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Tío Lobo, el "capitalismo feroz" de las minas del XIX

El periodista Juan Ramón Lucas.

Juan Ramón Lucas (Madrid, 1958) busca en el álbum de fotos de su teléfono móvil. "Esto lo tengo aquí para...". El final de la frase se pierde mientras busca un vídeo que parece guardar como un tesoro. Por la pantalla pasan, a toda velocidad, fotos de paisajes rojizos, de una casa señorial —columnas, escaleras—, de algo que podría ser el mar. "Aquí está". Le da al play. El flash del móvil ilumina la negrura: estamos en un espacio subterráneo que podría ser una gruta, un túnel, una mina. "Mira, mira eso", dice el periodista. Señala el polvo en suspensión, que brilla bajo la luz de la cámara como millones de insectos minúsculos. Luego el Juan Ramón Lucas del pasado, el que grababa, enfoca unos raíles de madera. El del presente, el que muestra el vídeo, le sonríe a la pantalla con el gesto de quien enseña las fotos de sus últimas vacaciones en un paraíso natural. Se ha pasado los últimos cuatro años dedicado a ese mundo bajo la tierra para publicar su primera novela, La maldición de la Casa Grande (Espasa). Y quizás se haya quedado allí abajo. 

La oscuridad que grababa Lucas era la de una mina de la sierra de La Unión. Allí encontró la historia con la que se atrevería a lanzarse a la ficción: la de Miguel Zapata, conocido como Tío LoboTío Lobo, empresario minero que cambió el paisaje de Cartagena a finales del siglo XIX y principios del XX. Le llegó en el Festival del Cante de las Minas, cuando un amigo les comentó a él y a la escritora María Dueñas, una anécdota que acababa de contarle la viuda de un minero. Este, de niño, había tenido un encuentro con el empresario que recordaba aún muchos años después. Sabía quién era Tío Lobo: el jefe de su padre, capataz, a quien se le llamaba con ese apelativo aparentemente cariñoso que en realidad denotaba poder, y de quien se decía que había logrado de joven ahuyentar a toda una manada. Al empresario le gustaba caminar por la sierra a caballo, en mulo o en coche. En una de esas, se encontraron con el muchacho y su padre. En medio de la conversación entre el capataz y el empresario, este le arreó al niño con una fusta. Del susto, el pequeño ni siquiera lloró. El Tío Lobo se le quedó mirando: "Es fuerte, será buen minero"

 

A lo largo de la noche le hablarían del imperio minero que creó de la nada, de la enfermedad —"fuego salvaje", llamaban al pénfigo— que le provocaba ampollas y úlceras en la piel, de su carácter ahora afable, ahora violento, de la maldición que fue matando a sus hijos cuando aún eran muy jóvenes... "Al principio pensé en hacer una novela histórica y empecé a trabajar en ella como un periodista: recopilando información para reportajearlo", cuenta. En los agradecimientos de la novela aparecen historiadores, ingenieros de minas, flamencólogos. Pero terminó aceptando, después de una larga negociación consigo mismo, dejar de lado el periodismo en esta historia. "Al final me di cuenta de que, tomándome licencias narrativas, podría retratar mejor la cara de aquel mundo". Lucas establece una separación: los personajes principales son reales, como lo es el escenario, pero la trama y la mayoría de los secundarios son inventados. "Lo que no quería era confundir al lector. Esto no es novela histórica", aclara, "esto es novela y ya". 

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En lo que no quiso Lucas inventar nada fue en la ambientación del libro, que es en realidad su principal interés: "Lo que yo quería contar era la época, la violencia, el sufrimiento de la gente, sobre todo de las mujeres… Quien la lea, se va a sorprender de lo que pasó en aquel Oeste americano de finales del siglo XIX". No exagera. La sierra se convirtió en El Dorado español, una tierra en la que era posible hacer dinero muy rápido si se tenía la suerte de encontrar un filón. Una posibilidad, tan gobernada por el azar como la lotería o las apuestas, que arrastraba hasta allí a obreros de todo el país, deseosos de probar suerte. Había trabajo y había riesgo: las posibilidades de morir en la mina, sin ningún tipo de equipación ni de dispositivos de seguridad, era altísima. En torno a las explotaciones se levantaban burdeles y posadas, la Guardia Civil se esforzaba por decomisar las armas sin licencia, y la violencia, del robo al asesinato, era una constante. 

No es una hagiografía: el Tío Lobo es un personaje oscuro, brillante para los negocios —llegó a controlar desde la explotación minera hasta la fundición, el transporte del metal y el comercio del carbón con Inglaterra— y hábil negociador —se hizo, desde el Partido Liberal, con todos los resortes del poder—, pero cruel en sus relaciones personales y bestial en su trato a los trabajadores. Sea por su figura controvertida o por el puro y simple olvido, su figura ni se reivindica ni se celebra: "Nadie pone flores en su tumba. Yo. Porque le debo mucho. Era un hijo de puta, pero le debo mucho". No es el Tío Lobo quien nos habla, sino otro personaje real, María Adra, la Guapa, que Lucas nos dibuja como la enamorada de su hijo, madre de su nieto bastardo, atrapada en la historia trágica de la familia a la que acabó estando unida. 

¿Es Lobo algo más que un personaje novelesco? ¿Nos dice algo sobre su época? Lucas se toma unos segundos. "Su manera de pensar, acaso por ser muy compartida, es símbolo de un capitalismo feroz. Los empresarios vivían en Cartagena, en casas enormes, porque ganaban más de mil veces más que sus trabajadores", valora. El auge y la decadencia de su imperio "coinciden con un tiempo que le sobrepasa": muere en 1918, al final de la Segunda Guerra Mundial y en plena crisis minera que arrebataría a Cartagena sus sueños de capital industrial y que se alargaría hasta el cierre de las minas en los sesenta. El periodista dedica su libro "a los mineros de todo el mundo" y "a todas aquellas personas que sufren injusticia y abusos de poder. Especialmente, las mujeres". Porque si Lobo es la dentellada de un mundo que empezaba a acabarse, María la Guapa, que busca tejer la memoria familiar para seguir adelante, podría ser otra cosa. Lucas vuelve a tomarse un tiempo: "María es el despertar lento pero constante de la mujer. Anuncia otro mundo". Aunque tarde.  

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