Diana Oliver: "Cuando te conviertes en madre te das cuenta de que los cuidados y el trabajo son incompatibles"

Diana Oliver, autora de 'Maternidades precarias'.

Entre las páginas de Maternidades precarias (Arpa, 2022) conviven dos extremos opuestos: el desasosiego de quien abraza la maternidad sabiéndose precaria, pero también el aliento de los nuevos discursos que dan cobijo a las madres asediadas por la incertidumbre. Diana Oliver (Madrid, 1981) escribe para quienes anhelan ser madres y no pueden, para aquellas que no tienen la posibilidad siquiera de elegir, quienes ven cómo su tiempo se pierde por el sumidero de lo laboral. También para las madres que se sienten solas, perdidas y las que cargan a cuestas con la culpa. 

La escritora y periodista pone sobre la mesa los entresijos de la maternidad en toda su polisemia, pero la crudeza que emerge de su análisis no eclipsa la otra cara: el ensayo es también una reivindicación de los cuidados como epicentro de la vida, una oda a lo colectivo como motor de cambio y a la justicia social como única manera de construir nuevos escenarios. Diana Oliver charla con infoLibre una vez pasada la resaca del Día de la Madre, una efeméride pensada desde la celebración y raras veces desde la reivindicación. “Hay mucho que reclamar”, asiente la escritora. “La maternidad es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida, pero hay que reivindicar y mostrar todas las dificultades”.

El 11 de abril de 2022 recibió una carta de felicitación firmada por la vicepresidenta Yolanda Díaz. ¿La esperaba?

No la esperaba. Me escribieron desde la editorial, les había llegado allí. Es muy bonito que reconozcan el trabajo que has hecho y lo valoren así, es un gesto inesperado y muy impresionante. Hacer este trabajo conlleva mucha inseguridad a veces, te preguntas qué podrías haber añadido, qué no, qué te ha faltado por decir, le ves muchos defectos… Que llegara esto fue como un subidón.

En los últimos años ha habido una explosión de discursos alternativos en torno a la maternidad. ¿Cree que estamos en medio de un cambio de paradigma?

Ha habido muchos libros en torno a la maternidad en los últimos años, cada vez se está hablando más aunque creo que nunca va a ser suficiente. La experiencia de la maternidad se ha contado tradicionalmente desde lo masculino, pero cada vez más autoras tienen voz y hablan en primera persona. Eso es importantísimo. Desde los años setenta hasta aquí ha habido muchos discursos diferentes en torno a la experiencia de ser madres, muchos han girado en torno a la maternidad como institución, como algo impuesto, como una forma de opresión y eso todavía se mantiene en cierto modo en algunos discursos, sobre todo en un feminismo más neoliberal o en discursos antimaternalistas. Pero hoy se está visibilizando que la maternidad no tiene por qué ser esto, que el problema está en el sistema. Cada vez hay discursos más nuevos, más variados y van desde la no maternidad hasta la maternidad, hay más amplitud de miras. 

¿En qué debe traducirse ese cambio discursivo?

Es interesante que se entienda la maternidad como una capacidad enorme que tienen las mujeres, que puede utilizarse o no. Pero si hace décadas la maternidad era tu destino y lo que se esperaba de ti, esto hoy en cierto modo ha cambiado. Digo en cierto modo porque cuando llegas a una edad, aún socialmente se espera que tengas hijos o se plantea como una anomalía que no los haya. Creo que se está hablando más, se puede ir hacia entender la maternidad de otra manera y en torno a eso generar socialmente otra concepción de la maternidad. Muchas veces se ensalza la maternidad como algo valioso, pero no se traduce ni en apoyo social, ni en acompañamiento, ni en medidas políticas que la sostengan, por eso me parece interesante que cada vez se ponga más en valor esto. 

Muchas veces se ensalza la maternidad como algo valioso, pero no se traduce ni en apoyo social, ni en acompañamiento, ni en medidas políticas que la sostengan.

En el libro habla de “privilegios precarios”. ¿Es realmente un privilegio tener un trabajo y poder pagar un alquiler?

