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La resaca del ‘Let it Go’: Frozen cumple 10 años coincidiendo con el fin del Nuevo Renacimiento de Disney

Elsa es un icono LGTBIQ+

La idea con Wish: El poder de los deseos era poner en pie un vigoroso homenaje a la historia de Walt Disney Animation, pero es poco probable que este homenaje trascienda porque casi nadie está viendo la película. Este nuevo musical animado se ha estrenado sin pena ni gloria y no ha desencadenado conversación alguna, incrementando una sensación de declive en la producción Disney que este 2023 está siendo especialmente clamorosa. Wish se ha hundido, como antes de ella se hundieron The Marvels, Indiana Jones y el dial del destino o Mansión encantada. Y todo ha ocurrido mientras la empresa celebraba su siglo de vida —Disney Brothers Cartoon Studio se fundó en 1923—, con lo que ha debido de doler.

Que Wish no dé beneficios constata algo que ya dejaba entrever el fiasco de Mundo extraño a finales de 2022: otro autoproclamado “clásico animado” condenado a racanear reproducciones en Disney+, otra prueba de que el Nuevo Renacimiento de Disney ha concluido tras diez años exactos. La historia ha sido cíclica para la Casa del Ratón. En 1989 La sirenita llevó la producción animada a sus más altas cotas de prestigio y acogida popular, para que diez años después Tarzán empezara a diagnosticar el final de dicha bonanza creativa. Como aún así funcionó, y no le faltan defensores, este Renacimiento fue más agradable que el que termina en 2023, pero esa no es la única diferencia entre ambas eras.

El primer Renacimiento estuvo marcado por el dominio de Michael Eisner —primer mandatario sin vínculos familiares con Walt Disney— y fue posibilitado entre otras cosas por la absorción de los códigos de Broadway, desarrollando espectaculares musicales pop que lograron edificar sobre el hito de La sirenita. La gran diferencia del Nuevo Renacimiento no estriba en su visión del musical —que ha sido mayormente la misma, ajustándose a alguna que otra mutación de la escena neoyorquina— o en su responsable último —Bob Iger, con su voraz apetencia por absorber estudios—, sino en la incapacidad, o desinterés, por despegarse de la estela de Frozen. La película que propulsó el Nuevo Renacimiento en 2013. El clásico que cumple 10 años coincidiendo con el fin del último esplendor disneyano

Un reino de hielo donde quedarse a vivir

Frozen ha sido central en el Nuevo Renacimiento, y es algo que se percibe desde las meras cifras. A su estreno a finales de 2013 superó los 1.000 millones de dólares erigiéndose al instante como la película de animación más taquillera de todos los tiempos. Lo que es impresionante, pero lo es aún más que tiempo después perdiera esta posición por culpa de Frozen 2. Cuyos 1.453 millones de dólares ni siquiera ha podido alcanzar Super Mario Bros. este año, y solo dejan atrás la recaudación del remake de El rey león (también de Disney) asumiendo que esta deba ser considerada una película de animación como tal. Frozen, a diferencia de La sirenita durante el primer Renacimiento, tuvo secuela confirmando lo vital que era este título para la nueva época. Y también dio pie a un par de cortos, proyectados antes del remake de Cenicienta y de Coco para irritación de múltiples espectadores.

Disney se ha sentido obligada a exprimir el fenómeno del modo que sea. Era un valor seguro, una máquina de merchandising, y es lógico que ahora que Wish confirma la debacle sus ejecutivos aseguren a la prensa con palpable desesperación que están trabajando no solo en una Frozen 3, sino también en una Frozen 4. Pero es que la dependencia de Frozen va más allá de lo económico. A un nivel de pura infraestructura empresarial, el bombazo de Frozen propulsó la fama de un grupo determinante de talentos. No solo en cuanto al elenco original de voces —todos, de Idina Menzel a Jonathan Groff, procedían de la cantera Broadway para que Disney se mantuviera fiel a sus raíces—, sino a productores y creativos.

El director Chris Buck formaba parte de la vieja guardia; sus primeros pinitos en Disney se remontaban a los años 80. Pero no pasaba lo mismo con Jennifer Lee, guionista de Frozen además de codirectora cuyo éxito apoteósico allanó el camino para que, una vez John Lasseter fuera invitado a irse por conducta inapropiada con sus empleadas, ella se hiciera con el puesto de directora creativa de Walt Disney Animation en 2018. Lee es un nombre indispensable de la Disney actual; también escribió el guion de Frozen 2 y Wish —con Buck codirigiendo ambas—, pero sobre todo ha estado detrás de las grandes decisiones artísticas durante el último lustro. Está por ver cómo afectan los traspiés recientes a su mandato. 

