Los diablos azules
Salinas recuperado
El hecho de conocer la biblioteca personal de un escritor constituye siempre una oportunidad única; si, además, se trata del legado de un poeta, novelista, dramaturgo, ensayista y profesor como Pedro Salinas, el interés es máximo. No solo porque represente la figura del intelectual moderno, sino por su naturaleza de testimonio —por antonomasia— de una época en absoluto esplendor cultural. El decano del grupo de autores conocidos bajo el marbete generación del 27 hubo de abandonar su biblioteca, sita en la vivienda madrileña de la calle Príncipe de Vergara, 76, durante el verano de 1936, sin saber que ya no regresaría nunca. De hecho, se había trasladado a la Universidad Internacional de Santander como secretario para organizar la actividad académica estival, y había aceptado la plaza de profesor en el Wellesley College para el curso 1936-1937.
Sea como fuere, al embarcar en The Cayuga desde el puerto de Bilbao, no sabía que sería la última vez que pisaría tierra española. De su biblioteca personal, organizada por su propietario hasta 1936, da cuenta la muestra que alberga la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Regional de Madrid, desde el 25 de marzo hasta el 20 de junio de 2021, Salinas recuperado: una pasión sublime (1951-2021). La muestra presenta una disposición a modo de cinta de Möebius, como trasunto de la infinitud con la que nos conecta el universo de la lectura, donde todo es posible, así como correlato del continuum y la constante recursividad que dinamiza el fondo de la biblioteca entre el Salinas creador y el Salinas lector. Esta sublimidad, pues, desbordada y desbordante, se convierte en epítome y plétora de una producción poética (si no exclusiva, sí la más celebrada del autor) que encuentra su demiurgo en el transcendentalismo que no renuncia a lo cotidiano (con lo que al unanimismo atañe), la persecución denodada del envés (esa poesía gnoseológica de lo oculto, que indaga “tras” y “detrás”, vehículos poéticos permanentes del misterio ilimitado, en relación directa con el krausismo y la ontología del sujeto definido en términos de libertad íntima constructiva), la fusión del intelectualismo y la sensualidad (nuestra “corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito”), la consunción de los límites entre lo real y lo imaginado (en un profundo desafío en la interpretación de la realidad, y en su comprensión holística, poliédrica), y la dilución de las fronteras entre las fuentes clásicas y las modernas en un torrente sustantivo cuya creación poética genera referentes diferidos permanentemente para imbuirnos de una mise en abyme enraizada en los tiernos abismos de lo sublime.
En este sentido, la biblioteca personal representa la vida misma, al relacionar a Pedro Salinas tanto con los clásicos como con los modernos, tanto con la Literatura española como con la universal, tanto con los modernistas como con los miembros de la generación del 98, y con los novecentistas. Por tanto, frente a las periodizaciones rígidas o los compartimentos estancos, la biblioteca muestra cómo las estanterías promueven el permanente diálogo que representa la Literatura, una intertextualidad singularmente vivificadora en el caso de este grupo de escritores, quienes consideran la esencialidad de la tradición y avalan la creación poética desde la modernización de lo tradicional y la tradicionalización de lo moderno. De esta manera, visitar la exposición supone emocionarse con el pluriverso lector, con la intimidad de la biblioteca y con la posibilidad de poner piel a la historia de la literatura, en una muestra que se visita en la dirección del signo del infinito para comunicar las creaciones con las lecturas, sus primeras ediciones de poesía con las de sus amigas y amigos poetas de generación, con su espíritu panhispanista y, en fin, con sus lecturas internacionales y su correspondencia personal.
El recorrido de la exposición nos permite viajar por el material más humano de toda una generación, por sus pasiones más íntimas, por sus amistades, por sus principios y por su trágica depuración. Somos memoria, la muestra nos lo recuerda, y nos recuerda qué injusticias no podemos permitir que se repitan, puesto que la profundización humana carece de sentido sin el frágil tejido de la libertad.
Además, la exposición viene acompañada por un excelente librito que se ocupa de las vicisitudes de la biblioteca saliniana y de la interpretación de la creación poética de Pedro Salinas desde la dinamización e intertextualidades que promueve la colección, para arrojar ideas fundamentales a una hermeneusis cabal de la obra de este madrileño universal. La monografía presenta dos partes constitutivas: la creación de Salinas y su universo lector, por una parte, y los avatares de su biblioteca personal, así como los aspectos bibliográficos que la conforman (editoriales, ediciones, encuadernaciones, impresores…), por otra.
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Y es que las bibliotecas personales, conviene recordarlo, no dejan de ser autorretratos fidedignos de su propietario y de su tiempo (como en la imagen, momentos de altura y de azoteas, “de suicidios hacia arriba”), con las contradanzas y paradojas que ello supone, sin olvidar su canto a lo infinito. Por otra parte, nos reconcilia con la nostalgia cultural de entrega absoluta a los libros, acuciada por la actualidad de un mundo digital acomodado en el pragmatismo y en la vertiginosidad acelerada. Pero, sobre todo, el legado de Pedro Salinas Serrano ilustra el combustible del Salinas escritor. Imprescindible.
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Enrique Ortiz Aguirre es profesor de Literatura en la Universidad Complutense de Madrid y comisario de la muestra Salinas recuperado