Feminista, LGTBI y antiespeculativa: así es la cooperativa pionera La Morada de Barcelona

Integrantes y amigos de La Morada, la primera cooperativa de vivienda feminista y LGTBI del Estado, celebran el 26 de octubre en Barcelona el inicio de la fase de obras del inmueble / La Morada (Cedida)

En la periferia de Barcelona. En Roquetes, barrio humilde del distrito también obrero de Nou Barris. Con recursos modestos, con mucha incerteza, con una inflación que sacude duro, pero con aún más ilusión e ímpetu de pelear por lo suyo, que no es poco: “Vivir sin miedo”, asegura Silvia Fernández, una de las pioneras de La Morada, la primera cooperativa de vivienda feminista y LGTBI del Estado. 

Son un grupo conformado por 16 “bolleras, bisexuales, intersexuales, personas trans y no binarias”, describe Sara Barrientos, una de las integrantes de este colectivo. Muchas de ellas comparten media vida de luchas conjuntas, ya sea en el movimiento feminista, LGTBI o también por el derecho a un hogar digno. Con la construcción de este edificio quieren “dar respuesta a una situación de emergencia en el acceso a la vivienda”, afirma Barrientos.

El 26 de octubre empezaron la fase de obras de su edificio, que albergará 12 pisos. Su objetivo es construirse una casa en el que poder ser, estar, vivir sin contar los céntimos que les quedan para pasar el mes, cuidarse y, por qué no, morir dignamente. Una suerte de oasis en una ciudad donde el alquiler medio está en 996 euros y ha subido un 10,3% en un año, comparando los últimos datos del Institut Català del Sòl de la Generalitat de Catalunya, que muestran la evolución de precios del segundo trimestre de este 2022 respecto al mismo período de 2021. 

No serán ni inquilinas ni propietarias de su casa. Lo será la cooperativa, formada a su vez por todas ellas. Igualmente, los inmuebles estarán catalogados como vivienda de protección oficial (VPO), con lo que esta iniciativa pretende fomentar la creación de parque público de vivienda —situado en el 2% sobre el total en Cataluña— y fijar unos precios de alquiler por debajo a los del mercado libre. 

La Morada se blindará ante la posibilidad de especular con la vivienda a través de sus estatutos, porque se prohibirá la venta de los pisos. Además, se limitarán a pagar el coste de la obra, presupuestada en 2.435.000 euros. Un coste, por cierto, que la inflación ha disparado un 22%, cuando a principios de 2020 se situaba en 1.995.000 euros. Para hacer posible su sueño han tenido que pedir un crédito a Coop57, una cooperativa de servicios financieros éticos y solidarios. 

Cuatro plantas, uso de madera, corrala y energía sostenible

El edificio dispondrá de cuatro plantas de altura y el eje central del bloque será un patio interior tipo corrala con vegetación. Se trata de un proyecto que busca garantizar un punto de encuentro entre las vecinas, para que nada más salir por la puerta de casa se puedan ver, pero que a la vez dispongan de un espacio privado, en cada uno de los pisos, tal y como cuentan desde La Morada. 

El proyecto arquitectónico ha contado con el asesoramiento de Lacol, una cooperativa de arquitectos que ha pensado también en el uso de la madera como uno de los elementos principales de construcción, además de la disposición de grandes ventanales alrededor del bloque y placas fotovoltaicas en el tejado para abastecerse al máximo posible de energía limpia.

La Morada contempla disponer de una sala polivalente, una cocina comunitaria de 70 metros cuadrados, un altillo con un par de habitaciones de invitados, un espacio de trabajo compartido, una cubierta con espacio para tender la ropa, un sistema de recuperación de agua de lluvia y dos bajos destinados a uso comercial, con los que se quiere costear una parte de la inversión hecha.

El dinero, la principal barrera de entrada

Cada unidad de convivencia que entrará a vivir en el bloque ha tenido que ingeniárselas para reunir entre 25.000 y 30.000 euros por piso. A parte de eso, tendrá que abonar un ingreso mensual que va de los 600 a 800 euros, en función del tamaño del inmueble, el más pequeño de 46 metros cuadrados y el más grande de 62 metros cuadrados. 

