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ELECCIONES EN ALEMANIA

La socialdemocracia acaricia una victoria de Scholz que impulse un nuevo discurso europeo de izquierdas

Olaf Scholz pronuncia un discurso durante la campaña electoral en Colonia, Alemania.

Begoña P. Ramírez

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Si las encuestas aciertan, Olaf Scholz acaricia la victoria este domingo en Alemania, aunque durante los últimos días de campaña el conservador Armin Laschet le ha arañado un punto de apoyo: apenas les separan tres y nadie descarta la sorpresa que puedan dar los indecisos. La victoria del ministro de Finanzas de Angela Merkel y exalcalde de Hamburgo puede convertirse así en el premio que está esperando la socialdemocracia europea para confirmar su resurgimiento. Dada por muerta con el nuevo siglo, el centroizquierda o izquierda moderada gobierna ahora en España, Portugal, República Checa, Dinamarca, Suecia, Noruega y Finlandia. Y sus políticas son el estandarte también en Canadá, Nueva Zelanda e incluso Estados Unidos desde la llegada de Joe Biden al poder. “Si dibujamos una línea imaginaria que divida este y oeste a la altura, digamos, de Viena, todo occidente, salvo Reino Unido, está gobernado por el centro izquierda o el centro liberal”, explica Ignacio Molina, investigador principal del Real Instituto Elcano. Molina incluye en ese mismo terreno político a Emmanuel Macron –“Fue ministro del socialista François Hollande”, recuerda– en Francia o a Mario Draghi en Italia –apoyado por el Partido Democrático–, pese a que no son socialdemócratas.

“Pero no hay que exagerar”, matiza enseguida. Coincide con él Cristina Monge, politóloga y profesora de la Universidad de Zaragoza, que expresa sus dudas sobre el renacimiento europeo del centroizquierda. “Soy muy cauta: Scholz gana en las encuestas porque es el candidato más parecido a Angela Merkel, no porque se esté produciendo una vuelta al ideario socialdemócrata”, apunta. Además, en el caso europeo se trata de gobiernos en coalición con otros partidos, o en minoría con apoyos externos. Scholz tiene un 25% de respaldo en los sondeos, un 28% de los votos reunió Pedro Sánchez en España en 2019. Muy lejos, por tanto, del 40% con que ganaban los socialdemócratas en los años 60 y 70, resalta Ignacio Molina. Pero en recuperación desde hace una década, cuando la pasokización –la pérdida de hegemonía del Pasok en Grecia a manos de Syriza, el partido de Alexis Tsipras– amenazaba al PSOE en España de la mano de Podemos, a Hollande en Francia y al SPD alemán, que en 2017 cosechó el peor resultado de su historia, sólo el 20% de los votos, mientras el laborismo se hundía en el Reino Unido con Ed Miliband.

La socialdemocracia se desangraba por uno de sus flancos. Se le escapaban electores atraídos por una izquierda más ideologizada, que reivindicaba los principios de los que parecían haber abjurado los partidos socialistas tradicionales, y por el avance de las formaciones verdes. Perdía votantes urbanos, rurales, trabajadores, parados… Algunos daban el salto y aterrizaban en la extrema derecha. “Se quedaba con un electorado envejecido, que no se estaba adaptando a la globalización y a los valores ecologistas”, resume Ignacio Molina.

Aunque también hubo mucho más. Monge ironiza con los “titubeos” que los socialdemócratas tuvieron con el neoliberalismo: “Bailaron muy agarraditos con los neoliberales”, ilustra, para recordar la reforma del artículo 135 de la Constituciónartículo 135 de la Constitución española en 2011, que consagró la prioridad del pago de los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones sobre cualquier otra necesidad de gasto. Diez años después, el centroizquierda está “resituándose”, aclara, pero en un mundo que ya no es en absoluto el mismo.

A por los izquierdistas pragmáticos

A juicio de Ignacio Molina, la socialdemocracia se encuentra “en condiciones relativamente buenas para captar a los votantes que, en las sociedades ricas, no cuestionan la globalización y apoyan la integración europea”, y a quienes Podemos en España o Die Linke en Alemania les parecen “demasiado rupturistas”. El crecimiento económico de los últimos años y la recuperación tras la pandemia, además, beneficia a la izquierda moderada frente al enfado antisistema que protagonizó la anterior crisis. Molina cree que los partidos más izquierdistas tienen su propio techo, aunque admite que formaciones como Los Verdes han “erosionado” bastante al SPD. Piensa en los nuevos electores socialdemócratas como “pragmáticos” que piden justicia social: sanidad, educación, igualdad, lucha contra la precariedad laboral… el programa “clásico”, precisa, pero “sin asustar”. Es decir, europeísmo, defensa de la propiedad privada, de la economía de mercado. Y con políticos capaces de pactar, como ha ocurrido en España o como inevitablemente tendrán que hacer los colegas de Scholz en Alemania, eligiendo entre Los Verdes o los liberales del FDP, las opciones más probables según el investigador del Instituto Elcano. “El estar más centrado permite más coaliciones”, resume.