No habría tampoco que olvidarse de Robert y Kirsten Anderson-López, matrimonio responsable de las canciones de Frozen que volvería a trabajar en la inevitable Frozen 2, en Coco de Pixar —ambos escribieron la balada Recuérdame— e incluso en una serie de Marvel —Agatha All Along, que sonaba en Bruja Escarlata y Visión, también es suya—, constatando lo importante que ha sido el factor musical en este Nuevo Renacimiento. A lo largo de los 2000 la directiva había perdido la fe en este tipo de espectáculos, pero fue recuperándola entre Tiana y el sapo y Enredados. Más o menos al mismo tiempo que decidía abandonar la animación tradicional para pasarse a las tres dimensiones: Winnie the Pooh fue su último film 2D, sin contar el intrascendente intento de combinar técnicas que muestra Wish

Frozen, también, contribuyó a asentar este nuevo estándar visual. Pero hizo mucho más. El musical Broadway volvió por todo lo alto con canciones machacadas hasta la saciedad —Suéltalo, o Let it Go, superó la popularidad de Un mundo ideal y no tuvo rival en musicales ulteriores hasta el No se habla de Bruno de Encanto—, al tiempo que los guionistas de Disney revisaban sus prioridades. Todo gracias a Elsa.

Dios salve a la reina (de las nieves)

Frozen quería adaptar un cuento de hadas archiconocido como siempre ha acostumbrado a hacer Disney, en este caso La reina de las nieves de Hans Christian Andersen. Con lo que, en un principio, Elsa iba a ser la villana. Pero Lee optó por convertir la relación de Elsa y su hermana Anna en el corazón de la película, lo que tuvo un efecto dominó: por un lado la presencia del auténtico villano se redujo —y no se revelaba hasta el final, siguiendo un modelo que Pixar había trabajado antes— mientras Elsa ganaba complejidad como personaje, y la decepción de Anna con el malvado Hans ofrecía un inesperado comentario en contra de los primeros besos y los príncipes azules. Activos de los que Disney solía tener el monopolio.

La Casa del Ratón ya había empezado a reírse de sí misma y del encorsetamiento de las historias que solía adaptar en una película previa. Encantada: La historia de Giselle se burlaba abiertamente de los cuentos de hadas en 2007, y seis años después Frozen recogió el guante para terminar de sacudirlo todo. A partir de Frozen los romances convencionales se redujeron a la mínima expresión —aun cuando Ana sí terminara siendo feliz con Kristoff—, y también desaparecieron los villanos. Una cosa que posiblemente Disney no predijo entonces es que Elsa, gracias al cambio de su personaje, se fuera a convertir en icono feminista y LGTBIQ+. Pero esto también se relaciona con los otros dos factores citados.

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Lee no solo apartó a Elsa de la categoría de villana: también construyó en torno a ella una relectura de aquel “beso de amor verdadero” con el que concluían clásicos estilo Blancanieves o La bella durmiente. El gesto de amor verdadero de Frozen, el que solucionaba la trama, era uno compartido por ambas hermanas, y Disney replicaría la jugada muy pronto. Maléfica, un año después, cambió la historia de La bella durmiente lo bastante como para redimir a la villana y que esta fuera la que, besando a la princesa, lograra despertarla de su letargo. Todo estaba cambiando. No más príncipes azules, no más romances al uso. Solo mujeres empoderadas, de motivaciones diversas, que tampoco necesitan villanos pues bastante tienen consigo mismas. Con sus dudas y tormentos personales.

Wish ha querido retomar la tradición con un antagonista que es malvado desde el principio, el Rey Magnífico, pero Asha no tiene pretendiente alguno y sí agencia para impulsar la trama. Como Mirabel en Encanto, Raya y el último dragón o Vaiana, y todo se debe a Frozen. Frozen cambió cómo Disney contaba historias. Las películas del Nuevo Renacimiento se han despreocupado del romance o de la lucha del bien contra el mal para proponer historias más psicológicas, donde los protagonistas busquen reconocimiento y alivio identitario en función al diálogo con quienes les rodean y a un aprendizaje progresivo sobre ellos mismos. 

En ese sentido Disney ha mantenido el pulso de su tiempo tanto en lo tocante a las demandas sociales —aunque Elsa decepcionara lo suyo al no encontrar novia en Frozen 2— como a la modulación de una cierta y ensimismada subjetividad contemporánea. Una profundamente individualista, que representa todo el Nuevo Renacimiento. Ahora que este ha terminado, es el momento de analizarlo con tranquilidad y probar a dilucidar su importancia cultural. Más allá del hartazgo que hayamos podido llegar a sentir con el Let it Go.

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