Soderbergh y Darín aterrizan en los cines con ‘Posesión infernal’ como caballo ganador

David Bernal

Prohibido pestañear. Steven Soderbergh ha anunciado que tras Efectos secundarios se despide del cine. No sabemos las razones, pero la teoría del agotamiento podría cobrar sentido si tenemos en cuenta que, desde que debutara con Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), ha dirigido casi treinta películas. En su prolífica filmografía ha alternado proyectos experimentales –como The girlfriend experience– con otros más comerciales –la saga Ocean`s Eleven– en los que, además, ha adaptado su no-estilo a la historia que estaba contado. Tras Magic Mike, relato de ascenso y caída que utilizaba un grupo de strippers masculinos como reclamo, estrena este heterodoxo thriller difícil de etiquetar en el que ha reunido a un cuarteto de estrellas con ganas de darle un poco de prestigio a sus carreras: Rooney Mara, Jude Law, Catherine Zeta-Jones y Channing Tatum. En él denuncia los abusos de la psicofarmacología y las (habituales) malas praxis psiquiátricas, pero en lugar de caer en cine social más panfletario o simplón, el cineasta ha articulado un inquietante rompecabezas alejado de los estándares de Hollywood en el que sus continuos giros de guión impiden el pestañeo del espectador. Steven: ¡replantéate la jubilación!

Litros de sangre bien empleada. El concepto de remake resulta tan problemático como contradictorio, porque normalmente se hacen sobre película que son clásicos y que, como tal, son inmejorables. ¿Qué hay detrás de esta estrategia entonces? Está claro: el dinero. O siendo menos prosaicos: el intento de descubrirle a una nueva generación un título que, de otro modo, nunca recuperarían. El caso más extremo (y desconcertante) de remake fue el que Michael Haneke hizo de su Funny Games, volviendo a rodar, plano a planoFunny Games, la misma película para, según él, llegar al público americano.

La fidelidad de Posesión Infernal (Evil dead) al filme de culto de Sam Raimi –que ejerce de productor– no es tan obvia, pero el resultado es una reinterpretación digna de celebrar por los cinéfagos más extremos. Pese a perder parte del sentido del humor del original –y, por tanto, parte de su componente lúdico–, se nota que detrás hay un director que ha huido de los efectos de posproducción y sonido que dominan el cine de terror actual para volver a las esencias del género. Es verdad que la inventiva del uruguayo Fede Álvarez –que fue descubierto por Raimi tras colgar en Youtube su corto Ataque de pánico!- es muy limitada, pues todo estaba en el original, pero al menos ha repetido la proeza de su predecesor: realizar un demencial tour de force estilístico en el que, como novedad, late cierta influencia del terror japonés en el diseño de sus poseídas. Casi todo transcurre en el interior de una cabaña, pero gracias a su caligrafía visual consigue que, entre bote y bote, nos quedemos pegados a la butaca. También sorprende lo extremadamente gore que es para tratarse de un producto tan comercial. La música, por cierto, es del español Roque Baños.

Un traje a su medida. Ricardo Darín vuelve a demostrar su versatilidad en Tesis sobre un homicidio, thriller criminal diseñado a la altura de su talento. En Argentina ha sido un éxito de taquilla y es probable que aquí también lo sea dado el tirón del actor, que tras interpretar con credibilidad a un ferretero con pocas luces en Un cuento chino hace lo propio con un personaje que está en las antípodas: un profesor de Derecho Penal de extrema inteligencia y grandes dotes de seducción.

Dirigido por desconocido Hernán A. Golfrid, que evita imprimirle cualquier mirada al material y le cede el protagonismo a los actores, el filme comienza con algunas reflexiones sobre la justicia –impartidas por el siempre hipnótico profesor Darín– sumamente interesantes, hasta que un asesinato cometido en las puertas de la facultad activa una trama que gira en torno al hitchcockiano argumento del crimen perfecto. El principal sospechoso es un brillante alumno interpretado por un Alberto Ammann decidido a aprovechar el tirón de Celda 211. A partir de aquí todo transcurre sin demasiadas sorpresas hasta llegar a un final insatisfactorio, pero todo se ve con interés gracias a su solvencia técnica y el trabajo de sus actores.

La vida de la otra. Pese a estar ambientada en la Alemania del Este, Bárbara es muy diferente de éxitos recientes como, por ejemplo, La vida de los otros. El propio Christian Petzold, que ganó el Oso de Plata en Berlín por este trabajo, ha confesado que no le gustaba la visión tan grisácea que estos títulos daban del tema. En su película se evita cualquier tipo de símbolo o contextualización, aunque el miedo, los secretos, las mentiras y lo silencios siguen estando allí.

