Eloy Tizón: "Más que escribirse o leerse, los cuentos se merecen"

El madrileño Eloy Tizón.

Carmen Peire

Los lectores de cuentos están de enhorabuena. El madrileño Eloy Tizón acaba de publicar un nuevo libro, Plegaria para pirómanos, título que evoca a su admirado Cortázar. No en vano en él se indica, al final, que se terminó de imprimir el 26 de agosto, aniversario del nacimiento de dicho escritor. Aunque haya escrito novela o ensayo, es por el género del cuento con lo que ha adquirido una categoría en la literatura nacional, siendo considerado como uno de los grandes renovadores y exponentes del género. Tiene un gran número de seguidores y un prestigio que se ha ido acrecentando con los años, con las sucesivas ediciones de algunos de sus libros, como Velocidad de los Jardines o Técnicas de iluminación que, según los entendidos, marcaron un antes y un después en el cuento.

Tizón opina que la literatura debe de mantener el misterio y el cuento, en concreto, no tiene por qué ser perfecto. En cambio, su brevedad favorece la experimentación, romper las barreras y arriesgarse. Es un autor que saltea sus narraciones con frases oníricas, con imágenes poco usuales o metáforas que sorprenden al lector. Pongo algún ejemplo del cuento El fango que suspira:

“Nubes como cromosomas. El cielo alto y fornido, de colores digitales. Este cielo dará la impresión de que lo han obtenido retorciendo un trapo añil hasta chorrear la pintura”.

 O en Agudeza:

“Las tardes en comisaría suelen ser aburridas. Las paredes pintadas de yodo deprimen el ánimo, contribuyen al descreimiento y fomentan el ateísmo”

Eloy Tizón ha tenido la amabilidad de contestar a las preguntas que me suscitó su lectura. He aquí las contestaciones, que dan una visión más acertada de su último libro y que pueden orientar al lector sobre su finalidad e intenciones. Démosle la palabra:

 

En primer lugar, darte la enhorabuena y las gracias por haber publicado este nuevo libro de cuentos, que se ha hecho esperar. Has tenido a tus fans y a los seguidores del cuento en stand by durante este tiempo. Técnicas de iluminación, tu último libro de cuentos, es de hace diez años. Para que digan que el cuento es más fácil que la novela. ¿Se tarda tanto?

Gracias por tus palabras, Carmen. No sé si escribir cuentos, así en general, es fácil o difícil. Se que a mí me cuesta trabajo. Empiezo con una idea o intuición bastante vaga, que se va concretando poco a poco, a lo largo del tiempo. Es el que necesito para escribir. Podría apresurarme y publicar antes, pero siento que el resultado se resentiría con la prisa y no merece la pena. Prefiero ir despacio, ajustarlo con paciencia y esmero, y también me gusta mucho el proceso, saborearlo, ver cómo va creciendo el proyecto de manera orgánica y sin forzarlo. Creo que mis lectores entienden que si no publico más a menudo es porque soy cuidadoso, y quiero pensar que ellos también están de acuerdo con mi postura y me respaldan.

 

Dos libros de cuentos tuyos, Técnicas de iluminación y Velocidad de los jardines, han supuesto el que se te considere una de las mejores voces del cuento. ¿Qué te aporta el cuento frente a otros géneros literarios?

Valoro del cuento la concisión y el asombro. La posibilidad de ser secuestrado durante un cuarto de hora por un nadador estadounidense o por un Aleph argentino. Paradójicamente, pese a su brevedad (o gracias a ella), es un género inagotable, en perpetua mutación, que por suerte se escapa a todas las definiciones y decálogos que intentan cercarlo y disecarlo.

Alguien observó que la esencia del cuento consiste en centrarse solo en los seres inacabados. Eso es lo bueno: que el cuento mismo es un ser inacabado, roto, una criatura mitológica siempre a la espera de encontrar esa pieza única que le falta y que buscamos entre todos –autores y lectores–, sabiendo que nunca la encontraremos; pero, ah, qué hermosa y plena resulta ser esa persecución interminable. Más que escribirse o leerse, los cuentos se merecen.

 

Si hablas un poco del título, Plegaria para pirómanos, sería interesante que tus lectores supieran por qué lo has escogido, ya que no hay ningún cuento que se llame así. ¿Qué quisiste expresar con ese título?

Mis lectores ya conocen mi tendencia a emplear títulos poco literales, que aluden de manera indirecta al contenido del libro. El título es un avance, no de los argumentos, sino una sugerencia que sirva de primer acercamiento al contenido. Procuro que tengan cierta cualidad poética (sin abusar), evitando que sean demasiado explícitos. A lo largo del libro hay salpicadas aquí y allá alusiones al fuego y al susurro, de modo que esa familia semántica me facilitó hallar el sintagma que mejor pudiese reflejar –al menos, de manera metafórica– lo que deseo transmitir. Hay algo contradictorio en esa colisión de términos (¿qué tendrá que ver la plegaria con la piromanía?) que me resulta atractivo y despierta mi curiosidad y, confío que así sea, también la del lector que desee acompañarme.

 

Todos los cuentos están escritos en primera persona. ¿La tercera te resulta ajena o distante?

