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Leonora Carrington, la pintora surrealista que reivindicó que no era musa sino compañera

La pintora Leonora Carrington ante su caballete (1956).

En el movimiento surrealista, los nombres de artistas femeninas eran opacados por el de sus compañeros, que apenas las tenían en cuenta. Es el caso de Leonora Carrington (1917-2011), una artista británica muy querida en México pero apenas conocida en España. 

El surrealismo fue un movimiento artístico y literario que surgió en las primeras décadas del siglo XX y se caracterizó por la exploración de lo irracional, lo onírico y el subconsciente. Varias mujeres formaron parte de esta vanguardia, pero ninguna lo hizo desde el inicio. Artistas como Leonora Carrington, Remedios Varo, Léonor Fini, Valentine Hugo, Jacqueline Lamba o Dora Maar formaron parte de esta corriente, pero sus nombres fueron menos conocidos que los de Salvador Dalí, René Magritte, Max Ernst o Joan Miró. 

Estas artistas, incluida Leonora Carrington, no entraron en el surrealismo por su talento, sino que en un principio accedieron gracias a las relaciones personales que mantenían con los ya integrantes. Antes de reconocerlas como artistas, se les reconoce “por ser las musas e inspiradoras de sus mentores”, según expone Mercedes Jiménez de la Fuente, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y autora de varios estudios sobre Leonora Carrington. Admiraban su belleza y se les atribuía el poder de ser las musas que inspiraban y “potenciaban las capacidades del artista”, ayudándoles a “trascender la experiencia empírica”, algo clave en el surrealismo. 

Las vanguardias en sus distintas expresiones se enfrentaron al rechazo de la sociedad y del arte convencional del momento. Las artistas surrealistas vivieron una doble discriminación, por parte de una sociedad que rechazaba su arte, y por parte de unos “compañeros” que no valoraban sus capacidades. Estas mujeres, como señala Juncal Caballero Guiral en Mujer y Surrealismo, buscaban “dejar de ser objetos para convertirse en sujetos”. 

Amantes, musas o elementos dentro de sus obras artísticas. Estas parecían ser las únicas maneras en las que los surrealistas contemplaron a las mujeres. La gran mayoría de estas artistas entraron al movimiento a través de sus parejas, incluida Leonora Carrington, quien fue introducida por Max Ernst, un reconocido pintor surrealista con el que mantuvo una relación durante tres años. Sin embargo, a pesar de haber sido eclipsadas por sus parejas, el surrealismo fue testigo de las aportaciones de grandes mujeres artistas.

Rompiendo sus primeras barreras

Nacida en 1917 en una familia de la alta sociedad británica, Leonora Carrington creció rodeada de privilegios, pero también de expectativas sobre lo que se esperaba de una mujer en su posición social. Desde una edad temprana mostró una gran creatividad e interés por el arte, así como una actitud rebelde y en contra de lo establecido. Carrington hizo todo lo posible por escapar de los roles tradicionales que la Inglaterra del siglo XX trataba de imponer a las mujeres. De hecho, fue expulsada en varias ocasiones de internados católicos “para señoritas” por su rebeldía.  

El arte fue una constante en la vida de Leonora Carrington. Antes de formar parte del movimiento surrealista, la artista ya denunció su oposición a las imposiciones de la época a través de sus cuentos. En su obra La debutante, Nadia Arroyo Arce, historiadora del arte y directora del área de Cultura de Fundación MAPFRE, explica a infoLibre cómo Carrington se muestra en contra de los eventos sociales a los que estaba obligada a ir: “En aquella época había una puesta de largo en la que las niñas que cumplían 18 años se presentaban ante el rey. En este cuento Leonora hablaba de cómo no quería ir y para ello se intercambió con una hiena. Este relato tiene una parte sangrienta y una parte de rechazo a las pautas sociales”. 

Además de vivir el rechazo como mujer artista (tanto dentro como fuera del movimiento surrealista), su padre también se opuso a su carrera artística. Por ello, Nadia Arroyo Arce resalta la relación que tuvo con su madre, quien le apoyó en todo momento (tanto económica como moralmente) y favoreció que indagara en ese “mundo propio lleno de creatividad”. 

Entrada al movimiento surrealista

A pesar de la oposición de su padre, Carrington se formó en arte y tuvo contacto con numerosos artistas, sobre todo a partir de su huida a París con el pintor Max Ernst en 1937. Ya en Francia entró en contacto con el círculo surrealista de André Bretón y solo un año más tarde, en 1938, participó en la mítica Exposition Internationale du Surréalisme en París y después en Ámsterdam. 

