Miren Agur Meabe: "A veces hay que traicionar el original por amor al texto"

La escritora y traductora Miren Agur Meabe.

Marisa Martínez Pérsico

Me gustaría empezar por la infancia. ¿Qué ámbitos dominaban el vasco y el castellano?

Pertenezco a una familia vasca vascoparlante. Por parte de mi madre, mis abuelos eran campesinos, de cerca de la ciudad del pueblo donde yo nací, cerca de Lekeitio; y por parte de mi padre, la familia era pescadora porque Lekeitio es un pueblo de la costa de Vizcaya cuya subsistencia tradicionalmente se ha debido a la pesca y a actividades derivadas como el turismo. Hago referencia al turismo porque mi madre tuvo una tienda textil de artículos de ropa en donde tuve mis primeros encuentros con el francés y donde empecé a sentir la fascinación por el francés. Una tienda donde los turistas franceses compraban manteles bordados, bañadores, etc. El tema familiar es muy relevante y ha ido apareciendo cada vez más a menudo en mis obras, no solo en la poética sino también la narrativa.

Mi familia es un núcleo completamente euskaldún, pero hay que tener en cuenta el contexto histórico. Todavía perdura la dictadura de Francisco Franco, con la consiguiente represión de la lengua, así que a pesar de que nuestra lengua familiar, de juego y de relación en la calle era el euskera, la lengua que estaba realmente prestigiada para la cultura era el español. Sí había un pequeño polo de lengua culta en vasco o de lengua más enriquecida que nos provenía de las actividades de la parroquia de la iglesia. Es decir, en casa, euskera coloquial: canciones, nanas, juegos; en la calle también, pero en la escuela todo completamente en castellano y además una educación muy franquista, muy tradicional, muy españolista que nos hacía eclipsar el valor de lo que nosotros poseíamos de raíz. Y luego, por otra parte, la labor de la parroquia que organizaba actividades tales como teatro o excursiones en las que tomábamos contacto por primera vez con un euskera escrito. Recuerdo el día de mi primera comunión, con seis años y medio, en la que leí por primera vez en el altar de la iglesia junto con un montón de niños y niñas de mi pueblo, fue mi primera lectura en vasco. Se me presentaba el idioma euskera por escrito por primera vez y continué en este tipo de actividades hasta que me di cuenta de que este euskera escrito más culto que yo estaba asimilando como niña en estas lecturas de la iglesia me estaba dejando un poso léxico, un poso morfosintáctico y un poso de musicalidad relacionada.

El lenguaje simbólico con las actividades de la liturgia me estaba dando pie a fabular o a empezar a expresarme en la lengua vasca. Esto ocurre a los dieciséis años aproximadamente en los que me apunto en un curso de alfabetización en euskera y que hace despertar todo esto que yo traía desde la infancia pero que estaba como aplastado o enterrado bajo el peso de la educación formal. Antes de esa edad yo ya traía mis ganas de escribir, escribía mis pequeños poemas desde los nueve años. Cuando mis amigas se iban a hacer una excursión en bicicleta a veces prefería quedarme en casa con mi fantasía para escribir mis pequeños relatos en los que a veces les convertía en protagonistas. Al principio lo hacía en castellano porque desconocía incluso el alfabeto en vasco y me di cuenta de que debía profundizar en el estudio de esta lengua para sentirme más segura. Todo ha sido un camino de aprendizaje. Decido estudiar magisterio y posteriormente filología vasca para poder seguir profundizando sobre todo en el campo de la literatura y así es como he ido haciendo poco a poco mi camino.

Por diferentes circunstancias, he tenido que trabajar en distintos campos como la docencia, pero también en el de la edición de libros escolares. El contacto diario con la lengua me ha ido formando y proporcionando seguridad para introducirme en el campo de la traducción. Todo se ha ido produciendo paulatinamente, cambiando la mentalidad de lengua minoritaria, siendo también una lengua minorizada debido a la represión y condicionantes sociales, económicas y políticos que lanzaban un velo de desprestigio y de minusvaloración hacia ella ya que se consideraba una lengua rural, una lengua de clases sociales bajas. Para contextualizarlo correctamente, tenemos que ir hasta antes de la guerra porque la recuperación de la lengua no empieza en los años 60; venía desde principios del siglo XX, pero la Guerra Civil amputó todas esas ideas de culturización y de renovación del idioma y democratización.

