Una mirada queer y feminista sobre Lola Flores: "Hoy sería pregonera del Orgullo"

Archivo - Lola Flores junto a sus hijos Antonio y Rosario, en Madrid aproximadamente en 1973.

"Ni canta, ni baila, pero no se la pierdan". Una sentencia supuestamente publicada en The New York Times que es más bien un mito que concentra toda la esencia de Lola Flores, pues no hacía falta que cantara, ni que bailara, para convertirse en el foco de atención en cualquier momento y por cualquier cuestión. Un don innato, un duende, si se quiere, que la convirtió en leyenda en vida y en icono pop para la eternidad.

En la memoria colectiva de al menos dos (o tres) generaciones quedan para siempre sus bailes, sus películas, sus célebres frases -"'Si me queréis, ¡irse!"- o capítulos como el de la pérdida del pendiente en el Florida Park. Eso por no hablar de su propuesta para saldar su deuda con Hacienda pidiendo a cada español una peseta. Episodios nacionales, casi diríase asuntos de Estado.

"¿Quién no se ha dado un pipazo con una buena amiga?" sería otra de esas preguntas retóricas que dejan descolocado al más pintado, como cuando en 1978, en el programa Cantares de TVE dijo aquello de "a los mariquitas, que me quieren mucho". Abundan los ejemplos, las facetas y las anécdotas en una Faraona que, como humana, por supuesto tuvo sus luces y sus sombras.

Pero fue una mujer libre y, en cierta manera, adelantada a su tiempo. Pionera de una libertad femenina que no solo buscó en ella, sino también en los demás: fue una gran defensora del colectivo LGTBIQ+ en un momento que no era nada fácil serlo y se convirtió en una abanderada involuntaria del feminismo cuando este movimiento era tan solo el germen de lo que ahora es. Con todas sus contradicciones, sin planearlo, sin querer, se convirtió de alguna manera en protectora y guía de colectivos maltratados.

"Ella se convirtió en referente por lo que hacía, no por lo que decía", resume a infoLibre el escritor y activista Carlos Barea, coordinador a su vez de Flores para Lola (Egales Editorial), una colección de nueve ensayos en la que diferentes autores y autoras hacen una relectura de la figura de la artista desde una perspectiva disidente. Una mirada queer y feminista sobre La Faraona, en definitiva, que este pasado 21 de enero hubiera cumplido cien años.

Y explica Barea: "En el activismo LGTBIQ+ o en cualquier otro tipo de activismo existe el activismo de calle, de salir, de pancarta, y luego existe el de existencia, por ejemplo como le pasaba a La Veneno, que era una mujer que no tenía discurso y lo que decía no se podía tomar como referente, pero lo fue porque su existencia ya era transgresora y era un activismo involuntario. Eso mismo le pasa a Lola Flores. La referencia LGTBIQ+ y feminista por la que la hemos tomado no es precisamente porque tuviera un discurso político, pero su forma de moverse por el mundo era política".

En la misma línea habla el periodista y escritor Álex Ander, otro de los participantes, para quien Lola Flores ha sido siempre un "referente" como una de las "artistas más importantes de la historia de España", y también porque "como mujer vivió una vida totalmente libre". "O al menos lo intentó", puntualiza tras un instante mínimo de reflexión, antes de calificar a la artista como "aliada del colectivo LGTBIQ+, aunque fuera de una manera involuntaria o inconsciente". "Al final, Lola tenía un gran seguimiento por parte de los mariquitas, como ella los llamaba", apostilla.

Además de Barea y Ander, firman en este ensayo, entre otras, Lidia García, conductora del podcast ¡Ay, campaneras!; Nerea Pérez de las Heras, responsable del exitoso monólogo teatral Feminismo para torpes; la periodista de la cadena SER Pepa Blanes o el bailarín de flamenco e investigador Fernando López, quien precisamente plantea: "Es interesante analizar cómo un personaje contradictorio puede llegar a públicos con ideologías y mundos estéticos muy diferentes, y cómo una misma persona puede estar jugando no al engaño, sino en un extraño equilibrio durante décadas e incluso períodos políticos diferentes".

Entre todos los participantes se intenta desentrañar en esta colección de variopintos textos uno de los mayores misterios que ha dado la cultura popular de este país: el de aquella jovencita que llegó a Madrid decidida a comerse el mundo y que, aunque ni cantaba ni bailaba, consiguió dejar su nombre grabado a fuego en el imaginario colectivo de un pueblo que, por mucho que pase el tiempo, se niega a olvidarla porque, en esencia, siempre fue un "icono pop".

Es por ello que Barea destaca la intención no de hacer una obra biográfica, sino desentrañando cómo ha influido en la vida de otras personas. "Eso es lo interesante para los referentes y los iconos pop, cuya importancia está en cómo influyen en la vida de los demás", apunta, destacando la juventud de todos los autores participantes, todos ellos nacidos entre 1982 y 1996 y, aún así, profundamente fascinados por la alargada sombra de La Faraona.

