25 AÑOS DE 'TODO SOBRE MI MADRE'

El Almodóvar que en 1999 puso en el centro todas las maternidades y tendió la mano a las mujeres trans

Fotograma de la película 'Todo sobre mi madre'.

"Esta es, de nuevo, una película de mujeres". Lo decía en 1998 un Pedro Almodóvar que, con una docena de películas a sus espaldas, comenzaba a rodar Todo sobre mi madre, en un viejo teatro en el centro de Madrid. "Es la historia de mujeres con grandes conflictos", adelantaba, arropado por algunas de las que formaban parte de su universo: las actrices Cecilia Roth, Marisa Paredes, Rosa María Sardà, Antonia San Juan y una jovencísima Penélope Cruz, entre otras. Meses después de aquella rueda de prensa, la película llegaría a las salas de cine. Era el 16 de abril de 1999. "Creo que será mi película más conmovedora", se atrevía a augurar el cineasta. De aquel estreno se cumplen ahora 25 años. Después llegaría el reconocimiento internacional, la primera estatuilla de metal chapada en oro, las idas y venidas con la Academia de Cine española. Y todo lo demás.

Aquellos grandes conflictos que atravesaban a las mujeres del filme sirvieron de espejo a las que observaban la pantalla. Almodóvar tendió la mano a quienes ni se atrevían a nombrarse como trans, a las madres que se enfrentaban a los prejuicios de una crianza en soledad. Abrazó a las disidentes por convicción y a las marginadas, a quienes cargaban a destiempo con la losa de la pérdida. Veinticinco años, un cuarto de siglo, dan para mucho –incluso para el debut y declive político de alguno de sus protagonistas–: la superación del estigma, el avance legislativo, el reconocimiento de derechos, los pasos hacia adelante y también la ofensiva, los empujones hacia atrás. Seis voces del mundo del activismo y la cultura analizan hoy los entresijos de la cinta y su legado.

"Todo el mundo es, de alguna manera, madre"

"La maternidad es, sin duda, uno de los temas más presentes en el metraje. Todo el mundo quiere ser madre y de hecho todo el mundo es, de alguna manera, madre. No importa el sexo porque hay muchas formas de expresar la maternidad". Así lo reseñaba el propio Pedro Almodóvar.

La maternidad, en toda su polisemia, la encarna la protagonista Cecilia Roth en el papel de Manuela. "No solo ha estado embarazada y dado a luz a un hijo (es decir, siendo madre biológicamente), sino también está en el estado de ser madre durante toda la película", escribe en su tesina Jessica Wiederhielm (Universidad de Lunds). Pero la maternidad es extensiva a la práctica totalidad de los personajes.

De alguna manera, todas las mujeres de la cinta son madres, aunque no necesariamente en un sentido biológico, sí lo son desde el plano de los cuidados e incluso ejercen de madres las unas con las otras. "Cuando la vi me pareció importantísimo lo que se expresa en la última frase: 'A todas las personas que quieren ser madres". Toma la palabra la crítica de cine María Guerra. "Se adelanta a las maternidades no convencionales, no biológicas y como siempre ha hecho él en sus películas, dota de muchísima entidad política a las maternidades no ligadas a la convención".

"La maternidad se disocia de la escena institucional de la familia y da cabida a interpretaciones queer de la subjetividad", plantea la filóloga María Mar Soliño (Universidad de Salamanca) en su artículo La figura de la mujer en el cine de Almodóvar. En conversación con este diario, la docente se reafirma en su análisis: "Almodóvar desafía la idea institucionalizada de la familia para mostrar distintas formas de relaciones maternofiliales que van más allá de la estructura tradicional", sostiene al otro lado del teléfono.

En aquel momento, continúa, "el cineasta nos intentó presentar esa diversidad de experiencias maternas, porque ser madre va más allá de la relación biológica". Para dar forma a ese propósito, construye "personajes complejos, se rebela contra los estereotipos tradicionales y nos muestra mujeres capaces de enfrentar los desafíos de la vida con valentía y determinación".

Aunque la identidad de las protagonistas está marcada por distintos conflictos –la pérdida, la prostitución, la violencia–, lo que las mueve es que en realidad "son personas que quieren cuidar, porque es su vocación y su derecho", agrega Guerra. "Eso me pareció muy rompedor y adelanta lo que ha venido después: la reclamación, sobre todo por parte de los colectivos LGTBI, de las familias no normativas". 

