Julia Otxoa: funambulistas sobre el alambre

Fernando Valls

El hombre del espejo

Julia Otxoa - Prólogo de Raquel Velázquez Velázquez

Eolas (León, 2023)

           

Se recogen en este libro 81 narraciones, de las cuales podría decirse que 4 son cuentos: una es una greguería y el resto, microrrelatos, pero de estos últimos, 12 forman parte de cinco series diferentes. Voy a empezar centrándome en dos de ellas. La que lleva por título Hombre cruzando plaza, compuesta por dos entregas que se complementan, pues la segunda no se entiende del todo sin la lectura de la primera, en que impera el absurdo, un registro frecuente en el conjunto del libro. Al protagonista, un hombre con la cabeza desajustada, que podría provenir de los cuadros de Magritte, la mujer amada lo deja plantado en la primera cita, y se desazona tanto que acaba menospreciándola.

La serie de mirillas, por su parte, se compone de cuatro textos: respecto al primero, se trata de la referida greguería, mientras que los demás son microrrelatos. En todos ellos, los ojos comparten protagonismo con los temores que se suscitan, ya sean miedos, ya temblores, y las mirillas de las puertas aparecen divididas en tres tipos: delirantes, escrupulosas y vampíricas, ateniéndose a la relación que mantienen con el ojo humano. En la última, se nos dice que "de tanto vigilar, queda su ojo pegado a la mirilla, dándose entonces la vampirización del ojo orgánico por el de cristal", fenómeno al que se hace referencia en el tratado de oftalmología de las mirillas, de Ernesto Cienfuegos. Cabe decir que toda esta falsa erudición hubiera satisfecho mucho a Cunqueiro y Perucho, junto con otros motivos que baraja Julia Otxoa en sus narraciones.

El hombre del espejo, un cuento breve, le proporciona título al conjunto. Se presenta como la confesión de Tomás Hervás, un ladrón de poca monta, preso en la cárcel de Sevilla. Este hombre perdió un ojo en una reyerta y el sustituto de cristal, en una caída, salió volando y no pudo recuperarlo... Pero un día, al contemplarse en el espejo, la imagen que aparece reflejada es la de un tal Miguel que estuvo preso en la misma cárcel, quien no había perdido un ojo, sino un brazo. La sorprendente aparición lo lleva a la lectura de El Quijote, y así nos confiesa que "gracias a la lectura, mi vida ya no me parece tan vacía, ni mi historia la de un fracasado". Podría decirse que, en cierta forma, la lectura lo salva. Cervantes, además, aunque sea de manera simbólica, también aparece representado en la ilustración de la cubierta del libro.

Otros microrrelatos nos recuerdan los mundos de Miguel Mihura, Max Aub, Javier Tomeo y José María Merino, aunque enriquecidos por el sello personal de la autora. El vendedor de nubes podría formar parte de la temática del primero, pues el protagonista vendía nubes "para calmar los incendios del alma", por lo que la ciudad, agradecida, lo subió a los altares. De la estirpe de los crímenes ejemplares, de Max Aub, podría formar parte el titulado Caperucita, compuesto por dos textos con sus correspondientes sinrazones, aunque en este caso sean de los jueces. Pero, además, el microrrelato lleva a cabo una relectura del célebre cuento infantil, transmitido por Perrault y los hermanos Grimm. Aunque aquí, lo que en realidad se denuncia es la violencia contra las mujeres, y cómo, en ocasiones, los agresores consiguen librarse de la condena. Por su parte, de Lavatorio y de Obispos y cetáceos podría decirse que se asemejan a las historias mínimas, de Tomeo. En el primero, al narrador, un chico que ha asistido a misa con su padre, le llama la atención el rito en que el sacerdote se lava las manos. El joven le hace a su padre dos preguntas, pero recibe a cambio unas respuestas que pueden parecernos absurdas, pues, según el progenitor, los sacerdotes se lavan las manos porque "las tiene manchadas de sangre", "para que no se descubra a los culpables". Al respecto, recuérdese que, en la misa, el rito del lavatorio de las manos no se lleva a cabo por razones higiénicas, sino que es símbolo de la purificación necesaria para ofrecer el sacrificio de la Eucaristía. Por ello, las respuestas del padre resultan cuando menos misteriosas, y propician la especulación. El segundo relato, de corte metafórico, empieza con un enigma: "por qué las ballenas comenzaron a tragarse a los obispos", que desencadena dos respuestas posibles: la optimista y la realista. Pero el narrador parece concederle más crédito a la segunda, dado que "algunos bañistas (...) afirmaban haber oído notas de melodía gregoriana en el cántico de algunas ballenas en época de celo". Por último, en Sed, un micro con hechuras semejantes a otros de Merino, una pequeña carpa que le aparece a un hombre en el ojo, al crecer, acaba engulléndolo; mientras que, en Dentista, a un paciente le encuentran, incrustado en los dientes, un hombrecillo que se le había colado en la boca al bostezar, destrozándole la dentadura.

