Cultura

Populismo F.C.

Partido entre las selecciones de Rumanía y España de la fase de clasificación a la Eurocopa 2020.

La palabra "populismo" abunda en las crónicas deportivas. Hay periodistas que se sirven de ella ("el populismo se adueña del fútbol") para describir comportamientos que consideran inaceptables; y también aparece con gran frecuencia en las declaraciones de quienes quieren desprestigiar a quienes les contradicen (Tebas: "La RFEF debe leer el auto bien y dejarse de populismo") o criticar a aquellos a los que antes adoraban (Courtois: "Respeto las opiniones pero sí que Simeone es un poco así, populista").

Es también habitual que se diga que "en España [y no sólo aquí] la gente trata la política como si fuera fútbol", que en uno y otro ámbito limitamos el debate a un "nosotros contra ellos", da igual que hablemos de PP y Podemos que de Barça y Real Madrid.

Pero es indudable que la relación entre fútbol y populismo va más allá de una asociación utilitaria para sermonear sobre comportamientos ajenos o explicar actuaciones políticas propias. Asistimos al retorno de un clásico. Y vuelve con fuerza.

Un fanstasma recorre los estadios

"Todo fenómeno de masas, como el fútbol, es un tema de poder" dice Álvaro Vargas Llosa, que trabaja en un libro sobre fake news y populismo en el mundo del balompié. En su opinión, el encanto irresistible que este deporte ejerce sobre nuestras sociedades reside en su capacidad de crear mitos y utopías, entendiendo estos como pasados y futuros idealizados. Lo cual hermana a esta especialidad atlética (al menos, su versión profesional, multimillonaria, desorbitada) con el populismo, que "tiene que ver con el mito y la utopía, un pasado que nunca ocurrió y un futuro que nunca llegará. Quien sepa venderlos, por lo general, triunfa en política".

 

El fenómeno también interesa a David Goldblatt, que acaba de publicar The Age of Football, un libro en cuya portada se saludan Mbappé y Messi y que le permite demostrar cómo los movimientos populistas se han apropiado del balompié en todo el mundo (con la excepción de Estados Unidos y Canadá): ningún dirigente, sea uno elegido democráticamente, un autócrata, un dictador laico o el líder de una teocracia, ninguno puede permitirse ignorar las pasiones que habitan los corazones de los hinchas. Ni quiere dejar de manipularlas.

En apoyo de sus tesis este reputado historiador del deporte cita episodios protagonizados por el boliviano Evo Morales después de que la FIFA decidiera prohibir partidos internacionales de fútbol en estadios situados a más de 2.500 metros de altitud; por el húngaro Víktor Orban, que al llegar al poder decidió instituir un fondo para reconstruir los estadios de todos los equipos de primera y segunda división de su país; y por los dirigentes de los Emiratos Árabes, que se han comprado equipos de fútbol e incluso la organización de un mundial.

Son sólo tres ejemplos escogidos de los muchos propuestos por Goldblatt, un muestrario destinado a fundamentar la tesis del autor: que el fútbol, la expresión más visible y entretenida del capitalismo global extremo, también ha sucumbido al patrioterismo populista.

 

"El fútbol es un mercado muy integrado que refleja la globalización de los flujos económicos, es decir, la demanda del fútbol es global, hay gente que ve el mismo partido desde todos los rincones del mundo", declaró Francesc Trillas, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Barcelona, con motivo de la publicación, el año pasado, de Pan y fútbol. El deporte rey, espejo de la economía global.

Trillas sostiene que este espectáculo refleja fenómenos un tanto inquietantes como la concentración de la riqueza, la corrupción, elementos de xenofobia… así, el fútbol es un espejo en el que se muestra lo bueno y lo malo del mundo. Y también es "uno de los pocos espacios donde el hombre blanco, en masa, se siente cómodo. Una comodidad que no sienten en un partido político, por ejemplo, o en las universidades, incluso en las religiones. Es el último refugio de una cultura ancestral de machismo, de xenofobia, de homofobia".

Curiosamente, Goldblatt constata el cisma registrado entre los seguidores de los grandes equipos de la Premier League, ricos y cosmopolitas, y los de la selección inglesa "más blancos y más de clase trabajadora". Y evoca un torneo en el que las banderas de San Jorge que los aficionados hacían ondear "solían ir acompañadas del nombre de un club, en su mayoría de las ciudades más pequeñas del norte y de las Midlands. Los grandes clubes de las ciudades más conectadas a nivel mundial de Inglaterra (Londres, Manchester y Liverpool) brillaban por su ausencia".