Cuando mis amigas se iban a hacer una excursión en bicicleta, a veces prefería quedarme en casa con mi fantasía para escribir mis pequeños relatos en los que a veces les convertía en protagonistas

En tu libro Cómo guardar ceniza en el pecho están muy presentes la educación escolar y el tema lingüístico.

Sí, sí. En la escuela todos nuestros materiales eran en español, algunos materiales clásicos muy buenos y las actividades de ocio como festivales o teatro de ocio se desarrollaban en castellano. Yo tenía cierta sensibilidad hacia cualquier texto que fuera poético o que tuviera una musicalidad especial y eso a mí me quedaba y yo intentaba imitar. Empecé a escribir en castellano porque era el idioma que a mí me impregnaba de esa imaginería y de ese de ese gusto por el universo de las palabras, hasta que con quince o dieciséis años se produce una apertura de la conciencia política y me doy cuenta de que puedo hacerlo en mi idioma natural que era el idioma vasco. En el año 1979 se dicta el Estatuto de Autonomía, ya muerto Franco en el año 75 y da cierta capacidad de gestión a las comunidades históricas y el año 1982 se promulga también la ley del euskera que significa que va a convertirse en una lengua cooficial para lo cual se desarrolla un programa de acceso al idioma en la Administración tanto en la educación como en la sanidad como en otros ámbitos. Entonces hacía falta gente que se alfabetizase y supiera el euskera para poder trabajar en esos ámbitos. Fuimos muchos los jóvenes matriculados y asistiendo a clases nocturnas para poder obtener una titulación que nos permitiese trabajar y sacarnos un sustento. No es que yo fuera una heroína que de repente recibe la iluminación divina para estudiar.

Me gustaría que refiriésemos los poemas Prefijación y Ruego a las palabras.

Prefijación está incluido en una parte del libro que se llama Viaje de invierno y que un viaje de soledad, un viaje de reconstrucción personal. Muchas veces para poder reconstruirnos tenemos que colocarnos de una manera nueva en el lenguaje y por eso sirven los prefijos; son una especie de envases gramaticales, léxicos, que nos ayudan a colocar mejor el pensamiento. En euskera y en castellano los sufijos de negación son idénticos, des y ez que son para marcar la negación, funcionan de la misma manera. Este poema surge tras haber escuchado una charla de una antropóloga vasca muy interesante que ha elaborado muchos estudios feministas. La charla consistía en la explicación de la desocupación de los esquemas patriarcales en nuestra mentalidad. Arrojó mucha luz sobre sobre mi manera de pensar y de vivir en aquel momento. Prefijación en euskera es aurrizkien bidea, que significa camino de los prefijos. En euskera muchas de las palabras son palabras compuestas que se basan en elementos que tienen que ver con el mundo rural o con el mundo de la pesca. Por ejemplo, para decir hoy reflexionar utilizamos palabras que estrictamente pueden significar cavar. Hemos ido aportando palabras del mundo rural al mundo urbano para expresar conceptos que no podíamos expresar, que no sabíamos cómo expresar en el mundo moderno.

Prefijación

Nos encontramos en la edad de los prefijos.

Los lexemas son mi hechizo en la fogata.

Al conformar las palabras letra a letra,

me parece que estoy a punto de parir un meteorito:

deconstruir, desaprender, desamar, desadueñar.

Cada vocablo es un clavo y tiene su música.

Es preciso soplar sin perder el ritmo

para traer al mundo a estas criaturas:

recomponer, renombrar, reflorecer, reencontrar.

El código de la piel ha cumplido su periodo de prescripción.

