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Literatura

El planeta de los premios

Interior de una librería.

En España, los premios literarios tienen mala fama. Las críticas, algunas feroces, abundan. Escueto florilegio:

“Los premios literarios son simulacros de ficción con jurados falsos y con una mecánica que se sabe que es corrupta, y que además responde a la ética del comercio y no a los valores de la estética o de la crítica.” Ignacio Echevarría, 2008.

“En el mundo literario no hay asunto más pringoso que el de los premios. No me gustaría morirme sin llegar a saber de verdad cómo funcionan; pero lo veo difícil. Cuando da uno por hecho que todos los premios están amañados, empiezan a ganarlos completos desconocidos; cuando supone que sólo algunos se adulteran, le dicen que aquel completo desconocido trabajaba en la editorial que organizaba el certamen, que aquella joven ganadora es la novia del editor que le publica el libro premiado, que desde hace tres meses X va soltando por ahí que ya tiene amarrado un premio aún pendiente de fallo. Los aspirantes a escritor son casi los únicos que pueden llegar a indignarse por estas componendas. Lo digo abiertamente: a la mayoría de los escritores profesionales un sistema corrupto de premios literarios les parece ya natural.”

Juan Mal-herido (Alberto Olmos), 2013.

“Hablamos de lo ya sabido: que [el de los premios] es fenómeno radicalmente español e hispano por aquello de los malos ejemplos, que en nuestros territorios literarios han venido proliferando, al menos desde la postguerra civil española, la convocatoria por parte de distintas y muy variadas editoriales —solas o en compañía de instituciones públicas— de premios literarios a originales inéditos (de novela, poesía o ensayo) que conllevan su publicación por parte de la editorial convocante y una remuneración adjunta, ya como gracia ya como adelantos de supuestos o presupuestados derechos de autor.”

Constantino Bértolo, 2015.

Traigo esto a colación porque el día de Santa Teresa se acerca, y teresiano es (por deseo del fundador José Manuel Lara, que festejaba así la onomástica de su esposa, María Teresa Bosch) el Premio Planeta, el más conspicuo (aunque hubo un tiempo en el que no fue el mejor dotado, se dejó adelantar por el Premio de Novela Ciudad de Torrevieja que concedía Plaza & Janés) de los galardones literarios españoles entregados por editoriales. Si septiembre es el mes de la rentrée literaria, el 15 de octubre abre la temporada de caza de premios.

El porqué de las editoriales

En el artículo antes enlazado, decía Bértolo “como causas de la aparición y epidemia de este advenimiento se suelen facilitar dos justificandos: la necesidad de incrementar el número de lectores en tiempos de escasez de tales y la conveniencia de ayudar y apoyar la aparición de nuevas autorías en circunstancias de dificultad económica o riesgo empresarial para la edición de primeras obras y voces”, y de esos argumentos esgrimidos en defensa de los premios colegía dos deducciones: su existencia “pone en evidencia la pobreza cultural y escasa tradición lectora de la comunidad que los soporta” y “pretensión de impulso emprendedor avisa sobre el encogido ánimo y avaro carácter de su tejido editorial”. En este sentido, era su conclusión, no cabe sino afirmar que “a mayor número de premios literarios (unos 6.000 en España) mayor apocamiento y quebranto en la salud cultural de su campo literario”.

La paradoja es que muchos de esos galardones nacieron para combatir esa abulia cultural.

“En los años 50 y 60 el premio Planeta fue, junto con Círculo de Lectores (que llegó más tarde), el intento más logrado de potenciar la venta de libros en un país aún semianalfabeto mediante modernas técnicas de marketing, haciéndolos llegar a los rincones más alejados de la Península”, afirma Sergio Vila-Sanjuán, escritor y periodista, ganador del Nadal. “La colección de los Planeta pasó a formar parte de incontables bibliotecas familiares de la entonces emergente clase media española. Desde el punto de vista literario, la lista de obras galardonadas muestra la voluntad de fomentar una narrativa con vocación popular pero también, en general, digna y sobre todo amena. Vale la pena releer los Planeta de entonces para ver que muchos de sus títulos aguantan bastante bien mientras otras obras prestigiadas de la época se caen de las manos”, sostiene.

Lo peculiar de este galardón es que nunca estuvo entre sus objetivos descubrir nuevos valores (aunque algunos de sus ganadores eran completos desconocidos), sino ganar lectores.

A su creador, José Manuel Lara Hérnandez, se le atribuye la frase “Mi premio es mío y se lo doy a quien quiero”, que no sé si es literal, pero desde luego condensa su espíritu. Años más tarde, Rafael Borràs, que fuera director literario de la casa y conocedor por ello de sus intríngulis, recordó lo que el patrón contestó cuando, tras la proclamación de la obra ganadora de 1989, un periodista quiso saber cómo era posible que Soledad Puértolas, que había concursado con seudónimo, hubiera sido invitada al acto antes de conocerse el fallo: “Creo que usted todavía cree que los niños vienen de París”.

