estrenos

Lorraine Lévy: “En vez de acercar a los hombres, la religión los aleja”

Un fotograma de 'El hijo del otro' con los dos protagonistas.

La historia parte casi de un meme: un chaval que crece toda su vida pensando que es el hijo de sus padres y que, de un día para otro, descubre que en realidad fue un bebé cambiado al nacer. No son pocas las obras que tratan la cuestión, planteada tal cual: desde esas míticas películas de sobremesa, de las que existen unos cuantos ejemplos (Cambiadas al nacer, por mencionar una) a la reciente De tal padre, tal hijo, de Hirokazu Koreeda. Y eso sin contar los numerosos casos reales de los que dan cuenta los medios de comunicación. Lo que la cineasta francesa Lorraine Lévy quiere añadir de novedoso con su particular aportación al tema, la película El hijo del otro, de estreno este viernes, es la constatación de lo débiles y volubles que pueden llegar a ser los asientos sobre los que reposan las ideas de la identidad y la alteridad, especialmente si se construyen sobre los fundamentos de la raza o la religión. Y qué mejor contexto para enmarcar tal propuesta que el conflicto entre Israel y Palestina. 

“Yo nací de una madre y un padre judíos, yo soy judía, pero lo que me interesaba era dar pie a una reflexión sobre la identidad”, explica Lévy (Boulogne-sur-Seine, 1959), que ha ganado con este filme el premio a la Mejor dirección del Festival de Tokio, que ha galardonado así por primera vez a una mujer. “Para el personaje de Joseph (el chico que se cree judío hasta que descubre que en realidad es palestino), la religión es importante, no así para mí. El rabino tiene un papel muy importante en su vida: él estudia la Torá y es el mejor alumno del rabino. Y de un día para otro, ya no es nadie. Y el rabino le dice: si quieres ser judío, te tienes que convertir. Es algo extraordinario: de la noche a la mañana, sigues siendo el mismo y sin embargo eres otro”. Judía, pero laica, la directora (hermana del escritor Marc Lévy, cuyo libro Mis amigos, mis amores, adaptó a la gran pantalla) ha querido así subrayar lo absurdo de las disputas originadas por las creencias, al fin y al cabo, nacidas de una convicción íntima y nunca obligatorias de por sí. “En vez de acercar a los hombres”, sentencia, “la religión los aleja”. 

Lorraine Lévy, rodeada de varios actores, durante el rodaje. 

Rodada íntegramente en Israel, la película contó con un elenco y un equipo técnico reflejo de la multiculturalidad que quería poner de relieve la directora. “Pero para que fuera apoyada por la excepción cultural, y dado que está filmada fuera, era obligatorio que yo fuera francesa, que hubiera actores franceses y que la posproducción se hiciera en Francia”. De ahí que, en el filme, la madre del lado judío sea originaria del país vecino y que en su familia se hable aquel idioma, una coyuntura que, dice Lévy, en realidad es bastante más común de lo que pudiera parecer. “La mezcla de mi equipo, en el que había franceses, judíos israelíes, árabes israelíes, árabes palestinos e incluso cristianos palestinos, hizo que viviera en el plató la historia que contaba”, agrega. “Por ejemplo, la jefa de maquillaje era israelí, y sus dos hijos estaban en el servicio militar en la Franja de Gaza. También había un palestino que tenía primos en Gaza. Por tanto, eran enemigos. Al principio del rodaje se saludaban pero no se hablaban, y a medida que pasaba el tiempo se fueron acercando, hasta que al final se intercambiaban fotos de sus familiares y los dos soltaban el mismo discurso: esto se tiene que acabar, tenemos que acabarlo”. 

Lorraine Lévy en Madrid | EDUARDO LARROCHA

Aunque ella ya conocía bien el terreno –a los 18 años pasó un verano trabajando en un kibutz en Jerusalén y desde entonces Israel se ha convertido en el país  que más ha visitado- la cineasta quiso “impregnarse” bien del día a día en la zona, por lo que viajó allí cuatro meses antes del rodaje, y fue rescribiendo el guion a partir de sus experiencias. “Conocí a mucha gente y debatí con ellos, tanto israelíes como palestinos, y también vi mucho cine palestino e israelí”. De lo que aprendió, quiso quedarse con lo social y descartar lo político, porque no quería incluir esa visión en su película. “Para eso, habría filmado la realidad de las cosas casi de modo documental: habría habido atentados y otros elementos fácticos concretos, pero yo no quería hacer esto. Mi película es un cuento geopolítico, y he abordado eso con una distancia respecto a un filme político puro”, resume. “No hay ningún acontecimiento de ese tipo en mi película. Sin embargo, la violencia sí está presente a través de los protagonistas y sus vivencias. Hacer una película sobre sentimientos, y no sobre política, me hace sentirme más cómoda”.

Más sobre este tema
stats