. En ese contexto surgieron partidos que estiraron el espectro hasta los extremos con la firme determinación dejar inhabitado un centro que ya no era un lugar seguro.

Este proceso empezó hace quince años con el surgimiento de dos movimientos antagónicos: el Tea Party en Estados Unidos y el 15M en España. A pesar de los evidentes antagonismos, ambos exigían que las élites que habían fracasado dejaran paso a los verdaderos representantes del pueblo y que se hiciera justicia económica. Ambos partían de la convicción de que el viejo sistema político y económico estaba moribundo y lograron gran popularidad gracias a la conjunción de las redes sociales y los teléfonos móviles, a la transformación de los medios tradicionales y a la aparición de otros nuevos. 

"Lo que dicen esos movimientos, en un principio con bastante razón, es que hay que cambiar el sistema que ha fallado. Eso sí, las interpretaciones que hacen son contrarias, pues el Tea Party habla de demasiada intromisión del Estado, mientras el 15M denuncia que los Estados han abandonado a su suerte a los ciudadanos", explica a infoLibre el periodista y editor Ramón González Férriz, que añade: "Esos dos movimientos, que son espontáneos, poco jerárquicos y sin una ideología establecida, empiezan a mutar rápidamente. Por la derecha se convierte en una transformación del Partido Republicano, en 2013 aparece Vox en España... y el 15M deriva en Podemos, Syriza en Grecia, Ocupa Wall Street, la transformación del Partido Laborista y el Partido Demócrata. Estos movimientos no dicen que hay que cambiar al partido que gobierna, están diciendo que hay que cambiar de arriba a abajo todo el sistema, porque está podrido y no nos sirven los matices, ni las reformas, porque hay un problema estructural".

González Férriz es autor de Los años peligrosos (Debate, 2024), un ensayo que relata y profundiza en esa mutación impulsada por millones de personas genuinamente airadas con el sistema, pero también por quienes aspiraban a engrosar la nueva élite, intelectuales desconocidos hasta entonces y oportunistas mediáticos. Todos ellos apelando a nociones de la cultura woke, por un lado, y el nacionalismo reaccionario, por el otro, han convertido nuestra política, según el periodista, en un agrio choque entre tribus polarizadas y una lucha irresoluble de identidades en conflicto. Han pasado quince años y el clima de insatisfacción política continúa sin que el sistema haya cambiado en realidad.

"Detestar a la élite es sano, está justificado y siempre produce cierto placer. Ser un poquito antisistema en general me parece bien, luego ya igual lo suyo es moderarse para no cargarnos ese sistema definitivamente", destaca, al tiempo que recalca que los líderes de estos movimientos usan una retórica según la cual esto es un "choque del pueblo contra la élite y ellos representan al pueblo", cuando en realidad "la gente que dice que aspira a liderar al pueblo en el fondo procede de élites tradicionales". "La gente que sale en Podemos, es un hecho, sale de las canteras de élites tradicionales españolas con hijos de altos funcionarios, de políticos, gente que en muchos casos ha estudiado fuera... Es una época en la que, aunque la retórica sea del pueblo contra la élite o contra la casta, en realidad vemos un choque entre élites brutal. Esto lo vemos también en el procés, aunque el caso más exagerado es Trump, que es un tipo antiélite, un constructor de Manhattan que dice que es milmillonario", explica.

Los líderes políticos han entendido que la herramienta de la polarización es muy útil para ellos, porque les descarga de responsabilidades de gestión al conseguir que sus votantes les voten por muy mal que lo hagan

Más allá de estos elementos fundacionales, recuerda el autor que, incluso partiendo de una frustración bien justificada, en poco tiempo "muchos de estos movimientos, con matices, acaban cogiendo rasgos que de alguna manera ponen en peligro la democracia liberal". Tratan de estirar los confines, en definitiva, del espacio aparentemente establecido. Porque lo que comenzó como una insurgencia contra el sistema económico derivó en una gran lucha acerca de las identidades, que es la que vivimos diariamente tres largos lustros después. Por eso, afirma González Férriz que atravesamos todavía "años peligrosos para una determinada concepción de la democracia", pues todas estas opciones políticas más escoradas que las tradicionales "se basan mucho en la división de la ciudadanía", en construir "dos bandos de buenos y malos".