La metamorfosis llena su cántaro en la lengua.

 Fijaos cómo en euskera he ido diciendo palabras con este prefijo deseraiki, desikasi y en castellano son también deconstruir, desaprender. El influjo del latín también en el euskera a través de la iglesia ya se da desde el siglo cuarto de la romanización en zonas cercanas al País Vasco.

En euskera muchas de las palabras son palabras compuestas que se basan en elementos que tienen que ver con el mundo rural o con el mundo de la pesca

¿La autotraducción en tu caso da lugar a la creación, al versionado? ¿Has cambiado cosas, has sido muy fidedigna al original o te has permitido adaptar, modificar? ¿Recuerdas alguna situación de cambio importante?

Sí, suelo actuar de una forma muy libre con la autotraducción. Cuando se autotraduce se está haciendo una reescritura, una reescritura que es posterior al cierre del original. Cuando estamos trabajando con un original es como si tuviéramos puestas las lentes de cerca. Estás intentando construir un libro que tenga una coherencia interna y que tenga, por supuesto, su riqueza y que llegue al gusto del lector y que ocupe un sitio relevante en tu trayectoria. Estas son, digamos, las lentes de cerca, y estás trabajando con tu idioma dentro de esos parámetros. Pero cuando llega la hora de traducir al castellano es como si te pusieras otras lentes; a mí lo que me pasa es que en cuanto me pongo las lentes para empezar a traducirme lo primero que veo son “errores”. No son propiamente errores o erratas sino, por ejemplo, repeticiones. Al escribir este poemario en euskera Nola gorde errautsa kolkoan, un libro bastante extenso y con influencia de muchas lecturas que he ido realizando, no me di cuenta de que había utilizado como unas siete veces la palabra árbol. Era árbol necesario, pero no lo captas, aunque repases muchas veces el original; no captas ese tipo de lo que yo llamo “errores”. No son erratas ni equivocaciones, son a veces repeticiones infructuosas. Al traducirme en castellano pienso en el hecho de que en teoría ahora va a leerme un público que no conoce la obra en euskera y me planteo por qué no me voy a dar la libertad de poner en un caso sauce en otro caso espino en otro caso roble y en otro caso haya si lo puedo enriquecer a través de los campos semánticos.

Ese es un tipo de libertades que sí me suelo conceder porque soy la dueña del original. Si viniera un investigador ortodoxo se enfadaría muchísimo conmigo porque diría en este mismo poema de Prefijación “la metamorfosis llena su cántaro en la lengua”. En la versión original en euskera no está, en la versión original se habla de una fuente porque a continuación en este mismo grupo o en esta parte de poemas hay un poema que se titula La fuente, y yo quería poner los dos poemas en conexión. Entonces hay momentos en los que tienes que traicionar el original, pero es una traducción que haces para seducir, una traducción que haces por amor al texto y también pensando en complacer más a estos lectores que te leen por primera vez en ese en ese idioma.

Es como si los dos poemas, en las dos lenguas, se completaran de alguna forma. Me hablaste de tu adquisición del castellano “a la fuerza” por la coyuntura histórica, pero ¿no crees que es una fuente de riqueza para tu obra?