“Una cooperativa de vivienda no es un chollo, eso por descontado, aparte que conlleva muchos años de trabajo”, admite Barrientos. “Esto es para gente que tiene pasta”, le sigue Irueta que, sin embargo, cuenta que este modelo casa más con su forma de pensar. Esta integrante de La Morada, la mayor del grupo, con 53 años, afirma también que este proyecto le permite pensar a largo plazo porque, si quiere, puede acabar sus días aquí, ya que la propiedad del solar, la fundación La Dinamo, les ha cedido el uso del espacio durante 60 años, ampliables a 75: “Es una forma de vivir que este mundo no me ofrece”.

Desde el movimiento por la vivienda cooperativa se está negociando con la administración para que no cueste tanto impulsar este modelo. “Estamos haciendo incidencia política para hacer frente a esta barrera de accesibilidad e inclusividad”, dice Andrea Castarlenas, de La Dinamo, una entidad que impulsa este tipo de proyectos. Tras reunirse con la Generalitat, lograron que con dinero público y por primera vez se lograra subvencionar tres proyectos de vivienda cooperativa situados en suelo privado. Uno de ellos era, precisamente, el de La Morada. 

Sea como sea, queda trabajo por hacer: “Las cuotas no son lo asequibles que nos gustaría, es el gran reto que se nos plantea”, reconoce Castarlenas. “Puede que en el futuro, cuando el modelo se extienda, sea más fácil, pero nosotras llevamos desde 2018 haciendo un trabajo continuo”, apunta Barrientos.

El cuidado y los afectos, ejes centrales de La Morada

La vida en comunidad es otro de los ejes fundamentales que motivan el proyecto de esta cooperativa feminista y LGTBI. “Yo no tengo pareja, no tengo ese propósito de vida, quiero vivir sola, pero si haces esta apuesta en este mundo estás relegada al aislamiento. ¿Iré haciéndome grande y quién me cuida o me da afecto? Yo quiero hacer la apuesta de vivir sola pero no quiero perder la oportunidad de vivir en comunidad”, argumenta Irueta. 

El debate sobre los cuidados atraviesa a cada una de las integrantes de La Morada. “Conforme vas creciendo y no te organizas la vida alrededor de la familia de sangre, que te has desarraigado, como yo que vengo de Málaga, y tampoco montas una familia, tienes hijos… te vas viendo con 40 o 50 años y te planteas cómo vas a garantizar un cuidado afectivo en lo material, en la enfermedad… en todo”, subraya Barrientos. “Queremos compartir la vida, poder hacernos la compra entre nosotras, llevarnos el táper, hacer de canguro o cuidar el perro”, ejemplifica.

“Pretende ser un proyecto abierto al barrio”, comenta Barrientos. Así lo demuestran algunos de los presentes en el acto de inauguración de la fase de obras. “Estaba La Dinamo, gente de Coop57, arquitectas de Lacol, vecinas de Cirerers, la cooperativa de vivienda que está a nuestro lado, un miembro de la entidad Nou Barris LGTBI, que vino a felicitarnos y a celebrar, también gente de Col·lectiu Punt 6, un grupo de urbanistas feministas de Barcelona, y otra cooperativa feminista con solar y con el proyecto bastante avanzado que está en Santa Maria de Palautordera, a los pies del macizo del Montseny, que se llama La Renegà”, enumera Fernández. 

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Ese día, cuando oficialmente ya podían empezar a trabajar las máquinas, no se hizo la tradicional colocación de la primera piedra, sino que las compañeras de La Renegà les trajeron un saquito de tierra de la montaña y las integrantes de La Morada la esparcieron en el eucalipto enorme que tienen enfrente del solar y lo regaron. “Hicimos un acto simbólico de unión de las dos cooperativas feministas catalanas, para que crezca el cooperativismo y nos acompañemos muchos años en esta historia”, recuerda Fernández. 

Un año de obras

El sueño se hará realidad de aquí un año, si todo sale bien. Aún así, a las integrantes de La Morada les resulta difícil imaginarse cómo será la primera noche. “Me cuesta, me has pillado desprevenida… Espero que no teniendo demasiadas expectativas, intentando estar ahí, porque tenemos la cabeza tan llena de ideales e ilusiones… espero ir en el cotidiano, poquito a poquito construyendo”, desea Irueta. 

“La primera noche yo me imagino que tirando colchones en el espacio común, pasando la noche juntas, invitando a la gente que nos ha apoyado, hacer una cena… no sé, pero muchísima emoción. Y al día siguiente ayudando a traer cosas. El primer mes será una locura de mudanzas”, rumia Barrientos.

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