La protagonista –interpretada por Nina Hoss con una mezcla de fragilidad y frialdad– es una hermética pediatra varada en un pueblecito de la RDA mientras espera un permiso que le permita establecerse en Occidente. Allí conoce un doctor y una desafortunada paciente que pondrán a prueba su desconfianza. Al director, más que hablar de este periodo histórico, lo que le interesa es ver cómo se desenvuelven los seres humanos en unas circunstancias muy concretas, cómo en el lugar más inesperado puede surgir lo mejor de cada uno. Lo hace con una puesta en escena precisa en la que cada gesto cuenta y en la que es más importante lo que se calla que lo que se dice. Un trabajo notable pero no apto para todos los públicos. 

Un sesenta y nueve amoroso. Hay películas que están basadas en una idea genial, pero que finalmente se quedan en nada por culpa de un mal guión. Un amor entre dos mundos podría ser una de ellas. La segunda película del argentino Juan Diego Solanas tras la excepcional Nordeste es una producción canadiense parte de un high-concept en toda regla: Jim Sturgess y Kirsten Dunst interpretan a dos enamorados que que viven en dos mundos diferentes, uno acoplado encima del otro, con gravedades y clases sociales antagónicas. Esto le da pie a desarrollar una deslumbrante arquitectura visual y diseñar un mundo distópico con ecos del Brazil de Terry Gilliam, pero si todo se va desintegrando poco a poco es por un guión que sucumbe a la metáfora fácil y manda al traste el planteamiento inicial, los personajes y su romance imposible. Una pena. 

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De niña prodigio a mujer. Ser un niño prodigio no es tarea fácil, tal y como se desprende de No soy una estrella del rock, documental en el que la canadiense Bobbi Jo Hart –que en trabajos previos abordó temas como enfermeras en Pakistán o tenis femenino– ha seguido durante ocho años la trayectoria de la joven pianista Marika Bournaki. A la dificultad propia de cualquier proceso de maduración hay que sumarle la presión del entorno familiar –capitaneada por unos padres que, tal y como manda el tópico, son artistas frustrados– y el trauma que supone dejar de ser un genio para convertirse en una mujer. Curioso.

Cartón piedra al servicio de la fe. Financiada en parte por los Knights of Columbus, una de las mayores organizaciones católicas en México y EEUU, Cristiada podría formar parte de una cruzada cinéfila al servicio de la fe que se estaría llevando a cabo con títulos como la reciente Moscati, el médico de los pobres.

La película más cara hecha en México recrea la Guerra Civil que estalló en el país en 1926 por la persecución que sufrió la Iglesia católica por parte del Gobierno mexicano. Dirige el debutante Dean Wright, gurú de los FX gracias a títulos como Titanic o El señor de los anillos, que aquí sucumbe al lenguaje panfletario (al grito de “¡Viva Cristo Rey!”), la elefantiasis narrativa y un look digno de Amar en tiempos revueltos. Aunque, más allá de reafirmar a los creyentes en su fe, su existencia también ha servido para darle trabajo a actores a la baja como Andy Garcia, Eva Longoria o un Peter O'Toole con alzacuellos.

Prohibido pestañear. Steven Soderbergh ha anunciado que tras Efectos secundarios se despide del cine. No sabemos las razones, pero la teoría del agotamiento podría cobrar sentido si tenemos en cuenta que, desde que debutara con Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989), ha dirigido casi treinta películas. En su prolífica filmografía ha alternado proyectos experimentales –como The girlfriend experience– con otros más comerciales –la saga Ocean`s Eleven– en los que, además, ha adaptado su no-estilo a la historia que estaba contado. Tras Magic Mike, relato de ascenso y caída que utilizaba un grupo de strippers masculinos como reclamo, estrena este heterodoxo thriller difícil de etiquetar en el que ha reunido a un cuarteto de estrellas con ganas de darle un poco de prestigio a sus carreras: Rooney Mara, Jude Law, Catherine Zeta-Jones y Channing Tatum. En él denuncia los abusos de la psicofarmacología y las (habituales) malas praxis psiquiátricas, pero en lugar de caer en cine social más panfletario o simplón, el cineasta ha articulado un inquietante rompecabezas alejado de los estándares de Hollywood en el que sus continuos giros de guión impiden el pestañeo del espectador. Steven: ¡replantéate la jubilación!

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