Las maternidades en una naturaleza abrumadora

La perra

Pilar Quintana

Alfaguara (2023)

Tanta claridad oscurece. Un oxímoron nos explica la literatura en Colombia ahora. Gabriel García Márquez, la luz refulgente por su aportación indiscutible, perdurará cien años o cien siglos. Cuando salimos de su círculo casi cegador, entre las sombras, hallamos faros de otros puertos, algunos potentes sin embargo. Escritores y escritoras con voz propia, aunque se les anoten deudas, remotas o no, con el Nobel. Entre los autores, Héctor Abad Faciolince, Juan Gabriel Vásquez, William Ospina, Santiago Gamboa… Y de las autoras, Laura Restrepo, Piedad Bonnett y, claro, Pilar Quintana… (complete cada quién los puntos suspensivos con sus nombres predilectos de ellas y ellos).

Sumergida esta creadora en algo complejo, por su condición de editora de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, llega el rescate de La perra, profunda pese a la estrechez de apenas ciento treinta páginas. Salvo para quienes auscultan las dos orillas literarias en español, la mayoría de los lectores hispanos desconocían a Pilar Quintana hasta 2021, cuando ganó el Alfaguara con Los abismos. En las dos novelas, el personaje principal es femenino. La niña Claudia y el descubrimiento del lado tortuoso de lo aparentemente apacible, en la obra premiada. Damaris, en La perra, ubicada en el Pacífico colombiano, donde la escritora vivió unos años.

La protagonista sentía que la vida era como la caleta y que a ella le había tocado atravesarla caminando con los pies enterrados en el barro y el agua hasta la cintura, sola, completamente sola, en un cuerpo que no le daba hijos". Así retrata a Damaris, mujer de vientre yermo, la maternidad como fracasado deseo. Baldía también la búsqueda de remedios naturales, "comenzó a tomar hierbas del monte, la María y el Espíritu Santo". Al fin, transforma su esterilidad en "un alivio, pues el sexo se había convertido para ellos (Damaris y Rogelio, su pareja) en una obligación… Y ella se sintió liberada y, al mismo tiempo, derrotada e inútil, una vergüenza como mujer, una piltrafa de la naturaleza".

Sentimientos ambivalentes, resignación o extraer algo positivo en una sociedad donde, desde los inicios del matrimonio, sufrió la oprimente pregunta, "¿para cuándo los bebés?". Silencio resentido de Damaris. La perra, llamada Chirli, "como la hija que nunca tuve", y por la influencia de su afición a las telenovelas, es el contrapunto. Sus entrañas sí gestan. A su manera. Desvalida y dócil, primero, rompe los vínculos con su dueña y escapa a la todopoderosa selva, después. Como adolescente silenciosa, con cuentas pendientes o no, sin explicitar. Comienza la búsqueda desasosegante, "frente a ella (Damaris) solo quedó la selva, tranquila como una bestia que acabara de tragarse a su presa (la perra)". Primer retorno, y el perdón. Habrá otras fugas. Volverá preñada de una de ellas. Parirá cuatro cachorros, uno lo devorará la propia Chirli, saturnal, tres sobrevivirán.

En este tramo de la novela, Pilar Quintana muestra uno de sus temas predilectos, la animalidad. Mantiene, incluso, el ser madre como el culmen de este instinto. Volcarse con la criatura, la protección de la persona incipiente, la renuncia a sí misma y un ritmo vital marcado por el hijo sin criterio aún. Pero la perra "resultó ser una pésima madre". Apenas amamantó a sus pequeños, huyó a la selva y cuando volvió ya estaba seca, sin leche. Y aquí comienza otro viaje: colocar los perros. Los dos machos encuentran pronto acomodo. Pero "nadie quería a la hembra", aunque, más tarde, halla quien la acoja.

La maternidad no ejercida por la perra suscita el desamor irreparable de Damaris con su animal. Porque su alma sufrió la ausencia de su madre, matada por "una bala perdida". Y de su padre, un militar ignorado. No es la única muerte en esta obra. El mar adquiere protagonismo con "los finados": los devuelve, muy alterados, al cabo del tiempo. De nuevo, otro de los argumentos narrativos de Quintana. La naturaleza enérgica, incontestable por su fuerza determinante. Cualquier pelea contra sus leyes será la pérdida. Medulares también el bochorno y "la lluvia… siempre tan fresca y limpia que parecía purificar el mundo, pero en realidad era la causante de que todo estuviera cubierto por una capa de moho". Llueve, como en Macondo, donde sufrieron casi cinco años ininterrumpidos de agua impenitente. Aquí, un periodo más corto. Pero la lluvia, fenómeno asiduo, condiciona la vida.  

Con un lirismo penetrante, sin concesiones, Pilar Quintana combina las frases cortas, rotundas, con otras más largas, para enumerar y describir. El ritmo se asemeja al de las elegías, con fases tenues y momentos de impacto. Aquí emerge la vertiente social de los protagonistas. Viven cerca de Buenaventura, una ciudad real, pero el nombre parece una ironía. Deambulan por la novela personajes inmersos en la pobreza, los pudientes no comparecen, existen como referencia. "Damaris se dijo que nunca nadie podría confundirles con los dueños. Eran una partida de negros pobres y mal vestidos, usando cosas de los ricos". El arriba ausente, el abajo amarrado por una realidad nada mágica.

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Después de esta recuperación de La perra, seis años después, esperamos a Pilar Quintana. Primero, su labor para desbrozar la literatura escrita por mujeres colombianas, las de ayer y las actuales. Son minoría allí, porque entre el setenta y el noventa por ciento de los libros los firman hombres. Cálculos de esta autora. Pero ansiamos, también, su ficción. Sus abismos, sus acantilados, metáforas de altura para retratar la perplejidad del alma, sus miedos.

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* Prudencio Medel es periodista.

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