No en vano, hablar de Lola Flores es hablar de una de las artistas más importantes de la historia de nuestro país. Con su talento natural consiguió teñir de color una España en blanco y negro que agonizaba bajo el yugo de la dictadura franquista y, una vez terminada, supo reconvertirse y desarrollar una fructífera carrera en la música, el cine y la televisión hasta el mismísimo día de su muerte.

Un icono pop conviviendo con sus infinitas contradicciones, quizás más remarcables en el plano del feminismo, pues aunque siempre quiso tener una familia tradicional, no escatimó en amoríos e incluso abortó en dos ocasiones porque no podría mantener a esos hijos. "Precisamente la contradicción de que ella quisiera tener una familia tradicional pero abortara porque no podía mantenerla es el resumen de Lola", señala Barea, quien pone en el antigitanismo atávico el germen de la defensa de la artista de los colectivos más castigados, mientras Ander recuerda que la imagen de "mujer sensual, valiente, libre y excesiva que proyectaba Lola no encajaba con la moral sexual femenina de la época".

Siendo completamente ella mismo llegó no ya a normalizar la homosexualidad, pero sí al menos a ponerla ante los ojos del público, tal y como ejemplifica Barea con un momento trascendental: "No era normalizar, es que no se hablaba y si se hablaba se hablaba mal. Siempre hago referencia a la mesa que hizo en el año 95 en el programa que tenía con su hija Lolita, donde sentó a un grupo de mujeres trans. Y no habló de defender a las mujeres trans, sino que las dejó hablar y las dio voz, Así tuvieron la posibilidad de hablar en una televisión de ámbito nacional, después de aclarar que no se iba a hablar de pornografía, porque claro, al hablar de una persona trans se relacionaba con el morbo, con la noche y con el espectáculo, con la prostitución. Pero se puso sobre la mesa la faceta humana de las mujeres trans, que tanta falta haría también y todavía ahora, tal y como están algunas cosas".

Esta actitud ante los colectivos más desplazados no era algo que surgiera en Lola con la edad, sino que desde los tiempos en los que mantuvo un romance con Manolo Caracol ya era "muy seguida por el público gay", subraya a infoLibre Ander, quien aporta al libro una entrevista exclusiva con Juan Díaz El Golosina, amigo íntimo por todos conocido. "Él me contó que los gays encontraban en los camerinos de Lola y otras folclóricas de la época lugares donde desahogarse y poder dar rienda suelta a su verdadera personalidad, donde encontrar un poco de consuelo y complicidad".

"Allí hacían juergas, reían con ellas y por eso El Golosina dice que los camerinos de los teatros y las salas de fiesta fueron los primeros clubes gays", prosigue el escritor y periodista, aún añadiendo: "Y Lola ayudó bastante a personas del colectivo con consejos y a veces también con dinero, colaboró en eventos benéficos, les llevó a programas de televisión para de alguna manera concienciar sobre la problemática que vivían las personas LGTBIQ+. A ellos les gustaba su duende y su poderío y por eso era una de las artistas más imitadas por los transformistas. Y ella era muy sencilla y cercana con todos cuando no estaba sobre el escenario".

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Para Fernández, otro punto a analizar es cómo un personaje tan específico puede "hacerle tilín a una comunidad que comparte guiones de vida", como puede ser la comunidad LGTBIQ+. "Personas muy distintas de lugares de España, o de fuera, con vidas muy diferentes, por la propia vivencia que implica ser una persona LGTBi, llegan a conectar con un tipo de sensibilidad o un tipo de estética que de alguna manera, por una extraña razón, conecta con sus propias vivencias y con su propia sensibilidad", reflexiona, todavía con más preguntas que certezas.

Espíritu libre, con una mirada siempre puesta en los que casi nadie mira nunca. Así vivió Lola, a su manera, intentando hacer lo que quería y defendiendo igualmente a su manera a los que casi nadie defiende nunca. "Hoy se atrevería a ser pregonera del Orgullo... y a hacer reguetón", afirma Barea, poniendo en valor que ella siempre se supo "adaptar al momento".

"Por eso, después de ser el símbolo del régimen en la dictadura, y cuando con la modernidad la copla fue relegada, se puso a rapear en el programa de televisión de los noventa La Quinta Marcha. Si siguiera viva, ahora se juntaría con Bad Gyal y se harían un dueto. Estoy segurísimo porque ella sabría adaptarse perfectamente y no se habría quedado atrás", termina, no sin antes lamentar que este centenario de Lola Flores no se esté celebrando lo suficiente: "La reivindicamos nosotros, eso sí, aunque da penita porque hay que reivindicarla mucho más".

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