Se ha transformado todo de tal manera que tener un trabajo, tener una vivienda, se ha convertido en un privilegio, cuando debería ser lo básico a lo que todo el mundo debería poder acceder. Pero hoy tener un trabajo que no sea precario es muy complicado, es muy difícil. Seguimos en el mileurismo por mucha experiencia que tengamos. Hablo de privilegios precarios porque tener un empleo, una casa, poder tener hijos, se siente como un privilegio porque es muy difícil acceder a ello. Es muy complicado tener un trabajo en el que no tengas un salario horrible, unos horarios terribles o que acabe mermando tu salud mental. Casi se ha convertido en un privilegio todo esto y también, ahí, la maternidad. Yo vivo en una casa de 50 metros cuadrados, en un barrio obrero y tengo un trabajo precario. Parece que no me puedo quejar. Es ahí donde veo esa precariedad: tenemos que hacer visible que no es tan bonito ni tenemos tanta suerte. 

Precisamente en el libro habla sobre el derecho a la queja, muchas veces vetado a las madres. ¿Sirve quejarse?

Espero y creo que sí. Muchas veces cuando escribía el libro pensaba que era muy negativo, que me estaba quejando y planteaba mucha problemática. Pero la queja puede ser un recurso del que tirar para avanzar. Si tú no haces visible estas dificultades pensando que siempre va a haber alguien peor que tú, al final vas a seguir manteniendo esa estructura y conformándote. Hay que ser muy inconformistas y poner la linterna en las grietas, en lo que está fallando. La queja puede ser avance, conciencia y sensibilización para ver otras realidades pero también las propias.  

¿Cree que la maternidad puede ser un punto de inflexión a la hora de percatarse de las fallas del sistema? ¿La maternidad sirve para aterrizar y entender que hay cosas que tienen que cambiar?

Sí. Hay cosas que hasta ese momento no ves. Hay una expresión que siempre me ha molestado: cuando seas madre lo entenderás. A veces es verdad que los hijos encienden algo que desconocías o no veías. A nivel social se valora mucho que tengamos un trabajo, se habla mucho de carreras profesionales, incluso desde una parte del feminismo se habla de romper el techo de cristal, la problemática de las mujeres para alcanzar poder. Luego te das cuenta de que a lo mejor tienes hijos, quieres cuidarles y quieres estar ahí. Para mí fue un choque absoluto. Yo tenía mi trabajo, aunque precario, tuve hijos y me di cuenta de que quería estar presente. A las dieciséis semanas no estaba preparada para dejarla en una guardería porque quería ser yo quien la cuidara. Tenemos un reto ahí también: asumir que por qué no puedo solo cuidar. Ahí ves todo en lo que falla el sistema. Si tú quieres estar presente, tienes que hacerle trampas al sistema porque no soporta que decidas hacer esto. Y la única solución a nivel político ahora es externalizar los cuidados, tener dinero para pedir una excedencia o que otra persona asuma la labor de cuidados, muchas veces en condiciones precarias. Seguimos alimentando esta rueda de precariedad.

En el libro plantea jornadas de seis horas cuatro días a la semana. ¿Cuántas veces cree que le habrán llamado ilusa por ello?

Seguro que muchas veces. Pero al final cuando hablamos de poner los cuidados en el centro nos estamos centrando solo en discursos que están en lo laboral, y mucha gente se queda fuera. No todo el mundo tiene trabajos bien remunerados, bien valorados, hay una cantidad enorme de empleos que no tienen ese valor y quedan invisibilizados. Hace falta un cambio brutal a nivel estructural que entienda el trabajo de otra forma, entienda las relaciones de otra manera, entienda los horarios que llevamos como lo que son, totalmente irracionales, que necesitamos muchísima flexibilidad y que necesitamos vivir más y trabajar menos. En el momento en que te conviertes en madre, hacer compatible las dos cosas es una irrealidad, lo que pasa es que intentan hacernos pensar que sí se puede con un montón de medidas que quedan muy bien pero que luego en la práctica no sirven, sencillamente porque no hay horas en el día. Los dos primeros años de crianza son desbordantes en ese sentido, porque no se puede. Seguramente lo que planteo en el libro, como esa medida, sea muy utópico… pero no creo que exista otra manera de hacerlo que desde ahí. 

