Paul Auster sin final

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Baumgartner 

Paul Auster 

Editorial Seix Barral (2024)

"La vida es peligrosa". Una reflexión con significado exponencial por las circunstancias personales del autor de Baumgartner. Si no, solo serían palabras de mármol. Sometido, sin sosiego, a un tratamiento "implacable" de quimioterapia e inmunoterapia para obtener el pasaporte de salida de Cancerland. Ahí, como apuntó Siri, reside Paul, y su familia en consecuencia, desde finales de 2022. Su país de las últimas cosas. O de estadios anteriores. "Vivir es sentir dolor… y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir".  Desde ahí, náufrago asido a la balsa de la ciencia, realismo atroz, ha culminado esta novela. Tan distinta a su veintena de ficciones y, sin embargo, tan concomitante con los temas bajo registro austeriano. Quizá constituya un remedio terapéutico, también. Un libro "tierno y milagroso", califica Husvedt, surgido de contemplar el abismo, en cuyo fondo se embosca una oscuridad acechante. Cuando en noviembre pasado publicó este libro en inglés, habló con el periódico británico The Guardian. Advirtió: "Siento que mi salud es tan precaria que esto podría ser lo último que escriba". Escalofríos. El estupor ante el fin de una imaginación sin punto final. Nos agarramos al tiempo inacabado de la posibilidad. El ensueño de los desenlaces irresueltos, abiertos, como el de esta obra. "Empieza el último capítulo de la historia de S. T. Baumgartner". ¿Atisbamos el yo de Auster en esa frase?

La ausencia omnipresente. Baumgartner, filósofo y profesor septuagenario, "suspendido en la encrucijada entre el viejo cascarrabias malhumorado y el sabio espiritual". Enviudó hace casi diez largos años. Su esposa, Anna Blume (así se llama la narradora que rastrea sobre su hermano en El país de las últimas cosas. También la encontramos en Viajes por el Scriptorium), traductora de francés y español, y poeta, fue a nadar y una ola "monstruosa y feroz… le rompió la espalda y la mató". Su no ser estará durante toda esta historia, presidida por una suave tristeza, sin despecho. La memoria, tan sello Auster, acerca a esta mujer y adensa cuatro décadas de vida común. Cuando se conocieron, no medió frase alguna, apenas unas miradas. Pero se recordaron estos "dos solitarios empedernidos". Y cinco años después, la boda. Anna le dijo, según rememora Sy (de Seymour, juego de palabras, ‘ver más’. Lo apuntó en El libro de las ilusiones), "quiero vivir contigo para siempre". Entonces, "empezó la verdadera vida de Baumgartner, su primera y única vida, que duró hasta nueve veranos atrás". Él, veinticinco años, ella, veintidós. El amor sin tregua, y su muerte, perpetúan a Anna. Y quiebran a Sy: "un hombre demediado (implícito El vizconde demediado, de Italo Calvino), que ha perdido una parte de sí mismo y ya no está entero". Auster otorga tanto relieve a esta segmentación que dudó si titular el libro Phantom limb, Miembro fantasma.   

Persiste en otros seres quien dejó de estar. El que sigue en pie "puede mantener al muerto en una especie de limbo temporal entre la vida y la no vida". Baumgartner ve a Anna en una repartidora de UPS. Pide libros que no leerá, suspira por solo dos minutos de su compañía. Un síntoma, tras una década de parálisis. Sy se asoma "al mundo de los vivos". Vuelve a dar clases, escribe libros sobre fenomenología de la lectura y la política del miedo (contagio de Siri Husvedt). "La súbita liberación del poder de Anna sobre él después de una década de tormento autoinfligido". Comienza a perseguir mujeres, como nunca. Se redescubre "sintiendo, amando, ansiando, teniendo ganas de vivir, pero en lo más recóndito de su ser está muerto". Absorbe el regreso Judith. Vieja amiga, dieciséis años más joven, profesora de Cinematografía (pasión, también, de Auster, director y guionista de películas como Smoke y Lulu In The Bridge). Quiere repetir hitos, aun consciente de la diferencia entre Anna y Judith. Le pide matrimonio. Ella le da el no. Queda "aturdido, mareado y flotando a la deriva… reducido a la condición de mendigo". Abocado a la reinvención de la soledad, que "mata… va engulléndote… devorándote el cuerpo entero".

