'En el Transiberiano' con Eva Orúe y Sara Gutiérrez: "Todo era más soviético según nos alejábamos de Moscú"

Sara Gutiérrez y Eva Orúe en el Transiberiano

Verano de 1994. Apenas han transcurrido dos años y medio de la disolución de la Unión Soviética y dos mujeres españolas, una médica y una periodista que meses atrás se habían conocido en Moscú, se suben al Transiberiano para adentrarse en la realidad de una Rusia en profunda crisis y salvaje transformación. Un país inabarcable que atravesar en tren durante ocho días, 9.288 kilómetros y ocho husos horarios. De Moscú a Vladivostok por toda Siberia: de alguna manera, una epopeya.

"En cierta medida, nosotras descubrimos Rusia como la descubrieron los zares, que eran señores de Siberia sin haber puesto jamás un pie allí", apunta a infoLibre la periodista, Eva Orúe (Zaragoza, 1962), quien recuerda que el viaje les permitió conocer mejor el país en el que vivían, del mismo modo que a los zares y luego a los bolcheviques les permitió no solamente conocerlo, sino colonizarlo, expandir la revolución y controlarlo".

En el Transiberiano (Reino de Cordelia, 2024) es la historia de aquel viaje, hecho en el momento crucialmente histórico en el que debía hacerse, con el país abriéndose despacio pero irremediablemente. Es también, según la médica, Sara Gutiérrez (Oviedo, 1962), la historia de la construcción del tren y, sobre todo, "de la construcción de un país cosido por el Transiberiano".

"El ferrocarril que permitió que los zares conocieran y fueran colonizando la parte asiática más lejana del país, que es el 80% de Rusia, que permitió en la Segunda Guerra Mundial que movieran ciudades e industrias enteras y eso diera un respiro a un personaje como Stalin. El tren que iba a permitir a lo mejor en el futuro que Rusia pudiera competir con China en el transporte de mercancías. Y el tren en el que murió muchísima gente, hasta el punto de no saber si se detenía a gente realmente para tener mano de obra gratis", explica a infoLibre Gutiérrez, oftalmóloga pero también periodista, escritora y traductora.

"Como todos los trenes, el tren alteró al país, pero el Transiberiano lo cosió e hizo de Rusia lo que es: un país unido. Esta palabra, unido, tiene que tener un asterisco, pero sin línea siberiana es indudable que no habría Rusia, y que no habría habido imperio soviético tampoco", agrega Orúe, corresponsal entonces en Moscú y actualmente directora de la Feria del Libro de Madrid. Aprovechando que ya se podía viajar libremente, Sara propuso a Eva hacer este viaje para conocer más el país en el que trabajaban y, de paso, tal vez, conocerse también más la una a la otra para decidir un futuro juntas.

Se funde así la historia personal de estas dos mujeres españolas con la de un tren emblemático que cruza una de las zonas más mitológicas del planeta. "Apenas hacía dos años y medio que había acabado la Unión Soviética, pero realmente Rusia como país independiente no acababa de arrancar. Según nos alejábamos de Moscú todo era más soviético, y más lejos todavía ya no era ni soviético ni ruso, en el sentido de que las formas querían ser bastante más ágiles y distintas de lo que había sido la Unión Soviética pero, por otra parte, nos pedían documentos y nos exigían cumplir normas que ya no existían. La mayoría de las ciudades en las que parábamos habían estado cerradas a los extranjeros y también al movimiento interno de ciudadanos hasta el 1 de enero de 1992, controladas por el poder soviético, con lo que llevaban muy poco tiempo abiertas al mundo. Realmente era un país en construcción y muy caótico", relata Gutiérrez.

A lo largo de las 400 páginas de En el Transiberiano, vamos conociendo cada vez más a las protagonistas viajeras, primero desde un plano más personal y progresivamente después más personal. El relato histórico de la construcción de la línea férrea original entre Moscú y Vladivostok, inaugurada tras trece años de trabajo el 21 de julio de 1904, da paso igualmente a conversaciones personales, reflexiones que de tan cotidianas resultan universales y peripecias varias de vagón en vagón y de andén en andén para comprar comida en humildes mercadillos improvisados.

"Recordamos lo que comimos porque en el tren no había comida y porque en las fotos que hicimos se ve lo que están vendiendo", señala Orúe, tirando de recuerdos: "La gente de las ciudades en las que paraba el tren bajaba a las estaciones a vender cosas en una demostración de la miseria en la que vivían, porque no bajaban con un carrito de perritos calientes estupendos, sino con lo que les sobraba, como puede ser una caja de cerillas incompleta para vender y con ese dinero igual comprar pan. Ahora ya no dejan la venta ambulante en las estaciones, pero la vida en los andenes era el mejor termómetro para darte cuenta de cómo estaba el país", destaca la periodista.

Según Gutiérrez, era un "descubrimiento diario" porque no llevaban "información de nada". Algo inconcebible treinta años después, que ha sido también cuando han descubierto que los mapas que usaron entonces tienen a Siberia a una escala distinta para poder meter entera a toda la región. "En los mapas aparece más pequeña de lo que realmente es", asegura divertida: "Fue una aventura en todos los sentidos, aunque parece que aventura es solo lo que te genera tensión y problemas, pero no tuvimos grandes problemas. Era una aventura porque íbamos a ciegas".

