Cultura

El Teatre Lliure cede los derechos de exhibición de sus producciones: ¿liberación o renuncia?

Una escena de 'Travy', de Oriol Pla, producida por el Teatre Lliure.

La medida llegaba rodeada de cierta confusión y de algunas dudas. Como iniciativa ante la crisis económica generada por el covid-19, el barcelonés Teatre Lliure decidía suspender temporalmente sus derechos exclusivos de exhibición de las obras que hubiera producido entre las temporadas 2017-2018 y 2019-2020. Lo hace hasta agosto de 2022, el horizonte del “plazo de recuperación” de la pandemia. Esto supone que hasta ese momento los autores y las compañías de una docena de obras afectadas serán libres de mover por su cuenta esas piezas producidas por el teatro, sin tener que compensarle económicamente, y con la única obligación de indicar en el futuro e hipotético programa de mano que la pieza se estrenó originalmente en el Lliure. Obras como Travy, de Oriol Pla, Premio de la Crítica 2018, o Instrumental, adaptación del relato autobiográfico del pianista James Rhodes, podrán tener una nueva vida en los teatros, incluso si esta nueva vida no se la da el Lliure. ¿Una idea original para apoyar a la profesión en unos meses duros? ¿Un movimiento sin mucho peso? ¿O una renuncia del teatro a hacerse cargo de la programación de esas obras?

“Es una muy buena noticia y una decisión de sentido común”, dice el dramaturgo y director Iván Morales, responsable justamente de la versión de Instrumental, una de las obras afectadas. “Se supone que aquí estamos todos para generar tejido cultural”, señala, “y especialmente las instituciones públicas. Esto es una buena noticia porque permite que la obra tenga más vida, que los espectadores la sigan viendo, y que para el creador se sigan generando beneficios tangibles o intangibles”. En su opinión, no tiene ninguna justificación que unas obras ya estrenadas tengan que quedarse en un cajón incluso si el teatro que las produjo no tiene para ellas planes de gira ni de reprogramación. Esto es algo relativamente habitual en los centros, que se reservan durante un tiempo —cuánto sea depende de la sala y de la obra— los derechos a programar la obra en exclusiva. En las coproducciones, acuerdos entre un centro y una compañía, suele ser igualmente habitual que la compañía en cuestión se haga cargo de la gira. Pero no lo es tanto en las producciones propias. En opinión de Morales, “si consigues que una productora externa quiera darle vida a ese proyecto, los creadores ganan y los espectadores ganan”. Para él, que el Lliure no dejara que los creadores recuperaran sus obras habría sido una “torpeza”: “¿Es que el único dueño de una obra es el que la produce?”.

El reto de encontrar financiación

Igualmente positivo lo ve Pablo Remón, autor de obras como Las ficciones (estrenada en el Pavón Teatro Kamikaze) o Los mariachis (en Teatros del Canal). “Cualquier iniciativa que surja de los teatros públicos va a ser siempre buena”, señala. El Lliure es una Fundación en cuyo Patronato y en cuyos presupuestos participan el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat y el Ministerio de Cultura —un modelo similar es el de la Abadía, en Madrid—, y en ese sentido podría servir de guía a otras salas públicas que tienen en archivo los derechos de exhibición en exclusiva de obras que no están por ahora ni en programación ni en gira. Pero Remón tampoco se hace ilusiones: “El problema general no va a ser ese. El problema va a ser que será complicado levantar las obras, no tanto que tengas la obra cedida”. Una vez liberadas, los creadores o las compañías tienen que encontrar la financiación adecuada para que la obra vuelva a las tablas, algo que a todas luces no será precisamente fácil en plena crisis económica. Eso sí, estas obras ya estrenadas cuentan con la ventaja de estar montadas, de haber pasado por un escenario prestigioso como es el Lliure, y podrán exhibir ante el productor o la sala sus buenas credenciales en crítica o público. 

Y es justamente el difícil contexto el que ha empujado al Teatre Lliure a renunciar a sus derechos de exhibición, “ante la excepcionalidad actual y con el objetivo de apoyar al sector teatral”. Ese plazo de dos años de suspensión de los derechos, cuenta el centro, “tiene en cuenta tanto las previsiones económicas, que sitúan en este horizonte el plazo de recuperación, como el tiempo que se puede tardar en poner en marcha una nueva producción basada en los textos y otros derechos de propiedad intelectual asociados”. Así, mientras dure la crisis, los artistas y compañías podrán recuperar las obras para moverlas en otros escenarios. No es la única medida que ha puesto en marcha el teatro, que ya anunció la ampliación de su línea de ayudas a la creación Carlota Soldevila hasta los 50.000 euros, en cuatro modalidades de creación distintas, para “intentar hacer frente al descenso de la actividad debido al cierre de teatros y continuar incentivando la creación teatral en situación de confinamiento”, según su director Juan Carlos Martel. Por otra parte, han desarrollado proyectos de teatro online (teatro radiofónico, clásicos para niños) pensando en el público que no pueda o no quiera acercarse a sus sedes barcelonesas.

