Literatura

Padres de la literatura y padres literatura

Un hombre leyendo.

El próximo miércoles, 19 de marzo, es el Día del Padre. El consejo obvio de alguien que vive el mundo editorial: lectores, regalen libros a sus ascendientes varones. Sin embargo, las opciones librescas que ofrece la relación entre progenitores y vástagos son infinitas. Tranquilos, no es mi intención explorarlas todas, sólo sobrevolar unas cuantas.

Padres de la patria literaria

Sé que es recurso de periodista perezosa, pero como mujer de mi tiempo, antes de escribir una sola letra he recurrido a Google para ver qué sucedía si buscaba el sintagma "padres de la literatura".

De ese modo sencillo, a la par que torticero, sin explorar demasiado he descubierto que Honoré de Balzac es uno de "los padres de la literatura realista" (y encima escribió Le Père Goriot), que H.G. Wells es "uno de los padres de la literatura de ciencia-ficción" (otro es Ray Bradbury, y seguro que hay más), que Mori Oogai y Natsume Sōseki son "los padres de la literatura japonesa moderna", que Chinua Achebe fue "uno de los padres de la literatura africana moderna"...

De esta mínima pesquisa se deduce que a) somos tremendamente gandules a la hora de acuñar maneras de describir y de definir: nos encantan las fórmulas hechas; b) el concepto "padre de..." ha hecho fortuna; y, c) la paternidad es un valor con peso en la historia de la literatura.

Padres e hijos o viceversa

También en los textos literarios, donde encontramos...

... hijos que regresan a casa de sus padres, como esos Yevguéni Bazárov y Arkadi Kirsánov creados por Iván Turguéniev en (qué título más oportuno) Padres e hijos y que, al volver tras años de ausencia, desatan una serie de conflictos generacionales a través de los cuales Turguéniev hace un espléndido retrato de una sociedad rusa.

... padres que se van abandonando a sus hijos, como el aborrecible y extremadamente ramplón señor Wormwood, padre de la Matilda de Roald Dahl, niña prodigio a la que sus vulgares mayores desprecian. De ahí que cuando el padre se ve obligado a huir del país (acusado, con razón, de vender coches de segunda mano en mal estado y de manejar piezas de recambio robadas), la peculiar Matilda opte por quedarse con su melosa profesora, una opción que no disgusta a papá, que nunca la entendió ni la quiso.

... padres e hijos que vagan juntos, como los innominados protagonistas de La carretera, la novela de Cormac McCarthy, siempre adelante en busca de refugio y salvación tras un cataclismo no especificado que ha asolado su mundo.

Sí, los escritores han narrado infinidad de historias paterno-filiales. No siempre inventadas, cabe añadir, porque en no pocas ocasiones sus vivencias han sustentado su literatura.

Están esos hijos que cuentan a sus padres. Marcos Giralt Torrente, sin ir más lejos, quien reconstruyó la relación con el suyo, el pintor Juan Giralt, en Tiempo de vida, texto que definió como ficción sin invención. "Nunca escribiría sobre eso si no pensase que la historia tenía visos de representar el conflicto sobre padres e hijos, que es más o menos igual para todo el mundo", declaró. Bueno, igual-igual... Marcos, que es nieto de Torrente Ballester, recuerda por ejemplo el peso que la figura de don Gonzalo tuvo sobre su hijo. "A mi tío, Gonzalo Torrente Malvido, que fue un narrador muy prometedor y talentoso en su momento, sí le pesó la figura de su padre. Como nieto, para mí era mucho más fácil hurtarme de la sombra de mi abuelo que para él, como hijo."

Están esos padres que cuentan a sus hijos. El japonés Kenzaburo Oé, por ejemplo, quien en Una cuestión personal refiere la peripecia de un hombre cuya esposa da a luz un monstruoso bebé condenado a una muerte inminente o, en el mejor de los casos, a una vida de vegetal. Algo muy similar a lo vivido y padecido por él cuando vino al mundo su primer hijo, Hikari, que nació con hidrocefalia y era autista.

Hidrocefalia padecía también la hija de Pablo Neruda, Malva Marina, nacida en 1934 en Madrid fruto de la relación del poeta chileno con María Antonieta Hagenaar. “Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie punto y coma, una vampiresa de tres kilos [...]. La chica, me decían los médicos, se muere, y aquella cosa pequeñita sufría horriblemente, de una hemorragia que le había salido en el cerebro al nacer”. Nunca se ocupó de ella.

La enfermedad de Lucia Joyce, la hija de James Joyce, era mental. Carol Shloss sostiene que Lucia fue la musa del autor para escribir Finnegans' Wake. Ambos mantuvieron una difícil relación e intercambiaron miles de cartas que posteriormente fueron destruidas por el heredero de la familia. CJ Jung, quien trató a Lucia por una presunta esquizofrenia, dijo que padre e hija eran "dos personas yendo hacia el fondo de un río, una cayendo y la otra buceando". Se amaban, se destruían.

No era amor, sin embargo, lo que caracterizaba la relación entre Hermann y Franz Kafka, al menos si juzgamos por la Carta al padre que escribiera el autor de La metamorfosis. "Hace poco me dijiste: 'Siempre te he querido, aunque no te lo he demostrado como suelen hacerlo otros padres, precisamente porque no sé fingir como ellos'. Ahora bien, padre, en general yo nunca he dudado de tu bondad hacia mí, pero no me parece que sea verdad esta observación", podemos leer. Sin embargo, esa imagen, la de un déspota, se compadece mal con los testimonios que quienes conocieron al mayor de los Kafka han dejado.

¿Verdad, mentira? A estas alturas, ¡qué importa! "Siempre me ha fascinado, con un punto de angustia, el padre de Kafka —dice la escritora Eva Pérez Díaz—. No está, pero está. Es como un fantasma que sobrevuela toda su obra. Estremece y fascina."

Padres literarios

Porque los lazos de consanguinidad no lo son todo, pregunto a Eva por ese escritor que le ha servido como referencia paterno-literaria. "Mauricio Wiesenthal —confiesa—. La primera vez que lo leí fue como descubrir a alguien que volvía ya de los caminos a los que yo aún quería ir. En él están todas mis fascinaciones: la novela literaria, el culturalismo, los viajes, la presencia del pasado en el presente, la fascinación por determinados personajes históricos. Al leerlo me sentí como si hubiera sido huérfana y de pronto encontrara el rostro de un padre desconocido hasta entonces. Alguien que guardaba otra versión de mí misma."

El juego me tienta. Le planteo la pregunta a Jorge Eduardo Benavides. "Alfredo Bryce Echenique —es su respuesta—, pues fue una de mis primeras gratísimas lecturas nacionales y de aquellas sus iniciales novelas recuerdo con profunda admiración su humor, la agudeza de su retrato social y su enorme capacidad narrativa."

Cada autor, seguro, tiene el suyo. Por curiosidad... Elvira Lindo. "Antón Chéjov. No solo por todo aquello que se disfruta y se aprende leyendo sus cuentos o su teatro, también por esas miles de cartas que escribió y que contienen, desde que las descubrí hace años, todas las enseñanzas que se esperarían de un padre y de un maestro. Vuelvo a ellas cuando tengo dudas, pensamientos negros o melancolías y siempre me dan luz."

Literatos que son guías, padres literarios no necesariamente paternales. "Thomas Bernhard —me dice Álvaro Colomer—: Me asfixié cuando lo leí por primera vez. En aquel tiempo no me imaginaba que se pudiera escribir así. De inmediato visité su museo para robar una pareja de sus mejores zapatos. Desde entonces, siempre camino con sus pies."

Feliz Día del Padre.

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