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Cultura

La mirada de la propaganda soviética

'Goering con abogado (Stahmer), Núremberg', 1946.

En la vitrina, impresa en un papel que ya amarillea, hay una fotografía que quizás no llame la atención. En ella se ven, en plano picado, 32 hombres que miran a cámara. En el centro, un único rostro conocido: Jósef Stalin. A mano, el fotógrafo desconocido ha escrito: "Stalin y miembros del Gobierno soviético entre periodistas y fotorreporteros", Están, se indica en la cartela, "Evzerikhin, Khalip, Loskutov, Shagin, Voroshilov, Zelma y otros". Estamos en 1939. Dos puestos a la izquierda de Stalin, hay un garabato. Bajo el borrón, un rostro. "Ese es alguno que ya...". Lo dice Alberto Ruiz de Samaniego, comisario de esta exposición, El siglo soviético, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. "Alguno que ya..." cayó en desgracia, se entiende. Quién sabe si los que todavía tenían cara en lugar de tachaduras conseguirían ganarse la gracia del dictador durante mucho más tiempo. 

 

Retrato de Mayakovsky (con perro), 1924. / Aleksander Rodchenko (Archivo Lafuente)

Ese es el reverso de lo que enseña la muestra, construida con 250 fotografías del Archivo Lafuente capturadas entre 1917 y 1972. El anverso es, en palabras del comisario, el "uso propagandístico de la imagen" durante gran parte de la historia de la Unión Soviética, la cara con la que el proyecto socialista se daba a conocer dentro y fuera de sus fronteras. La exposición se enmarca dentro del festival PhotoEspaña, que acoge 90 muestras hasta el próximo 26 de agosto (aunque El siglo soviético se extiende hasta el 16 de septiembre). Pero José María Lafuente, fundador del archivo, aclara: "No nos centramos en la fotografía artística, queremos contar otra historia". Lo cuenta Samaniego: "La historia de unos gestos conscientes, inconscientes o dirigidos" y de un país que "vivió aisladamente su experimento socialista y que fue un desconocido durante muchos años". 

El comisario define su trabajo, ocho meses de excavaciones en el archivo, como una "pesquisa o cartografía sobre lo que supuso la revolución soviética y los efectos sobre la población rusa". Lafuente detalla que su fondo documental, con más de 120.000 documentos y 3.000 obras de arte, reunidas desde principios de los 2000, contiene 2.000 piezas referidas a la vanguardia rusa, algunas de las cuales forman parte de muestras como Dadá ruso, en el Reina Sofía, o la dedicada a Alexander Ródchenko en el Institut Valencià d'Art Modern. De ellas, 825 son fotografías, y 650 se recogen en el catálogo de la muestra, publicado por La Fábrica, que contiene 400 más de las que configuran la exposición.

Fueron adquiridas "en bloque", cuenta, al galerista estadounidense Howard Schikler, uno de los primeros marchantes que viajó a la URSS en los sesenta y setenta, y que en los noventa llegó a instalar equipos de investigadores en la Rusia postsoviética. Gracias a él se conocen a fotoperiodistas soviéticos como Georgi Zelma o como Yevgeny Khaldei: mientras Capa o Eugene Smith construían su fama en Occidente, la prensa rusa rara vez daba crédito a sus fotorreporteros, y su trabajo permaneció siempre tras el Telón de acero. Schikler contribuyó sustancialmente a que esto cambiara. 

 

Uzbekistán, 1927. / Georgi Zelma (Archivo Lafuente)

"La selección no trabaja tanto sobre grandes autores, en cuanto que supone una panorámica del trabajo de dos generaciones de creadores", apunta Samaniego. Están Ródchenko o El Lissitzky, figuras de las vanguardias rusas. Pero también nombres mucho menos conocidos, como los de los fotorreporteros nombrados y otros compañeros: Max Alpert, Boris Ignatovich, Ivan Shagin... Los primeros, que venían de las escuelas de arte y se dedicaban también a otras artes, como la pintura o el diseño gráfico, no tenían la misma idea de la fotografía que los segundos, con frecuencia venidos de medios más humildes y más cercanos al periodismo que al arte. La diferencia era también política, explica el comisario, aunque todos ellos apoyaron la revolución y se pusieron luego al servicio de la propaganda del Estado. "En el 34, Stalin decreta el realismo socialista. Defiende a los fotorreporteros frente a los fotógrafos con una trayectoria artística, a quienes llaman despectivamente 'formalistas", recuerda. 

Aunque gran parte de los nombres de la muestra no sean conocidos, hay uno cuya obra quizás reconozcan los lectores. Es Khaldei, soldado y fotorreportero de la agencia TASS que entró con el Ejército Rojo en Berlín. Es el autor de la instantánea Alzando una bandera sobre el Reichstag, que muestra a unos soldados izando el estandarte soviético sobre el Parlamento alemán. La foto se ha convertido, como la de Joe Rosenthal en Iwo Jima, en un cliché histórico. Khaldei presenció otros momentos históricos, como los juicios de Núremberg, donde retrató a los jerarcas nazis y donde fue inmortalizado, en su uniforme de oficial, por quien podría haber sito Robert Capa, según estudian Lafuente y Samaniego.

El fundador del archivo tiene, sin embargo, su favorito. Es Zelma, de quien destaca una serie que la exposición muestra bajo el epígrafe "Expansión hacia el Este", inédita hasta ahora. En ella, cerca de la fotografía etnográfica, el fotógrafo capta las costumbres de la población de Uzbekistán en los años treinta, años después de que se constituyera como una de las repúblicas de la URSS. Lo que no capta el fotorreportero son las tensiones surgidas con el avance ruso.

 

Cuando París dejó de ser una fiesta

Cuando París dejó de ser una fiesta

Flota báltica, 1937. / Yakov Khalip (Archivo Lafuente)

Otros trabajos expuestos en El siglo soviético cabalgan igualmente entre la fotografía documental y la propaganda. Anatoli Skurikhin capta, en 1928, a una sonriente agricultora que carga un haz de trigo. El título: Pan para la nación. La instantánea da cuenta de "la lucha por la cosecha", la fuerza desplegada por el Estado para sacar adelante la colectivización de la tierra. Pero difícilmente refleja las condiciones de los campesinos. Lo mismo sucede con el retrato de que Arkady Shaikhet hace de un obrero accionando una máquina, en 1931. Bajo el epígrafe "Soviets y electricidad", extraído de una frase de Lenin, es testimonio del interés político y artístico por la tecnología, pero este símbolo de la fuerza productiva soviética —un joven atlético, una máquina monumental— solo puede tener parte de verdad. 

Samaniego reconoce la complejidad del intento. "No se trata ya de contar la vida cotidiana en la Unión Soviética, que también, sino de reflejar la imagen que el régimen decide proyectar, incluso a sus propios ciudadanos". Es decir, como se construye la imagen de la URSS a través de una propaganda dirigida, sobre todo al interior. Como las exposiciones que se organizaban en el mismo frente, mostrando a los soldados el poderío y el valor de otros soldados. Hay muchos nombres desconocidos tras la construcción de la imagen soviética, pero el comisario destaca uno: "El gran y único artista fue Stalin. Es el que impone el uso propagandístico de la fotografía, pero también es quien ve su potencial". 

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