En cambio, Cristina Monge cree que la socialdemocracia está aún a la búsqueda de identidad tras haber sido “barrida” por las fuerzas neoliberales, ésas que se baten ahora en retirada. “La gestión neoliberal de la crisis de 2008 les salió muy cara, en términos económicos y políticos”, explica, “con el auge de la ultraderecha”. Pero el centroizquierda es distinto en cada país, pese a los elementos comunes que comparten, como el regreso a los sistemas de protección del Estado. Monge pone varios ejemplos. En el siglo pasado, los partidos socialistas huían del debate medioambiental por la pérdida de empleos que suponía. Ahora no hay quien eluda la lucha contra el cambio climático. “En las elecciones que se han celebrado estos dos últimos años [Galicia, País Vasco, Madrid y Cataluña] han ganado los gestores de la pandemia”, argumenta, “es decir, el electorado apuesta por la estabilidad, la previsibilidad, no por el cambio, por hacer experimentos”. Lo mismo estaría pasando en Alemania con la elección como candidato de Olaf Scholz, que pertenece al ala más moderada del SPD. Porque los alemanes no quieren renunciar a sus señas de identidad: bienestar, pero con control de gasto. “Los Verdes, quizá, suponen cierto grado de aventura al que no están dispuestos los votantes”, advierte.

De ahí que la politóloga precise que el renacimiento socialdemócrata no está aún tan “maduro” como para proclamarlo. La izquierda moderada está “cosiendo una bandera con retales de muchos colores, el rojo de la igualdad, el morado del feminismo, el verde ecológico, pero falta un discurso que le dé unidad”, dibuja la politóloga. Ese trabajo, además, debe hacerlo en un mundo que ha cambiado. “¿Va a volver la intervención del Estado como en los años 80? No. Si acaso, un Estado relacional, no como portador de servicios sino como impulsor de alianzas en la sociedad, entre actores públicos y privados”, sostiene. Hay propuestas, dice Monge, pero “ni discurso ni mucho menos praxis”.

Ignacio Molina piensa que estos partidos no pueden ganar las elecciones presentando un programa de izquierda tradicional, aunque tampoco pueden obviar los derechos laborales o la subida del SMI. “Es un falso dilema”, replica, “porque tienen que estar atentos a ambas cosas: mantener la conciencia de clase y a la vez no cuestionar la economía de mercado y preocuparse por el medio ambiente, los derechos de los migrantes, el colectivo LGTBi o las mujeres”.

Una izquierda diferente en cada país

Pero ahí también hay diferencias. A las peculiaridades germanas sobre la austeridad en el gasto hay que sumarles las de la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, que gobierna en solitario desde 2019 con el apoyo del Partido Social Liberal (RV), el Partido Popular Socialista (SF), la Alianza Roja-Verde (Enhedslisten) y la Comunidad Popular (Inuit Ataqatigiit, la izquierda independentista groenlandesa). Su restrictiva política de inmigración ha recibido duras críticas del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados. El pasado mes de junio se aprobó una Ley de Asilo que permite deportar a los solicitantes a centros situados fuera de la UE mientras se tramitan sus papeles. Además, ha retirado el permiso de residencia a los refugiados sirios, puesto que ya considera al país árabe zona segura, y ha limitado al 30% el número de no occidentales que pueden vivir en cada barrio. Este mismo mes ha anunciado que retirará los subsidios públicos a los migrantes que no trabajen o no coticen.

En Portugal, el experimento lleva funcionando, con éxito, desde 2015. Los portugueses lo llaman geringonça, el gobierno en minoría de António Costa, del PS, con el apoyo del Bloco de Esquerda y el Partido Comunista. Ignacio Molina dice que no les ha salido mal, como tampoco a Pedro Sánchez la alianza con Unidas Podemos. Pese a que prefería el acuerdo con Ciudadanos, dice, finalmente el PSOE ha conseguido ser de nuevo “el referente de la izquierda”. “Ya nadie cree que Podemos pueda ganar unas elecciones”, asegura.

En Chequia, el experimento es aún más innovador: el Partido Socialista gobierna con los liberales populistas (Acción de los Ciudadanos Insatisfechos) y con el apoyo legislativo del Partido Comunista de Bohemia y Moravia (KSCM).

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En Suecia, la coalición de los socialdemócratas es con el Partido Verde, pero también necesitan el apoyo del Partido de Centro y el Partido de la Izquierda. El centroizquierda tradicional ganó las elecciones en 2018, pero con el peor resultado en 100 años. La campaña giró en torno a la inmigración, a la que la extrema derecha culpa del deterioro de la sanidad, la educación y los servicios sociales.

Desde diciembre de 2019, la presidenta socialdemócrata, Sanna Marin, de 35 años, está al frente del Gobierno finlandés, donde están integrados cinco partidos: además del socialdemócrata (SDP), el Partido de Centro (Keskusta), la Liga Verde (VIHR), la Alianza de Izquierda (VAS) y el Partido Popular Sueco de Finlandia (SFP/RKP, centristas). Un paisaje nada inusual en Finlandia, donde están acostumbrados a Ejecutivos compuestos de múltiples partidos con ideologías dispares.

Noruega acaba de celebrar elecciones este mismo mes, que ha ganado el bloque de centroizquierda tras cuatro años de coalición de centroderecha. El laborista Jonas Gahr Stre aglutinó el 26,4% de los votos, pero fue el Partido Centrista el que más creció, seguido del Partido de Izquierda Socialista. Estos tres partidos ya se han sentado a negociar la futura coalición de gobierno. Tanto en Noruega como en sus vecinas Suecia y Finlandia, los recortes y privatizaciones aprobados por los gobiernos conservadores han hecho añorar a los ciudadanos sus poderosos sistemas de bienestar social y han devuelto a los socialdemócratas al poder. Así que el debate en la mesa de negociación para formar el nuevo Gobierno noruego no son las políticas sociales ni la economía, sino el medio ambiente. Los laboristas quieren un recorte del 55% en las emisiones de CO2 para 2030 mientras que la Izquierda Socialista exige más, un 77%.

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