Me doy cuenta de que en realidad he escrito pocos textos en tercera persona. Que yo recuerde, tan solo algún cuento aislado. Es una voz que me resulta excesivamente gélida y decimonónica, como si fuese Dios padre el que hablase desde las alturas o por medio de un megáfono cósmico. Por el contrario, suele atraerme más el trabajo de creación de voces individuales, inventar modismos particulares, pequeñas manías verbales, repeticiones… También prefiero que no sea una voz única y dominante, sino que a veces se produzcan quiebros a la segunda persona, o se enrede con otras voces, hasta el punto de que no se sepa bien quién está hablando. Eso me sirve para poner en cuestión la autoridad del narrador, que nunca es objetivo ni lo sabe todo. Hay vacilaciones, sospechas, cosas que un narrador omnisciente no permite hacer. Todo ese murmullo fonético, auditivo, con diferentes tonos, como de ventrílocuo loco, es uno de los aspectos que más me fascinan de la creación literaria y que más posibilidades ofrece.

 

Hay un personaje, Erizo, que recorre el libro y da la sensación de ser en cierto modo, un reflejo tuyo, cuéntame algo relacionado con él y por qué aparece en varios de ellos.

Erizo es el hilo conductor del libro. Es el narrador de varios de los relatos y, en los que no protagoniza, le reservo un cameo como de actor secundario. Yo le tengo afecto. Nos parecemos bastante. Los dos nos hemos criado en el mismo barrio de las afueras: eso marca mucho. Los dos somos miopes. No hemos vivido los mismos hechos que narro, que son ficciones, pero sí nos asemejamos en la manera de reaccionar, de contemplar el mundo y reflexionar sobre lo que ve, cómo le afecta y qué siente. Es un ser de identidad cambiante y fluida, que un día trabaja de reportero gráfico y otro de guionista. Me identifico con ese pequeño animal que puede pinchar si le molestas, pero que a la vez reparte una gran reserva de ternura.

 

En el último cuento te pones en la piel de Leonard Cohen en su etapa de reclusión en un monasterio budista. ¿Qué fue lo que te animó a escribirlo?

Ese nombre, por respeto, no lo pronuncio en ningún momento. Me impone demasiado. Aunque doy pistas, claro. Podría ser otro artista, o cualquiera de nosotros. Si vuelvo la vista atrás, me doy cuenta de que su susurro me ha acompañado a lo largo de la mayor parte de mi vida. Desde la adolescencia hasta hoy. Recuerdo un vinilo suyo, de grandes éxitos, con la portada de un amarillo pálido y una foto de él mientras se ajusta la corbata reflejándose en el espejo de un hotel de Milán. En la parte de atrás, cada canción iba acompañada de un comentario suyo, de una deliciosa ironía. También reivindico su faceta de narrador, sobre todo en la novela autobiográfica El juego favorito, que me parece espléndida. Me recuerdo escribiendo algún cuento de Velocidad de los jardines mientras en la radio de mi habitación de estudiante sonaba Take This Waltz, que le prestó ritmo y cadencia. Me gusta su conexión con Granada a través de la poesía de García Lorca y la música de Morente. Y por último, tuve la fortuna de verle actuar en Madrid, durante su última gira, en un concierto imborrable. Eso lo convierte en una figura familiar. Lo escribí cuando murió: se ha muerto un amigo al que nunca conocí.

 

He leído también, en la nota de prensa que nos han dado, que cambiaste el criterio a la hora de ordenar los cuentos en relación con los libros anteriores. Háblame un poco de cómo estructuraste el libro.

En Plegaria me he llevado la contraria. Mis tres anteriores libros de relatos empezaban de una forma muy poco narrativa, con textos atmosféricos y sin apenas argumento que servían como obertura (utilizo adrede este término musical) para lo que venía después: pieza a pieza, el libro se iba volviendo cada vez más narrativo, como si fuese una indagación de su propia historia. Este planteamiento surgió de manera espontánea y lo apliqué hasta que se volvió demasiado consciente. No me veía capaz de repetirlo por cuarta vez, sin sentir que estaba recurriendo a una fórmula. No quisiera caer en esos manierismos. ¿Qué he hecho? Justo lo contrario: empezar con Grafía, que en mi opinión es un cuento bastante narrativo (e incluso metanarrativo) y luego, hacia la segunda mitad del libro, romper la estructura clásica con piezas difícilmente catalogables y momentos más oníricos. Es un riesgo que asumo, dispuesto a pagar el precio, puesto que sin riesgo no hay literatura.

 

Llevas mucho tiempo impartiendo talleres literarios en el Hotel Kafka. ¿Qué crees que aportan los talleres a los escritores? ¿Piensas que es una manera de crear cantera? ¿Sirven para revolucionar el cuento y hacerlo avanzar?

Los talleres tienen una utilidad evidente. Todo aquel que ha pasado por alguno de ellos lo sabe. Lejos de ese cliché ignorante o malintencionado que sostiene que los talleres son una fábrica de trucos y recetas y que todos los alumnos acaban escribiendo igual, lo cual es una perogrullada que se desmiente sola, el taller es un formidable desatascador de bloqueos; una manera de relacionarte con escritores en ciernes con tus mismas dudas, deseos y necesidades; un espacio para compartir una pasión común, debatir enfoques, conocer referencias de autores que quizá no has leído aún y que serán importantes para tu formación lectora; recibir una crítica constructiva de tus textos que no encontrarás en ningún otro lugar y te ayudará a avanzar; acelerar un proceso de búsqueda de tu voz que podría llevarte años. Y, en fin, sentirte acompañado en tus primeros pasos, que es un período especialmente solitario y vulnerable, a partir del cual podrás volar solo. Seguro que me dejo muchas cosas más, pero considero que estas son virtudes suficientes.

Las matrioskas de Olga Tokarczuk

(Sin más que añadir, pasen y lean.)

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Carmen Peire es escritora. Su último libro es 'Cuestión de Tiempo' (Menoscuarto).

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