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La condena perpetua de las obsesiones

Tati Jurado (El libro durmiente)

El libro durmiente comenzó su andadura como club de lectura en junio de 2003. Su nombre hace referencia a la necesidad de rescatar los valores y principios que duermen en el seno de los libros. El libro durmiente se define como una entidad creada sin fin de lucro. Nuestra acción adquiere la condición de voluntariado cultural. Desde el año 2012, correspondiendo con el período lectivo, impartimos los talleres de escritura creativa en dos niveles: básico y avanzado. Finalmente, la invitación a los autores para presentar sus obras o impartir clases magistrales sobre las técnicas de escritura ha dado lugar a la creación de un foro literario donde confluyen los lectores, libros y escritores, compartiendo ideas e inquietudes en pro de la cultura.

Jezabel

Irène Némirovsky

Ediciones Salamandra (2012)

Los mecanismos a los que se apela para sobrevivir a lo inesperado pero consabido pueden residir en las obsesiones más contradictorias. Contradictorias por inalcanzables, porque de una manera u otra todas están circundadas por la necesidad de dominio, por la quimera de control absoluto. Como si la vida, imperturbable en su andadura y ajena a las exigencias, hubiera entregado la tutela de los hilos con los que lleva, trae, concede, niega y tantas veces desconcierta. Obsesiones que subsisten al entorno, a las diferentes épocas, a las diversas costumbres, por imperecederas. Sellos identitarios de la naturaleza humana que camuflan las fragilidades más difíciles de reconocer, a las que más cuesta darles voz. Unas que Irène Némirovsky escenifica en esta novela, a través de Gladys Eysenach, la protagonista, que sirve como chivo expiatorio para mostrar esa concatenación indisoluble y tantas veces absurda que se da entre lo individual y lo colectivo, y viceversa, en los sistemas sociales.

Contando la tierra

La obra se inicia en un tribunal del París de entreguerras: una mujer madura, de belleza llamativa y perteneciente a la alta sociedad está siendo juzgada por el asesinato de un joven de 20 años de condición humilde, que supuestamente era su amante. Para esclarecer el crimen, se exhibe, que no se presenta, el ámbito más privado de la vida de Gladys, ante el horror de la inculpada por el deshonor que supone que este se revele ante un público ávido por conocer hasta el más mínimo detalle. Y es que mucho hay de exhibición cuando los hechos están impregnados de los matices que aportan los valores considerados dignos y propios. En particular cuando se trata de mujeres. Porque a Gladys no se la acusa solo de asesinato, sino de inmoral e impúdica, de promiscua y libertina; de ahí el título de la obra. Atributos que hasta el siglo XX —e incluso en el XXI— podían entenderse y hasta justificarse en los hombres, no así en las mujeres.

Pero la novelista no se centra solo en esta realidad y sus dilemas morales, que se extendían más allá del territorio francés, aunque sí la usa para enmarcar esta historia individual. A medida que se avanza en la lectura, se percibe cómo el acontecimiento visto desde una mirada colectiva se enfoca en una personal —como si el seguimiento del relato obedeciera al objetivo de una cámara que va achicando su campo de visión—, la de Gladys. Recorre su biografía, la física y sobre todo la interior, por la que transitan todas esas emociones que sobrecogen y rasgan cuando no se pueden pronunciar ni reconocer ni evitar. Y se adentra en esos espacios velados de una mujer obcecada con poseer la eterna juventud, con seducir, con suscitar envidia, con no dejarse atrapar por la decadencia física y la invisibilidad, con sentirse necesitada y amada por encima de cualquier circunstancia o persona, inclusive su hija.

Irène Némirovsky va esbozando el retrato de una persona que puede definirse como frívola y vanidosa, así como frágil e impregnada de una terrible soledad aún estando acompañada, para rastrear los motivos del crimen. Y una vez más, con ese estilo tan peculiar —la descripción pausada, precisa y también mordaz—, evidencia la tragedia de las pasiones y la condena perpetua que viene adosada a las obsesiones.

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