Los tres años que duró su relación amorosa con Ernst fueron muy creativos. En ellos se empezaba a vislumbrar lo que sería la obra pictórica de la artista. Carrington se inspiraba en símbolos de diferentes mitologías, desde la azteca a la budista pasando por la celta. En sus pinturas creó un mundo que se acerca a lo onírico y fantástico propio del surrealismo. Sin embargo, su obra es considerada por historiadores como “totalmente autobiográfica”. Toma elementos de su vida, preocupaciones o reivindicaciones para dar forma a su propio mundo, donde la realidad da paso a un ambiente de ensueño marcado por el sinsentido y habitado por criaturas fantásticas. 

Carrington fusionó elementos de la mitología y el subconsciente en combinaciones que desafiaron la lógica y celebran lo irracional. A través de su arte, exploró temas universales como la identidad, la feminidad y la naturaleza humana, invitando al espectador a adentrarse en un viaje introspectivo y emocional. 

Su paso traumático por España

Durante su estancia en España, Carrington vivió experiencias que dejaron huella en su obra, marcándola para siempre.Según explica Mercedes Jiménez de la Fuente, la artista llegó a España huyendo de la Segunda Guerra Mundial y esperando conseguir un visado para Max Ernst, quien había sido encerrado en varias ocasiones en campos de concentración. Sin embargo, en nuestro país sufrió los episodios más traumáticos de su vida. En primer lugar, mientras estuvo en Madrid, sufrió una violación grupal por parte de un grupo de oficiales, que narró en su obra Memorias de abajo. 

Después de presenciar el inicio de un conflicto bélico, sufrir una violación o vivir el encarcelamiento de su pareja, la artista se encontraba sumida en la angustia, en un país desconocido y lleno de incertidumbre —que además acababa de salir de una guerra civil—. En 1940 su padre logró internarla en un centro psiquiátrico en Santander, sumergiéndola así en una nueva experiencia traumática. En Memorias de abajo también dio algunas pinceladas de su encierro: “No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible; creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión”. En este libro describió cómo en el psiquiátrico vivió en condiciones inhumanas, sufrió abusos o la drogaron —aunque se ha argumentado que, dada la salud mental de la artista en ese momento, no todas las anécdotas de esta obra deben considerarse como verdaderas—.

Después de este internamiento, su padre decidió trasladarla a un nuevo sanatorio mental en Sudáfrica, pero según cuenta Mercedes Jiménez de la Fuente, consiguió escapar antes de que esto sucediera y refugiarse en la embajada mexicana en Lisboa. Este fue el primer capítulo de la estrecha relación que mantuvo con México, país donde la artista vivió a partir de 1943 y donde pasó la mayor parte de su vida. 

Pionera surrealista y social

Aunque en España es una artista poco conocida, Leonora Carrington gozó de gran fama al otro lado del Atlántico. De hecho, fue nombrada Ciudadana de Honor de México D. F. en el año 2000. Nadia Arroyo Arce destaca a infoLibre cómo en este país “la viven” como una artista propia, ya que “fue nacionalizada mexicana”. 

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En México desarrolló una parte muy importante de su carrera, y mostró ser una pionera en lo surrealista, pero también en lo social. La artista, según explica Mercedes Jiménez de la Fuente participó en la formación del Movimiento Feminista de México D. F. Y es que Carrington mostró a lo largo de su vida una gran unión con el feminismo, reconociendo: “Aunque me atraían las ideas de los surrealistas, no me gusta que hoy me encajonen como surrealista –aclaró en una entrevista con Silvia Cherem–. Prefiero ser feminista. André Breton y los hombres del grupo eran muy machistas, sólo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos”. 

A lo largo de su vida denunció a través de sus textos y pinturas el papel secundario en el que se quería encasillar a las mujeres tanto en el movimiento surrealista como en la sociedad del siglo XX. En su obra Leonora Carrington: Evolution of a Feminist Consciousness, Whitney Chadwick, especialista en Arte, cree que la originalidad de esta artista viene sobre todo de una “conciencia feminista” que se puede observar desde el inicio de sus obras, pero que aumentó sobre todo en los años que pasó en México (y donde también influyó la excelente relación que mantuvo con la surrealista Remedios Varo). 

Leonora Carrington supo cómo definir su vida y obra a la perfección: “No tenía tiempo para ser musa de nadie... Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser artista”. Carrington habló de feminismo, de ecologismo, reivindicó el control de la concepción con la píldora anticonceptiva, habló sobre su salud mental y a pesar de nadar siempre a contracorriente, se alejó de los modelos creativos masculinos surrealistas y desarrolló su propio lenguaje pictórico, en el que se puso a sí misma como centro y dio voz a la psique femenina, tan olvidada por sus “compañeros” hombres. 

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