Hace falta un cambio estructural que entienda el trabajo y las relaciones de otra forma, que asuma que los horarios que llevamos son totalmente irracionales y que necesitamos vivir más y trabajar menos.

Sobre externalizar los cuidados, es usted muy crítica con las escuelas de cero a tres años

Creo que no puede ser la solución estrella, externalizar los cuidados. Creo que el primer año de un bebé es clave y pasarlo en un entorno que sea familiar es muy importante. No hay a nivel pedagógico que justifique que un bebé de 16 semanas esté en un centro. Creo que su espacio es el hogar, su familia, sus padres y su familia extensa, la red que pueda tener esa familia alrededor. Es importante dar la posibilidad de que eso se abra, que haya otro tipo de medias, permisos, que en vez de focalizarlo todo en las escuelas infantiles, abran otras vías para que las criaturas puedan estar más tiempo en sus casas. También que existieran otros tipos de permisos que piensen qué necesitan las madres, escuchar lo que necesita una mujer que ha pasado por ese proceso.

En el libro contrapone dos posiciones en torno a los permisos: la que defiende la plataforma PPiiNA (permisos iguales e intransferibles) y la vía por la que apuesta la plataforma PETRA (permisos más amplios y transferibles).

PETRA ha abierto un discurso nuevo, otra vía de conversación en torno a los permisos. La PPiiNA se centra mucho en lo laboral, en lo productivo, sigue alimentando en cierto modo esta dinámica de separación entre cuidados y productividad. PETRA abre otra vía hacia que cada familia se reparta como quiera, no poniendo en el centro lo laboral, sino las necesidades de los niños y de sus familias. Creo que hay que tenerlo en cuenta, escuchar y a partir de ahí trabajar y debatir. 

Critica los permisos intransferibles porque, en su opinión, imponen el reparto simétrico de los cuidados desde una óptica paternalista, asumiendo que las mujeres no deciden libremente que quieren cuidar. Pero teniendo en cuenta que son ellas quienes en mayor medida renuncian, ¿hasta qué punto es una elección libre y no viciada por sesgos de género?

Es cierto que nosotras seguimos cuidando más. Pero el cuidado no se acaba a las dieciséis semanas, los cuidados van más allá. Hay tutorías en los colegios por las que no aparecen los padres, quién controla la ropa que se les queda pequeña, quién pide hora en el dentista, se encarga de organizar los cumpleaños… hay una serie de cuestiones que van mucho más allá de los permisos. Es una cuestión educacional. Cuando te centras en los permisos pensando que haciéndolo vas a colaborar para que los hombres se vuelquen en los cuidados, estás obviando que hay otro tipo de cuidados que siguen asumiendo las mujeres y se escapan de la lógica de los permisos. Pienso también en lo mal visto que está que quieras cuidar: parece algo retrógrado, de otro tiempo, que no estás decidiendo por ti misma… hay mujeres que quieren estar ahí, pese a todo. Eso genera cierta discriminación. Parece que me puedo sentir feliz con un trabajo pero no me puedo sentir feliz cuidando a mi hijo. Parece que poner lo laboral por delante está muy bien, pero si estás poniendo por delante a tus hijos muchas veces está mal visto.

En el libro también plantea cuestiones vinculadas a la crianza colectiva. ¿Estamos preparados para asumir, social pero también políticamente, otros modelos de crianza?

Todavía nos cuesta mucho. Entendemos los hijos como algo propio: tus hijos, tus problemas. Te tienes que hacer cargo, allá tú los problemas que tengan. Ese individualismo lo rige todo, hablar de colectivo parece de otro planeta, cuando en realidad facilitaría la vida a muchas personas, el recuperar esa colectividad, esa tribu. Escribí un artículo en El País sobre la soledad de la maternidad y me escribieron muchas mujeres que se sentían así. La soledad es abrumadora cuando tienes un hijo, tengas pareja o no. Es que no es suficiente, hace falta más gente alrededor. Socialmente ni lo vemos, ni somos conscientes de las consecuencias de la individualidad, ni pensamos en lo que puede necesitar nuestro entorno. Cada vez nos relacionamos peor y nos ayudamos menos.

