'Fuenteovejuna': un clásico también puede ser punk

Jorge García Torrego

No cabía nadie más ni en la platea ni en los palcos del Teatro de la Comedia de Madrid. A reventar. Parece que se ha corrido la voz y se notaban las ganas desde minutos antes de que empezara la función. Esta versión de Fuenteovejuna de María Folguera, dirigida por Rakel Camacho y producida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, llegaba a la capital después de un gran éxito en el Festival de Almagro y esa fama no era gratuita. En el certamen clásico saben lo que se hacen y por supuesto que las buenas críticas no fueron regaladas.

En esta propuesta podemos ver escenarios rotos y líricos en los que la armonía de un pueblo hecho de ritual, costumbre y candidez se ven alterados por la llegada del poder, representado en la persona del Comendador (Chani Martín) que, rodeado de sus acólitos fascistas, convierte lo bucólico en un infierno. Bueno, ya conoces la obra, qué te voy a contar yo.

Y yo también la conocía, pero lo que consiguen transmitir Rakel y María a través de unos talentosos actores que cantan, bailan, pelean y se destruyen va más allá. Afortunadamente, pierden el respeto al supuesto boato y decoro que debería tener un clásico y lo traen a 2025, y colocan un chándal Adidas a algún villano por ahí, botellas de J&B por allá, y pistolas y fusiles en las manos más inoportunas. Pero estos elementos no desentonan, son verosímiles y acercan el texto clásico a todo el mundo.

Ya sé que definir como punk a una obra clásica del siglo XVII, en verso, del Fénix de los ingenios y en la que los Reyes Católicos son los mandamases del país puede parecer exagerado, pero la atmósfera que Camacho consigue crear, eléctrica, potente y valiente, tiene similitudes con esa actitud poderosa, auténtica y necesaria que consiguen transmitir los conciertos de grupos como Black flag o The Clash. Una descarga, un chute de energía que no puedes dejar de mirar.

No es casualidad que este poder subversivo y arraigado a la tierra que tiene Fuenteovejuna cautivara hace ya más de cien años a los revolucionarios rusos. Esta obra, que en época de Lope no fue ni mucho menos de sus obras más admiradas, cautivó a los comunistas que estaban en plena lucha por la libertad y la sacaron del ostracismo en el que se encontraba para que fuera ejemplo para un presente que también buscaba justicia contra la tiranía.

Lorca también se sintió atraído por ella, y por eso la representaba con la compañía La Barraca por unos pueblos de España tan hambrientos de pan, tan necesitados de cultura, que reconocían en aquella Fuenteovejuna de quinientos años atrás las Fuenteovejunas de su presente.

La Fuenteovejuna de Camacho y Folguera es cruda, violenta, muestra cómo astillan la realidad dos fuerzas tan poderosas como son el amor y la tiranía, y lo hacen con un equipo técnico preciso y a la vez contundente y con un reparto que nos muestra una realidad de violencia y libertad de una manera excesiva, brutal, pero a la vez muy natural, muy lógica.

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Siento que cuanto más escribo más te estoy fastidiando la obra. Creo que lo oportuno sería decirte simplemente que emociona, que los humanos, por suerte, aún conservamos la inextinguible capacidad de sentirnos interpelados por lo que le sucede al otro.

Por mucho que nos quieran hacer creer que la justicia es imposible, que la tiranía es inevitable, que el dolor de las Laurencias del mundo queda muy lejos (brutal interpretación de Cristina Marín-Miró, pero brutal, brutal), a una pantalla de distancia, y que no se puede hacer nada. Sin embargo, este Fuenteovejuna nos vuelve a demuestra que, todos a una, no existen los imposibles.

*Jorge García Torrego es periodista, bibliotecario y escritor. Cuenta con seis libros publicados y desde 2012 publica reseñas literarias en diversos medios.

No cabía nadie más ni en la platea ni en los palcos del Teatro de la Comedia de Madrid. A reventar. Parece que se ha corrido la voz y se notaban las ganas desde minutos antes de que empezara la función. Esta versión de Fuenteovejuna de María Folguera, dirigida por Rakel Camacho y producida por la Compañía Nacional de Teatro Clásico, llegaba a la capital después de un gran éxito en el Festival de Almagro y esa fama no era gratuita. En el certamen clásico saben lo que se hacen y por supuesto que las buenas críticas no fueron regaladas.

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