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Los afectos difíciles

Nada que decir

Silvia Hidalgo (Premio Tusquets)

Tusquets

 

Nada que decir, de Silvia Hidalgo, mereció el último premio Tusquets, uno de los más prestigiosos del panorama de la literatura en español. Se trata de una novela redonda, escrita con pulso impecable, cuyos personajes se quedan mucho tiempo con nosotros al acabar el libro, sobre todo la protagonista, Eva, cuyo nombre aparece una sola vez en el libro. Los personajes no tienen nombre porque podrían ser cualquiera de nosotros.

Leyendo Nada que decir he recordado las reflexiones sobre la cualidad filosófica, imprescindible en una gran novela, que Doris Lessing pone en boca de Anna Wulf en El cuaderno dorado. Más allá de la perfecta unión entre fondo y forma que el libro presenta (tenemos la sensación de que lo que se cuenta no puede narrarse de otro modo), hay una meditación honda sobre algunas cuestiones básicas de la condición humana. Pero vayamos por partes. La novela explora el ámbito y el relato familiar, amoroso y laboral de la protagonista, una mujer que ronda los cuarenta años, ingeniera, separada, madre de una hija pequeña, obsesionada con un amante al que llama "el hombre tumor", nacida en un barrio humilde al que vuelve después de separarse (los espacios son fundamentales en el libro), hija de una madre que desconoce la alegría del amor y de un padre que se refugia en los libros y la música y se obsesiona con la educación de su hija pero no para proporcionarle el aprendizaje del placer o la felicidad sino para que pueda salir de su entorno.

¿Cuáles son las preguntas fundamentales, complejas, ineludibles a las que nos enfrenta la novela? ¿Por qué se huye de la felicidad? ¿Por qué la protagonista, poseedora indudablemente de una inteligencia muy aguda, quiere huir, al principio de la novela, "de la felicidad del hogar, del calor de la oficina, de los libros y de la música, de todo intelecto"? ¿Por qué no se plantea ser feliz con su amante, sino desarrollar una forma de infelicidad? La cuestión de la felicidad, de enorme calibre vital y filosófico, es por supuesto una de las grandes preocupaciones humanas. En Ética a Nicómaco Aristóteles empieza reflexionando "sobre la felicidad" ("el bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden", "la felicidad es una actividad del alma de acuerdo con la virtud perfecta"). ¿Cómo podemos cultivar la vocación para la felicidad? ¿Qué elementos la perturban? ¿Qué condiciones alejan a la protagonista, "la niña que quería ser papá", de la aspiración a la felicidad? ¿Tal vez la ausencia del aprendizaje emocional de una auténtica vocación de ser feliz? ¿El derrumbe de un relato amoroso idealizado y su sustitución por un deseo en el que sin embargo hay un profundo desajuste entre el lenguaje ("un lenguaje donde cariño y te adoro se pronuncian sin cariño ni adoración") y la experiencia, entre las palabras y las cosas?   

Nunca escapamos de la infancia. Lo palpamos a través de la protagonista, que regresa a la casa de su madre, a su vez prisionera de una forma áspera de querer, de "la estirpe de mujeres sin mimos ni abrazos" de la que ambas provienen. Solo que la protagonista, hija y madre también (la maternidad es un tema clave en la novela) logra analizar con lucidez sus circunstancias, encontrar algunas de las causas de sus afectos difíciles. Hay un equilibrio complejo y nada obvio a primera vista entre la inteligencia y la ternura en Nada que decir, sobre todo a la hora de construir imágenes (la de la madre que llora en el coche después de llevar a la niña a la guardería, por ejemplo) o de corporeizar pensamientos ("los animales de su cabeza que corren perturbados en todas direcciones"). El ambiente laboral también aparece representado de modo brillante en la novela. Es grandiosa en este sentido la escena en la que la protagonista, que al salir de una reunión de trabajo escucha las risas de los compañeros, les escribe exigiendo disculpas.

Ráfagas de asombro

Al leer Nada que decir podemos cerrar los ojos y ver a los personajes, que se seguirán moviendo en nuestra memoria tiempo después de la lectura. Sin duda, este es uno de los rasgos más importante de la buena literatura en general y de esta magnífica novela en particular.  

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* Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.

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