Cultura

La mirada del otro

Portada del libro 'Madrid' de Antonio Gomez Rufo

Por supuesto, hay otras. Muchas.

"París tiene su Nôtre Dame, la rue Morgue o la Bastilla —repasa como quien relee Guillermo Galván—. Como Praga tiene el callejón del oro y el puente de Carlos, o Londres su Torre y el barrio de Whitechapel. Al otro lado del charco, la literatura ha rascado en las miserias del Bronx, los horrores de Providence o la carcoma melancólica de La Habana, por citar unos cuantos lugares, reales o fabulados, donde el escenario se convierte en protagonista".

También las hay en España, ciudades con un lugar en el mapa de la literatura, donde aparecen con el mismo gentilicio (aunque no necesariamente: Oviedo fue Vetusta). Y en ese mundo escrito que es espejo y realidad nueva, el callejero muestra los mismos barrios, las mismas calles. A veces, incluso los habitantes de una, la histórica, y otra, la literaria, son los mismos.

Son muchas, pero en España son sobre todo dos: Madrid y Barcelona, Barcelona y Madrid.

Barcelona

"Barcelona es literaria porque hay escritores que han escrito sobre ella —dice Carlos Zanón, que la cartografió en Taxi—. Las ciudades las hacen los artistas, en cierta manera, lo que hace que la gente vaya a una ciudad para ver si lo que ha leído o visto en una película o en fotografías se corresponde con la realidad son los artistas".

El Quijote la visitó, y desde entonces, las Barcelonas de papel se han ido superponiendo en el imaginario del lector. Sus condiciones y potencialidades literarias son muchas. Zanón destaca su condición de ciudad portuaria, "que eso siempre da mucho juego" y bilingüe: "tiene dos lenguas, dos culturas, eso da un punto fronterizo; es una ciudad bastante bastarda, los que utilizamos el español de Barcelona no tenemos ninguna sensación de corrección, no tienes a un Miguel Delibes a la espalda como si escribieras en Valladolid o en otro sitio, sino que tienes una lengua muy mezclada". Literario es también que no haya sido nunca "un centro de poder, capital de un imperio" y que perdiera la Guerra Civil, porque "las novelas siempre las escriben los vencidos..." Y luego, hay aspectos menos míticos: "es la ciudad del libro en castellano desde hace siglos, hay una industria muy potente de editoriales, la mayoría de las agencias están allí, el boom hispanoamericano recala en Barcelona porque París era más caro y hablaban francés y porque estaba Carmen Balcells".

Madrid

De Madrid dice Arturo Barea que huele a sol por las mañanas. Y para Hemingway, la ciudad en sí misma es un personaje. Lo recuerda Galván. "Madrid es el vecindario suburbial y canalla de Baroja, la observadora pupila de Galdós, el submundo onírico de Carrere, la impotente desazón de Zúñiga y Chaves Nogales, la contrahecha cotidianeidad de La Colmena o la sordidez de Tiempo de silencio. Y muchísimo más, porque hay tantos rostros de Madrid como miradas se proyecten sobre la piel de su historia". Recientemente, él ha querido contribuir a esas miradas con Tiempo de siega. "Miradas todas sobre un mismo personaje de aristas infinitas: sombrío, fulgurante, orgulloso, dócil, festivo, absorbente y maleable; porque Madrid es lo que quieras hacer de él, y siempre te responde".

Hay quien, como David Gistau, sostiene que "Madrid ha quedado como el terruño galdosiano de la castañera frente a la hegemonía literaria de Barcelona. Hay que meter a Madrid en el siglo XXI de la literatura". Ese lamento y ese propósito coinciden con lo que me cuenta Antonio Gómez Rufo, quien sostiene que, al menos durante el siglo XIX y principios del XX, la ciudad fue bien tratada por la literatura. Sin embargo, echa de menos "una novela global sobre el Madrid de la transición, entendida como el espacio temporal comprendido entre 1973 y 1992, y también algunos textos sobre el Madrid actual. Pero en su complejidad, extensa trayectoria histórica y naturaleza, hay alguna novela que cumple con el buen trato literario". Su aportación a esa renovación es una novela que se titula, simplemente, Madrid.