Sin ninguna duda. De hecho, últimamente hago la prueba de autotraducirme casi en paralelo porque noto que un vocablo en el idioma original que me plantea tal vez una dificultad de ser traducido en la lengua de llegada y me hace buscar alternativas. La traducción tiene mucho de buscar alternativas. Aunque siempre se ha dicho eso del traduttore, traditore, el traductor igual hace perder algunas cosas del idioma original pero también hace ganar otras en el idioma de llegada. Para mí, mi bilingüismo es completamente ventajoso porque es como si una lengua aromatizara a la otra, y al buscar esa alternativa, encontrara una palabra que me hace volver al texto original porque me ha despertado alguna pulsión del tipo que sea y me hace retocar el texto original para enriquecerlo también. Yo me desenvuelvo por igual en ambas lenguas y eso de cara a mi obra es completamente positivo. Otra cosa distinta es lo que ocurre con la métrica ya que no es una un asunto de significado sino de musicalidad. A veces en el poema en euskera encuentro la manera de crear unas rimas internas jocosas. Yo sí que juego a la ironía. Por ejemplo, se nota en mis textos cuando incluyo rima. Cuando incluyo rima le estoy queriendo quitar solemnidad a algo. Son rimas internas que por nada puedo conseguir en el castellano en la misma estrofa entonces qué hago. Si es la tercera estrofa la que me posibilita crear unas rimas internas de tipo lúdico, pues lo hago en la tercera, pero a veces es imposible establecer unas correspondencias exactas. Concibo el texto como algo que aún está vivo, aunque se haya editado y ya esté circulando. A mí ese texto cada vez que me vuelvo a enfrentar a él me parece que es algo orgánico, que está vivo, y que me pide cambios. Yo voy cambiando según creo que lo puedo mejorar o enriquecer.

Es lo que haces en Ruego a las palabras. Las palabras te escuchan.

A mí, ya desde niña, el hecho de poder contarle al papel un problema, una tristeza, un desasosiego me ayudaba a levantarme de la mesa con más fuerza y reafirmándome en mí misma. Son las palabras las que nos definen y aunque este poema se encuentre al final del libro, cronológicamente es el más antiguo. Es un poema que escribí cuando acabé el libro anterior (2010 o quizás 2011). Al ser una especie de mini poética, recoge algunas de las constantes de mis temas y me pareció que era un lugar oportuno para cerrar el libro. Iba mencionando esos temas que yo he ido trabajando a lo largo de mi trayectoria que son, por ejemplo, la búsqueda de la identidad, la referencia al espacio doméstico o al contexto doméstico, el deseo o la explicitación de un cuerpo real de una mujer sujeto. Porque parece que cuando hablamos de cuerpo hablamos hasta los cincuenta años; parece que después de la menopausia nuestro cuerpo desaparece y no existe. Ese es un tema que se observa en mi obra de poesía, pero sobre todo en mi obra en prosa donde se va detectando cada vez más. Somos cuerpo y seguimos siendo cuerpo con su sabio declinar como digo aquí. Es un poema que es una especie de resumen de mi poética.

Ruego a las palabras

No permitáis, palabras, que me aleje de la tierra,

del aliento de las vacas, de la sangre de la sepia.

Si me sedujisteis con vuestro lunar pintado,

inocentes como la florecilla de mi primer sostén.

No consintáis, palabras, que me olvide de la historia,

del insomnio de la idea, del llavín de la fe.

Si me dejé manosear por vuestros múltiples dedos,

si hervisteis mis vendas en vuestra olla express.

No aceptéis, palabras, que eluda mencionar mi cuerpo

o sus reglas variables o su sabio declinar.

Si me acarreasteis a pesar de las encrucijadas,

escarabajos bajo su tierno pastelito oficial.

No admitáis, palabras, que me aparte de este oficio

aunque la crudeza me golpee, aunque me devore la bonanza.

Desde que ovulé por última vez me he convertido en otra.

No me retengáis, palabras, en ninguna escena de ningún pintor.