Con la intención de cerrar en cierta manera el círculo, la pareja quiso repetir el viaje en 2022, pero no fue posible por la invasión rusa de Ucrania. "Ahora que el libro está escrito tiendo a pensar que es mejor no haberlo visitado, porque hubiera cambiado nuestra percepción de entonces y porque creo que lo que vale de nuestra historia personal es el descubrimiento personal, político y social de entonces", argumenta Orúe. reflexionando de paso sobre las diferencias en la forma de viajar en un mundo aparentemente cada vez más al alcance de la mano.

"Lo que hemos perdido con los viajes modernos es básicamente la sorpresa, porque ahora cuando llegamos a los sitios básicamente comprobamos si se parecen a lo que hemos visto por internet antes", plantea. "También hemos perdido la noción del viaje. Ahora decimos cosas como que puedes desayunar en Madrid y comer en Nueva York, pero no eres consciente de que en el interin has cruzado medio mundo en avión. Viajar en tren, sin embargo, como por ejemplo el Transiberiano que recorre 9.288 kilómetros, te da la noción del país que recorres y te da el tiempo para ir adaptándote", agrega.

"A mí me siguen gustando los viajes en tren porque te dan la posibilidad de moverte de un lugar a otro con tranquilidad, pero sobre todo mucho tiempo para aprovechar el desplazamiento", tercia Gutiérrez, para quien este tipo de transporte le da la posibilidad de "ir decidiendo mejor lo que vas conociendo y lo que quieres ver en el sitio siguiente". Y a pesar del empeño de la alta velocidad por cambiar eso, insiste en que todavía se pueden hacer "viajes con calma" en tren, algo que para ella es una forma "fantástica" de viajar: "Eso es lo que marca la diferencia con la vida cotidiana, porque estás todo el tiempo como intentando ganar tiempo para lo que sea. Hacer un viaje, por contra, creo que es perder tiempo para ganar vida, para ganar recuerdos".

Recuerdos precisamente como los suyos, ahora puestos negro sobre blanco en una profusa y generosa edición en la que no faltan las fotografías históricas, las instantáneas personales, las anécdotas o el rigor de los múltiples datos. A pesar de todo ello, el Transiberiano sigue estando rodeado de cierta aureola quimérica, al mismo tiempo que Siberia, como aquella región imaginaria de Sildavia a la que cantaba el grupo La Unión, sigue sin salir en los mapas. ¿Puede ser acaso que no existan en realidad?

"Es mejor dejar el halo de misterio y mitología", responde Orúe, para acto seguido aclarar, para los más despistados, que "Siberia obviamente existe y el Transiberiano también", pero ellas se atreven a decir que "no existen ni la una ni el otro porque no son lo que tenemos en mente". "Cuando un occidental piensa en Siberia piensa en algo que empieza en los Urales y se extiende hasta el mar de Japón con hielo, campos de concentración, terreno inhóspito y condiciones horribles. Esa Siberia administrativamente no existe. Hay una región que se llama Siberia, que ocupa el 80% del territorio ruso, pero es que luego hay una Siberia amable, que es la del sur y que hace que en ese sentido la región se parezca mucho a Canadá", explica.

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Además, reconoce que cuando se dice Transiberiano rápidamente se piensa en otros famosos trenes de largo recorrido como el Orient Express, el Transcantábrico o el Al Andalus —los dos últimos en España—, a pesar de no ser comparables en realidad: "Cuando se lanzó el proyecto a finales del siglo XIX, la palabra Transiberiano no la utilizaba nadie, ellos decían la gran ruta siberiana, que empezó a ramificarse muy pronto y ahora podemos hablar de varios Transiberianos. El que va a Vladivostok, el que va a Pekín, Transmanchuriano... incluso hay alguna línea que técnicamente es Transiberiana en el círculo polar ártico. Por eso decimos que el Transiberiano entendido como el Orient Express o el Transcantábrico no existe, pues lo que existe son líneas transiberianas".

Esto lleva a Gutiérrez a indicar que generalmente se ha llamado Transiberiano al ferrocarril que te permitía ir de Moscú a Vladivostok sin tener que bajarte, si bien no era un Transiberiano en el sentido de un tren de lujo de turismo, sino que era un tren que "la gente usaba por necesidad de desplazamiento, no por el placer de viajar". Algo que con los años también ha cambiado, como toda Rusia en general, pues ahora ya está todo más comercializado y enfocado también en parte al turismo. 

Por eso, para terminar, insiste Orúe en que este es un "libro de historias", pues están las de su relación, la del viaje y la de la gran ruta siberiana. "No solo la del trayecto que hicimos nosotras, Moscú-Vladivostok, sino de todos los trenes transiberianos, que son varios, y cuya construcción y funcionamiento en principio estaba pensada para colonizar, rusificar y defender fronteras, pero cuya construcción y mantenimiento provocó alguna guerra y no pocos disgustos", termina Orúe, antes de que Gutiérrez remate: "Nosotras queríamos vivir la experiencia de tantos días y tantas horas en el tren para nuestro propio conocimiento como pareja, y también para conocer el país".

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