"Los derechos son de los creadores"

La iniciativa del Teatre Lliure se anuncia como una medida excepcional. Llegado agosto de 2022, el centro recuperará los derechos de exhibición por el plazo acordado inicialmente. Y ningún otro teatro ha anunciado ninguna medida similar. Es justamente la excepcionalidad de la iniciativa lo que Oriol Pla critica. El actor y director, responsable de la obra Travy, defiende que el respeto a los derechos de autor de los creadores “no debería ser temporal, ni por el covid”. En su opinión, el hecho de que los teatros públicos obliguen a los creadores a cederles sus derechos de exhibición durante largo tiempo, pero sin obligación de mantenerlas en cartel, desposee de sus obras a los autores y también al espectador. “Si tú tienes una obra de teatro, pero por lo que sea no vas a usarla, lo sano es dejar que otro la lleve de gira”, reivindica. Coincide con él Iván Morales: “Si un teatro público tiene la capacidad de bloquear una obra que él mismo ha estrenado, les das el siguiente mensaje a los artistas: que cuando consiguen el privilegio de poder crear desde el confort que da la inversión pública tienen que estar dispuestos a renunciar a decidir sobre la vida de esos proyectos”.

Por eso, Pla recuerda que “no está en manos de un teatro” liberar las obrasliberar. Apunta que, según la Ley de Propiedad Intelectual, una vez que un empresario adquiere los derechos exclusivos de explotación de una obra, el contrato queda resuelto —entre otros supuestos— si las representaciones se interrumpen durante un año. Por eso, insiste en que es importante cuidar el discurso: “Los derechos de autor de una obra son del creador, de los creadores, y son siempre suyos, el teatro no es nadie para devolvérselos. Es algo importante, porque hay muchas cosas que el autor no tiene, no tiene la escenografía, o no tiene el dinero, pero hay una que sí que tiene, que son las ideas”. Esto, que defiende como de suma importancia en cualquier momento, le parece aún más relevante en un momento de crisis y de incertidumbre. Pero, en su opinión, la principal ayuda que podría brindar un teatro público, más allá del debate sobre los derechos, es la aportación económica, con becas, encargos, funciones contratadas o nuevas producciones. 

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Las giras imposibles

“Esto se hace en parte porque las instituciones cada vez tienen menos capacidad para salir de gira. ¿Por qué no las lleva de gira el Lliure, por qué no se hace cargo de su programación?”, se pregunta Miguel del Arco, dramaturgo y director, además de parte del Pavón Teatro Kamikaze. Es una medida, en su opinión que “pone de manifiesto el tejido frágil de esta industria”. Porque él ha visto ese problema en su colaboración con centros como la Compañía Nacional de Teatro Clásico: las obras puestas en pie por los teatros públicos suelen estar respaldadas por una gran producción y una inversión a la altura. Pero llevar esas obras de gira supone por ello también un gran gasto, y a menudo se realizan por ello giras cortas o directamente se renuncia a ellas. Si se trata de una coproducción con una empresa privada, y la empresa decide aventurarse por sí sola en la gira, es más que probable que tenga que reducir gastos, empezando por los de personal, con menos equipos y jornadas maratonianas. “Cuando un teatro renuncia a sus giras, renuncia a que se muevan con el sello de calidad que sus espectáculos requieren. No hay una respuesta fácil, pero estamos perpetuando la precariedad, que todo funcione en precario, desde la parte artística a la parte laboral”, critica Del Arco. 

La discusión sobre la incapacidad de los teatros públicos de llevar a la mayoría de sus obras de gira, sobre todo por la falta de plantilla para ello, es vieja. La solución que ha encontrado el sector es la fórmula de la coproducción público-privada, de forma que, tras el estreno en el centro público, la empresa en cuestión se encarga de la gira. Una manera, para Oriol Pla, de “descentralizar la cultura y crear trabajo”. Para llevarse la obra de gira, la empresa paga una cuota al teatro por cada función, una forma de asegurar que “lo privado no se aproveche de lo público” y que parte de los beneficios repercutan en nuevas creaciones. “Hay que medir bien cuál es el pacto económico, y hay que vigilar que las empresas no se aprovechen, por supuesto, porque es dinero de todos”, dice el creador. El debate no tiene fácil solución. Pero lo que sí parece claro es que ningún autor quiere que su obra ya estrenada se quede en el almacén. 

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