La exhibición de una red de cuidados construida por mujeres es, a su vez, el retrato de "ese mundo de hombres que no cuidan", asiente Guerra. "Los hombres no están o están ausentes" y de hecho no es inocente que "el único hombre cisgénero que hay, Fernando Fernán Gómez, tenga Alzhéimer", porque precisamente lo que hace es escenificar de manera muy gráfica esa "ausencia". Almodóvar interpela a las mujeres, pero está también lanzando una pregunta a los hombres: "¿Dónde estáis y qué sentís?".

La prostitución, entre la normalidad y la violencia

Con la maternidad convive otro elemento clave en el cine de Pedro Almodóvar: la prostitución. En la representación de la prostitución se entrecruzan distintos enfoques. Por un lado, la normalización absoluta. Tanto es así, que a nadie extraña la amistad entre dos de las protagonistas, a pesar de lo antagónico de sus papeles: la prostituta (Agrado, Antonia San Juan) y la monja (Rosa, Penélope Cruz). Por otro lado, el cineasta no obvia la crudeza de todo lo que conlleva el ejercicio de la prostitución y de hecho la primera aproximación al personaje de la prostituta es a través de la paliza que le propina uno de sus clientes. 

"Esa primera escena con la paliza y los travestis buscando clientes es muy gráfica", opina Guerra, pues representa la "explotación de forma cruda". No hay, por tanto, ningún velo que maquille "la humillación, el desprecio y el mercado de carne". Almodóvar "no trivializa" la prostitución, aunque sí la integra en el relato.

"La prostitución se presenta como algo normal, como parte del paisaje urbano, está dentro de la vida cotidiana del grupo de personajes", analiza Soliño. Un relato "franco, sin tabús, pero también crítico y con una mirada compasiva hacia las mujeres que la ejercen". Almodóvar rompe con la dinámica de empujar hacia los márgenes la realidad de las prostitutas, las hace protagonistas no sólo dotándolas de agencia, sino llevando la prostitución al centro, haciéndola parte del "paisaje lingüístico, urbano y social". 

Es cierto que Agrado, "como todos sus personajes marginales, lo nombra todo y lo nombra sin rencor", agrega la crítica de cine, lo que evidencia una especie de "aceptación de su suerte". María Guerra cree que el mismo hecho de "nombrarlo es importante", aunque no exista un ánimo de denuncia explícita. "Su denuncia está en la representación cruda, también en una picaresca" que conecta no sólo con la "literatura clásica española", sino también con la "tradición europea" que bebe del neorrealismo italiano. "Hay una denuncia a través de la comedia descarnada", zanja.

Agrado y las identidades trans

Hace un cuarto de siglo, Agrado paseaba agarrada del brazo de Manuela por las calles de Barcelona. Vestía una impoluta chaqueta fucsia, en contraste con un rostro marcado por los moratones. Interpretada por una Antonia San Juan todavía desconocida para el público, daba vida a una mujer trans marcada por la prostitución y las palizas. Pero también por el humor, los cuidados y la sororidad. 

Una de las claves a la hora de plasmar las realidades trans en el filme está tras las bambalinas, en la elección de una actriz para representar el papel. No es baladí y de hecho es objeto de debate en la actualidad. En la adaptación lusa de la película para el teatro, la dirección decidió a última hora que sería una actriz trans, en lugar de un actor, el que interpretaría el papel de Lola. Lo hizo tras acusaciones de transfake. Y esto es en realidad un avance respecto a la película: aunque Agrado si está interpretada por una mujer, a Lola le da vida un actor hombre, Toni Cantó.

"Escoger a una actriz rompía con la narrativa constante de que las mujeres trans somos hombres", reflexiona la escritora Alana Portero. Agrado "era una prostituta que, como siempre en las películas de Pedro Almodóvar, es retratada con una normalidad espectacular. Pero además tenía una vida aparte de ser prostituta y ese legado sigue intacto".

Sí es cierto, reconoce la autora de La mala costumbre (Seix Barral, 2023), que ocurre todo lo contrario con el personaje de Lola, pero la decisión es juzgada con indulgencia: "No está bien hecho, pero no es algo que estuviera encima de la mesa en aquel momento", concede. Lo interesante de este personaje es en realidad otro aspecto: "Es negativo, estropea la vida de las mujeres con las que tiene relación" y eso "abre la posibilidad de que las mujeres trans pueden ser unas cabronas, no hay por qué santificarlas", analiza. Y aunque Lola está asociada a valores negativos, incluso sexistas –"Cómo se puede ser machista con semejante par de tetas", dice de ella Manuela–, nunca deja de ser Lola. Los personajes son capaces de "señalar su irresponsabilidad y sus violencias sin negarle el género", observa Portero.