Como he dicho antes pues ahí están algunos de los temas que me van acompañando siempre, por ejemplo la mención al óvulo que llama tanto la atención es una especie de gesto de delimitar el territorio. Para mí, escribir desde el cuerpo femenino ha sido una manera de luchar por obtener más mayores cotas de libertad porque el cuerpo femenino ha sido considerado un tabú. Hablar desde nuestra propia realidad y por eso justifica también la última frase No me retengáis, palabras, en ninguna escena de ningún pintor porque han sido los pintores tradicionalmente los que han dado reflejo de nuestro cuerpo, pero casi siempre en multitud de veces desde una manera esteticista o desde una manera frivolizante o desde una manera incluso humillante. Dejadme a mí que construya yo mi propia historia, con mis propias palabras, con palabras de mujer que está evolucionando porque desde que ovulé por última vez no es que haya dejado de existir, sigo teniendo voz. Entonces aquí por ejemplo es un ejemplo de los de “traiciones al original”. En la versión euskera por ejemplo la última frase no es tan generalista no dice no me retengáis palabras en ninguna escena de ningún pintor, sino que dice no me retengáis palabras en ninguna escena del viejo Renoir. Recuerdo cuándo puse Renoir y no puse por ejemplo Leonora Carrington o a Frida Kahlo. Este libro está plagado de pintoras y de artistas plásticas; hay muchísimas referencias a fotógrafas, escultoras, miniaturistas porque precisamente nosotras tenemos que contar nuestra historia a nuestra manera y desde nuestro punto de vista y eso al traducir me di cuenta de que Renoir se me quedaba corto porque me parecía el pintor de las escenas amables, un pintor impresionista que tuvo una vida bastante feliz con un matrimonio también bastante feliz, que pinta retratos que tienen que ver con el gozo de la vida. Yo estaba rezando a las palabras para decirles “no me dejéis que me quede en la superficie de las cosas, permitid que mi poesía tenga mensaje, que no sea una poesía decorativa, una poesía simplemente para gozar, simplificadora”. Luego al hacer la traducción me di cuenta de que Renoir era poco, tenía que anular a todos los demás para poder dejar sitio a Clara Peeters y a las demás que aparecen.

A mí, ya desde niña, el hecho de poder contarle al papel un problema, una tristeza, un desasosiego me ayudaba a levantarme de la mesa con más fuerza y reafirmándome en mí misma

Es un tipo de ruego o de rezo profano.

Sí, hay muchos. Yo tengo mucho esto por la influencia que he comentado al principio de las lecturas en la iglesia en vasco y demás. En mis poemas muchas veces hay salmos, oraciones y cadencias de tipo versicular porque es como una especie de cuestión ancestral que siento yo en relación con a mi lengua materna.

¿Normalmente tus poemas nacen en euskera y luego surge el deseo o la voluntad de traducirlas al castellano o depende de la situación?

Generalmente escribo en euskera, pero es verdad que depende de qué libro esté leyendo. Si la última frase o el último texto es en castellano, por ejemplo, me da el acento para ponerme y arranco tal vez en castellano. Pocas veces, pero sí me ocurre que, subyugada o fascinada por un texto en castellano, que quizás es una traducción de un poema de inglés, siento que tiene tal poder de imantación que me está arrastrando al castellano y entonces arranco el poema en esa lengua, pero enseguida ya me cambio otra vez al euskera. Y después, como he explicado antes, voy haciendo una traducción simultánea porque veo que un texto va aromatizando el otro y va enriqueciéndolo. Pero esto me ocurre desde hace muy poco porque cuando empecé a escribir no pensaba en absoluto que a mí me iba a leer nadie en castellano. Decidí escribir en euskera porque me parecía un acto de compromiso con mis raíces, con mi familia, me parecía un acto ecológico de poder ayudar a que un idioma pequeño perviviera en la amalgama de la globalidad. Además, porque está rodeado de lenguas muy potentes como el español o el francés, o ahora con el gran velo del inglés. También he ido evolucionando como poeta y como escritora, y la necesidad de ir pasando al castellano ha sido cada vez mayor precisamente porque me he vuelto más profesional y me han empezado a conocer fuera de mi ambiente o de mi entorno habitual y entonces intento ejercitarme formalmente de las dos maneras. Pero eso es algo que ha venido mucho más tarde.

Aquí una alumna, Silvia Rampogna, pregunta por la importancia de la naturaleza en tu poesía.