Los ausentes, la búsqueda de quienes se fueron. "El mundo perdido de Entonces", los ancestros. Paul Auster los prolonga al evocarlos. Estalactitas mentales, agua sólida. No solo el amor "a largo plazo" puebla el alma de Baumgartner, también explicarse a sí mismo al conocer su genealogía. Padre y madre judíos. Él, Jacob, originario de Varsovia, un "capitalista anticapitalista", "un quijote polaco-norteamericano de triste semblante y cerebro consumido por los libros" (préstamo desinteresado de Cervantes). Ella, abandonada por su madre, trabajadora en la tienda del padre, dedicada a ropa para mujeres de recursos ralos. Ruth Auster, sí, era "el único foco de cordura en aquella familia de locos", "se casó cuando aún estaba en vías de averiguar quién era". El escritor de Newark (escenario asiduo de Philip Roth) incluye en Baumgartner un texto ya publicado, Los lobos de Stanislav, ciudad ucraniana de donde procede. Allí acudió para desbrozar sus raíces. Encontró una localidad habitada por lobos, símbolo del "engendro de la guerra". Auster antibelicista (Un país bañado en sangre mostró su repudio por las armas el año pasado. Su yerno, Spencer Ostrander, fotografió lugares de Estados Unidos donde matanzas múltiples destrozaron a muchas familias). Reitera el sinsentido de Vietnam. Proyecta su pacifismo en Anna Blume y Jacob Baumgartner.

Inexistentes los dos. Paul Auster siempre se ha descrito signado por dos muertes. La de un amigo matado por un rayo a los catorce años. Le pudo pasar a él, estaba al lado. Contado en 4 3 2 1. Lo casual como causa. Y la de su padre, a los sesenta y seis años. A Paul se lo transmitieron un domingo por la mañana, mientras "preparaba el desayuno a Daniel, mi hijito" (también muerto, como su hija Ruby, nieta de Auster y de la escritora Lydia Davis). Lo relata en Retrato de un hombre invisible. Paul acaba de cumplir setenta y siete años. Superar la edad paterna implica atravesar una frontera de extrañeza. Se lo confesó a la profesora danesa I. B. Siegumfeldt, quien lo reprodujo en Una vida en palabras.                      

Siri Husvedt asegura que Paul "no tiene miedo a morir". Anna Blume, la constante presencia, le sueña a Baumgartner sus conclusiones probadas sobre el despúes definitivo, "el Gran Vacío". Carece de espacio: "ni siquiera es un lugar sino ningún sitio". Incorpóreo: "una mota de polvo cósmico". Sin tiempo todo el tiempo: "una vez que te mueres, estás muerto para toda la eternidad". Todo se esfuma, un eco mudo: "la nada de la ausencia". Los muertos viven mientras les recuerdan.                                                                                                  

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Si Auster siente cuanto piensa Anna, su criatura, el vértigo ante la oquedad se ha hospedado en él. Humano. Baumgartner es su testimonio, no su testamento. El azar lo dirige lo imprevisible, no las cartas marcadas. Del mal, se puede escapar, primero, y huir, después. Que no cunda el silencio. Que Paul Auster urda más madejas. Y luego, sutil, como si nada pasara, nos oriente hacia la salida o hasta el principio, nos haga saber qué le inspiran los dioses anidados en su máquina Olympia, donde las letras fluyen al compás de "la música de pájaro carpintero".

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* Prudencio Medel es periodista.

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