Uno de estos relatos, el titulado Barrio de las Maravillas, más que a la novela de Rosa Chacel, de título casi igual, nos remite a un barrio degradado. Se trata de un alegato contra la miseria, para el que se vale de lo fantástico, como el título anticipa de manera irónica. Así, viene a decirnos que, en "los oxidados balcones" de las casas, en medio de los harapos que colgaban de las cuerdas, podían verse "hombres, mujeres y niños, gente mojada, ajada, aturdida de desesperación y cansancio, en un intento inútil de secarse de aquella helada viscosidad de la miseria" (página 31). En De la soledad de los perdidos, título que calca el de una novela de Luis Mateo Díez, se fija en los camiones que transitan por las autopistas, "como mendigos sin rumbo o fantasmas", a los que vemos envejecer –con otra atinada comparación- "como grandes mamíferos derrotados"; y en Tejedora de sueños, cuyo título casi repite otro de Buero Vallejo, aunque podría estar inspirado en los cuadros de Leonora Carrington, se vale de un tono lírico, para confesarnos que dichas tejedoras son invisibles, y para confesarnos cuáles son los sueños más demandados.

En otros microrrelatos, la autora lleva a cabo una relectura y reinterpretación actual de algunos motivos clásicos, valiéndose de la intertextualidad, como ocurre también en Las mil y una noches y en otras narraciones a las que aludo en esta reseña. Así, Peluquería Dalila parte de un episodio bíblico: la traición de Dalila al cortarle el cabello a Sansón, tras descubrirle su secreto a los filisteos, para abordar una situación del presente, en la que "una deslumbrante mujer pelirroja" le cortaba el pelo a los violentos en Nueva York, que salían del establecimiento "mansos como corderos". En Jonás, que hará las delicias de los sirenólogos, nos cuenta la que podría considerarse como la verdadera historia del origen del canto melancólico de las sirenas. El caso es que parte de la corrupción de Nínive, del castigo de Jonás por haber desobedecido a Dios, de una ballena azul enamorada, de un amor no correspondido y del mal de amores. Y en Minotauro, este no aparece como el vigilante del laberinto, sino como su prisionero, quien, siendo ya anciano, según cuenta la leyenda, fue liberado en sueños, en donde "surgió Ariadna, libre, fuera del laberinto". Así, Ariadna no solo salva a Teseo, sino también al minotauro, quizá presintiendo el abandono de su enamorado en la isla de Naxos.