La soledad es abrumadora cuando tienes un hijo, tengas pareja o no. Hace falta más gente alrededor.

¿Qué le suscita ver a mujeres como Carolina Bescansa acudiendo al hemiciclo con su bebé, hace unos años?

Me parecen absolutamente necesarias. Las madres somos invisibles. Poder dar visibilidad a que los niños, las madres, la lactancia existen, que los primeros meses son cruciales para la salud física y emocional, me parece esencial. Ojalá se viera más y se entendiera la importancia de la flexibilidad. Cuando tuve a mi primera hija yo planteaba ir a trabajar un día a la semana y el resto trabajar en casa, por la logística de mi trabajo podría haberlo hecho, pero no se me permitió. No somos nada compasivos ni empáticos con los padres y las madres. Ayudaría mucho ver cada vez más esto: que puedes ir con tu bebé a más sitios. 

Habla de la maternidad como deseo y en cierto modo como mandato, pero ¿qué hay de la maternidad como derecho? Es una idea muy ligada a los vientres de alquiler. ¿Qué opina?

Hay una fina línea entre la maternidad como derecho entendida como hacer con tu cuerpo lo que consideres, tener un hijo o no tenerlo, y tener que ser madre a toda costa explotando a otras mujeres. Los vientres de alquiler son una forma más de explotación de la mujer, mercantilización de su cuerpo y compraventa de seres humanos. Nos lo venden como una cosa altruista para satisfacer los deseos de maternidad, cuando en realidad es compraventa de seres humanos. Soy muy crítica con los vientres de alquiler, son una vulneración absoluta de los derechos de las personas. Creo que puede protegerse el derecho a ser madre cuidando que no sean las condiciones materiales y económicas las que limiten tu deseo de ser madre, lo que condicionen que puedas tener hijos o no. Pero eso es completamente distinto a comprar seres humanos.

Hablaba antes de la penalización que sufren algunas madres que desean cuidar y quedarse en casa, pero el feminismo ha evolucionado hacia la idea de poner los cuidados y la vida en el centro. ¿Siente que aún falta un último empujón para que el feminismo dé cabida a todas las madres?

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Ahí está la clave, en dar cabida a todas las madres. La mayoría de discursos sobre la maternidad se centran en la conciliación, en lo laboral, pero para poner los cuidados en el centro sería más interesante pensarlo desde la precariedad, la dificultad que enfrentamos las madres. Creo que todos estos discursos tienen cierto regusto a empoderamiento, emprendimiento, techos de cristal y otras cuestiones que para muchas mujeres no sirven. Si no puedes llegar a final de mes, no tienes contrato, no tienes papeles, difícilmente vas a poder hacer tuyos esos discursos. Por eso insisto en poner en el foco la justicia social, la desigualdad y esta precariedad que nos atraviesa, más que en sí misma la conciliación.

¿Qué maneras tiene la culpa de hacer acto de presencia durante la maternidad?

La culpa… decía Jacqueline Rose en el ensayo Madres que la culpa es tan innecesaria como omnipresente. Parece que con el bebé te dan la culpa, sientes incluso culpa de haber sentido culpa. Para mí es como una lupa que te está mostrando que en realidad la culpa está fuera de ti: es la imposibilidad de combinar la forma de vida actual, con lo que implica ser madre y lo que implican los cuidados. Es, muchas veces, no poder hacer lo que necesitas porque el sistema no te lo permite o no encuentras el apoyo necesario. También está en nuestra propia hiperexigencia: no solamente pesa lo que se espera de nosotras para ser el estándar de madre, sino todo lo que llevamos dentro a cuestas, las mochilas que también cargan mucho.

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