Quizá por eso, porque a pesar de las diferencias (políticas, sociales, culturales), las ciudades grandes se reconocen entre sí como hermanas. O, en palabras de Gómez Rufo, "la diferencia es más superficial que de calado. Barcelona tiene gran experiencia en primar el diseño, las apariencias, el escaparate, y también se comprueba en la literatura escrita en clave de ciudad. Hay mucha barcelonidad (perdón por el vocablo inventado) en su abordaje literario, pero responde más a criterios de vocación cosmopolita. En el fondo sucede porque la diferencia entre los autores de Madrid y Barcelona es que los madrileños sabemos que la capital es una ciudad cosmopolita que desearía ser provinciana, mientras Barcelona es una ciudad provinciana que busca ser cosmopolita".

Los puentes

En ocasiones, los escritores de una ciudad se mudan a la otra. Así, Zanón, al revivir al Carvalho de Vázquez Montalbán en Problemas de identidad, hizo transitar a ese investigador tan de Barcelona por las calles de Madrid. "Quería intentar escribir desde otra ciudad —explica—, pero es muy complicado porque una ciudad no es que te sepas las calles o que la visites con ojos de turista, sino que realmente sepas cómo vive la gente allí, las cosas más pequeñas. Son ciudades muy distintas en el fondo, y muy parecidas, las gentes de ciudad grande nos parecemos mucho, los mismos problemas, las mismas neurosis..."

Cierto, "Barcelona es más pequeña, geográficamente tiene unos límites, es bastante humana, Madrid es mucho más, yo acabo agotada, las distancias, el ritmo, la circulación". Esta primavera, estando de gira por Uruguay y Argentina, Carlos Zanón tuvo una iluminación: "Madrid es Buenos Aires y Montevideo es Barcelona".

También Lorenzo Silva, que vivió siete años a caballo entre ambas ciudades o, por ser más precisos, entre la zona de influencia de ambas, intentó unirlas en La marca del meridiano. "Las ciudades para mí son algo más que la Diagonal y la Castellana; como vivía muy lejos de la Diagonal y vivo muy lejos de la Castellana, para mí las ciudades son el área metropolitana, yo vivo en Madrid Sur y allí vivía en el Baix Llobregat. Y así como hay esa diferencia de talante, creo que en muchos aspectos sus problemas y sus circunstancias son comunes. Quizá se afrontan de maneras distintas…"

Enrique Vila-Matas: "Hablo de la muerte de la literatura para resucitarla"

Lamenta Silva que la percepción que los autores de allá y de aquí tienen de los autores aquí y de allá "es muy somera, el que no ha tenido la experiencia de vivir se queda en la capa superficial, y en esa capa superficial pesan mucho las diferencias y se perciben muy poco las semejanzas". Es su experiencia que, "lamentablemente", hay pocos catalanes que conozcan y entiendan bien Madrid, cree que "siguen viendo a ese Leviatán que les cuenta TV3 y los medios esos que algún impacto acaban teniendo. Creo que el escritor catalán que viene no acaba de ver muy bien Madrid. Y el escritor madrileño también está muy centrado en su ciudad, en sus cosas, y Barcelona la ve de lejos…"

Pregunto a Silva quién es su autor de Barcelona, y quién el de Madrid. "Si tuviera que elegir a un escritor de Barcelona, elegiría a una escritora, Mercé Rodoreda; y si tuviera que escoger un escritor de Madrid, escogería a Arturo Barea".

Pregunto a Zanón qué autores sirven de puente entre las dos capitales. Me da una respuesta doble. El puente desde Madrid a Barcelona lo construyen autores como Silva, por su doble experiencia y por su "mirada muy lúcida sobre las dos sociedades"; y David Trueba, "porque conecta mucho con una cierta sensibilidad nuestra, me gusta mucho". Y en sentido inverso, básicamente, todos esos autores "catalanes que escribimos en castellano: Marsé, Vila Matas, Ana María Matute, Mendoza… El mismo hecho de que haya autores en Barcelona, autores catalanes que utilizan el castellano como su lengua literaria, ya es un puente. Otra cosa es las ganas que tengamos de mirar al otro, eso va a depender de cada autor".

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