Sí, aparece el tema de la naturaleza y como habrás observado el mar. Hace quince días me han nombrado académica de la lengua vasca y para la celebración de la entrada he hecho un discurso sobre el valor del mar o la presencia del mar en mi poesía desde los inicios hasta ahora. De hecho, hice la lectura de entrada en la iglesia de Lekeitio donde leí en euskera por primera vez y la gente me preguntaba ¿pero por qué en la iglesia hoy en día el siglo XXI? Siempre digo, porque mi primer texto escrito de tipo poético de tipo simbólico fue con seis años y medio en la iglesia de Lekeitio y entonces para mí era como volver a hacer un trampolín hacia mi infancia. Decía que el mar está ahí como un telón de fondo que aparece desde ópticas muy distintas. En mi obra el mar, por ejemplo, aparece relacionado con la genealogía, con la gastronomía, con la orografía de la soledad, en los poemas de deseo o también las elegías que tienen que ver con la muerte. Dentro de este bloque de la naturaleza haría también una subdivisión que es la del mar que tiene muchísimo protagonismo porque es el telón de fondo de mi vida.

La naturaleza con todos sus componentes: hay pájaros, hay plantas, está también el cielo. Pero hay que explicar que este libro de poemas compone un tríptico con dos libros anteriores que son Un ojo de cristal y otro libro que se llama Quema de huesos. En estos libros hay una progresión de Miren Agur como escritora y también como persona. En Un ojo de cristal, en uno de los capítulos planteo la escritura como el cuidado de un jardín un hortelano que tiene que saber dónde plantar la semilla perfecta para que se desarrolle tal planta, que el rastrillo a veces no llega a ciertos lugares porque el terreno es muy irregular, que la hiedra puede reventar una pared si se la deja crecer demasiado. Un poeta necesita sus cuchillas, sus azadas, necesita su rastrillo para limpiar. En Un ojo de cristal se plantea la escritura como cuidado de un jardín, es una novela. Tres o cuatro años más tarde nace Quema de huesos que es un libro de relatos en el que la escritura se plantea como una combustión, es decir, si primero hemos trabajado el jardín de la vida y el jardín de la escritura, después lo que hay que hacer es limpiar ese jardín porque a lo largo del tiempo van apareciendo elementos que ocupan y que ensucian y que no aportan nada. Entonces planteo la escritura, el proceso creativo, como combustión, como transformación de aquello que nos sirve, aquello que ocupa un lugar ilegítimo para construirlo en fuerza, energía lumínica y calorífica que nos ayuda a progresar como personas y como escritores. ¿Y qué ocurre cuando se apaga ya la hoguera donde hemos quemado las hojas muertas, donde hemos quemado la fruta podrida? Pues que allí queda ceniza, y esa ceniza, en el plano real, a la hortelana y a la jardinera las ayudas, les sirve para abonar la tierra, para dar vitaminas a los árboles frutales, a los macizos de flores. Pero a la escritora le sirve para para abonar su terreno literario, y por eso el libro se llama Cómo guardar ceniza en el pecho. Es como si fuera un tríptico flamenco del siglo XVI donde las tablas de madera aparecen pintadas pero que están unidas por bisagras, de manera que los paneles laterales de esa pintura forman un todo. Estos tres libros son independientes, pero al mismo tiempo, si los cierras, forman un todo, y las bisagras son esos temas que se repiten y que hacen eco uno en el otro. Por ejemplo, el mar, el duelo, los animales, la naturaleza. En este libro que habéis leído vais a ver que existen unos poemas que hablan de Miramar.

Miramar es un pequeño huerto que tuvo mi familia en la época de la posguerra. Trabajaban para una familia pudiente, adinerada, y mis abuelos eran los hortelanos. Este Miramar aparece como una especie de locus amoenus y también locus eremus al mismo tiempo, y se relaciona con el simbolismo de la escritura como trabajo del jardín, como limpieza del jardín y como quema de la basura y de guardar lo que merece la pena.

Una lectura de la poesía de Marisa Martínez Pérsico

 

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** Marisa Martínez Pérsico es una escritora y profesora argentina radicada en Italia. Su último libro es Los parques interiores (Talavera de la Reina, XLVIII Premio de Poesía Rafael Morales, 2023)

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