"Cada uno por su lado tenía razones para, si haces el esfuerzo empático de ponerte en el lado del otro, sentir un cabreo legítimo con los partidos tradicionales. Así apareció la sensación de que eso se podía paliar con más radicalismo", apunta, señalando acto seguido que estos nuevos movimientos "se han alimentado mucho de la polarización", hasta el punto de convertir esa polarización en un "elemento de autoafirmación y de confrontación constante". "A la ciudadanía ese tribalismo le ha gustado y nos hemos convertido en una especie de herramientas de combate de los partidos políticos. Los líderes políticos han entendido que la herramienta de la polarización es muy útil para ellos, porque les descarga de responsabilidades de gestión al conseguir que sus votantes les voten por muy mal que lo hagan, ya que por encima está la aversión política que sienten por el adversario", reflexiona.

Hemos encontrado una especie de satisfacción emotiva en la polarización y la radicalización, que creo que no es necesariamente buena para la democracia o que directamente es mala

No se olvida tampoco el autor en esta receta de la irrupción de las redes sociales y los teléfonos inteligentes, perfectos vehículos para la propagación de discursos, así como del papel de unos medios de comunicación "sin modelo de negocio" y que no sabían cómo iban a sobrevivir. De esta manera, la radicalización política ha ido ocupando cada vez más espacio en el debate público y en nuestras instituciones. "La polarización ha sido también, por así decirlo, un modelo de negocio, y tanto políticos como ciudadanos y medios nos hemos sumado a esto con bastante entusiasmo", lamenta. 

Y aún prosigue: "Hemos encontrado una especie de satisfacción emotiva en la polarización y la radicalización, que creo que no es necesariamente buena para la democracia o que directamente es mala. No porque no haya motivos para estar cabreado, indignado y mostrar rechazo a un gobierno u a otro, porque eso es totalmente legítimo y necesario, sino porque hemos generado unos mecanismos de autosatisfacción en el cabreo, de autosatisfacción en la radicalización, que todos en un momento dado sentados delante de un teclado en Twitter podemos ejercer. Eso nos ha enganchado casi a la dopamina de la radicalidad política, y creo que eso sí tiene elementos peligrosos, porque es una carrera constante para ver quien muestra más credenciales de radicalización".

A esta dinámica se apuntaron rápidamente los partidos considerados tradicionales, más por defensa de su espacio que por necesidad de cambiar sus estrategias. "Cuando Podemos empezó a hacer comunicación política cundió el pavor en el PSOE. Por eso, los partidos tradicionales se sumaron a aprender a usar las redes, a una comunicación política mucho más agresiva", destaca, ejemplificando en un caso en particular: "No lo juzgo, pero Pedro Sánchez ha entendido muy bien las dinámicas de polarización y las utiliza de una manera muy eficaz para sus intereses".

No anuncio una dictadura, ni fascista ni comunista, para pasado mañana, pero las democracias van a tirar hacia versiones un poco más autoritarias

La política convertida en un mercadeo de oferta y demanda tampoco ayuda a la estabilidad, precisamente: "Al principio de la crisis la gente demandaba una oferta ideológica que no existía y estos partidos la generaron. Pero, después, los líderes políticos también generan su propia demanda y tienen capacidad de generar unas inquietudes que la gente no tiene. En este período lo hemos visto bien con ideas que de alguna manera provocaran más brechas sociales. Me acuerdo de Ciudadanos hablando de la gestación subrogada: ¿existía una gran demanda o creían que generando esa oferta iban a diferenciarse más del PP, a romper a los conservadores y generar debate a la izquierda? Más recientemente lo hemos visto con el tema del acceso al porno de los menores. A veces se sueltan ofertas políticas para generar fracturas sociales y discusiones políticas y que luego no sabes si son sencillamente globos sonda para ver qué pasa".

Imposible saber qué pasará en el futuro inmediato, si bien concede el autor que el hipotético regreso de Donald Trump a la Casa Blanca "es una amenaza bestial para el prestigio de la democracia liberal, tanto para los estadounidenses y como para los europeos". "No anuncio una dictadura, ni fascista ni comunista, para pasado mañana, pero que las democracias van a tirar hacia versiones un poco más autoritarias y un poco más de poner por encima el orden frente a la libertad es algo que creo que va a suceder en gobiernos tanto de izquierdas como de derechas", concluye.

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