La vida de Agrado está ligada a las operaciones estéticas –una lista casi interminable que repasa en su monólogo–, pero no a la reasignación de sexo: es una mujer trans que ha conservado sus genitales. "No se ha sometido a ninguna afirmación de género y nadie niega quién es. Eso es importantísimo y rompedor con la narrativa de aquella época", analiza Portero. Julio Del Valle, director general para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas LGTBI, pone un pero: la decisión de conservar sus genitales está mediada por el ejercicio de la prostitución. "A los clientes les gustan neumáticas y bien dotadas", asiente el personaje. 

Es cierto que Agrado no es inmune a los estereotipos de género y de hecho su apariencia busca asemejarse a la de una mujer cis: su personaje calca una feminidad canónica en todos sus rasgos físicos. "De ahí no te escapas: los roles de género también son un mandato para las personas trans", reconoce la presidenta de la Plataforma Trans, Mar Cambrollé. Para Julio del Valle, tiene mucho que ver con la necesidad de validación y con el contexto social de la época. Entonces, "las mujeres trans se medían por el número de operaciones estéticas". Eso, "afortunadamente y porque veinte años después es normal que haya otra mirada", ha quedado atrás: "Ser trans tiene que ver con identidades y no con estética".

Aun con los matices, Cambrollé entiende Todo sobre mi madre como "un alegato a la mujer en toda su diversidad, por eso habla de mujeres cis y trans con una normalidad absoluta". Y por eso, rememora la activista, el personaje interpretado por Antonia San Juan insiste en que "una es más auténtica, cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma".

La epidemia del VIH

Almodóvar dibuja la pérdida como un elemento troncal de la película, no sólo con la repentina muerte del hijo adolescente de la protagonista, sino también a través de la enfermedad como una sombra de amenaza constante. Aquí entra en juego un asunto clave durante la década de los ochenta y los noventa: el VIH. Su avance, su transformación, su virulencia y su legado, el virus como herencia –"Hijo mío, siento dejarte una injerencia tan grave", pronuncia Lola cuando conoce que el bebé que espera es portador–.

Del Valle recuerda perfectamente haber comprado "un montón de cintas de vídeo para hacer cinefórum en los institutos", precisamente por su valor pedagógico. El filme supuso una suerte de "transición entre lo que había sido el VIH desde los ochenta y lo que vivimos ahora". Una especie de "cambio social" en el que "comienzan los nuevos tratamientos" y con el estigma diluido, pero aún presente. "Todavía hay un contexto social que estigmatiza y lo representa la madre de Rosa, que no quiere tocar al bebé cuando nace porque tiene VIH", recuerda el director general. La película traza "dos modelos de sociedad", uno de ellos "afortunadamente" ya desterrado. 

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Frente al estigma, escenificado por los abuelos que le niegan los afectos a su nieto recién nacido, emerge la normalidad: la caricia de toda esa red de mujeres que cuidan. Se trata, en esencia, de la construcción de vínculos alrededor de la enfermedad y la pérdida, dinámicas muy ligadas a "la comunidad LGTBI y a las mujeres", que tienen que ver con "la sororidad y los cuidados", completa Del Valle. 

Nahum Cabrera, coordinador de VIH de la Federación Estatal de LGTBI, se detiene en el hecho de que sea "una mujer trans la que transmite el virus a una mujer cis", lo que evidencia que "no era cuestión de géneros ni de orientaciones sexuales". Así, la película plasma los distintos "sistemas de transmisión que existían y existen, se desmitifica la idea de que fuera una realidad exclusiva de los hombres gais".

A la crudeza de los fallecimientos de dos de los personajes, se suma un mensaje esperanzador: la negativización del virus por parte del recién nacido. "En ese entonces era una utopía y hoy es una realidad: hay al menos seis personas en el mundo que se han curado literalmente y han negativizado el virus", reseña Cabrera. Y en este contexto, alrededor de la enfermedad, la pérdida y el estigma, brota de nuevo la esperanza ligada a un grupo de mujeres que, "frente a una sociedad que las machaca", resisten juntas en un sofá de un piso de Barcelona.

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