Pero quizá el momento más crítico en la historia del galardón se produjo en 2005, cuando el grupo estaba dirigido por José Manuel Lara Bosch. Tras el fallo de ese año, Juan Marsé abandonó el jurado reivindicando su derecho “a buscar y decir la verdad [que] está por encima del relumbrón del premio”. Era lo menos que podía hacer, después de haber desacreditado a los ganadores de la edición, Maria de la Pau Janer y Jaime Bayly, a los que reprochó la “insuficiente calidad literaria” de sus trabajos. Pero lo cierto es que sus críticas venían de antes, y las había plasmado en su biografía.

Desde luego, fue un annus horribilis para los premios generosos: días antes, José Manuel Caballero Bonald se había desentendido públicamente el fallo del Jurado del Ciudad de Torrevieja de novela que él presidía porque la obra ganadora, de César Vidal, era “ideológicamente detestable, dudosa, oscura y sospechosa”, y ofrecía “pedagogía franquista”.

Dos arranques de dignidad que les valieron el aplauso general pero también el reproche de los iniciados, que les recriminaron sus aspavientos.

Han pasado los años, el Torrevieja ya no existe (Penguin Random House lo suprimió en 2011, y al poco suprimió el Premio Jaén), otros muchos han caído por causa de agotamiento, o quizá porque los ayuntamientos o diputaciones que los sostenían consideraron los tiempos de crisis poco propicios para estos despilfarros. Pero concursos sigue habiendo, muchos.

El porqué de los escritores

Sus razones son evidentes. “Una gran promoción que me permitió ampliar mi base de lectores, luego muchos viajes y muchas comilonas… Fue una buena experiencia, intensa, la recuerdo con cariño”, dice Javier Moro, ganador del Planeta 2011, y la finalista de ese año, Inma Chacón, coincide: “La oportunidad de llegar a muchos lectores que no me habrían conocido si no hubiera sido finalista. La tirada es muy grande y la promoción muy intensa”.

Dos años antes, la segunda plaza había sido para Emilio Calderón. “La literatura suele resultar una travesía que los escritores realizamos, las más de las veces, en una pequeña embarcación. De modo que el Planeta supuso para mí subirme a un trasatlántico. Una embarcación cuyas medidas están muy por encima del propio escritor en cuanto a capacidad de comercialización y de promoción”.

Calderón se presentó “por recomendación de mi agente literaria, y sin su participación ni siquiera me lo hubiera planteado. El año anterior había resultado ganador del Fernando Lara de Novela, así que eso también me animó a seguir el consejo de mi agente”. Moro lo hizo siguiendo el consejo de su editor, “que, al leer las primeras cien páginas de mi borrador, me sugirió que me presentara, que tendría posibilidades. No volví a saber más hasta unos días antes del fallo, cuando me avisaron de que estaba entre los finalistas”.

“Lo que se cocina dentro de los premios lo desconozco —asegura Emilio Calderón—, pero desde luego soy más partidario de premiar obras ya publicadas y no inéditas. Ésa es la tendencia que impera en Europa y Norteamérica. De hecho, el elevado número de premios literarios que se conceden en España ha hecho que pierdan parte de su valor no sólo para la crítica, sino también para el lector”.

“A mí —toma el hilo Chacón— me gustan mucho los premios a novela publicada, pero el hecho de que se concedan así no aleja tampoco la sospecha. Los premios a novelas inéditas facilitan muchas veces el descubrimiento de autores desconocidos. Para mí, el valor de los premios está en que dinamizándose la cultura, crean interés por los libros, en un momento en que hay una crisis importantísima en todos los sectores culturales”.

“Bajo sospecha están no solo los premios que conceden las editoriales, sino también los demás, los que conceden los ayuntamientos, los ministerios, etc. —dice Javier Moro—. Si no, no se entiende que se premien novelas que son a veces ladrillos difíciles de digerir, y hasta mal escritas. Los premios que conceden las editoriales existen para detectar talento tanto como para reconocerlo”. 

El porqué de la calma

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Pasadas las tormentas que descargaron sobre el mundillo editorial con gran aparato mediático, las aguas han vuelto a sus cauces anteriores, como si nada hubiera pasado.

En la actualidad, dice Sergio Vila-Sanjuán, los grandes galardones supervivientes “sirven para poner el foco durante unos meses sobre un libro y un autor determinados. Desde el punto de vista del autor es una buena oportunidad para ganar difusión y visibilidad (y hasta algo de dinero). Aunque, claro, no todos funcionan igual de bien, ni tienen la misma credibilidad, que cada galardón debe ganarse por sí mismo”.

“En cualquier caso —concluye Calderón—, un premio te da visibilidad, pero no te hace mejor escritor”.

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