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El otro es yo

Antonio Pomet

Al fondo del espejo

Francisco Baena

Sonámbulos ediciones (2023)

 

Al nobel Patrick Modiano se le suele llamar el escritor de la memoria, y también de la fuga. Sus personajes se ausentan, se buscan, recorren calles, cafés, divagando y deambulando por ciudades, un territorio que siempre parece exterior y no lo es. Modiano, como Proust, es un viajero interior, como lo es Francisco Baena, el escritor español que más me recuerda al Nobel francés. Las novelas de ambos son muy distintas, en ellas la prosa camina con caligrafías que, en principio, no parecen conectar. Y es muy probable que así sea, que Baena no tenga a Modiano entre sus principales referencias. Sin embargo, a mí me han parecido siempre hermanos.

Seguramente haya quien diga que la nueva novela de Baena tiene mucho más que ver con Palahniuk o Tarantino. Y llevarán razón, pero no me la quitarán a mí, pues Baena hace con la generación nacida en los sesenta lo que hizo Modiano con la de los cuarenta. No hablo tanto de darle la palabra como de darle unos materiales de búsqueda propios. Y lo hace, por supuesto, con los registros de su generación.

En literatura hablamos siempre de dos cosas, del argumento y del estilo. Del fondo y de la forma. Hay escritores que elaboran frases ramplonas para contar historias que, a mí al menos, por muy intrépidas que sean sus aventuras, me suelen aburrir. El estilo, el modo de narrar, siempre me ha parecido el gran objetivo que debe buscar un verdadero escritor. El argumento debe ser en realidad ese, la voz.

Sin embargo, hay quien ha aprendido a narrar sin ser capaz de ver nada más allá de sus audacias y amaneramientos. Escritores con voz pero sin cosmovisión. Falsos chamanes más preocupados por su ego que por aquello que su voz podría conseguir revelarnos. Al principio te sorprendes al leerlos, luego ves las costuras de su prosa y te das cuenta de que son epígonos y ladrones, a menudo de sí mismos, repitiendo sus propias fórmulas, haciendo juegos de artificio.

No es la forma ni el fondo lo que importa. Es otra cosa lo que irradia poder en la literatura. Es algo genuino e inefable que está en las antípodas del yo.

La atracción que genera en los demás el chamán que cuenta junto al fuego aquello que se encuentra al otro lado no la genera el hecho de que pueda viajar al otro lado. Es la voz en realidad la que lo hace, para sorpresa también de quien la posee y la pronuncia. Por tanto, tampoco es él quien produce la magia, sino quien la vehicula. Quienes escuchan cómo el chamán construye sus identidades junto al fuego construyen la del chamán mientras le escuchan. Un escritor sabe esto. Francisco Baena sabe esto. No hay más que asomarse a las novelas que ha estado escribiendo estos últimos años.

En Luz corriente (Pre-Textos, 2015), Martín buscará en su historia familiar esa triza de identidad que pareció desprenderse en su nacimiento para convertirle por siempre en un cribador de su pasado, en un buscador infatigable de sí mismo, a horcajadas siempre sobre la orilla de una experiencia vital que será indiscernible en gran medida de la de sus ancestros.

En La misma orilla (Premio de Novela Breve Juan March Cencillo, Pre-Textos, 2020), un militar ruso deserta de su vida y se instala como un náufrago en una playa escondida del litoral granadino. Otro hombre decide reconstruir esa historia. Y un tercero, más tarde, pretende reconstruir esa historia a medias definida para comprender a aquel ruso solitario, pero también para comprender a quien la reconstruyó a medias, y por supuesto, para comprenderse a sí mismo.

Todas las historias de Francisco Baena orbitan en torno al poder de la narración y de su búsqueda. No es que hablen de la identidad, sino que son, en sí mismas, identidad. Identidad expuesta, liberada, desnudada. Sin pretenderlo, creando historias que nos atrapan y nos secuestran, Baena hace con su obra una teoría de la literatura que invoca e interpela la noción más genuina y amplia de comunidad. Bajo la voz de sus personajes y sus narradores escuchamos siempre esa letanía del rizoma. Necesitamos las historias de los demás porque son la nuestra.

Con una inversión de los factores del Yo es otro de Rimbaud, Baena encuentra una enunciación más empática del desdoblamiento que supone la escritura: El otro es yo. Su literatura nos habla de una sola cosa. De nosotros. De su necesidad de nosotros. De tu necesidad y de mi necesidad de nosotros. De nuestra necesidad de entender que nos encontramos completamente al margen de nosotros mismos cuando no asumimos ese exterior que es el interior de los demás. Es por ello que la obra de Baena, como la de Modiano, debe ser comprendida como una obra fundamentalmente interior, pero fundamentalmente colectiva.

Su última novela puede que sea la mejor de su producción hasta la fecha. Es su obra más coral, y en ella encontramos esa búsqueda identitaria multiplicada por un caleidoscopio que proyecta muchas luces.

En El fondo del espejo (Sonámbulos, 2023) un grupo de músicos se reúnen en una casa a las afueras de Madrid para grabar la canción que vertebrará un spot publicitario. Hasta el momento de la grabación las relaciones de todos ellos, desconocidos o reencontrados después de un tiempo, se traducirá en una suerte de indagación, y de sospecha, de los demás. El velado y polifónico escrutinio cobrará interés a través de multitud de circunstancias, como el hecho de que los músicos sean varones de mediana edad excepto Livia, una mujer joven y atractiva, pero sobre todo a través de una imagen colgada en una de las paredes que a todos hipnotiza. Se trata del cartel de una película que muestra el Narciso de Caravaggio, objeto que condensará el reflejo de todos sus egos, pero que también expresará una idea en apariencia paradójica pero bastante consecuente en el contexto de la literatura de Baena: que esa atenta observación del otro es en realidad un denodado análisis sobre uno mismo.

Nacemos mordidos por la muerte

La recíproca observación del otro adquirirá peso precisamente cuando empiecen a grabar, y aún más después. Porque algo pasará al final de la novela que pondrá en evidencia que los músicos no son identidades separadas, sino una sola. Ninguno podrá sospecharlo. Ni tú tampoco. Al menos hasta que termines de leer y te des cuenta, una vez que te enamores de Livia, te rías con Flai, frunzas los labios al ver que Doc vuelve a la carga o atiendas a la historia que dentro de la historia te ofrece Pedro, que el libro, en realidad, trataba sobre ti.

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Antonio Pomet es escritor y periodista. En 2002 recibió el Premio Andalucía Joven de Narrativa por 'Mil perros dormidos' y en 2008 el Premio Internacional de Cuentos Manuel Llano por el libro 'Devoradores'.

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