Literatura

El tiempo como arma política

El tiempo como arma política

Entre las muchas y muy creativas formas de protesta que han surgido en estos años en los que se han ido haciendo cada vez más necesarias, hay una que por el momento no se le ha ocurrido a nadie. Bueno, salvo a uno, a Andrés Moutas. La idea ese sencilla, a medio camino entre la obra de arte -a modo de algo así como un 'happening' multitudinario- y la pantomima más estrepitosamente inútil: ganarle cinco minutos al tiempo retrasando los relojes. “Es un acto simbólico. Algo inofensivo”. Pero aun así, de consecuencias inesperadas, y explicadas en El club de los cinco minutos, nombre del grupo subversivo (e imaginario) que recoge el libro de ese mismo nombre, obra del escritor bilbaíno seleccionada finalista del premio Minotauro de novela de 2013.

Armarios de celuloide

Armarios de celuloide

Empresas que se dedican a recuperar los últimos pensamientos de los recién finados, vertederos de basura espaciales o edificios cápsula que rodean como un cinturón las ciudades sirven de contexto para los más que variopintos personajes que viven y conviven en este libro, que comenzó fraguándose como una historia de pura fantasía para posteriormente ir añadiendo elementos de la realidad según estos fueron desarrollándose. “La escribí en dos o tres años, tiempo en el que se fueron sucediendo los acontecimientos del 15M”, recuerda Moutas, que vive en Hamburgo. “Aunque el libro empezó como una ficción, inspirada en autores sudamericanos como Borges”, un referencia que se suma a otras más o menos conscientes como David Foster Wallace -presente a través de un personaje femenino que lleva un “peinado raro”- o “los realistas rusos como el Dostoievski más disparatado, el de Memorias del subsuelo.

Antes que el 15M, muy presente en sus diferentes manifestaciones a lo largo de los acontecimientos que se desarrollan en la historia, hubo otros hechos reales que de algún modo decidieron el destino de la novela: los atentados terroristas primero de Nueva York y luego de Madrid, que encuentran su cruel reflejo en esta ficción. “Se trata de hacer una crítica de la sociedad actual”, apunta el autor, que habla también del individuo y el “abismo que separa la imagen que damos al exterior de lo que somos interiormente”. “Se puede hacer crítica social desde muchos puntos de vista”, agrega, “por ejemplo, yo he sacado muchas ideas de las noticias de los periódicos, como la de un restaurante dentro de una lavandería, edificios que he sacado de reportajes sobre arquitectura o historias que se basan en la banlieue francesa como centro social conflictivo”.

El tiempo, motor fundamental del libro, se presenta como aquel que concibió el filósofo Immanuel Kant: no tanto un factor externo sino “una categoría dentro del individuo”. “Él creía que era algo puramente humano, y que no existe más allá de la relación causa-efecto”. “Esta es una influencia personal por mi padre, que es un individuo muy kantiano, obsesionado con el tiempo hasta el punto de tener tres o cuatro relojes en el salón”, señala el escritor, que ya piensa en su próximo título. “A nivel personal, creo que la escritura es un ejercicio que forma al individuo como persona y como ciudadano, puesto que gracias a ella uno aprende a organizar y gestionar sus ideas, a meterse en la piel de otros, de sentir como otros; y ya, a nivel más subjetivo, a tomar distancia de sí mismo, valorarse desde otros ángulos, darse cuenta de los defectos y virtudes, y por tanto, enriquecer su persona, punto de apoyo incondicional para procurar hacer la vida ajena lo más fácil posible”, apunta. “Por esta misma razón, es una actividad que procuraré ejercer el resto de mi vida”.

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