Albricias, una crónica bufa de la pandemia

Granada, paraíso confinado

Varios autores

Esdrújula Ediciones (2021)

Dijo el mexicano Francisco de Icaza que no hay en la vida pena más grande que la de ser ciego en Granada. Y es bastante cierto: los granadinos disponen de algunas de las mejores vistas urbanas del planeta, lo que fomenta en ellos actitudes líricas y ensimismadas, contemplativas y autocomplacientes. Las vistas de la Alhambra, el Albaicín y Sierra Nevada son tan hermosas que incluso les sirven de consuelo frente al abandono en que suelen tenerlos los gobernantes de Sevilla y Madrid.

El confinamiento forzoso de la primavera de 2020 fue particularmente cruel a la vera del Darro y el Genil. Salvo aquellos afortunados que disponían de ventanas, balcones o terrazas bien orientados, los granadinos se vieron privados del privilegio que más atesoran: las panorámicas de su ciudad. Así que algunos de ellos optaron por combatir su pena con un singular ejercicio literario: la construcción de una novela polifónica a través del correo electrónico. Eran los escritores José Vicente Pascual, Manuel Ángel Vázquez, Esteban de las Heras, Wenceslao-Carlos Lozano y Eduardo Castro, miembros todos ellos de la Academia de Buenas Letras de Granada. Decidieron que uno escribiría el primer capítulo de la historia y los demás irían enhebrando su continuación; todos propondrían ambientes y personajes y los demás los retomarían y hasta retorcerían. Así nació Granada, paraíso confinado.

Pero, albricias, al Club de los Cinco, que así termina llamando el CNI a nuestros autores hacia el final de la novela, no les salió un vulgar lamento melancólico y desesperanzado, les salió una estupenda crónica bufa del confinamiento ambientada entre Granada y la Alpujarra, un relato sabroso y desternillante de aquel periodo tan surrealista de nuestras vidas, aquel tiempo de reclusión forzosa, vida paralizada, calles borradas del mapa e infinidad de situaciones absurdas.

Me había prometido a mí mismo no leer libros sobre el coronavirus en unos cuantos años. Pero este lo he devorado con una permanente sonrisa en la boca, feliz de que la pandemia haya producido una obra literaria que va más allá de lo obvio: el miedo y el dolor, la angustia y la muerte, las mezquindades politiqueras y el heroísmo de los sanitarios. Una obra que cumple el propósito de sus autores: ganarle “al pensamiento único, la corrección política, la timorata autocensura, el buenismo más tontuno y otras dolencias que aquejan hoy a la opinión pública”. Una obra de espíritus libres, que, como cuentan en el prólogo, fueron descubriendo a medida que engordaba la novela que “el tono burlesco es señal de que los años no están reñidos con el buen humor y la propensión a la rechifla, sino más bien todo lo contrario”.

La trinchera del Zoco Chico

La trinchera del Zoco Chico

Granada, paraíso confinado, título emparentado quizá con el poema Paraíso cerrado para mucho, jardines abiertos para pocos de Soto de Rojas, nos trae a la memoria, escena tras escena, muchas de las chuscas situaciones que todos vivimos durante aquella primavera de obligada cuarentena y multas sin ton ni son. Ciudadanos sintiendo la necesidad urgente de pecar e inventando zafios pretextos por si la Guardia Civil les para por la carretera. La policía de los balcones denunciando al vecino que ya ha salido dos veces a la calle para comprar el pan. Aquel negacionista que no cesa de enviar gilipolleces por WhatsApp. Aquella señora que no admite en su casa a nadie que no haya dejado su calzado en el rellano de la escalera, porque el virus es capaz de sobrevivir muchos días en las suelas. Los del piso de estudiantes rompiendo el silencio con sus rebuznos a ritmo de reguetón y sus etílicas carcajadas. Militares franquistas soñando con golpes de Estado contra el Gobierno socialcomunista. La tía Anica durmiendo abrazada al fantasma de su difunto marido y recreando sus coyundas carnales. La doméstica de la residencia de ancianos enamorada de Kiko Matamoros. Víctor, el taxista pirata que te trae la marihuana a casa. El dron enviado por la Benémerita a espiar una finca y abatido por el disparo de una escopeta. Y, poniéndole a todo una lúgubre banda sonora, “el  noticiero perpetúo de TVE, aquella emisión monográfica que alzó el telón el 14 de marzo de 2020 —año bisiesto para más inri— y acabaría cuando el último infectado por el virus volviese a casa con la salud recuperada y los pulmones jodidos para siempre; o sea: vaya usted a saber cuándo”.

Con muchas, y bien traídas, referencias literarias, incluida, por supuesto, la cervantina, Granada, paraíso confinado es “una catarsis verbal en aras del derecho a decir lo que a da cual le da real gana, siempre por mor del regocijo antes que de la ofensa”, pregonan sus autores. Y uno agradece un relato tan donoso y abiertamente rabelesiano en su desmesura que viene a concluir con la presentación de la candidatura ante la Unesco del espeto de sardinas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. ¿Quién da más? 

* Javier Valenzuela es periodista y columnista de infoLibre

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