Mariposas esconde un secreto: a un hombre le salen mariposas por las orejas, aunque en el desenlace –tras un sorprendente vuelo que lo lleva a un parque- se da cuenta de que se trata de un fenómeno que también les ocurre a otras personas. En Los días de la justicia, se nos dice que estos eran "pocos y evanescentes", por lo que la justicia resultaba escasa, insuficiente. En Manicure, de aliento kafkiano, se presenta una situación absurda, pues se cuenta la transformación de los habitantes de la ciudad de Manicure en ratones, tras la obligada ingesta de estos animales, aunque cocinados con exquisitas recetas, pues estamos ante gente sumisa, mandatarios irresponsables y ante el ajusticiamiento de los disidentes, aquellos que mantuvieron la apariencia humana, pero también ante la obligación de olvidar que hubo una vez una plaga de roedores en la ciudad. En Perchero, se nos presenta lo que puede ser el trabajo, en el que los empleados esperan colgados en la pared, como si fueran abrigos, a que el jefe los descuelgue y les dé alguna ocupación ocasional. En Prácticas funerarias, critica las guerras, siempre absurdas. Así, un negro dragón/locomotora, "horno crematorio móvil", que marcha al frente del ejército, es alimentada por los cadáveres de los soldados, cuyo humo los calienta, sin embargo, pues se han quedado helados en la estepa. En Domador, un relato contado en tercera persona entre absurdo y kafkiano, hasta el desenlace no llegamos a saber a qué se deben los constantes requerimientos judiciales que recibe X (otras tres piezas están protagonizadas también por X, aunque no sea el mismo), célebre domador de leones del Gran Circo Universal. El caso es que decide huir para evitar el acoso de la justicia, por lo que tiene que ir cambiando de profesión para sobrevivir. Así, se convierte en un famoso domador de pulgas, y luego es contratado como ahuyentador de estos animales, que consigue trasladar a los barrios más acomodados de la ciudad, a sus centros financieros. En Conversaciones robadas, reduce al absurdo el atropello de la privacidad, aunque no sé hasta qué punto puede hablarse ya de conversaciones privadas, hoy casi un oxímoron, cuando mucha gente ventila en público, a menudo a grito pelado, sus intimidades. Sin correspondencia está narrado en tercera persona, y nos presenta una situación absurda, calificativo que aparece en dos ocasiones en el breve texto. Lugar de citas me parece uno de los mejores microrrelatos del libro, en el que un hombre invita ¿a una mujer? a convivir con él, a pesar de que es consciente de que no será un camino de rosas, pues, a su carencia de domicilio fijo, se suma una personalidad incierta, por lo que lo pondría en un aprieto en el caso de que aceptara. Por tanto, concluye que posiblemente, el espacio más propicio para sus citas sea –le confiesa- "el delicado territorio de tu mente".

En El infame, hasta en seis ocasiones califica el narrador de infame al protagonista, un escritor gris de provincias, quien se pierde dos veces, la segunda tras alcanzar el éxito de manera inesperada, refugiándose en el libro de "un tal señor Borges", Historia universal de la infamia, de donde ya no sale. Concluye el relato diciéndonos que, tras su desaparición definitiva, "dejó a todo el vecindario una gran ausencia. Los infames eso tienen, que dejan a su paso honda huella". Pero, además, el microrrelato incluye -como una digresión poco habitual en el género- una reflexión sobre lo que el narrador denomina "pura meteorología mental", en alusión a los diferentes estados de ánimo vinculados a los cambios de tiempo.

En otros tres microrrelatos, el lenguaje adquiere un importante protagonismo. Así ocurre en Eremita, historia protagonizada por un hombre partidario de la austeridad del lenguaje, al que le dolían los adjetivos, hasta que un golpe militar trajo consigo a los retóricos, a los partidarios de la palabrería, por lo que fue acusado de subversivo. En Chef y en Juegos malabares, critica el lenguaje hueco de los discursos políticos. Lenguaje y poder, en las narraciones de Julia Otxoa, siempre van de la mano, llenando de hojarasca la oratoria, desustanciando la palabra.

Los motivos de lo fantástico, ya sea el hombre que vuela, ya los fantasmas o los espejos, aparecen en varias de estas piezas. Además, en su afán de cuestionar diversos usos del mundo actual, se muestra justamente crítica con el abuso que se hace de los aparatos electrónicos y, en especial, de los teléfonos móviles, como ocurre en Escena de caza y en Identidad móvil.

No está de más recordar, para concluir, que, desde mediados de los noventa, Julia Otxoa ha destacado como una gran cultivadora de la narrativa breve, en especial del microrrelato, con su Kískili-Káskala (1994), género que no ha dejado de cultivar nunca, pues su anterior libro, Tos de perro (2021), era uno de los mejores de su especie de las últimas décadas. Con El hombre del espejo, y sus numerosas piezas atinadas, no hace más que confirmar su valía. 

El mundo de Irene Solà, que pincha, corta y quema

 

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* Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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