Puertas giratorias

"El fútbol puede existir como deporte sin un marcado carácter populista ―me dice Gonzalo Mazarrasa, miembro del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE) y autor del blog Fútbol y pasiones políticas―. Pero dado el alcance global y económico que ha adquirido, el que los futbolistas son conocidos y reconocidos a nivel mundial, con el volumen económico que manejan, y con lo fácil que es otorgarle simbolismo, el fútbol es inevitablemente una de las herramientas más claras de caldo de cultivo populista por la capacidad que tiene de llegar a un amplio espectro de gente de diferentes procedencias, razas y condición social. Y no son muchas las cosas que alcanzan ese poderío."

Recuerda Mazarrasa aquello de que el fútbol permitió a Europa enfrentarse sin destruirse, y es un convencido de que la Ley Bosman ha enseñado más sobre la Unión Europea que cualquier plan de estudios. Pero también sabe que atrae inevitablemente a personas y colectivos que quieren utilizarlo como herramienta, como altavoz, para obtener resonancia mediática o ganar influencia pública. "Y en esto caben, desde jeques o millonarios advenedizos que nunca habían estado en la ciudad, y que en ocasiones son recibidos con admiración, casi en plan Bienvenido Míster Marshall, a empresarios locales que saben que ganan influencia y que el fútbol, aunque no debería ser así, toca muy cercano a la administración pública de la zona."

De hecho, en el fútbol se registra una peculiar manifestación del fenómeno de las puertas giratorias, Trillas denuncia la utilización que hacen algunos dirigentes y algunos deportistas para moverse en la escena política. En la memoria de todos están los casos de Jesús Gil, Silvio Berlusconi, Joan Laporta, Mauricio Macri (presidente de Boca Juniors entre 1995 y 2008),… Rellenen ustedes mismos los puntos suspensivos.

 

El argentino Juan José Sebreli publicó La era del fútbol en 1998, en la estela de trabajos como El fútbol como ideología, de Gerard Vinnai, o Deporte y política, de Jean Meynaud. Nacido en 1930, Sebreli explica en el prólogo que su preocupación por el fútbol data de la década del sesenta, "una época en que los intelectuales en general y los sociólogos en particular no consideraban este tema digno de atención. En contraposición, comenzaba a aparecer una tendencia de populismo antiintelectual que descubría los ritos populares como el fútbol o los ídolos populares; todavía no era Maradona sino el ahora algo olvidado Carlos Gardel". Su denuncia era implacable. "Quienes sólo ven en el deporte lo que efectivamente es, una poderosa industria, un medio de conseguir fabulosas ganancias, supieron aprovechar la publicidad gratuita de los candorosos populistas empeñados en mostrar el fútbol como cultura, para sacar mayores ventajas económicas de su negocio".

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Nada nuevo bajo el sol

Defiende el escritor argentino que el hincha tiene una necesidad alienada de algo que, por no habérsele dado aún otra denominación seguimos llamando "cultura", "conocimiento", y que en realidad no es sino algo de qué hablar. "Lejos de ser perezoso, el fanatismo futbolístico exige un esfuerzo y una voluntad considerable, casi tanto como haría falta para ocuparse de estética, de economía política, de filosofía o de historia de las civilizaciones. Pero precisamente ese esfuerzo se hace como una forma de defensa contra todo tipo de indagación que busque una respuesta a los problemas del hombre. Es, al fin, una forma de adiestramiento para alejarse de sí mismo, para no dudar, no criticar, no discutir, no pensar. El populismo idealiza a las masas con el único fin de adularlas y mantenerlas en la conciencia más elemental. En lugar de promover que esa conciencia se eleve hasta las formas más complejas de cultura, el populismo vacía la cultura y la convierte en un consumo más de las masas."

Como escribió Jorge Valdano, y recogí en un texto que publiqué hace ya algunos años, tantos como 6, en infoLibre: "El balompié dejó de ser el opio del pueblo cuando los intelectuales le perdieron el miedo, una idea descabellada de la izquierda que acusaba a las dictaduras de distraer al pueblo de la lucha obrera con el fútbol. Las democracias se han encargado de demostrar que ellos también saben hacerlo".

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