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¿Y si volviéramos a 1945?

Un fotograma de 'El espíritu del 45', con el primer ministro británico Clement Attlee.

Estamos en 1945, en algún lugar indeterminado del Reino Unido. Entre los escombros del horror, el sufrimiento y la devastación de la guerra, se asoman tímidos brotes de optimismo. Nacen teñidos del color rojo de la sangre vertida, el rojo esperanza del socialismo. Con él florecerá una época de crecimiento y prosperidad, impulsada por la nacionalización de las grandes infraestructuras nacionales como las minas o los ferrocarriles (hasta un 40% del entramado industrial del país fue nacionalizado en los seis años del gobierno laborista de Clement Attlee), o la construcción de casas de protección oficial dignas y asequibles. Sobre todo, por el nacimiento de una plataforma destinada a promover, proteger y prevenir el deterioro del bienestar y la salud de todos los ciudadanos: la sanidad pública.

Hilvanado a partir de imágenes y grabaciones de sonidos de la época acompañados por numerosos testimonios de supervivientes procedentes de diferentes puntos del país, ese es el relato histórico que narra el documental del director británico Ken LoachEl espíritu del 45, que se estrena este viernes en cines. "Si podíamos llevar a cabo campañas militares, ¿acaso no podríamos planear la construcción de casas, la creación de un servicio socio-sanitario y de transporte, y conseguir los bienes que necesitáramos para la reconstrucción? La idea central era la propiedad común, donde la producción y los servicios beneficiarían a todos. Unos pocos no se enriquecerían a costa de los demás", ha afirmado Loach, uno de los grandes cronistas fílmicos de los olvidados, autor de títulos como Pan y rosas o El viento que agita la cebada. "Era una noble idea, popular y aclamada por la mayoría. Era el Espíritu de 1945. Quizá hoy sea el momento de recordarlo”.

Los tiempos, efectivamente, parecen oportunos. Especialmente porque la narración de Loach no ha llegado a su fin. Se sigue escribiendo, y el actual capítulo se aleja bastante de aquellas páginas iniciales. El (por ahora) desenlace, que ya comenzó a gestarse décadas antes, lo desencadenó de manera definitiva la que se presenta como la malvada de la película: la recientemente desaparecida Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido de 1979 a 1988. Una década que dio para articular el desmantelamiento de todo lo construido a base de privatizaciones, medidas económicas neoliberales y pro libre mercado y destrucción de la fuerza sindical. Aquella sanidad universal, ya va camino de existir solo como recuerdo. 

Dos países, la misma historia

Para lo bueno y para lo malo, en la salud y en la enfermedad, el sistema español se ha inspirado y ha seguido las directrices marcadas por el modelo británico. “En los primeros pasos de la privatización se tomó como ejemplo el Reino Unido, pero ahora la influencia –siempre negativa- es bilateral”, matiza el doctor Marciano Sánchez Bayle, portavoz de la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública (FADSP). Si a lo largo de la historia de ambas instituciones, la británica y la española, ha existido una importante diferencia, esta radica, según explica Sánchez Bayle, en que el sistema de aquel país “desde el principio tenía bastante capacidad de generar y asumir críticas”. Algo que en España, estandarte internacional de la opacidad, nunca tuvo lugar. “Aquí ha sido poco permeable, con poco control social y muy politizado. La cadena de mando siempre ha sido muy mala, y esto no ha cambiado”.

También difieren las fechas: aunque en España el sistema comenzó a formarse después de la República, en los años sesenta y setenta, durante el franquismo, la red de hospitales y de centros de atención primaria todavía era de baja calidad. “Y solo cubría a la población asegurada”, explica el portavoz de FADSP, que detalla que aquellos que quedaban fuera solo podían ser atendidos por la beneficencia. En 1986 llegó la Ley general de Sanidad, y con ella la cobertura universal y la gran reforma de la atención privada. Justo en el momento álgido del gobierno de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en EEUU. En el año 91 se da un nuevo paso con el informe Abril (redactado por una comisión presidida por Fernando Abril Martorell), cuyo objetivo se concentra en la reducción de gastos. “Las conclusiones fueron rechazadas por casi todos los actores sociales”, señala Araceli Ortiz, miembro de la Mesa en Defensa de la Sanidad Pública de Madrid. “Pero desde entonces se han ido adoptando medidas para romper el sistema que se había ido creando”.

Un fotograma de 'El espíritu del 45'.

Al comenzar a externalizar servicios como los de limpieza, como ilustra el documental de Loach, los hospitales del Reino Unido vieron cómo se reducía el personal, lo que conllevó problemas derivados de la falta de higiene escrupulosa, como infecciones contraídas por los pacientes. “Aquí se han visto casos como el de un chico que vomitó en una sala de un centro de atención primaria, y hasta después de tres horas no vino una limpiadora de fuera”, relata Ortiz, que añade que el imprescindible trabajo en equipo que debe realizarse se ve perjudicado por la divergencia de las condiciones laborales del personal sanitario y no sanitario: “Se rompe la unidad de la empresa”. Y si los profesionales se ven afectados, la consecuencia lógica es que ello repercuta en el servicio que prestan a los usuarios, reducidos desde la entrada en vigor del decreto 16/2012 a los ciudadanos regularizados.

¿Qué final cabe para esta historia de auge y declive de un sistema concebido y desarrollado para el bien común? En El espíritu del 45, que en su mayoría transcurre en imágenes en blanco y negro hasta que una algarabía en pleno corazón de Londres celebra el fin de la guerra y toma color, parece quedar lugar para la esperanza. De no darse un giro inesperado en la trama, el doctor Sánchez Bayle predice una diferente conclusión: si las reformas siguen por la misma senda, dice, los que tienen menos recursos, serán menos atendidos. "Y aumentarán las enfermedades, y con ellas, la mortalidad". 

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